Tribuna global
NUSO Nº 263 / Mayo - Junio 2016

¿Por qué triunfa el sultán populista? Los riesgos de la actual coyuntura turca

Tras el último triunfo electoral de Tayyip Erdogan, muchas personas se preguntaron por qué las fuerzas democráticas y laicas no logran triunfar en Turquía. Para responder esta pregunta, es preciso tener en cuenta la «guerra civil» cultural que golpea al país y se desarrolla en tres frentes: étnico, religioso e identitario. En los tres casos, el presidente turco se ubica de forma estable del lado de la mayoría conservadora que, lamentablemente, sigue siendo hegemónica en la sociedad turca. Una nueva izquierda ha logrado crecer venciendo numerosos obstáculos, pero aún es mucho e incierto el camino que deben recorrer los sectores democráticos.

¿Por qué triunfa el sultán populista?   Los riesgos de la actual coyuntura turca

Nota: una primera versión de este artículo fue publicada por la revista MicroMega, 8/2015, con el título «Perché vince il sultano populista». Traducción del francés de Gustavo Recalde.

El resultado de las elecciones legislativas turcas, ganadas cómodamente por Tayyip Erdoğan el 1o de noviembre de 2015, tomó por sorpresa a muchos comentaristas extranjeros. Turquía parece estar cada vez más atrapada en un autoritarismo de matriz conservadora-islamista, y el régimen instaurado progresivamente por el actual presidente de la República turca y el Partido de la Justicia y el Desarrollo (Adalet ve Kalkinma Partisi, akp) sigue gozando de un apoyo social mayoritario. Cuestionado en el pasado por varios sectores de la sociedad civil (pensemos en el movimiento de la plaza Taksim de mayo-junio de 2013), Erdoğan sigue siendo hoy, luego de 13 años consecutivos en el poder, el dueño hegemónico de la política turca, lo que no deja de sorprender con desagrado a aquellos interesados en el destino de la democracia. Ahora bien, el 7 de junio de 2015, luego de las elecciones legislativas, Erdoğan y su partido habían perdido la mayoría parlamentaria por primera vez desde 2002. Se esperaba el inicio de una nueva era de democratización en Turquía, con una oposición parlamentaria más fuerte y coaliciones gubernamentales que redujeran el poder exorbitante concentrado en manos del hombre fuerte de Turquía. Pero las expectativas no se cumplieron, y Erdoğan, impulsando la convocatoria a nuevas elecciones, logró recuperar el 1o de noviembre de 2015 una cómoda mayoría parlamentaria, al precio del retorno de la violencia política y la exacerbación de la polarización sociopolítica en el país.

Cinco meses plagados de peligros

Las elecciones de junio de 2015 crearon en Turquía una situación sin salida, que se desbloqueó solamente con la convocatoria a una nueva elección que debía celebrarse en una fecha cercana. Los cinco meses que transcurrieron entre ambas citas electorales se caracterizaron por una fuerte inestabilidad y un recrudecimiento de la violencia política que el partido en el poder supo explotar hábilmente. Es este el punto de donde se debe partir para comprender las razones del reciente triunfo de Erdoğan.

El hecho de que, en la consulta de junio, el oficialista akp no lograra obtener la mayoría calificada necesaria que le permitiera reformar la Constitución en el sentido del hiperpresidencialismo –el proyecto del propio Erdoğan– era en realidad más bien previsible. En cambio, que el partido en el poder no ganara ni siquiera el número de bancas suficiente para poder formar su propio gobierno sin recurrir a una alianza (improbable) con otros partidos lo era decididamente menos. Se trataba de una circunstancia inédita, capaz de comprometer no solo el sueño presidencial de Erdoğan sino también el propio régimen instaurado por su partido.

La imposibilidad de obtener las 276 bancas necesarias para permitir el nacimiento de un gobierno bajo el único estandarte del akp, un claro fracaso, es producto sobre todo del éxito obtenido el 7 de junio por el Partido Democrático de los Pueblos (Halklarin Democratik Partisi, hdp), la gran novedad de estas elecciones. Contra todo pronóstico, el hdp, partido filokurdo y de izquierda, no solo superó el umbral electoral nacional de 10%, sino que llegó incluso a obtener 13% de los votos, lo que representa más de seis millones de personas, e ingresó así en la Gran Asamblea Nacional con 80 diputados. Si el hdp no hubiera logrado atravesar la barrera de 10%1, el akp habría en cambio ganado unos 65-70 diputados más y habría logrado pues formar su propio gobierno. Por el contrario, lo que sobrevino fue una situación inesperada, sobre todo para el partido en el poder, que gobierna el país en soledad desde noviembre de 2002.

