Coyuntura
NUSO Nº 258 / Julio - Agosto 2015

Argentina: del bipartidismo a la «democracia peronista»

Luego de la crisis de 2001 se popularizó en Argentina la tesis de la «disolución del sistema de partidos». No obstante, mediante el análisis de datos electorales, puede demostrarse que la respuesta del sistema de partidos argentino a la crisis fue asimétrica: mientras que el campo no peronista nunca pudo recuperarse del impacto, el peronismo no solo se recuperó, sino que hoy aparece como hegemónico en la política nacional. Las elecciones presidenciales de 2015 parecen confirmar esta especial capacidad de sobrevida y vuelven a colocar a la fuerza fundada por Juan Perón como una de las grandes favoritas.

Argentina: del bipartidismo  a la «democracia peronista»

La democracia argentina tiene ya más de 30 años de edad (si fuera una ciudadana, no solo estaría habilitada para votar, sino que ya podría ser, por ejemplo, candidata a senadora según la legislación nacional). A los argentinos que nacimos a la conciencia política en los años de la transición, esta fecha no puede sino emocionarnos: no faltaron momentos en los que alcanzar semejante hito parecía imposible. Pero la que fuera en 1983 una joven y dubitativa democracia ha probado ser más resiliente de lo que muchos pensaban en los años de la «primavera» alfonsinista: ha persistido a pesar de tres episodios de insubordinación militar, varias crisis económicas graves, un número incontable de graves conflictos sociales y una crisis política en 2002 que se llevó a cinco presidentes en dos semanas. Hace 30 años, hubiéramos pensado que vivir en un régimen democrático con elecciones limpias y libres y sin amenazas autoritarias era un logro en sí mismo; hoy, sin embargo, sabemos que estos criterios minimalistas no son suficientes y que podemos aspirar no solo a una democracia, sino a una democracia de buena calidad1. La sola resiliencia democrática no es poco; pero aun así, tenemos derecho a esperar más de la democracia.

¿Qué clase de democracia tiene Argentina hoy? No existe consenso: ha sido caracterizada como delegativa2, populista3, hiperpresidencialista4, y la lista puede seguir. La perspectiva de este artículo es más simple y no aspira a encontrar un único adjetivo que describa la totalidad de la práctica democrática nacional desde un ángulo normativo. Emplearemos aquí un enfoque más modesto e inductivo. Sean cuales fueren sus falencias, los analistas coinciden en que las elecciones argentinas han sido aceptablemente limpias, libres y representativas, con una tasa de participación electoral que supera rutinariamente el 70%. Partiendo de esa base, lo que sigue es un ejercicio estrictamente empírico que se centrará en el análisis de los datos de elecciones nacionales que son de acceso universal. Con esta perspectiva, la respuesta a la pregunta «¿qué tipo de democracia tiene la Argentina?» es simple: si miramos los números electorales agregados en el nivel nacional, la democracia argentina es, ante todo, una democracia peronista.

La crisis de los partidos… ¿la crisis de los partidos?

Un contraargumento posible es que la democracia argentina no puede ser peronista porque en nuestro país los partidos están en crisis y, mientras la democracia parece fortalecerse en el tiempo, sus partidos políticos se debilitan. Tal crisis en relación con los partidos fue la vedette analítica entre 2001 y 20025; sin embargo, y habiendo ya transcurrido diez años de ese momento, podemos ver que la tan mentada «crisis de representación»6 no afectó ni afecta a todo el sistema de partidos, sino solo a la mitad no peronista del espectro. La mitad peronista no solo no está en crisis, sino que, en cuanto a cantidad de votos, le va mejor que nunca. Veamos los datos. En 1983 Argentina reingresó en la vida democrática con un sistema casi perfectamente bipartidista, dominado por la Unión Cívica Radical (ucr) y el Partido Justicialista (pj, peronista).

