Opinión
junio 2014

Después de las elecciones, comienza la verdadera batalla por Europa

Con las elecciones al Parlamento Europeo el continente se corrió hacia "la derecha antieuropea misántropa, racista y xenófoba”, asegura nuestro columnista, quien sin embargo cree que hay una alternativa a la política de austeridad y neoliberalismo que está en la raíz de la crisis social, económica, política y espiritual de Europa.

Después de las elecciones, comienza la verdadera batalla por Europa

Hacer un balance de los resultados de las últimas elecciones europeas no es una tarea fácil. Muchos analistas han descripto como un "terremoto" el crecimiento de los partidos “antisistema” en el Parlamento Europeo, con votantes supuestamente atraídos por dos "extremos": la ultra-derecha y la extrema izquierda. Pero esto es una simplificación grosera de la realidad. El economista griego Yanis Varoufakis me lo planteó en una entrevista reciente en estos términos: "Los europeos no fueron atraídos por los dos extremos. Se corrieron a un extremo: el de la derecha antieuropea misántropa, racista y xenófoba”.

En total, aproximadamente un tercio de los diputados entrantes en la cámara serán “descontentos” anti-Unión Europea, según el think tank Open Europe. Curiosamente, la mayor parte del apoyo a esos partidos provino de los países ricos del centro y del norte (especialmente del Reino Unido, Dinamarca, Francia y, en menor medida, de Alemania, Austria, Finlandia y los Países Bajos), que en su mayoría no han sufrido el dolor infligido por el establishment europeo a los ciudadanos de la periferia.

En estos países, los partidos de derecha, euroescépticos o anti-UE han explotado con éxito los (hasta cierto punto) legítimos temores y preocupaciones de los ciudadanos, que resultan de la postura cada vez más autoritaria y postdemocrática de la UE, y del vaciamiento de la soberanía nacional y la identidad (debido en parte a la UE, y en parte a las dinámicas más amplias de la economía global) para promover luego una agenda aún más reaccionaria, antidemocrática y autoritaria.

Es interesante observar que en la mayoría de los casos, estos partidos no critican a la UE por su insistencia en la austeridad o por sus políticas sociales y económicas reaccionarias, sino más bien por sus políticas supuestamente progresistas en exceso con respecto a la inmigración o la regulación del mercado.

La mayor evidencia de esto se halla en el Reino Unido, donde la crítica de David Cameron a la Unión Europea apuntó a los planes de Bruselas para limitar las horas de trabajo, introducir un impuesto sobre las transacciones financieras a nivel continental o limitar las primas de los banqueros —medidas que la mayoría de los progresistas consideraría positivas—, o por ser demasiado "blandos" en materia de inmigración.

Esto pone de relieve el peligro de que los principales partidos coqueteen con sentimientos anti-UE (los cuales en algunos países, como el Reino Unido, han estado siempre latentes) con fines electorales a corto plazo, desviando la atención de las causas subyacentes del descontento y dirigiéndola a un conveniente chivo expiatorio, creando así un terreno fértil para los movimientos y partidos nacionalistas y de derecha (y extrema derecha), como el UKIP.

Hasta cierto punto esto se aplica también a Alemania, donde la AfD (Alternative für Deutschland), un partido que se opone al euro, cosechó un impresionante 7 por ciento. Es un resultado sorprendente para un partido que brega por un retorno al Deutsche Mark (marco alemán), teniendo en cuenta que se considera casi unánimemente que Alemania se ha beneficiado, y en gran medida, tanto con el euro como con las políticas con las que la UE ha manejado la crisis.

Creo que esto puede explicarse en parte por la narrativa del “europeísmo reacio” de Merkel posterior a la crisis: a pesar de que la canciller alemana nunca recurrió abiertamente a la propaganda anti-UE (todo lo contrario), avivó la latente actitud santurrona de Alemania al plantear los rescates soberanos de los países periféricos como préstamos entregados por los países ricos y responsables, como Alemania, a los países pobres e irresponsables de la periferia, creando en parte las condiciones para el surgimiento de un partido pseudonacionalista como la AfD.

Francia es aquí un caso atípico, no sólo porque es el único país del continente —y uno de los fundadores de la UE y uno de sus mayores Estados miembros— donde un partido ultranacionalista postfascista, el Frente Nacional (FN), lideró las elecciones, sino también porque el viraje derechista tuvo aquí sin duda una raíz más económica que en otros países.