Fue entonces cuando Turquía se encontró en un callejón sin salida. El akp había perdido la mayoría, pero, por otra parte, los demás partidos que ingresaron en el Parlamento –cuya asociación de bancas habría permitido la formación de un gobierno– estaban lejos de formar un bloque homogéneo. Entre ellos, se encuentran el Partido Popular Republicano (Cumhuriyet Halk Partisi, chp), es decir, el partido kemalista2 (de centroizquierda), la extrema derecha del Partido de Acción Nacionalista (Milliyetçi Hareket Partisi, mhp, los denominados «lobos grises»)3 y, justamente, el hdp. La derecha nacionalista había, por lo demás, descartado inmediatamente toda hipótesis de participación en un gobierno que incluyera también al partido filokurdo, y ofreció en bandeja a Erdoğan la posibilidad de montar sin demasiadas dificultades el escenario de elecciones anticipadas con el fin de recuperar, bajo la amenaza del caos, los votos perdidos el 7 de junio.

Más precisamente, la estrategia llevada a cabo por Erdoğan consistió en ejercer una presión directa sobre el entonces primer ministro Ahmet Davutoğlu, también del akp, para lograr que este último no llegara a un acuerdo de gobierno con el kemalismo. Durante las tres semanas que siguieron a la votación de junio, el akp simuló pues un avance en las negociaciones con los kemalistas, pero se trataba claramente de una estrategia de espera destinada a ganar tiempo para llegar al vencimiento del plazo establecido para la formación del gobierno previsto por la Constitución. Una vez superado ese plazo, el regreso a las urnas devino una obligación constitucional. Por añadidura, hasta después de la votación, Erdoğan comenzó a atizar el fuego, sin perder ocasión alguna para reiterar que en ausencia de un gobierno sólido y estable, la situación degeneraría rápidamente en el caos. En los meses siguientes, su fórmula «yo o el caos» se convirtió en una suerte de letanía con la que se machacaba de manera obsesiva.

Y el caos, precisamente, llegó. En efecto, a la situación de incertidumbre política se sumó el nuevo clima de violencia en el cual Turquía se sumió a partir de mediados de julio. Este recrudecimiento de la violencia política se presentó de dos formas: por un lado, sufrió los atentados terroristas atribuidos al Estado Islámico (ei), los del 20 de julio en Suruç y el 10 de octubre en Ankara (el más grave de ambos, con 102 muertos); por el otro, se reanudaron los combates entre el Estado turco y la guerrilla kurda ligada al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (Partîya Karkerén Kurdistan, pkk), que comenzó a declarar la autonomía de algunas pequeñas ciudades de mayoría kurda presentes en el territorio turco. En esas mismas ciudades, la guerrilla anunció además la creación de fuerzas de autodefensa. Esto generó la reacción del gobierno turco, que dio luz verde a operaciones de rastreo destinadas a desmantelar las posiciones del pkk presentes en Iraq y en las montañas turcas, lo que condujo a combates abiertos en las ciudades kurdas situadas a lo largo de la frontera de Iraq y Siria que causaron numerosas víctimas.

Desde julio hasta las elecciones de noviembre, la decisión de ir a una segunda vuelta electoral tuvo como efecto más de 400 muertos: víctimas de los atentados atribuidos al ei, soldados y policías asesinados por militantes del pkk y de sus organizaciones juveniles revolucionarias, guerrilleros kurdos asesinados por el ejército turco o civiles muertos en las ciudades kurdas. Es difícil estimar con precisión el número de los que perdieron la vida en los últimos cinco meses como consecuencia de las diferentes formas de violencia política, sobre todo porque no tenemos una idea clara del número de combatientes kurdos asesinados, pero es muy probable que la cifra más confiable supere por poco los 400. El caos, como se decía. Un caos claramente percibido por la población que, en el mismo momento, escuchaba al presidente repetir incansablemente: «Si los electores nos hubieran conferido una mayoría sólida de 400 diputados [necesaria para reformar la Constitución], todo esto no se habría producido». Un leitmotiv con el que Erdoğan nunca dejó de insistir a partir de septiembre, luego de un ataque de la guerrilla kurda contra un cuartel del ejército situado en la parte oriental del país que tuvo un saldo de diez víctimas. En resumen, aun cuando el presidente turco no sea directamente responsable del caos, basó en él toda su estrategia política estos últimos meses, aprovechando la situación que se instaló y sacando ventaja de ella.