En la elección de 1983 compitieron los dos partidos tradicionales de Argentina (pj y ucr), más una tercera fuerza, el Partido Intransigente (pi, nacionalista de izquierda). El claro –aunque para algunos inesperado– ganador de esas elecciones fue el radical Raúl Alfonsín, del ala «socialdemocratizada» de su partido, con más de 50% de los votos. El peronismo, aunque fue derrotado, obtuvo sin embargo un robusto 40,61% de los votos para presidente. Todas las otras fórmulas combinadas consiguieron algo menos de 9%. La Cámara de Diputados resultante de esas elecciones quedó dividida en una clara mayoría y una clara minoría, más un puñado de parlamentarios de los partidos minoritarios (en ese entonces, los senadores eran elegidos por las legislaturas provinciales y no por voto directo).

La naturaleza bipartidista del sistema político argentino parecía tan fuerte que resistió inclusive los efectos de la hiperinflación de 1989. La insatisfacción con la incapacidad del gobierno de Alfonsín para resolver la crisis económica se tradujo en su renuncia y en elecciones anticipadas, pero aun en plena crisis el radicalismo pudo conservar una buena porción de los votos: Eduardo Angeloz, del ala derecha del partido, obtuvo 37% de los sufragios, mientras el peronista Carlos Menem ganaba las elecciones con 47%. La situación no parecía catastrófica para la ucr y los analistas podían esperar que, luego de cierto tiempo, el más antiguo partido argentino, fundado en 1891, pudiera renovarse y renacer de sus cenizas, como ya lo había hecho en otros momentos de su larga historia. Sin embargo, los datos electorales nos muestran que el sistema de partidos argentino cambió de forma más duradera en la década de 1990. El quiebre del bipartidismo se produjo en 1995. En la elección presidencial de ese año, la ucr obtuvo menos votos que en el crítico 1989, cuando se votó durante una crisis hiperinflacionaria. Claramente, la decisión de Alfonsín de ser cofirmante de la propuesta de reforma constitucional de Menem en 1994 (mediante el denominado «Pacto de Olivos») tuvo efectos catastróficos sobre el atractivo electoral del centenario partido. Un nuevo agrupamiento de centroizquierda, el Frente País Solidario (Frepaso) fue el segundo más votado en 1995, con casi 30% de los sufragios. Es decir, su buena performance puede explicarse casi completamente por los votos perdidos por la ucr más los eventuales votantes del pi y algunos peronistas desencantados (uno de los principales líderes del Frepaso, Carlos «Chacho» Álvarez, abandonó el peronismo en los años 90 en oposición al giro neoliberal del partido fundado por Juan Perón). A partir de esta elección, la ucr ya no podría nunca más ganar una elección presidencial sin aliados.

Así comenzó la no tan larga agonía de la Argentina bipartidista. En 1999 fue posible engañarse con respecto a este final, dado que Fernando de la Rúa, un candidato radical, derrotó al peronista Eduardo Duhalde. Pero aun así la ucr nunca recuperó su preeminencia. Para comenzar, quien ganó las elecciones no fue la ucr, sino una coalición entre la ucr y el Frepaso denominada Alianza por el Trabajo, la Justicia y la Educación. Pero la Alianza demostró ser extremadamente frágil. Una vez en el gobierno, creó una compleja estructura de capas partidarias para el reparto de las oficinas del Estado entre los dos partidos (si el mando de un ministerio era «dado» a un miembro de un partido, sus secretarios de Estado eran del otro, y así sucesivamente), y de esta forma, la estructura burocrática resultante nunca pudo funcionar de manera unificada. Finalmente, la mayor muestra de la fragilidad de la coalición fue el conflicto entre el presidente De la Rúa y el vicepresidente «Chacho» Álvarez, que precipitó el fin de la Alianza (y poco después, del gobierno).

