Opinión
julio 2018

Colombia ante la posibilidad de modernizar su democracia

Al consolidar el eje derecha-izquierda, estas elecciones pueden suponer un paso hacia la normalización de la democracia colombiana, marcada por la violencia, los déficits estructurales y la falta de alternancia verdadera.

<p>Colombia ante la posibilidad de modernizar su democracia</p>

Este artículo forma parte del especial «Elecciones Colombia 2018: despolarización y desinformación» producido en alianza con democraciaAbierta.

Con 10.373.000 votos a su favor, la victoria del candidato del partido Centro Democrático hace de Iván Duque el presidente más joven de ha historia de Colombia (41 años), y garantiza la continuidad de varias décadas de gobiernos de derecha en el país. Sin embargo, el líder máximo de la oposición al próximo gobierno será Gustavo Petro, la figura más emblemática del progresismo, que obtuvo 8.034.000 millones de votos en respaldo a su propuesta de gobierno Colombia Humana, que buscaba posicionar por primera vez en la historia de Colombia a un dirigente de izquierda en la presidencia.

La diferencia de 2,339.000 votos a favor de Duque le hace un presidente con un apoyo suficientemente mayoritario como para concederle un amplio margen de maniobra y liderazgo, tanto en la compleja y a veces barroca política interior colombiana, como en los difíciles retos del país en el campo internacional, con dos frentes especialmente delicados: el narcotráfico y Venezuela, incluyendo una crisis de refugiados cuya enorme magnitud aún es desconocida.

Pero aún con este triunfo incontestable, el mandato popular no le otorga carta blanca, puesto que Duque deberá de gobernar no sólo para los suyos, sino para los más de 8 millones que votaron por su contrincante a la izquierda, para los 800.000 que votaron en blanco y para ese amplísimo 47% del electorado que optó (otra vez) por la abstención.

En cualquier caso, éstas han sido unas elecciones trascendentales para la historia colombiana, puesto que los viejos partidos hegemónicos han sido los grandes perdedores de la jornada. Las antiguas formaciones, que dominaron el panorama político colombiano durante tantos años, quedaron esta vez prácticamente fuera de juego, quién sabe si definitivamente.

Hemos visto cómo los partidos políticos se han ido fragmentando progresivamente, y esto no parece que sea en sí mismo negativo, sino que supone necesariamente un avance democrático, al reconocer la pluralidad de opciones políticas que ya existen en el país y demuestra la creciente madurez de su electorado, capaz de contemplar distintas opciones políticas.

Además, aún siendo todavía excesivamente baja para los estándares occidentales, estas elecciones tuvieron la mayor participación en la historia de Colombia en unas presidenciales, y la forma de hacer política en este país parece que no volverá a ser la misma a partir de ahora.

A la Casa de Nariño llega un presidente muy joven, con una reconocida trayectoria internacional que contrasta con su corta experiencia política, y cuya candidatura ha suscitado fuertes controversias en un aspecto crucial para el futuro de Colombia: los acuerdos de paz. Aún no está claro qué pasará con el pos-conflicto y qué tan real resultará una acusación que circuló continuamente durante la contienda, diciendo que Iván Duque haría “trizas” los acuerdos de paz.

Aún así, el propio Duque se encargó de desmentir este extremo -fue una frase muy desafortunada de uno de los líderes del Centro Democrático, matizó su vicepresidenta, María Lucía Ramírez (el hecho de que por primera vez en la historia una mujer llegue a este cargo en Colombia en en sí mismo positivo).