Turquía llegó en este clima a las elecciones del 1o de noviembre, en las cuales el akp logró mejorar su resultado electoral de 40% a 50%, es decir, recuperar aproximadamente cuatro millones de votos. Del total, aproximadamente dos millones provinieron de la extrema derecha nacionalista y un millón correspondieron a votos que habían beneficiado al hdp durante la consulta de junio y que, al provenir justamente del akp, volvieron «a casa»; el resto provino de personas que no habían concurrido a las urnas anteriormente. En cambio, el akp no recuperó votos del sector de los kemalistas del chp. La estrategia de tensión manejada por el gobierno, asociada al retorno explosivo de la guerrilla kurda, a su proclamación de la autonomía y al retorno de los jóvenes kurdos de Turquía que fueron a combatir por la defensa de Kobane y organizaron «barrios liberados» en algunas ciudades kurdas de Turquía, provocó pánico en la clase media kurda que, el 7 de junio, había votado por el hdp por primera vez. En general, los que regresaron a un voto en favor del akp el 1o de noviembre lo hicieron porque comprobaron que no era posible formar una coalición de gobierno tras el escrutinio electoral anterior. Más precisamente, quisieron evitar que perdurara un clima de incertidumbre política y eligieron entonces la estabilidad. Pero ¿habrá efectivamente estabilidad en Turquía en un futuro cercano, sobre todo desde el punto de vista económico? Ese es otro problema. Sin embargo, la lógica que guió a esos electores parece bastante clara: la del «mal menor».

Kulturkampf a la turca

Tras el reciente triunfo de Erdoğan, muchos se preguntaron por qué razón las fuerzas de la democracia y la laicidad no logran ganar en Turquía. ¿Por qué los laicos de izquierda, los sindicatos, los jóvenes que salieron a las calles en la plaza Taksim, las mujeres en busca de emancipación y los intelectuales progresistas no logran hacer oír su voz? A la luz de todo lo que acaba de decirse y de lo que se dirá, la respuesta a estas preguntas es simplemente la siguiente: las fuerzas de la democracia, la laicidad y el progreso en Turquía son de hecho minoritarias. Aun si se partiera de una definición muy amplia de «izquierda», no se llegaría más allá de 35% o 40% de votos como máximo. Del otro lado del abanico político se encuentra en cambio un bloque de derecha nacionalista, conservador y musulmán sunnita que concentra 60%-65% de apoyo. Entre estos dos bloques no existe una transferencia de votos, salvo de una mínima parte, mientras que esa transferencia se produce con bastante frecuencia dentro de cada uno de los dos bloques. En las elecciones de junio, tal como se observó, la mayor parte de los votos perdidos por el partido de Erdoğan, por ejemplo, fueron hacia la extrema derecha nacionalista, lo que significa que se desplazaron dentro del bloque conservador de derecha.

La fuerza del akp reside en el hecho de que se coloca en una posición óptima para explotar en beneficio propio la «hegemonía sociológica» de la derecha que caracteriza a la sociedad turca. En efecto, Turquía se encuentra inmersa en una especie de guerra civil cultural que se desarrolla en tres frentes. Existe, ante todo, el frente étnico, que opone la mayoría turca (aproximadamente 80% de la población) a la minoría kurda. Es un hecho notorio, lamentablemente, que la mayoría de los ciudadanos turcos no quiere reconocer iguales derechos de ciudadanía a los kurdos. El segundo frente es el de la religión, que ve oponerse la mayoría musulmana sunnita a la minoría aleví. El alevismo es una corriente heterodoxa del islam con la cual se identifica más o menos 15%-20% de la población. En este caso también, los turcos sunnitas se niegan a reconocer a los alevíes el derecho a practicar su fe y tener sus propios lugares de culto. Finalmente, el tercer frente es cultural-identitario, y en él se oponen aquellos que quieren mantener a Turquía dentro de un área cultural musulmana-oriental y aquellos que querrían, en cambio, transformar la sociedad turca en una sociedad de tipo occidental. Estos últimos son una minoría –aunque bastante consistente, dado que representa aproximadamente 30% de la población– impregnada a su vez de una cultura autoritaria que se alimenta de cierto desprecio por el pueblo, considerado precisamente como religioso e ignorante, presa de la fascinación ejercida por los tribunos populistas, etc. Esta percepción tiene su fundamento: las clases populares en Turquía son en efecto más religiosas, más practicantes y más conservadoras que la clase media. La supuesta «izquierda» suele obtener los votos de la clase media alta, más instruida, y existe en consecuencia una verdadera división a lo largo de las líneas culturales de la sociedad. En este contexto, el akp defiende un proyecto que pretende ser una verdadera «restauración de civilización» que selecciona sus propias referencias culturales en el pasado caracterizado por la grandeza otomana. Se trata, según Erdoğan y su partido, de cerrar el paréntesis de la modernización kemalista para volver a una civilización de tipo conservador e inspirada en los valores musulmanes. Lo que conduce a Erdoğan y su entorno cercano a utilizar cada vez más el discurso y los símbolos del islam político, cuando habían anunciado durante la creación del akp en 2001 haber abandonado definitivamente ese ropaje.