La renuncia anticipada de De la Rúa y la profunda crisis socioeconómica que la enmarcó tuvieron un impacto enorme en el sistema de partidos. El Zeitgest dominante se resumía en la frase «que se vayan todos»: cinco presidentes se sucedieron en el tiempo récord de quince días. En la elección presidencial de 2003 compitió un número inusitado de siete aspirantes a la Presidencia. Tres de los candidatos provenían del peronismo (Carlos Menem, Néstor Kirchner y Adolfo Rodríguez Saá) y tres tenían origen en la ucr (Leopoldo Moreau, que compitió con la clásica Lista 3 radical, Elisa Carrió –en ese entonces de centroizquierda– y Ricardo López Murphy –centroderecha–). El candidato que obtuvo más votos fue Menem, con 24%, a pesar de lo cual el ex-presidente decidió no participar en la segunda ronda electoral dado que las encuestas lo daban seguro perdedor por amplia diferencia. La ucr obtuvo solamente 2,35%, su menor cosecha desde 1983… y los tres postulantes peronistas sumaron casi 60%. El eventual triunfador, el peronista Néstor Kirchner, gobernador de la patagónica provincia de Santa Cruz, ganó por fuera del justicialismo oficial, usando un nombre partidario de fantasía: Frente para la Victoria (fpv). Es cierto: en la elección de 2003 se fragmentaron todos los partidos políticos y tenía sentido hablar de una «crisis de representación». Y también es verdad que el sistema de partidos argentinos nunca recuperó su estructura bipartidista. Pero el campo peronista logró rearticularse rápidamente, lo que no fue el caso del espacio no peronista.

En las elecciones de 2005, el kirchnerismo compitió con éxito contra el duhaldismo en su propio terreno, la provincia de Buenos Aires, lo derrotó y luego hegemonizó al peronismo. Se trató de un enfrentamiento intraperonista entre Kirchner y su propio «padrino» político, Eduardo Duhalde, quien desde la Presidencia lo había bendecido como candidato en 2002. Y en esa batalla por el control del peronismo se edificó el poder kirchnerista.

Ya en 2007 el pj se presentó a las elecciones unificado detrás de la candidatura de Cristina Fernández de Kirchner7 y ganó con 45% de los votos (en primera vuelta). Sin embargo, el espectro no peronista continuó dividido entre la candidatura de la ucr (16,91%) y la de Elisa Carrió (ex-radical, con 23%), quien resultó la segunda más votada. En 2009, el fpv presentó otra vez una lista unificada (si bien en algunos distritos sumó listas «colectoras»8) y una vez más la oposición se presentó dividida en varias listas. En 2011 el voto peronista se encolumnó casi totalmente detrás de la candidatura de Fernández de Kirchner, quien ganó la elección con un récord de 54% (en esos comicios, compitieron dos peronistas disidentes antikirchneristas que no tuvieron gran éxito: Alberto Rodríguez Saá logró un módico 7,9% y Eduardo Duhalde, 5%). La ucr obtuvo 12% y el Frente Amplio Progresista (fap, hegemonizado por el Partido Socialista), 16,81%. El porcentaje de Elisa Carrió se desplomó a 1,84%.

La tesis acerca de la crisis del sistema político argentino debe ser entonces revisada. No es correcto hablar de una «crisis del sistema» sino, en todo caso, de una crisis de la mitad no peronista del sistema. Lo que está en crisis no es la totalidad, sino las identidades políticas que se identifican con el no peronismo9. A pesar de la debilidad de su institucionalización partidaria (o tal vez a causa de ella misma), el peronismo es capaz de generar patrones bastante estables de prácticas políticas; como veremos, sin depender solamente de los mecanismos partidarios para generar representación y autoridad política.

Pero… ¿qué es el peronismo?

Si no es estrictamente un partido político, se preguntará el lector, ¿qué es el peronismo? El peronismo no es solo un partido porque es más que un partido. Es una desorganización organizada10 o un partido-máquina populista11 que ha demostrado una sorprendente perdurabilidad y productividad política. Es una identidad política hegemónica13 y también una cultura política. Y también, sin duda, es otras cosas más. Discutiré, de manera bastante dogmática dada la extensión del artículo, cuatro de sus características que son, a mi juicio, de especial importancia.

Primero, como sostiene María Victoria Murillo, «peronismo es ganar»14. No señalo esto cínica o derogatoriamente; no me refiero aquí a que el peronismo no tenga ideología, o sea solo una manera de ascender al poder para políticos oportunistas, o que gane elecciones en virtud del clientelismo y la manipulación. Las tres cosas son falsas: el peronismo tiene ideología15, ha sobrevivido a periodos prolongados de proscripción y persecución16, y se ha mantenido vivo como identidad política aun cuando no gobierna y no tiene recursos para distribuir clientelarmente17. Cuando digo «peronismo es ganar» me refiero a que el peronismo es la única identidad política en el país que asume de manera plena el carácter extremadamente competitivo del mercado electoral argentino y que, por lo tanto, entiende que la ideología, la coherencia y la trayectoria biográfica de sus dirigentes son secundarias en relación con su capacidad de ganar elecciones.

