Opinión
octubre 2009

Militares y democracia

Históricamente, las relaciones entre los militares y el proceso democrático no han sido fáciles, ni en América Latina ni en el resto del mundo. En gran parte, esto se debe al estatus especial al que estas se autoatribuyen dentro de la mayoría de las sociedades. Dicho estatus implica que los militares se sientan no solo responsables de la defensa de la patria frente a terceros, sino también garantes de la estabilidad del sistema político de su país.

<p>Militares y democracia</p>

Históricamente, las relaciones entre los militares y el proceso democrático no han sido fáciles, ni en América Latina ni en el resto del mundo. En gran parte, esto se debe al estatus especial que tradicionalmente se atribuye a las Fuerzas Armadas –o al que estas se autoatribuyen– dentro de la mayoría de las sociedades. Dicho estatus implica que los militares se sientan no solo responsables de la defensa de la patria frente a terceros, sino también garantes de la estabilidad del sistema político de su país –cualquiera que este sea–, hasta tal punto que en diversas constituciones de América Latina se les confiere explícitamente este papel, con desastrosas consecuencias para el sistema democrático de muchos países de la región.

Hoy, sin embargo, debido al proceso de democratización y a la globalización, es preciso revisar estas dos funciones tradicionalmente adjudicadas a las Fuerzas Armadas. Por una parte, las amenazas y los conflictos históricos han perdido relevancia, y las nuevas amenazas, que provienen de la fragilidad de los Estados y del crimen organizado y transnacional e incluyen las graves repercusiones que puede acarrear el cambio climático, implican la revisión del concepto de «defensa nacional». Por otro lado, la necesidad de incluir a nuevos grupos –históricamente marginados– en el proceso democrático, en sociedades que de por sí sufren de una grave carencia de cohesión social, exige también una nueva mirada hacia el concepto de «estabilidad política interna». Precisamente por esta razón las Fuerzas Armadas se ven reforzadas en su papel interno en las «repúblicas refundadas» de la región.

En una época de Estados débiles –e incluso muy frágiles–, la redefinición de la relación entre democracia y militares se convierte en un tema esencial para la supervivencia de la gobernabilidad. Sin embargo, tal redefinición requiere que este grupo de la sociedad –el mejor organizado y, teóricamente, el que ostenta el monopolio del uso de armas– acepte este papel de carácter funcional y se concentre más en él, abandonando su tradicional ambición de influir en, o incluso modificar, el sistema político. En la actualidad, la seguridad se ha convertido en un tema cotidiano para la vida democrática, en el que se ven implicados todos los sectores de la sociedad, y por eso no puede darse un protagonismo especial y exclusivo en él a las Fuerzas Armadas.

A su vez, para profundizar en la normalización e inclusión de las Fuerzas Armadas en sociedades democráticas, las reformas en el sector seguridad, pendientes en muchos países, deben otorgar la posibilidad del ejercicio de los derechos democráticos participativos a los miembros de la Fuerzas Armadas. De esta forma, la integración democrática en el plano individual permitiría el desarrollo positivo de un pluralismo ideológico dentro de ellas.

El exitoso desarrollo democrático observado en América Latina durante la última década ha quedado reflejado en la ausencia de golpes militares y en la creciente profesionalización de los miembros de las Fuerzas Armadas. Queda quizá aún pendiente lograr que las propias Fuerzas Armadas acepten un mayor sometimiento al control civil, como así también que se integren de forma más participativa en el sistema democrático.


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