Las tres fracturas descriptas atraviesan la sociedad turca y determinan el voto de las personas mucho más que las consideraciones socioeconómicas, lamentablemente. En lo que podríamos definir como una verdadera guerra cultural, una suerte de Kulturkampf que divide el país, la propuesta política del akp coincide siempre con las inclinaciones de la mayoría. Erdoğan está del lado de los turcos contra los kurdos, es prosunnita y antialeví, cercano a los conservadores en materia cultural y está en total desacuerdo con los laicos modernistas... No sorprende entonces que gane las elecciones. En comparación, la izquierda turca está profundamente marcada por el autoritarismo, por la actitud elitista y la desconfianza hacia el islam propias del kemalismo, lo que la vuelve poco capaz de discutir con las corrientes sociales más populares. Es verdad que, recientemente, gracias también al movimiento de la plaza Taksim, comenzó una cierta actualización en ese sentido, que intentó superar sus lazos históricos con el kemalismo. El pueblo del akp, sin embargo, aún no olvidó todo el desprecio del que fue objeto durante décadas, en la época del poder elitista kemalista, y Erdoğan no pierde oportunidad de recordarlo. «No olviden –repite el presidente a quienes votan por su partido– que ellos representan una elite que los desprecia, que siempre los maltrató y discriminó». El autoritarismo del akp tiene en suma una matriz popular y populista innegable, y Erdoğan es un poco la versión de derecha de Hugo Chávez, si se quiere.

Simplificando un poco, podría decirse que Turquía es el opuesto simétrico de Grecia. En esta última, la población es mayoritariamente de izquierda: pase lo que pase, la gente suele votar a la izquierda, aun cuando puedan cambiar de partido. Pueden pasar del Movimiento Socialista Panhelénico (Pasok) a la Coalición de Izquierda Radical (Syriza), luego quizás al Partido Comunista o a uno de los partidos de izquierda más moderados, pero lo cierto es que aproximadamente 55%-60% del electorado vota en ese sentido. En Turquía, sucede exactamente lo contrario: 60%-65% de quienes concurren a las urnas expresan una preferencia por la derecha. Se trata de electores nacionalistas, conservadores, liberales en materia económica y, sobre todo, enamorados del orden y la estabilidad. Cuando se produce una crisis política, son siempre los partidos de derecha los que sacan provecho de ella. Algunos pueden luego desaparecer, otros nacer, pero de todas maneras se trata siempre de organizaciones que cubren este espacio político. Lo que se ha observado en Turquía estos últimos años es que el akp logró imponerse como fuerza hegemónica en el campo de la derecha, lo cual explica su permanencia prolongada en el poder. La izquierda, por otro lado, no solo es socialmente minoritaria, tal como ya señalamos, sino que además está dividida, debilitada, privada de un proyecto claramente identificable por la población y cada vez más aterrorizada e intimidada por el autoritarismo del gobierno. Dada esta hegemonía de la derecha, la tradicionalmente elevada concurrencia a las urnas, que supera la mayoría de las veces el 80% de los inscriptos, contribuye a debilitar aún más a la izquierda. Así, aun cuando esto pueda parecer paradójico, la participación masiva en las elecciones es un factor que termina castigando a la izquierda y otorgando al mismo tiempo legitimidad democrática al autoritarismo de derecha que maneja las riendas del poder.

La escalada autoritaria

Si se quiere ahora profundizar el análisis de la naturaleza del régimen instaurado por Erdoğan y su partido, cabe preguntarse en qué medida este constituye efectivamente una amenaza para la democracia. Por cierto, se trata en la actualidad de un régimen populista y autoritario, como traté de explicar, y si la reforma de la Constitución defendida por el presidente llegara a concretarse, la situación no podría sino empeorar. Erdoğan quiere instaurar en Turquía un régimen presidencial sin un verdadero contrapoder. Una suerte de sultanato republicano. Sin embargo, es necesario señalar también que el autoritarismo del akp, acentuado por el temperamento del propio Erdoğan que va en el mismo sentido, se inserta en Turquía en un contexto que ya estaba marcado por el autoritarismo. En efecto, el actual presidente y su partido utilizan los instrumentos, las instituciones y los recursos propios de una tradición autoritaria que en realidad heredaron. Por eso es necesario analizar la deriva autoritaria del akp partiendo del problema de la persistencia del autoritarismo en Turquía. ¿Por qué razón la sociedad turca, en definitiva y a pesar de todos los avances y cambios que la caracterizaron estos últimos años, sigue produciendo autoritarismo? La respuesta es bastante sencilla: en Turquía, además del autoritarismo burocrático-elitista que viene de arriba, del Estado, existe también un autoritarismo «de abajo», un autoritarismo nacionalista-conservador que sirve de apoyo al primero. Erdoğan representa en alguna medida la fusión entre el autoritarismo que viene de abajo, el que es propio del pueblo y la clase media conservadora, y el que viene de arriba, típico de las instituciones del Estado turco. Este hecho torna su régimen muy peligroso para la resistencia de la democracia, y la situación se agrava tanto más cuanto que se mantiene en el poder porque Erdoğan puede invocar, con mucha más fuerza que las antiguas elites burocráticas y occidentalistas, el apoyo de la «nación» que se expresa en las urnas.