Para el peronismo, no importa quién sea o de dónde venga: quien tiene los votos se gana el derecho de llamarse peronista y competir con otros peronistas; inversamente, si no se cuenta con los votos, aunque se trate de un prócer partidario o de un ex-presidente, el candidato pasa automáticamente a ser amenazado por los nuevos competidores (para confirmarlo, están los casos de Antonio Cafiero, Carlos Menem o Eduardo Duhalde). La competencia por los votos es el primer y único vector de legitimación; como dicen que dijo Perón, «Para un peronista, lo único peor que la traición es el llano» (es decir, la pérdida del poder). Es común leer en la prensa argentina críticas hacia la orientación peronista a la victoria. Sin embargo, hay que señalar que esta «orientación a ganar» hace que el peronismo sea la única identidad política del país en la que existe un único principio de legibilidad partidaria, es decir, los votos, o como se dice coloquialmente, «cuánto medís». Esto es una gran ventaja por sobre los demás partidos, que tienen grandes problemas para reemplazar a sus líderes (a pesar de que estos acumulen malos resultados electorales) cuando estos son figuras de prestigio, o no pueden realizar alianzas con otros partidos porque ninguno de sus referentes está dispuesto a deponer sus ambiciones personales y a aceptar que el otro o la otra «mide más».

Segundo, el peronismo es popular. Es la única identidad política argentina que, en términos de Pierre Ostiguy, no duda en «hacer ostentación antagonista de lo bajo, lo vulgar, lo indebido» en política18. En un país en el que todos los demás partidos políticos se precian de presentarse como educados, civilizados y de clase media, la autopresentación de los candidatos peronistas (siempre dispuestos a comer un choripán en público, a salir en las fotos con las celebridades más pulposas del día y a jugar fútbol o bailar en público) les permite establecer lazos culturales y emocionales con sectores populares que, además de estar politizados y ejercer su voto, se sienten culturalmente excluidos por los circuitos delimitados por las «esferas públicas del gusto» de clase media demarcados por la prensa y los formadores de opinión metropolitanos.

En tercer lugar, como bien lo describió Steven Levitsky, el peronismo está enraizado en las comunidades. El peronismo es «cercano» a la sociedad, como diría Ernesto Calvo19. Mientras que la ucr tiene, por historia, presencia en las universidades pero no en los sindicatos, y la izquierda tiene algunos sindicatos pero poca organización territorial, el peronismo es el único movimiento político que cuenta con presencia en todas las arenas de la vida social: tiene organizaciones en los barrios, tiene bancadas en el Congreso, tiene agrupaciones universitarias, tiene sindicatos, tiene organizaciones de jóvenes. Estas agrupaciones y corrientes son proteicas y descentralizadas y pueden entrar en tremendos conflictos entre sí, pero existen. O, como dijo Alfredo Pucciarelli en una entrevista reciente, «hay una vitalidad en el trabajo político que no es ideológica sino política y supone que hay antenitas que van captando demandas»20. Este carácter enraizado del peronismo le permite canalizar demandas desde abajo hacia arriba: es decir, el peronismo genera permanentemente representación.

Y cuarto y último, el peronismo es vertical (y verticalista). El peronismo está enraizado y desorganizado, pero no descentralizado. Al mismo tiempo que cultural y organizativamente multiforme, el peronismo es un partido-máquina liderado siempre desde un centro cuyo lema máximo es «El que gana gobierna, el que pierde acompaña». Este verticalismo permite que, por ejemplo, los mismos diputados y senadores que votaron a favor de la privatización de la petrolera estatal Yacimientos Petrolíferos Fiscales (ypf) en los años 90 lo hagan con el mismo entusiasmo por su reestatización en 2012. En las palabras de Andrés Malamud, «el peronismo es una imprecisión que es precisada por su liderazgo». Pero cuidado: este verticalismo se mantiene en tanto el (o la) líder cuente con los votos: para seguir citando frases de la liturgia anónima peronista, «El peronismo te acompaña hasta la puerta del cementerio, no más allá».

