Opinión
marzo 2017

¿Madame le président?

Todo indica que Marine Le Pen llegará al balotaje. Sigue siendo una incógnita total quién será su oponente.

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La política y la sociedad de la 5º República fueron influidas durante décadas por la contradicción entre derecha e izquierda. La afinidad de los trabajadores con la izquierda fue perdiéndose a medida que se desindustrializaban vastas regiones. La pertenencia cultural de izquierda de los «burgueses bohemios», o sea, de la clase media de cierto nivel educativo, y de los inmigrantes pudo compensar durante un cierto tiempo esta pérdida. Pero los socialistas no pudieron ofrecer nada convincente ante el éxodo de sectores de votantes que se ven a sí mismos como los perdedores de la modernidad. Así, mientras que ya en 1995 el voto al Frente Nacional (FN), populista de derecha, se componía en un 27 por ciento por trabajadores, en la actualidad los trabajadores conforman el 44 por ciento de quienes votan esta opción.

Desde que la presidente del FN, Marine Le Pen, lleva adelante su estrategia de desdiabolización y una porción cada vez mayor de la sociedad percibe un estado de crisis, se han sumado a sus potenciales votantes no solamente pequeños empresarios y prejubilados. También se ha modificado la constelación política de base. Lo que antes era un dualismo entre izquierda y derecha es cada vez más un tripartismo. Durante largo tiempo este sector no tuvo relevancia electoral gracias sistema de mayorías y al «frente republicano» conformado por socialistas y conservadores en contra del FN. Pero esto está cambiando debido a un peso electoral cada vez mayor, un elevado grado de movilización de sus simpatizantes y los triunfos de los candidatos del FN a nivel municipal y departamental. Además, desde el «ni ni» de Nicolás Sarkozy (en caso de balotaje entre el FN y los socialistas, los conservadores no llamarían a votar ni a unos ni a otros), el consenso republicano entre conservadores y socialistas se ha vuelto frágil, si bien Sarkozy ha revisado su postura frente a las elecciones presidenciales del 23 de abril.

Nuevas contradicciones definen la elección

En las elecciones primarias de los republicanos (LR) y de los socialistas (PS) celebradas en enero, los votantes se pronunciaron contra la tendencia de las encuestas, para sorpresa de todos los candidatos representativos de los perfiles ideológicos más clásicos de la derecha y la izquierda respectivamente: François Fillon de LR y Benoît Hamon del PS. Mientras que estos dos apoyan la vieja contradicción entre derecha e izquierda, Macron y Le Pen representan el nuevo conflicto entre quienes tienen posturas más abiertas (globalización, inmigración, tolerancia a las minorías y las nuevas formas de vida, fe en el poder integrador del modelo de sociedad francés) y quienes tienen posturas más cerradas (sustancial limitación de la inmigración, priorización de lo nacional, limitación del libre comercio, regreso a los «buenos viejos tiempos»).

Le Pen opone aquí los «patriotas» a los «mondialistes», término que se ha traducido demasiado inofensivamente como «defensores de la globalización». Esta palabra se usa intencionalmente de modo peyorativo. Le Pen desea abandonar la UE y el euro, reducir la cantidad de inmigrantes de los actuales 140.000 a 10.000 y hacerles ver a los musulmanes que viven en Francia que realmente no forman parte del país. Su política es favorable a que Francia se recluya en sí misma.

Con Emmanuel Macron llega al escenario alguien que no quiere posicionarse a la izquierda ni a la derecha. Macron desea que Francia se ponga en forma para la globalización y considera positiva a la UE. Elogia explícitamente la política para refugiados de la canciller Angela Merkel. Apela a la fe en el futuro y la capacidad reformista de Francia y, con ello, respalda a los aperturistas.

De todos modos, Le Pen tiene la ventaja de que su partido cuenta con una larga historia. Ha transformado un partido de xenófobos, antisemitas y gente anclada en el pasado en un receptáculo de quienes ubican los problemas de Francia fundamentalmente fuera de ella: las reglas de la UE, la globalización, los inmigrantes, el «dictado alemán de austeridad» o incluso las propias élites «alejadas de la realidad». El Frente Nacional transmite, en la anunciada recuperación de la soberanía nacional, la ilusión de poder controlar por completo el Estado nacional tanto en lo político como en lo económico. El éxito de esta visión ha crecido sobre la base, por un lado, de los ataques que durante años recibió la UE del FN y otros actores y de la globalización, y por otro lado, del convencimiento histórico de que la economía puede ser controlada. A su vez, Marine Le Pen está en la escena política desde hace décadas y ha logrado una gran credibilidad entre sus seguidores que tampoco puede ser mellada por el escándalo de la malversación de fondos de la UE en beneficio de sus propios colaboradores. La investigación del caso y la quita de su inmunidad por parte del Parlamento Europeo son hábilmente expuestas por ella como un ataque del establishment contra ella y contra la «voluntad del pueblo», que ella se arroga.