Las condiciones mínimas para que pueda seguir hablándose de democracia en Turquía están satisfechas: las elecciones se desarrollan de manera correcta, la participación es muy elevada y no existen fraudes significativos. Sin embargo, también es cierto que la competencia electoral se desarrolla en medio de fuertes desigualdades y que el partido en el poder tiende a ocupar todos los espacios, incluso los mediáticos, en detrimento de las fuerzas de oposición. El akp se transformó con los años, pasando de ser un partido que gobierna temporalmente a uno que controla el Estado y que tiende además a identificarse con el propio Estado. Lo que es, evidentemente, un grave problema: actualmente, el akp es el Estado. Vivimos en el Estado-akp, y cada vez más en el Estado-Erdoğan, en la medida en que el propio akp se ha convertido de manera cada vez más firme en una maquinaria al servicio de las estrategias políticas del presidente.

En resumen, el problema actual no es un mero producto del tradicional autoritarismo del Estado turco, sino del hecho de que este último tiende a identificarse con una sola persona y un solo partido. Hoy Erdoğan gobierna como si se encontrara en un régimen presidencial de facto. Aun cuando la Constitución turca prevea un régimen parlamentario y no confiera grandes poderes al presidente, como este ha obtenido nuevamente una amplia mayoría parlamentaria y controla la totalidad del aparato de Estado, desde la policía hasta la magistratura, desde los medios de comunicación hasta los ministerios que no encabeza personalmente, la situación es la de un régimen presidencialista, si no en los papeles, al menos ciertamente en los hechos.

La pregunta que no podemos evitar hacernos hoy es la siguiente: ¿logrará Erdoğan modificar la Constitución con el fin de transformar a Turquía en un régimen presidencialista también desde un punto de vista formal? Actualmente, el akp no dispone de la mayoría calificada necesaria para aprobar una reforma constitucional que, de todas maneras, debería someterse luego a un referéndum popular. A tal fin, debería contar con el apoyo de al menos otros 13 diputados. Podrá intentar conseguirlo de numerosas maneras, quizás también a través de un acuerdo con la extrema derecha nacionalista u otros partidos. Pero aun cuando lo lograra, debería de todas formas ganar luego el referéndum.

Por el momento, la mayoría de la población en Turquía es más bien reacia a un autoritarismo abiertamente dictatorial y está preocupada por la concentración del poder en manos de una sola persona. Los mismos electores del akp lo señalan: «Erdoğan es nuestro héroe, nuestro líder incuestionable, pero no es eterno; ¿qué ocurriría si creáramos realmente un régimen formalmente presidencial y, una vez transcurrido el periodo Erdoğan, asumiera el poder alguien con el cual no nos identificáramos, incluso quizás un militar?». Existe una verdadera preocupación, también en el seno del akp, de que el presidencialismo precipite al país a una forma de autoritarismo demasiado extrema. Es necesario un líder, reconocen los electores moderados del akp, es necesario también un partido de gobierno que se mantenga firmemente en el poder, dicen, pero no quieren que el líder y el partido ocupen todos los espacios. Ahora bien, su proyecto presidencialista es considerado por Erdoğan como «nacional y auténtico» ya que se define por la concentración de los poderes en un país ya fuertemente caracterizado por una tradición de centralismo administrativo.

Para concluir este punto, diré que el autoritarismo de Erdoğan, en definitiva, corresponde a una forma cuya matriz es un populismo de derecha que sigue siendo formalmente democrático pero que tiende cada vez más a transformarse en una «democradura», para retomar un término utilizado a menudo para caracterizar el régimen de Vladímir Putin en Rusia.

La posible democratización y la responsabilidad europea

La Unión Europea es al menos en parte responsable de la deriva autoritaria que caracteriza actualmente a Turquía. Semejante responsabilidad resultó, por lo demás, evidente casi de inmediato: Turquía es el único país del cual, aproximadamente un año antes del inicio de la negociación oficial para su adhesión a la ue, se oyó decir a las grandes naciones de la Unión, en primer lugar Francia y Alemania, que no había lugar para él en Europa debido a una incompatibilidad estructural, casi «ontológica». Se trataba realmente de un fenómeno inédito: hasta entonces, nunca se le había dicho a ningún Estado involucrado en la difícil negociación para su ingreso a la Unión: «Pase lo que pase, ustedes no son aptos para formar parte de la ue».