La permanencia en el tiempo de estos cuatro principios operativos (que más que una ideología forman un habitus, en el sentido que da Pierre Bourdieu al término), sumada a la fragmentación de los partidos opositores, que o son verticalistas o son enraizados pero nunca las dos cosas al mismo tiempo, han generado que el peronismo no solo no haya disminuido, sino que haya aumentado su cuota del mercado electoral de 2003 a la fecha. En las elecciones de 2011, si se suman los votos del fpv con los de los demás candidatos que se autopresentaban como peronistas (Alberto Rodríguez Saá y Duhalde), se encuentra que casi 70% de los votantes optó por un postulante peronista. En cambio, si sumamos el 12% de la ucr con el casi 17% del socialista Hermes Binner y el 2% de Elisa Carrió, aún estamos lejos de reconstruir el bloque no peronista de la vieja época del bipartidismo.

El crecimiento del market-share del peronismo se hizo más llamativo todavía en las elecciones legislativas de 2013. Es fácil ver esto solo a partir del dato de que el fpv perdió en la provincia de Buenos Aires (no así en la elección nacional) a manos de la nueva fuerza de Sergio Massa, quien se había desempeñado como jefe del Gabinete de Ministros kirchnerista (es decir, es un peronista disidente). El sorprendente dato es que la competencia entre peronistas que fungen, según la circunstancia, como oficialistas u opositores no solo no disminuye las chances electorales del peronismo, sino que parece aumentarlas.

Si miramos los resultados de la última elección en la provincia de Buenos Aires (el mayor distrito electoral del país y la «madre de todas las batallas») y sumamos otra vez los guarismos de todos los candidatos que se autorreferencian en el gelatinoso archipiélago de la identidad peronista, los resultados pueden parecer confusos. El fpv, el Frente Renovador, Unidos por la Libertad y el Trabajo (de Francisco de Narváez) y Unión con Fe (de Gerónimo Venegas) obtuvieron un inaudito 83% de los votos. La competencia interna en el peronismo no se correlaciona con desencanto o pérdida de votos, sino con un aumento del interés social.

Todo lo dicho hasta ahora no significa que el peronismo no pueda perder elecciones: las ha perdido antes y seguramente las perderá en el futuro. Lo que significa es que el peronismo ocupa la centralidad del espacio político y que el resto de los partidos juega un rol reactivo. Ellos llenan los espacios que deja vacantes el movimiento del peronismo y desarrollan sus propias identidades en reacción frente a él.


Las razones de esta preeminencia, como ya señalé, no son la manipulación autoritaria de las instituciones políticas, ni el clientelismo, ni el personalismo, ni el hiperpresidencialismo (lo cual, por supuesto, no significa que todo esto no exista). La razón principal es la naturaleza del peronismo, que no es un partido político sino un sistema organizativo no completamente cerrado, cuya razón de ser es la creación constante de representación política, en formas múltiples, cambiantes y solapadas. Este sistema incluye cuatro elementos: las redes territoriales de los gobernadores e intendentes (alcaldes), el movimiento sindical, los movimientos y agrupaciones sociales, y las estructuras de la intelligentsia tecnoburocrática, expresadas, por ejemplo, en la figura de «cuadros» de larga trayectoria (como por ejemplo Miguel Ángel Pichetto, actual senador por la provincia de Río Negro y jefe del bloque de senadores del fpv).

Cada una de las partes de este sistema crea lazos representativos de diferentes tipos (linkages) con porciones concretas de la sociedad. Algunos de esto lazos se institucionalizan en el pj, otros en los sindicatos, otros en las redes informales de líderes territoriales y «punteros» de barrio. La clave es que no se trata de un sistema cerrado. Primero, porque existe un alto grado de competencia entre sus elementos y surgen continuamente nuevas formas de representación; segundo, porque quien lo «sutura» y le da una dirección en cada momento histórico determinado es el liderazgo personal del jefe, típicamente, el titular del Poder Ejecutivo. El hecho de que el peronismo sea un sistema generador de representación, que incluye al partido pero es más amplio que este, produce dos fortalezas. La primera es asegurar que el peronismo está creando continuamente múltiples y cambiantes lazos de representación; la segunda es el rol claro que le otorga al líder, única entidad autorizada para conducir los conflictos entre los elementos y darles identidad ideológica.

