Opinión
agosto 2017

Colombia ante las elecciones del postconflicto

Las elecciones colombianas están marcadas por la polarización. Una diversidad de candidatos de izquierda a derecha se enfrentarán en unos comicios decisivos para el país. ¿Tiene fuerza real el progresismo?

<p>Colombia ante las elecciones del postconflicto</p>

Las elecciones presidenciales de 2018 en Colombia se articulan en un panorama político novedoso, evidenciado en el escenario de post-acuerdo, que implica la construcción del andamiaje institucional para garantizar la implementación de la totalidad de los puntos del Acuerdo de Paz alcanzado entre el gobierno nacional y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP).

Pese a la relevancia que tendrá durante los próximos meses, la paz no es –por el momento– el eje central de la campaña. Los distintos liderazgos políticos que hasta ahora han revelado su aspiración a la presidencia de la República, todavía operan con cautela al posicionarse frente a una temática que generó (y sigue generando) tanta polarización.

A tenor de la salida del conflicto armado1 de la agenda, los liderazgos más deseosos de marcarla han explorado temas coyunturales. La corrupción y la economía han sido los temas más explotados por los aspirantes presidenciales, dada la confluencia de la desaceleración económica con un escenario donde la corrupción está tan presente que incluso ha salpicado a alguno de los precandidatos, así como a instituciones que mantenían cierta legitimidad frente a la ciudadanía. Es el caso de la Corte Suprema de Justicia que ha visto implicados a tres de sus magistrados en un escándalo por tomar decisiones previo recibo de multimillonarios pagos de políticos.

Actualmente, han anunciado su intención de competir en 2018 más de una docena de dirigentes políticos. De ellos, la mayoría tiene meras intenciones de posicionamiento. Sin embargo, conviene prestar atención a aquellos que realmente tienen aparato o potencial para perdurar más allá de unas pocas semanas o meses. Los mismos se pueden clasificar en tres grandes grupos: el oficialismo; los independientes que se mueven entre el progresismo moderado y opciones claramente de izquierdas; y el uribismo.

Oficialistas e independientes

Dentro de los candidatos cercanos al oficialismo destaca Humberto de la Calle (Partido Liberal) quien quiere ser el presidente «de la paz» tras su desempeño como jefe negociador en el proceso con las FARC. Toda vez que ya se ha confirmado que no habrá candidato oficial por parte del Partido de la U, Humberto de la Calle podría contar con el apoyo del presidente Santos. Ello dependerá de dos factores: por un lado, de su evolución en las encuestas y, por otro, de los apoyos que reciba para ser el candidato oficial del Partido Liberal. No obstante, lo más factible es que el propio Santos guarde una posición de relativa neutralidad entre sus candidatos más afines hasta que la situación se concrete más.

En diversas ocasiones, De la Calle ha manifestado la necesidad de establecer una estrategia de coalición en la que los liderazgos del Sí (a los acuerdos de paz) vayan en unidad para evitar que lleguen sus detractores a la Casa de Nariño. Esta propuesta ha sido replicada por Clara López, exministra de Trabajo, quien con su plataforma Todos Somos Colombia, está recogiendo firmas para convertirse en opción presidencial. López –que es quizás la candidata más programáticamente fiel a una hoja de ruta socialdemócrata–, abandonó el Polo Democrático (el partido conducido por el veterano senador Jorge Robledo) justo antes de su deriva política. López ha manifestado, al igual que Humberto de la Calle, la necesidad de configurar una alianza en la que confluyan todos los dirigentes partidarios del Sí, promoviendo una consulta interna para elegir al candidato de la eventual coalición.

Claudia López, del Partido Alianza Verde, tampoco es del todo ajena a esta opción. Enarbolando la lucha contra la corrupción, López representa el papel del outsider, alejada de las camarillas de poder y de los sectores económicos tradicionales. Genera amplias empatías en sectores progresistas moderados de la sociedad colombiana y se acerca con eficacia al electorado más joven, cuya actividad es prolija en redes sociales, pero coincide, sin embargo, con unas elevadas cifras de abstencionismo. Por ello, el polo a tierra que puede significar estar integrada en una gran coalición por la paz, es una opción que, a priori, no es descartable. Compitiendo directamente con Claudia López y ubicado en el centro del espectro político, Sergio Fajardo convence fundamentalmente a los sectores empresariales por su desempeño en la administración de Medellín. Pese a la favorabilidad que le otorgan los números en algunas encuestas, es muy probable que sus opciones se reduzcan a medida que vaya avanzando la contienda.