Este punto resulta aún más grave si se tiene en cuenta el hecho de que entre 2001 y 2006, la perspectiva de una adhesión a la ue fue para Turquía un factor objetivo de democratización. Actualmente muchos sostienen que durante esa etapa Erdoğan actuó en realidad de manera hipócrita y oportunista, simulando el deseo de formar parte de la Unión y realizando para ello algunas reformas en una dirección democrática con el único propósito de liberarse de sus adversarios internos, en primer lugar del ejército. Desde mi punto de vista, se trata de una lectura a posteriori. La verdad es que si la ue no le hubiera cerrado la puerta en la cara a Turquía, nada indica que Erdoğan habría emprendido el mismo camino que efectivamente tomó a partir de 2008-2009. Quizás se habría visto impelido, eventualmente también a pesar y en contra de su propia voluntad, a los engranajes del proceso de reforma exigido por la Unión con vistas a una adhesión. Por otro lado, el cierre respecto de Turquía de una parte de los miembros de la ue, sumado a la crisis económica que afectó a Europa en 2008, contribuyó a enfriar el entusiasmo con el cual la sociedad turca había hasta entonces considerado la perspectiva de un ingreso a la Unión. En consecuencia, se produjo un debilitamiento de la presión de la opinión pública sobre Erdoğan con el fin de que continuara en el camino de la democratización, a punto tal que tanto en las elecciones de 2011 como en las del 7 de junio, ni el akp ni el principal partido de oposición mencionaron nunca a la ue durante la campaña electoral.

Evidentemente, la ue no es la única responsable del fracaso de la negociación. Es necesario señalar que, en Turquía, incluso aquellos que son favorables a la adhesión a la Unión lo son de manera coyuntural, política, frágil... Hay muchos turcos que quieren convertirse en ciudadanos europeos esencialmente porque piensan que es una opción que va en el sentido de una mayor estabilidad. Y, sin embargo, existen también numerosos ciudadanos turcos que consideran la civilización europea como ajena a sus propios valores. En realidad, la sociedad turca está muy dividida en esta cuestión y, dado el cierre de la ue respecto del país, no sorprende que aquellos que consideran a Europa una entidad ajena ganen terreno. Actualmente, muchos de quienes estaban a favor del ingreso del país en la Unión se volvieron «euroescépticos».

Esperanzas en la izquierda

El cuadro de los desafíos y oportunidades que las fuerzas democráticas y laicas tienen por delante en Turquía no estaría completo si no mencionáramos también algunos aspectos positivos surgidos estos últimos años. Me refiero, en particular, a la aparición del hdp, una organización interesante, de izquierda, laica y filokurda, que muchos quisieron etiquetar como «el Syriza turco» o «el Podemos turco», buscando paralelos con Grecia o España. La realidad, lamentablemente, está muy lejos de estas comparaciones hechas un poco a la ligera.

El hdp es un producto de la tradición política del movimiento kurdo, históricamente dominado por el pkk. Este último comenzó su lucha por la independencia nacional del Kurdistán turco en 1984 y luego modificó progresivamente sus propias reivindicaciones en el sentido de un reclamo de autonomía regional pero sin abandonar nunca la estrategia insurreccional y la lucha armada. Solo en la década de 1990 se registraron unas 35.000 muertes, entre guerrilleros y civiles kurdos así como soldados y policías turcos. La historia del conflicto entre los kurdos y el Estado turco es larga y está dividida por periodos de treguas (como el unilateral proclamado por el pkk entre 1999 y 2004) y momentos en los que el enfrentamiento armado recomenzó de manera más o menos intensa. Desde el verano de 2015, los combates se reanudaron y continúan actualmente con un número de víctimas cada vez más alto.

Los kurdos de Turquía, de cualquier manera, nunca limitaron su accionar a la esfera militar. Por el contrario, siempre buscaron llevar su combate también a un terreno político-parlamentario y legal, algo muy importante ya que en Turquía el riesgo de guerra civil siempre ha sido muy elevado. A partir de 1991, intentaron en varias oportunidades obtener una representación en la Gran Asamblea Nacional turca. Ese año, un grupo de kurdos logró efectivamente ser elegido presentándose con candidaturas en las listas del Partido Socialdemócrata, pero sus miembros fueron poco después expulsados del Parlamento y enviados directamente a prisión. Leyla Zana4 formaba parte de ese grupo. Otro episodio importante tuvo lugar en 2007, cuando los kurdos y la izquierda, conscientes de la dificultad que tendrían para tratar de superar el umbral electoral nacional de 10% de los votos, decidieron crear una alianza entre varios partidos, la cual presentaba a sus propios candidatos como personalidades independientes. Según la ley electoral turca, el umbral electoral no se aplica cuando quienes se presentan son candidatos independientes, es decir, personas que no están afiliadas a un partido; fue así como en 2007 lograron ingresar en el Parlamento 25 candidatos independientes kurdos y de izquierda como parte de una iniciativa de la que participé.