Pero cuidado, porque todo esto crea también dos desventajas. La primera es la turbulenta vida interna del peronismo, un movimiento siempre a punto de caer en el faccionalismo (por suerte, parece haber aprendido desde 1983 hasta aquí a no procesar sus conflictos internos mediante la violencia como ocurriera en los años 70). La segunda es el ser excesivamente sensible a las demandas sociales y a los climas de época: como dice Puciarelli en la entrevista antes citada, «la capacidad de procesar demandas del peronismo es su mayor elogio y su condena». Así, el peronismo será el más neoliberal de los neoliberales o el más estatista de los estatistas, según sienta que «se lo pide» la sociedad.

Finalmente, el núcleo del argumento que de aquí se sigue es que el adversario real de cada peronista se crea dentro del propio movimiento y generalmente es alguien cercano al líder saliente, que decidió interpretar el nuevo «clima de época». Así como el verdadero adversario de Menem fue primero su propio vicepresidente, Duhalde, y luego el gobernador también peronista Néstor Kirchner, y el kirchnerismo vive hoy la doble amenaza del ex-vicepresidente y gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, y de Massa –como mencionamos, ex-jefe de Gabinete de Kirchner–, que a su vez compiten entre sí. Una vez más, la verdadera competencia para un peronista es otro peronista, ya sea que este elija ir «por fuera» (como Massa) o «por adentro», como Scioli. Y al votante peronista parece gustarle esta hipercompetitividad. Por caso, todas las encuestas tienen como el candidato mejor posicionado a un oficialista sui géneris como Scioli, quien ha acompañado pero también se ha diferenciado mucho de la gestión de la actual presidenta. No obstante, pese a la desconfianza del kirchnerismo «puro», finalmente la presidenta apoyó la candidatura de Scioli en detrimento del ministro del Interior y Transporte Florencio Randazzo. Y de este modo, solo habrá un candidato justicialista en las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (paso)21 implementadas en la era kirchnerista.

Dada la desconfianza hacia su propio candidato, la mandataria colocó como postulante a la vicepresidencia a Carlos Zannini –quien la acompaña en su círculo íntimo desde la década de 1980, además de incluir como candidatos al Parlamento a varios integrantes de La Cámpora, su agrupación juvenil. Mientras el kirchnerismo progresista sospecha de la escasa «lealtad» del ex-corredor de lanchas, que llegó a la política en los años 90 de la mano de Carlos Menem y hace del no conflicto su eje discursivo, la oposición lo acusa de «someterse» de manera humillante a los designios de la jefa del Estado.

Novedades: las paso y el liderazgo de Mauricio Macri

Lo que resta de 2015 ofrecerá un serio desafío a la «organización desorganizada» peronista. Hasta fin de este año, el peronismo deberá procesar el final de uno de los ciclos más largos de hegemonía personal (en este caso matrimonial) del movimiento, el kirchnerista (que, con 12 años de gobierno, ha superado los diez años de Carlos Menem). Como en 1999, el peronismo se enfrentará al desafío de elegir un sucesor para el líder que agotó sus dos periodos constitucionales consecutivos de gobierno, en este caso, Cristina Fernández. Como ya señalé, así como el peronismo puede «verticalizarse» sin problema tanto para privatizar como para nacionalizar, históricamente ha tenido grandes dificultades para procesar la transición de un liderazgo a otro. Sin necesidad de remontarse hasta la violencia interna de la década de 1970, basta recordar las ramificaciones que tuvo el enfrentamiento entre Menem y Duhalde en los tres últimos años del gobierno del primero, que van desde supuestos intentos de implicar a la Policía de la Provincia de Buenos Aires en el atentado contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (amia) en 1994 hasta el asesinato del reportero gráfico José Luis Cabezas en 1997.