Según la vicepresidenta electa -que reclama su condición de independiente, dentro de la candidatura ganadora, aunque en la órbita del viejo Partido Conservador -, las reformas que el gobierno Duque/Ramírez quiere introducir en los acuerdos son “muy puntuales”: primero, abordar el tema del narcotráfico y su conexión con el delito político -el punto 3 del acuerdo de paz no explicita ningún acuerdo concreto con las Farc a este respecto- y hacer frente al hecho de que el cultivo de coca y el narcotráfico aumentaron después del acuerdo. Segundo, controlar el impacto del dinero del narcotráfico y de la minería ilegal, particularmente peligroso en su capacidad para la compra de votos. Y tercero, (y este es el punto que suscita mayor inquietud, al romper uno de los pactos fundamentales del acuerdo con la guerrilla)- la oposición a que los representantes de las Farc en el Congreso -una vez desmovilizados y convertidos en líderes políticos- sean los mismos que encabezaron el enfrentamiento civil y que son susceptibles de ser acusados de delitos de lesa humanidad. Pero el reconocimiento de los beneficios de la paz -entre ellos el haber celebrado las primeras elecciones en 50 años sin incidentes guerrilleros- y el acompañamiento a los desmovilizados que dijeron adiós a las armas, parecen puntos indiscutibles que serán respetados por la nueva presidencia.

Es cierto que la cuestión de los acuerdos de paz, que ha centrado -y polarizado- el debate político colombiano en los últimos años, fue un elemento insidiosamente utilizado en campaña. Pero una vez terminada ésta, Iván Duque, consciente de la importancia del fin de la violencia, puede actuar de manera inteligente y tener en cuenta las recomendaciones que algunos actores internacionales han venido sugiriendo. El Fondo de Capital Humano del IFIT, por ejemplo, recomienda a quienquiera que fuera elegido, que tenga en cuenta cuatro puntos clave durante sus primeros 100 días de gobierno: (i) estabilización de los territorios más afectados por el conflicto, (ii) desarrollo social y económico en áreas rurales, (iii) satisfacción de los derechos de las víctimas y (iv) fortalecimiento del sistema político.

Con el 54% de los votos, el próximo presidente tiene asegurada la gobernabilidad del país, pero deberá tener en cuenta ese 42% de la votación que se inclinó por la opción de izquierdas, una opción que llega por primera vez a plantearse como alternativa real de gobierno. Como jefe de la oposición y senador, Gustavo Petro podrá exigir al próximo gobierno que ataque de manera frontal la corrupción, proteja el medio ambiente y que avance en la construcción de una paz estable y duradera, inclusive garantizando la continuidad de los diálogos con el ELN.

En una campaña dura y en algunos momentos muy tensa, que finalmente redujo a 800.000 votos en blanco el gran espacio del centro que se expresó en la primera vuelta, encarnado en los 4,6 millones de votos que fueron a Sergio Fajardo, obligando al resto a inclinarse por una de las opciones en los extremos, el candidato de la derecha Iván Duque finalmente logró aglutinar a las clases políticas conservadoras y tradicionales, y apalancar el establishment de las elites políticas y económicas del país, aún a costa de utilizar la división y agitar el miedo a que Colombia quedase en manos de la izquierda, tildada abusivamente de “castrochavista”.

El otro gran ganador podría ser el ex-presidente Álvaro Uribe Vélez, el mentor y respaldo más sólido de Duque, quien con su enorme capital político movilizó millones de votos, demostrando el gran peso que la derecha más dura aún tiene en las maquinarias políticas de Colombia.

Pero aunque el respaldo del ex-presidente siga siendo determinante para el futuro del país, Iván Duque tendrá ahora la legitimidad suficiente para alejarse de la derecha más extrema, desembarazarse de esa tóxica tutela uribista, y llevar a cabo su sueño más centrista, si es que sigue, como ha dicho, la estela de sus admirados y jóvenes líderes liberales como Justin Trudeau (46 años), Emmanuel Macron (40 años) o el español Albert Ribera (38 años), nacidos en los años 70 del siglo pasado como él mismo.

Si Duque consigue separarse de la sombra más alargada del uribismo vengativo y manipulador, y desmentir las acusaciones vertidas en campaña de que representa simplemente un “títere de Uribe”, quizás podrá llevar el país hacia una normalización política más necesaria y urgente que nunca.