Así, desde ese año los kurdos están presentes en el Parlamento. Sin embargo, el ardid de las candidaturas independientes permite a aquellos que lo utilizan incorporar como máximo 35 diputados; para tener una representación sólida, susceptible de formar parte de una coalición de gobierno, es necesario elaborar una lista de partido que supere el umbral electoral nacional. Ahora bien, los diferentes partidos creados esos años por los kurdos para participar en la vida política turca fueron declarados ilegales a medida que surgían. Sin embargo, el hdp, que es el último de una larga serie y que se fundó en 2012, no ha sufrido por el momento ese destino. Fue creado con el objetivo de ir más allá de la mera representación política de la cuestión kurda y, en general, obtener reconocimiento como partido de izquierda capaz de convertirse en vocero de los sectores más ilustrados de toda la sociedad turca. Como decíamos, se trata pues de un partido progresista y cercano a las luchas de todas las minorías, no solo de orden étnico y religioso (kurdos, armenios, alevíes, sirios), sino también de aquellas que se reconocen en el mundo lgbt, por ejemplo. Es además un partido feminista y laico, pero que defiende un laicismo democrático, diferente de la forma autoritaria propia de la tradición kemalista.

Pudo percibirse claramente el potencial del hdp en 2014, cuando por primera vez los ciudadanos votaron para elegir al presidente de la República (anteriormente, era elegido por el Parlamento). Durante esas consultas electorales, el copresidente5 Selahattin Demirtas obtuvo casi 10% de los votos, un excelente resultado totalmente inesperado. Valiéndose de esa prueba fundamental, el nuevo partido se presentó pues en las elecciones del 7 de junio, decidido a superar el umbral electoral nacional con su propia lista, sin recurrir a la presentación de candidatos independientes. La operación fue exitosa, lo que es también una señal de que el enfoque plural y de «partido arco iris», que ya no se centra exclusivamente en la cuestión kurda, dio resultados. Evidentemente, la mayoría de los votos obtenidos por el hdp en esas elecciones (alrededor de 85%) aún remite, de todas formas, a un voto identitario kurdo, pero hay un significativo 15% de sufragios que proviene de los sectores sociales nombrados anteriormente.

El hdp constituye, en consecuencia, un fenómeno político muy elocuente, ante todo precisamente con el objetivo de resolver la cuestión kurda. En efecto, tenemos finalmente en el Parlamento un partido capaz de representar los intereses de los kurdos: si lo quisiera, el gobierno turco podría tratar directamente con ese partido, pero es evidente que, al menos por el momento, no tiene intenciones de hacerlo y que, por el contrario, tiene el propósito de seguir criminalizando y deslegitimando al hdp, diciendo que en realidad es una emanación directa del pkk, al que el Estado turco considera un grupo terrorista. Esta actitud del poder que intenta criminalizar al hdp con el fin de llevarlo por debajo del umbral de 10% impide resolver el problema kurdo a través de una negociación pacífica y parlamentaria. Actualmente, Erdoğan insta a su mayoría parlamentaria a votar el levantamiento de la inmunidad parlamentaria de algunos diputados del hdp, con el fin de que sean procesados por «apoyo a una organización terrorista».

¿Es justo definir al hdp como el «Syriza» o el «Podemos» turco? Desde el punto de vista de los valores democráticos, de igualdad, de participación, etc., sí, el parecido es notorio. Pero no se puede llevar la analogía demasiado lejos y es difícil decir si este partido puede aspirar a convertirse en una fuerza de izquierda destinada a ser mayoritaria. Cuando Alexis Tsipras y Pablo Iglesias conquistaron la escena política de sus respectivos países, no tenían necesidad de «demostrar» que representaban al partido de todos los griegos o de todos los españoles. El hdp debe, en cambio, demostrar a la opinión pública turca que no es solo un partido kurdo, lo que dista de ser fácil sobre todo cuando, mientras tanto, continúan los combates entre el ejército turco y la guerrilla kurda. El hdp está, por decirlo de algún modo, atrapado entre la violencia del pkk, que tiene su propia estrategia independiente, especialmente centrada en la insurrección armada, y la del Estado turco, que no deja de criminalizar a priori toda reivindicación de la población kurda. En esencia, es una posición mucho más compleja que aquella en la que se encuentran Syriza y Podemos en Grecia y España. Es posible también que el hdp logre avanzar hacia ese modelo y desempeñar ese papel en Turquía, pero por el momento es una posibilidad muy remota y el camino está plagado de obstáculos. Lo que es seguro es que ese partido representa una verdadera oportunidad para el progreso de la democracia. Basta pensar en la manera en que defiende el principio de laicidad del Estado en un país donde el laicismo es tradicionalmente autoritario. Tal como señalamos, el hdp conjuga la laicidad con la democracia y el respeto de las minorías. Por añadidura, su presencia en la vida política turca tuvo el mérito de provocar un ligero desplazamiento a la izquierda del chp, el partido tradicional del kemalismo, que, por ejemplo, comenzó a modificar su postura sobre la cuestión kurda justamente gracias a la presión ejercida sobre su izquierda por el hdp. Pero por el momento, el hdp está atenazado entre el pkk y el Estado turco, y se ve forzado a adoptar una posición defensiva que le impide hacer escuchar su voz más allá de los círculos de la izquierda militante y el electorado kurdo cercano al pkk.