Más allá de la opción socialdemócrata que representa Clara López, en la izquierda del tablero político están ubicados, a día de hoy, Gustavo Petro y Piedad Córdoba. Petro ha obtenido buenos resultados en las últimas encuestas, pero es difícil que pueda mantenerlos a medida que avance la campaña. Sobre él pesa el desgaste de su gestión al frente de la Alcaldía de Bogotá y la ausencia, más allá de su propia figura, de una clara alternativa política que le otorgue ventaja competitiva en el actual contexto.

Piedad Córdoba, firme defensora de la solución negociada al conflicto armado desde mucho antes de que se implementase, aspira a ser la candidata de los sectores populares. Con un discurso marcadamente social que evita las etiquetas ideológicas –afirma que las categorías izquierda-derecha no sirven para explicar muchas de las situaciones que ocurren en el país–, aspira a ser la portavoz de un discurso transversal que le permita capitalizar el descontento de los sectores más humildes y más castigados por el contexto de desaceleración económica. En su contra tiene la dura campaña que el uribismo –que trató siempre de asociarla a las FARC– agitó contra ella durante años, y que incluyó una inhabilitación ilegítima por parte del exprocurador Alejandro Ordóñez, hoy precandidato en las filas uribistas. Sin embargo, Córdoba ha construido una base social con arraigo en las comunidades y los territorios, que ya es más de lo que tienen algunos de los otros contendientes.

A pesar de que cada precandidato ha establecido su propia retórica, tanto a los oficialistas como a los independientes (moderados y progresistas) les unen dos factores. Por un lado, tienen en común el haber apoyado los diálogos de paz y el proceso de implementación de los acuerdos. Por otro, son liderazgos que carecen de un fuerte aparato de partido que les permita consolidar un caudal electoral capaz de competir con el uribismo y el conservadurismo. Ello puede hacer que, pese a los enfrentamientos de la precampaña, tanto los sectores oficialistas liberales como los independientes y la izquierda se necesiten en un escenario de segunda vuelta.

Uribismo y conservadurismo

El uribismo afronta, por su parte, uno de sus retos más complejos: concurrir a unas elecciones tras la firma de unos acuerdos de paz que limitan, en buena medida, la campaña del miedo que tan buenos réditos le dio en el pasado. Ante esta debilidad, Álvaro Uribe, a la cabeza del Centro Democrático, ve claramente en la alianza con el Partido Conservador una unión efectiva para competir en las próximas elecciones y evitar que el oficialismo llegue al poder. Así, Andrés Pastrana y Álvaro Uribe han alternado reuniones orientadas a seleccionar la fórmula presidencial de la alianza. Independientemente de si llegan a un acuerdo o no, en los dos partidos se perfilan candidatos fuertes. Entre ellos, cabe destacar a Marta Lucía Ramírez (Partido Conservador), exministra de Defensa durante el primer gobierno de Uribe, que afronta el reto de dar impulso a un partido en franco retroceso y que tiene la dificultad añadida de solventar un nuevo escándalo de corrupción que enfrenta Hernán Andrade, su presidente. Desde el Centro Democrático, destaca el joven senador Iván Duque, que ha transitado del discurso belicista de la «seguridad democrática» –viejo pilar de la campaña uribista– a la «seguridad inversionista», algo que los grupos empresariales no han pasado por alto y que le ha servido para ganarse la confianza del propio Uribe.

En resumen, Colombia afronta una de las contiendas electorales con más incertidumbre de las últimas décadas. Se está definiendo un nuevo escenario político y son muchos los actores que quieren estar en él. Sin embargo, la actual diversidad de candidatos dará paso a coaliciones que optimicen sus posibilidades en una elección que será, con seguridad, a segunda vuelta. En este contexto, es interesante tener presentes los tres grandes bloques planteados: uribismo, oficialismo y candidatos independientes. Una de las principales incógnitas por resolver reside en si el sector del oficialismo que representa Germán Vargas Lleras –con una maquinaria política capaz de mover un amplio caudal electoral– se desplazará a su derecha o a su izquierda. Hoy por hoy, todo apunta a que el exvicepresidente, más ideológico y menos pragmático que Santos, está más cerca de la primera alternativa, lo que podría dar al uribismo el caudal de apoyo necesario para una victoria en segunda vuelta, pero también podría tener el efecto de movilizar a los liberales, al centro izquierda, a la izquierda y a los sectores independientes si sienten que se puede ver amenazado el avance de los acuerdos de paz.



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