Hoy debemos reconocer que, tras un «fin de ciclo» lleno de vicisitudes, Fernández de Kirchner es la presidenta que acaba su mandato con más poder entre quienes ocuparon la Casa Rosada en la era democrática y tiene capacidad para condicionar a su posible sucesor (lo que no fue habitual en el peronismo). Habrá que ver, empero, hasta qué punto la actual mandataria podrá conservar su liderazgo una vez fuera del poder. Scioli, a quien muchos alentaban a despegarse definitivamente del gobierno, no lo hizo, y Massa ha perdido gran parte de su apoyo territorial (o nunca pudo construirlo; en contra de las expectativas tempranas, Massa no pudo reclutar ni un solo gobernador del pj) en los dos años que pasaron desde su victoria en las legislativas de 2013 en la estratégica provincia de Buenos Aires. Los gobernadores del pj-fpv se mantuvieron dentro del oficialismo.

Por otra parte, otro dato novedoso es la figura de Mauricio Macri, quien se está consolidando progresivamente como el principal retador del peronismo –dado el derrumbe de la fuerza de Massa– con su partido Propuesta Republicana (pro). Macri representa algo nuevo por dos razones. Para comenzar, no es peronista pero tampoco aparece como antiperonista; por otro lado, Macri no es radical pero está absorbiendo lentamente ese voto. De hecho, competirá con el postulante radical, Ernesto Sanz, en el mismo espacio, que incluye también a Carrió: Cambiemos.

Macri no es peronista, pero su identidad política no está construida a partir del gran principio articulador del antiperonismo de 1945 en adelante: el rechazo discursivo y hasta estilístico del populismo. Macri no ha dudado en incorporar a ex-peronistas a su gobierno en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, presidió el popular club de fútbol Boca Juniors, va a los programas «pop» de televisión, aparece en revistas del corazón y ha basado sus ofertas electorales provinciales en comediantes, deportistas, modelos y hasta un chef (Miguel Del Sel en Santa Fe, Carlos «Colorado» McAllister en La Pampa, Tommy Dunster y Martiniano Molina en Quilmes son algunos de ellos). Es decir, Macri también busca conectar con lo popular de maneras a las que, históricamente, la oposición radical se ha negado.

Por otra parte, Macri y pro están captando un flujo continuo de intendentes, concejales y figuras radicales de segunda y tercera línea en las provincias argentinas. En Neuquén, en Tierra del Fuego, en Río Negro, en Chubut y en la provincia de Buenos Aires hay casos de jóvenes dirigentes antes radicales que pasaron a pro tentados no solo por cuestiones electorales inmediatas, sino (aventuro) por el perfil más fresco, más juvenil, más empresarial, más amigo de «los exitosos del mercado» que expresa hoy pro. De consolidarse este éxodo, tal vez pro22 reemplace definitivamente, desde la centroderecha, a la ucr como la principal opción opositora en Argentina, y tal vez esto rearme la mitad no peronista del sistema de partidos.

Finalmente, estos dos modelos se enfrentarán en las urnas: la maleable pero vertical organización desorganizada peronista, veterana de mil batallas, y el nuevo retador: el pro de Mauricio Macri. Este partido tiene un candidato con buena aceptación social, muchos recursos económicos, la bendición de los principales medios de comunicación y la colaboración del ecuatoriano Jaime Durán Barba, uno de los mejores estrategas políticos del país. Pero el peronismo no solo tiene también una figura líder carismática y con llegada popular en Cristina Fernández de Kirchner, sino algo mucho más valioso: un principio operativo internalizado por todos los actores, del más grande al más pequeño: «peronismo es ganar». Cualquier apuesta a su derrota fácil será aventurada.

  • 1.

    Guillermo O’Donnell, Osvaldo Iazzetta y Hugo Quiroga: Democracia delegativa, Prometeo, Buenos Aires, 2011.

  • 2.

    Ibíd.

  • 3.

    Ernesto Laclau: La razón populista, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2005.

  • 4.

    Alberto Castells: «La institución presidencial en el sistema político argentino» en Revista Electrónica del Instituto de Investigaciones Ambrosio L. Gioja año vi No 9, 2012.

  • 5.

    Juan Carlos Torre: «Los huérfanos de la política de partidos. Sobre los alcances y la naturaleza de la crisis de representación partidaria» en Desarrollo Económico vol. 42 No 42, 2003; Ernesto Calvo y Marcelo Escolar: La nueva política de partidos en Argentina. Crisis política, realineamientos partidarios y reforma electoral, Prometeo, Buenos Aires, 2005.