Para concluir, puede decirse que la esperanza democrática en Turquía es hoy mucho más débil que hace diez años. Desde luego, uno puede alegrarse de que el hdp haya logrado superar una vez más el umbral de eliminación en las elecciones del 1o de noviembre de 2015, obtener 10,8% de los votos y constituir así, con sus 60 diputados, el tercer grupo parlamentario. Pero la posición hegemónica del akp no deja un espacio significativo para que el hdp pueda realizar un trabajo parlamentario incisivo de oposición y demostrar a todos, y a la propia izquierda, que incluso con una representación minoritaria la actividad dentro de las instituciones tiene importancia. Ahora bien, si en Turquía tuviésemos que perder toda esperanza y toda confianza en la vía parlamentaria y en nuestra capacidad de cambiar el poder a través de elecciones libres, el país podría pasar fácilmente de una guerra civil larvada a una verdadera.

  • 1.

    Este porcentaje claramente proscriptivo es el piso necesario para entrar en la Gran Asamblea Nacional desde la Constitución de 1982 [n. del e.].

  • 2.

    Por «kemalismo» se entiende la ideología de la lucha de liberación nacional turca liderada por el mariscal Mustafa Kemal Atatürk, que concluyó en 1923 con la fundación de la república moderna de Turquía. Se basa en seis principios (las «seis flechas»): republicanismo, nacionalismo, populismo, estatismo, laicismo, revolución. El chp, el partido más antiguo que existe actualmente en Turquía, es el brazo político oficial del kemalismo desde 1923, año de su fundación bajo la acción del propio Atatürk. Uno de los dogmas de la ideología kemalista es la laicidad del Estado contra toda influencia del islam y las demás religiones en la esfera pública. Se trata, sin embargo, de un laicismo fuertemente orientado en un sentido autoritario y nacionalista, incompatible con el principio del respeto a los derechos de las minorías [n. del e.].

  • 3.

    Los «lobos grises» o «círculos idealistas» son una organización ultranacionalista y panturca, fervientemente anticomunista y a veces descripta como abiertamente neofascista, fundada a fines de los años 1960 por el coronel Alparslan Türkes (fundador además del Partido de Acción Nacionalista). Se trata formalmente de una organización juvenil distinta pero que mantiene estrechos lazos con el mhp, del que sería, para muchos, el brazo armado no oficial. Acostumbrada a la práctica de la violencia política y el terrorismo contra los militantes de izquierda y las minorías étnicas y religiosas, a lo largo de los años fue responsable de varias masacres y atentados. Nunca se esclareció totalmente su papel en el intento de asesinato de Juan Pablo ii ocurrido el 13 de mayo de 1981, perpetrado por Mehmet Ali Ağca, quien había sido miembro de esa organización [n. del e.].

  • 4.

    Activista y dirigente política, fue la primera mujer kurda que se convirtió en diputada de la Gran Asamblea Nacional turca en 1991. Ese año, generó un gran escándalo al pronunciar una frase en kurdo en el seno del Parlamento, poco después de haber formulado en turco el juramento que se toma a los nuevos representantes elegidos. En esa época, la lengua kurda aún era ilegal en Turquía. Poco después de su elección, el partido filokurdo del cual formaba parte fue puesto en una lista negra, lo que la privó de su inmunidad parlamentaria. En diciembre de 1994, fue detenida junto con otros cuatro diputados del Partido de la Democracia, bajo la acusación de alta traición y adhesión al pkk; luego fue condenada a 15 años de prisión y permaneció encarcelada hasta 2004. Actualmente es diputada del hdp [n. del e.].

  • 5.

    El hdp tiene dos presidentes, un hombre y una mujer. Además de Demirtas, que es kurdo, es dirigido por Figen Yüksekdağ, política y periodista turca involucrada desde hace años en campañas por la defensa de los derechos de las mujeres. Ambos son actualmente miembros de la Gran Asamblea Nacional turca [n. del e.].

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 263, Mayo - Junio 2016, ISSN: 0251-3552


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