Entrevista
octubre 2017

Ciudades inteligentes: entre la tecnología y la sostenibilidad

Entrevista a Cristina Bueti

¿Es posible tener espacios urbanos más sostenibles gracias al uso de la tecnología? Cristina Bueti, especialista de la Unión Internacional de Comunicaciones, explica en qué consisten las ciudades inteligentes y exhibe las razones por las que serán imprescindibles en el futuro.

<p>Ciudades inteligentes: entre la tecnología y la sostenibilidad</p>  Entrevista a Cristina Bueti

Actualmente se habla mucho de las ciudades inteligentes y sostenibles, pero hasta hace unos años el concepto parecía parte de la literatura de ciencia ficción. ¿Qué son exactamente estas ciudades?

Tanto la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT) como diversos organismos de las Naciones Unidas han desarrollado una definición de lo que significan las ciudades inteligentes y sostenibles. La idea fundamental es que se trata de espacios basados en la eficiencia y el bienestar que utilizan la tecnología como una herramienta fundamental para mejorar las condiciones de vida de la ciudadanía. En este tipo de ciudades se establece una relación interactiva entre los ciudadanos. Se trata de que las ciudades promuevan formas cooperativas novedosas y de que el espacio se encuentre comunicado y supervisado de forma eficiente. En las ciudades inteligentes y sostenibles es central compartir los bienes y los servicios, así como prestar particular atención a las políticas ambientales.

¿Pero cuál es la base de las ciudades inteligentes? ¿Su fundamento último es la tecnología o es la sostenibilidad?

La tecnología debe ser entendida como una herramienta. Por eso siempre debemos recalcar que una ciudad inteligente debe ser una ciudad sustentable y no solo tecnológica. Esta concepción, que anteriormente no era vista como una prioridad, está avanzando. Cuestiones centrales como el tema de la basura (que no se diferenciaba de ninguna manera) ha pasado, por ejemplo, a ser un eje central. Debo decirle que todas estas temáticas están cambiando el esquema de prioridades de los administradores públicos. Hoy, la promoción de tecnologías apunta a mejorar la calidad de vida de los ciudadanos pero sin estar reñida con los criterios de sustentabilidad urbana. Es cierto que hasta hace un tiempo, solía tenerse una concepción meramente tecnológica de la ciudad inteligente. Básicamente se creía que todos los problemas podían ser solucionados a través de la tecnología pero sin tener en cuenta otros factores. Esto no es así. La tecnología es solo una herramienta pero el verdadero centro es el ciudadano. Evidentemente, las nuevas tecnologías nos permitirán mejorar muchas cosas pero debemos realizar consideraciones desde un punto de vista ético. Primero que nada, hay que pensar en el reemplazo de algunos tipos de trabajos que podrían verse afectados por esta tecnología. Esto supone un problema social dado que esas personas se verán fuera del esquema laboral. Por lo tanto, mejoramos la calidad de la producción y aceleramos una cuarta revolución industrial que afectará positivamente a las ciudades, pero al mismo tiempo se provoca un conflicto ya que muchos ciudadanos se verán afectados por el proceso.

El contexto que describe entraña serios desafíos. ¿Cómo puede ayudar una ciudad inteligente al bienestar social en este marco?

Bueno, en esta cuestión debe haber una conciencia por parte de los administradores públicos. En diversas ciudades se ha puesto como prioridad el desarrollo de sistemas de transporte con alta tecnología, lo que permite mejorar las condiciones de los pasajeros y de los ciudadanos que utilizan estos servicios para trabajar. Esto redunda en la calidad de vida. Los llamados «sistemas de transporte inteligente» que funcionan en distintos países de la Unión Europea pero también en países de América Latina como México y Colombia, contribuyen incluso a mejorar la situación ambiental de las ciudades.

En otro orden de cosas, también hay ciudades en las que se han puesto en marcha mecanismos de seguridad con cámaras para evitar situaciones de criminalidad y acoso. Las mujeres, por ejemplo, estamos muy expuestas a peligros callejeros y este es uno de los desafíos de las ciudades inteligentes.

En torno a esta última cuestión, que se vincula a la vulnerabilidad de las mujeres en estas sociedades machistas y patriarcales y también a los problemas de seguridad vinculados al crimen, también puede presentarse una visión alternativa. ¿No corremos el riesgo de vivir en sociedades de control a partir de un uso masivo de ese tipo de tecnologías de vigilancia?

Efectivamente creo que el peligro del «Gran Hermano» siempre está. Pero no tenemos que olvidarnos que somos los mismos ciudadanos que tenemos Facebook y Twitter. El ciudadano solo aprieta ok. Acepta las condiciones. ¿Nos preguntamos realmente que pasa con nuestra información en Facebook o WhatsApp? El problema, por tanto, también reside en nosotros. Creo que los riesgos siempre existen, pero para evitarlos es necesario el compromiso de una ciudadanía activa y una educación tanto sobre los derechos como sobre las tecnologías. Evidentemente, aquí también tienen una responsabilidad importante los actores políticos. Deben entender que ninguno de nosotros quiere vivir en una sociedad como la que retrataba George Orwell en su novela 1984.