Está claro, en efecto, que los ciudadanos votaron más en contra del Partido Socialista de Hollande —y del fracaso del presidente por no cumplir su promesa preelectoral de hacer frente a las políticas económicas de austeridad impulsadas por la UE— que a favor del NF. El hecho de que los partidos euroescépticos o abiertamente anti-UE hayan triunfado por primera vez en tres países importantes —el Reino Unido, Dinamarca y Francia— es, sin duda, un duro golpe para el proceso de integración europeo. En este sentido, un futuro abandono de la UE por parte de Gran Bretaña —tal vez seguido de una salida de Dinamarca— ha dejado de parecer un escenario no realista.

La batalla por Europa resolverá la crisis de significado

Ésta no es sólo una crisis de legitimidad de la UE sino también una profunda crisis de significado. Dicho esto, no se debe cometer el error de sobreestimar el peso que tendrá la derecha anti-UE en el próximo Parlamento Europeo. Como escribe Open Europe, "estos partidos no son un grupo coherente, sino que abarcan desde partidos con experiencia de gobierno, pasando por partidos marginales de protesta, hasta los abiertamente neofascistas. Tienen también muy diferentes puntos de vista sobre una serie de cuestiones, tales como la zona del euro, la inmigración y cuestiones económicas. Así, estos partidos deberán esforzarse a la hora de trabajar juntos en la formulación de una agenda alternativa para el Parlamento Europeo."

A pesar de sufrir una pérdida significativa de bancas, los dos principales partidos del establishment, el centroizquierdista Partido de los Socialistas Europeos (PSE) y el Partido Popular Europeo (PPE), de centro-derecha, mantendrán aún una sólida mayoría en el Parlamento.

Esto significa que una ruptura de la UE o de la zona euro —un proceso que podría tener consecuencias potencialmente desastrosas para una cantidad de países, y que podría llevar a una reacción nacionalista y regresiva / conservadora, especialmente teniendo en cuenta los partidos que exigen una solución de este tipo— sigue siendo un escenario poco probable en el corto o mediano plazo ya que la UE puede sobrevivir a la salida de uno o más países. Sin embargo, significa también que es probable que presenciemos una actitud de “aquí no ha pasado nada”, es decir, una continuación de la salvaje política de austeridad, neoliberalismo y un autoritario federalismo vertical que está en la raíz de la profunda crisis social, económica, política y espiritual de Europa.

Como señala Varoufakis, “en el horizonte no hay ninguna señal de que las elites vayan a responder de manera creativa, ya sea a la crisis económica como a sus ramificaciones políticas. Estas elites pueden 'moderar' la austeridad para absorber parte de las ondas de choque provocadas por el descontento público, pero no tienen ni la capacidad analítica ni el interés en continuar con los cambios arquitectónicos necesarios para revertir la tendencia declinante”.

Y esto nos lleva al papel crucial de los países periféricos. Curiosamente, en la mayoría de estos países —sobre todo en Grecia, España e Irlanda—, a pesar de la indignación generalizada por las catastróficas políticas de austeridad impuestas por el establishment europeo, el "voto castigo" benefició mayormente a partidos de izquierda radical que se oponen a los planes de austeridad y que buscan una solución a la crisis dentro de la UE y la eurozona, no a la derecha anti-UE. En esto han demostrado ser mucho más maduros políticamente que sus pares del norte. El caso más notable es el de Grecia, donde SYRIZA se convirtió en el primer partido de izquierda radical en la historia del continente en ganar una elección europea.

Con todo, el amplio campo progresista anti austeridad —si incluimos las alas más izquierdistas del ALDE y del Grupo de Los Verdes / Alianza Libre Europea— será la tercera fuerza en el próximo Parlamento, y podrá desempeñar un papel fundamental para evitar una desastrosa "gran coalición" entre el PSE y el PPE.

Ahora depende del movimiento progresista europeo —en todos los niveles: en el Parlamento Europeo, dentro de los distintos Estados miembros y, por supuesto, en las calles— aprovechar esta oportunidad histórica y demostrar que hay una alternativa tanto a la retrógrada solución nacionalista ofrecida por la extrema derecha como a la unión neoliberal promotora de planes de austeridad y concebida por las elites, y que es posible una revisión radical y progresista de la Unión Europea y la unión monetaria (en la dirección de una democracia y un Estado de bienestar supranacionales y genuinamente europeos).

Esto también significa superar la creciente división centro-periferia diseñada por la elite político-financiera, poniendo de relieve el carácter común de los intereses y las luchas de todos los ciudadanos europeos. Podría ser nuestra última oportunidad.

* Escritor, activista y cineasta. Es autor del libro The Battle for Europe: How an Elite Hijacked a Continent - and How We Can Take It Back. Su sitio web es www.battleforeurope.net.

Publicado originalmente en Social Europe Journal: http://www.social-europe.eu/2014/06/elections-real-battle-europe-begins/

Traducción: Carlos Díaz Rocca

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