Los colombianos decidieron que el país no estaba preparado (¿aún?) para sumarse a la menguante lista de países latinoamericanos gobernados por presidentes de izquierda, pero han dado carta de naturaleza a esta opción política progresista, la cual, si Gustavo Petro consigue hacer una oposición eficaz y constructiva, podría alzarse con el triunfo en la próxima contienda electoral del 2022.

En materia económica parece que con Duque, experimentado funcionario del BID, menguan las incertidumbres respecto al futuro económico que inicialmente se mantendría estable ya que daría continuidad a la mayoría de las políticas económicas de Santos. Mientras los inversores abrazan esta decisión en la que este candidato garantiza un manejo ortodoxo, con responsabilidad fiscal y una posible reducción del gasto público, existen sectores como los ambientalistas, muy preocupados por que la explotación de hidrocarburos e inclusive el fracking aparezcan de forma indiscriminada como una bandera de desarrollo económico.

El reto es acelerar un crecimiento económico que resulta a todas luces insuficiente, hacer que las rentas altas paguen impuestos y consolidar la ampliación de una clase media en Colombia que contribuya a la reducción de las inmensas desigualdades e injusticias que aún lastran un país que por décadas no ha sabido construir un Estado del bienestar a la altura de sus importantes recursos humanos y naturales.

En esta elección, y a pesar de la polarización y la división a la que hemos asistido, sobre todo en el fragor de la campaña, Colombia puede haber dado un paso hacia la normalización de su democracia históricamente marcada por el desequilibrio y la violencia, y una generación más joven puede mirar hacia el futuro con más esperanzas y menos fantasmas e hipotecas de un pasado al que muy pocos colombianos quisieran volver. Al fin y al cabo, será aquél que despolarice y ocupe el espacio del centro (centro-izquierda para Petro, centro-derecha para Duque) quien probablemente conseguirá alcanzar o permanecer, respectivamente, en el poder.

En cualquier caso, no parece que la nueva administración vaya a acometer las reformas estructurales profundas que Colombia necesita desde hace décadas, empezando por una verdadera reforma agraria y una plan de infraestructuras que reconecte un país gravemente fragmentado, donde el Estado sigue ausente de demasiados territorios.

Pero si Duque hace caso al ala derecha radical que encarna Uribe, o si Petro cede a la tentación de un izquierdismo extemporáneo y trasnochado, el país habrá perdido una oportunidad histórica para alcanzar esa modernidad que tanto se le resiste y para alejar definitivamente el atraso donde anida desde siempre la violencia.

Se vienen 4 años de importantes desafíos para el país. Colombia, a pesar de que acaba de ingresar en el club de los países desarrollados de la OCDE, sigue siendo uno de los países más desiguales del mundo y arrastra todavía altos índices de violencia (24,4 homicidios por 100.000 habitantes), incluyendo las acciones de las bandas criminales y el asesinato sistemático de numerosísimos líderes sociales, en un escenario donde el posconflicto es aún muy frágil porque no ha tomado total consistencia.

Pero ese poder tradicionalmente hegemónico del establishment, que defiende los intereses de sus élites políticas y económicas, se ha visto por primera vez interpelado desde posiciones de izquierda, que le reclaman un giro social y un gobierno para todos los colombianos, y no para los vencedores frente a los vencidos. Hará bien el presidente Duque en escuchar a todo el país con atención y no sólo a "los suyos."

Finalmente, podemos aventurar que, si Duque y Petro juegan bien las cartas en esta legislatura, la consolidación definitiva de la paz tras más de 50 años de enfrentamiento armado, y el establecimiento por primera vez de un eje derecha-izquierda en Colombia puede resultar en la consolidación de una democracia liberal plenamente funcional, cuya fortaleza, más allá de la separación estricta de poderes, está en la posibilidad de una alternancia real en el poder, y no en un simple recambio.

Afortunadamente,hoy hay muchos ciudadanos que saben que, después de estas apasionadas elecciones, en Colombia la política nunca será la misma.



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