Más allá de ese punto hay, sin embargo, otro planteo crítico que suele hacerse sobre las ciudades inteligentes. Es el que refiere a que estas ciudades pueden ser presas de los mecanismos del mercado dado que las tecnologías son realizadas por empresas privadas cuya vocación última es el lucro. ¿Puede que la morfología y el sentido de las ciudades se modifique más por las apetencias mercantiles que por la voluntad de los ciudadanos?

Creo que en esto hay que hacer un planteo importante. Hay ciudades que empezaron el camino a ser más inteligentes –y que por tanto se comprometieron a realizar proyectos con algunas compañías— pero no pensaron estrictamente en las necesidades de los ciudadanos. Sin embargo, casi todas las que hicieron ese camino, corrigieron el rumbo. Hoy por hoy, es muy raro que las ciudades se comprometan en proyectos que son muy grandes. Suelen preferir proyectos más pequeños y focalizados para resolver un problema concreto.

Es decir que desarrollan algo específico para un problema específico.

Exactamente. Y hay que recalcar que siempre a la hora de desarrollar proyectos dentro de una ciudad para hacer de ella un espacio más inteligente se debe tener en cuenta una visión holística. El deber de los administradores públicos es favorecer una estrategia que conjugue los diferentes problemas y deseos de los ciudadanos en soluciones diversas.

¿En qué ciudades se desarrollan procesos de este tipo?

Puedo poner dos ejemplos que son extremos. El primero es el de Dubái, una ciudad en la que todo nos parece que es simple porque tienen dinero y porque está recién construida. Sin embargo, pensar de ese modo constituye un error. Recién ahora, por ejemplo, están desarrollando y construyendo edificios «energéticamente sustentables» muy diferentes a los que tenían previamente. Por otro lado, los indicadores técnicos de la UIT mostraron que en Dubái había un mal manejo del agua. La ciudad, sin embargo, tenía en marcha proyectos para cuestiones mucho menos importantes como la utilización de «monedas electrónicas» para las transacciones financieras. Al exhibirles los indicadores, la prioridad cambió y se volcaron los esfuerzos hacia la cuestión del agua.

El otro ejemplo es el de Manizales, un municipio colombiano que tiene un historial geopolítico muy difícil. Allí se están produciendo avances muy importantes a partir de la aplicación de tecnologías a algunos aspectos claves de la ciudad. Solo por mencionar un proyecto, en Manizales se aplica un sistema de señalización de tránsito inteligente y digitalizado que evita accidentes. Esta ciudad está logrando mejorar la vida de los ciudadanos con nuevas tecnologías y los ciudadanos lo reconocen.

Hay algo que tiene que estar claro. No hay diez políticas que tienen que aplicar todas las ciudades para convertirse en inteligentes y sostenibles. Cada ciudad precisa sus propias políticas y sus propios desarrollos de acuerdo con sus problemas y sus desafíos.

Las ciudades de América Latina están muy fracturadas socialmente y ello se traduce también en una fractura urbana. Por lo general, los sectores ricos se asientan en una parte determinada de la ciudad y los pobres en otra. ¿Cómo puede concebirse una política que tienda eliminar esas diferencias a través de las ciudades inteligentes y sostenibles?

Creo que en esto hay algo relevante. Es la administración pública la que debe definir prioridades en función de las necesidades ciudadanas. Y, para ello, esa misma administración debe tener en cuenta la relación de la ciudad con otras zonas del país. En el actual contexto se está produciendo una migración de los sectores rurales a las ciudades lo cual también genera un aumento de ese proceso de fractura. El crecimiento de las megaciudades responde a este fenómeno. El problema es que las urbes no estaban planeadas ni concebidas para tanta gente. Esto se produce por una falta de acciones concretas debido a que se piensa solo en términos de ciudad y no en términos de comunidad.

¿Y cómo sería un enfoque comunitario?

Dado que cada comunidad y cada región es diferente, se requieren sistemas de estrategias diversas. Lo fundamental es comprender que no se trata de resolver las necesidades de cada sitio de modo aislado. Hay que pensar el espacio en su conjunto. Por eso el concepto de ciudades inteligentes y sostenibles debe ser aplicado también a las comunidades rurales. Es importante recrear un ambiente en el que el ciudadano no esté obligado a moverse. La idea debe ser la de favorecer los ambientes y los lazos sociales ya establecidos para que si las personas deciden moverse a una ciudad, lo hagan por deseo y no por obligación. Esto, evidentemente, implica una decisión política.


Cristina Bueti es asesora sobre ciudades y comunidades inteligentes en la Oficina de Normalización de la Unión Internacional de Telecomunicaciones. Se graduó de la Facultad de Ciencias Políticas, Derecho, Cooperación Internacional y Desarrollo de la Universidad de Florencia, donde realizó estudios de postgrado en Cooperación Internacional y Derecho de las Telecomunicaciones en Europa.



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