  • 6.

    Marcelo Cavarozzi y M.E. Casullo: «Los partidos políticos en América Latina hoy: ¿consolidación o crisis?» en M. Cavarozzi y Juan Manuel Abal Medina: El asedio a la política: los partidos latinoamericanos en la era neoliberal, Homo Sapiens, Rosario, 2002.

  • 7.

    Esta rotación entre esposos le hubiera permitido al kirchnerismo sortear las restricciones constitucionales que solo habilitan una reelección consecutiva, lo que se frustró con el sorpresivo fallecimiento de Néstor Kirchner en 2010.

  • 8.

    Las listas «colectoras» son una peculiar innovación de la Argentina poscrisis: se trata de boletas electorales de dos o más partidos políticos diferentes que llevan distintos postulantes en los cargos inferiores pero apoyan al mismo candidato en el puesto superior (presidente, gobernador, etc.). En una «colectora », por ejemplo, el partido A y el partido B presentan cada uno sus aspirantes a diputados nacionales (que por lo tanto compiten entre sí), pero estas boletas van «colgadas» del mismo candidato presidencial, para el cual «colectan» votos. Las colectoras permiten maximizar el voto a una fórmula para el Poder Ejecutivo sin necesidad de hacer una alianza formal, pero presentan el problema de fragmentar las legislaturas.

  • 9.

    Uso la expresión «identidades políticas» para señalar que me refiero a algo más amplio que la organización formal de un partido político. Siguiendo a Gerardo Aboy Carlés, defino una identidad política como un conjunto de prácticas políticas que son capaces de generar, a través de un proceso de diferenciación externa y homogeneización interna, solidaridades estables capaces a su vez de generar acciones colectivas. Una identidad política puede ser institucionalizada en un partido; sin embargo, creo más adecuado usar este término más amplio para marcar que el peronismo no es estrictamente un partido político, sino una formación de tipo movimientista. G. Aboy Carlés: «Populismo y democracia en la Argentina contemporánea. Entre el hegemonismo y la refundación» en Estudios Sociales vol. 28 No 1, 2005.

  • 10.

    Steven Levitsky: «Una ‘des-organización organizada’: organización informal y persistencia de estructuras partidarias locales en el peronismo argentino» en Revista de Ciencias Sociales No 12, 10/2001.

  • 11.

    S. Levitsky y Kenneth M. Roberts: The Resurgence of the Latin American Left, Johns Hopkins University Press, Baltimore, 2011.

  • 13.

    Pierre Ostiguy: «Peronism and Anti-Peronism: Social-Cultural Bases of Political Identity in Argentina», trabajo presentado en el xx Congreso Internacional de la Asociación de Estudios Latinoamericanos, Guadalajara, 17 a 19 de abril de 1997.

  • 14.

    «Victoria Murillo: ‘El gobierno le presta atención a la opinión pública’» en El estadista, 12/4/2012.

  • 15.

    Susan Stokes: «Perverse Accountability: A Formal Model of Machine Politics with Evidence from Argentina» en American Political Science Review vol. 99 No 3, 8/2005.

  • 16.

    Daniel James: Resistencia e integración. El peronismo y la clase trabajadora, Siglo xxi, Buenos Aires, 2010.

  • 17.

    S. Levitsky: ob. cit.

  • 18.

    P. Ostiguy: ob. cit.

  • 19.

    E. Calvo, Timothy Hellwig y Keyoung Chang: «The Eye of the Beholder: Ideological Lensing, Information Effects, and the Vote», trabajo presentado en el xxii Congreso Internacional de la International Political Science Association, Madrid, 2012.

  • 20.

    A. Pucciarelli: «Hicieron un pésimo diagnóstico », entrevista en Página/12, 29/6/2014.

  • 21.

    En la misma fecha se eligen candidatos de todos los partidos. Estos someten sus precandidatos a la elección del conjunto de la ciudadanía, que debe decidir en qué «interna» participa al momento de votar.

  • 22.

    Gabriel Vommaro, Sergio Morresi y Alejandro Bellotti: Mundo Pro. Anatomía de un partido fabricado para ganar, Planeta, Buenos Aires, 2015.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 258, Julio - Agosto 2015, ISSN: 0251-3552


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