Emmanuel Macron también se presenta como una alternativa al establishment «partidista», pero obviamente su carrera lo muestra también como un producto del mismo. Su distanciamiento de los mecanismos de funcionamiento de los partidos establecidos, a los que él hace responsable de la poca potencia reformista de Francia, no alcanza para borrarle esta «mancha» ante los ojos de los perdedores de la modernización. Pero no ha ejercido hasta ahora ningún cargo político y está haciendo la primera campaña electoral de su vida, por lo que llega con una frescura inusual. Como le falta una base partidaria que le provea votos en cada lugar, depende, para bien o para mal, de su popularidad mediática. Carece de «votantes fieles en el tiempo», tales como los conocemos por las encuestas electorales. Este es un problema que tampoco se solucionará con un triunfo de Macron. En las elecciones parlamentarias de junio, a pesar de los 200.000 simpatizantes que se han registrado y los grupos locales que lo apoyan, no podrá lograr mayoría parlamentaria. Es por ello que obtener las mayorías parlamentarias para su programa de reformas se transformará en un desafío enorme que podría hacer fracasar todo su proyecto.

Elecciones con final completamente abierto

El escándalo por el supuesto trabajo ficticio de su mujer a expensas del Estado le ha causado un daño enorme a Fillon, el candidato conservador. Después de que la Justicia hubo iniciado oficialmente un proceso en su contra, Fillon no ha retirado su candidatura —contrariamente a lo que había dicho al principio— y algunos miembros de su equipo de campaña lo están abandonando. A esto se suma que sus difamadores ataques a la Justicia se asemejan demasiado a los de Marine Le Pen. Estos impotentes golpes a diestra y siniestra representan un daño para la división de poderes y la democracia en Francia y son, al fin de cuentas, algo de lo que saca provecho solo el Frente Nacional. La izquierda, a su vez, vuelve a fracasar en consensuar un candidato en común, con lo que es muy probable que Macron llegue al balotaje del 7 de mayo. De todos modos, es mucho lo que pueden cambiar los resultados de las encuestas en las ocho semanas previas a la primera vuelta. Solo está claro que Marine Le Pen tiene a los seguidores más estables y que muy probablemente sea la ganadora de la primera vuelta, mientras que los simpatizantes de Macron todavía tienen muchas dudas de si finalmente le darán su voto. Además, la distancia entre los potenciales rivales de Marine Le Pen es tan pequeña que no puede pronosticarse quién la enfrentará en el balotaje.

Macron ya tiene en claro que los resultados de las encuestas son extremadamente volátiles. Dos declaraciones controvertidas le hicieron perder cinco puntos en unos pocos días. Su popularidad se basa en una promesa de dinamismo encarnada en su persona y en la integración de sectores de la población en una campaña que duró más de medio año. Su plataforma electoral ha sido publicada recientemente y presenta ahora puntos vulnerables desde diversos lados, lo cual hará que lo abandone una parte de sus seguidores. Además, no se le conoce competencia alguna en un tema que se ha vuelto más importante que nunca para los franceses: la seguridad. Si hubiera un nuevo atentado poco antes de las elecciones, su postura de apertura al mundo y sus nulos antecedentes en cuestiones de seguridad podrían volvérsele en contra a Macron.

En el caso de que Le Pen y Macron se enfrenten en la segunda vuelta electoral, la cuestión decisiva será cómo se comportarán los votantes del conservadorismo y la izquierda. Según una reciente encuesta, aproximadamente la mitad de los votantes de Fillon y de Mélenchon votaría en el balotaje por Le Pen. Los votantes de Fillon, porque el acercamiento de Marine Le Pen a algunas posturas de los católicos franceses ha dado claramente buenos frutos; y los votantes de Mélenchon, porque comparten con el FN el rechazo a la globalización y a la UE. Los votantes del PS optarían en su inmensa mayoría por Macron para evitar a Le Pen.

Es por ello que, la participación en las elecciones decidirá finalmente si la presidencia estará al alcance de la mano de Le Pen, o si el menosprecio que la mayoría de los franceses sintió durante décadas por el FN sigue siendo suficiente para votar en el balotaje por el FN.

Última oportunidad para Francia y Europa

Esta vez es posible que ese desprecio sea aún suficiente. Pero si el candidato que desafía a Marine Le Pen no encuentra respuestas a los desafíos durante su mandato presidencial –y no obtiene el apoyo de sus socios europeos–, será inevitable que a partir de 2022 la presidente sea Marine Le Pen.


Fuente: http://www.ipg-journal.de/kommentar/artikel/madame...



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