Opinión
mayo 2018

¿Logrará Piñera surfear la #OlaFeminista?

Igual que en su administración anterior, el gobierno chileno está enfrentando un movimiento social potente que le hace cambiar de golpe su mapa de navegación. Las manifestaciones feministas han cambiado el debate público y la agenda política. Pero Sebastián Piñera aprendió la lección y su respuesta esta vez ha sido ágil, oportuna y mucho más contundente de lo que se podía esperar de un gobierno de derecha. Por el momento está arriba de la ola. Sin embargo, los cuestionamientos empiezan a demandar cambios en el modelo económico. Ahí es donde la pericia de Piñera se pondrá a prueba.

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Es imposible luchar en contra de una ola: puedes quedarte de pie y esperar a que te noquee, o lanzarte a ella, unirte a su fuerza y así utilizar su poder. Eso es precisamente lo que decidió hacer el presidente Sebastián Piñera frente a la así llamada #OlaFeminista en Chile, que desde hace unas semanas se ha apoderado de las calles, de la agenda pública y también de las prioridades políticas.

Algunos creen que es audacia y otros, oportunismo. Pero lo cierto es que es parte del aprendizaje de su primera gestión (2010-2014), cuando enfrentó dos olas gigantescas que lo obligaron a guardar su programa de gobierno en un cajón y reaccionar. La primera fue el terremoto que sacudió Chile pocas semanas antes de su toma de posesión, que resultó ser el quinto más intenso en la historia del mundo y que le cambió de un plumazo la agenda al gobierno entrante. Pocos meses después, el 2011, un terremoto social lograba alterar los planes gubernamentales una vez más; era el movimiento estudiantil que por meses organizó marchas, manifestaciones y acciones culturales pidiendo el «fin al lucro» en la educación. Una expresión de descontento y rabia acumulada con un sistema educacional privatizado por Augusto Pinochet que había transformado a la educación en un bien de consumo y había dejado a miles de familias endeudadas a cambio de títulos profesionales de universidades privadas de mala calidad.

Y hoy, una vez más le toca enfrentar un movimiento social que le hace cambiar el mapa de navegación. Pero Piñera está más preparado; aprendió la lección y su respuesta esta vez ha sido ágil, oportuna y mucho más contundente de lo que se podía esperar de un gobierno de derecha. El gobierno se lanzó a la ola y hasta el momento aún se mantiene arriba.

La pregunta es si Piñera logrará efectivamente sortear la #olafeminista hasta el final. En un artículo publicado también aquí decía que la meta de la derecha es permanecer en el poder por más de un periodo presidencial y que Piñera estaría dispuesto a mucho para lograrlo, incluso si eso significa pasar por encima de las líneas ideológicas de su coalición. Dicho de otro modo, igual que en el ajedrez, está dispuesto a sacrificar la reina para ganar la partida.

Sin aversión al riesgo

Casi 20 Universidades en Chile están paralizadas o en «tomas feministas». Lo que empezó como una reacción ante la inacción, encubrimiento y falta de procedimientos para denunciar y sancionar el acoso sexual dentro de las universidades, hoy las reivindicaciones son mucho más amplias y profundas: el movimiento feminista demanda cambios estructurales, que rompan el modelo patriarcal y fuertemente machista de la sociedad chilena.

El hashtag #olafeminista está bien puesto: es una verdadera ola, y tiene una enorme fuerza. Las imágenes de la multitudinaria marcha del 16 de mayo lo dice todo: mujeres marchando con sus pechos descubiertos, estudiantes arriba de la estatua de un ex arzobispo frente a la Casa Central de la Universidad Católica y la emocionante imagen de participantes abrazando a mujeres policías que custodiaban la marcha: «esto lo hacemos también por ti y por tus hijas».

La ola comenzó en Argentina con el Ni Una Menos, que por su valentía y fuerza caló profundo y ayudó a crear conciencia justo en el momento en que en Chile se debatía la ley de aborto en tres causales. Le siguió el caso de «la manada» en España, que despertó una ráfaga de indignación y luego dramáticos casos como el de Ámbar, una niña de tan solo 1 año y 7 meses, violada y muerta a causa de golpes a manos de la pareja de la mujer que la tenía a su cargo.

Finalmente se destaparon las acusaciones de acoso, abuso y violencia al interior de las universidades y se evidenció la impunidad en que quedan la gran mayoría de las denuncias. Hoy los paros y tomas feministas demandan desde garantías básicas como la existencia de procesos y protocolos para una efectiva denuncia, investigación y sanción de casos de abuso, acoso y violencia sexual dentro de las universidades, así como reivindicaciones sociales mucho más profundas que obligan a revisar las prácticas y estructuras de la sociedad, que son en parte responsables por la perpetuación del patriarcado.

Piñera entra a la ola

Al cabo de pocos días de iniciado el movimiento, Piñera se lanza y reacciona con un contundente paquete de 12 medidas legales y administrativas en una amplia variedad de temas, y con propuestas bastante alejadas del ADN tradicional de la derecha. La respuesta fue oportuna porque no le dio tiempo al movimiento feminista de transformarse en una voz de oposición al gobierno, y fue astuta porque sin mayorías en el Congreso, apostar a la transversalidad política levantando banderas que han sido de la izquierda le abre más opciones de apoyo.

La primera propuesta fue simple pero extraordinariamente simbólica: reformar el artículo 1 de la Constitución, agregando la obligación del Estado tanto de promover y garantizar la plena igualdad de derechos, deberes y dignidad entre hombres y mujeres, así como de evitar toda forma de abuso, violencia o discriminación arbitraria. Para un Presidente que, por ejemplo, se había negado a utilizar lenguaje inclusivo en sus discursos y mantenía el masculino para las referencias genéricas, hacer un cambio simbólico como este en la Constitución es sin duda indicador de lo que está dispuesto a hacer.

Las medidas también incluyen acelerar la discusión del proyecto de ley sobre violencia en el pololeo (noviazgo); el fin de los privilegios de los hombres para administrar el patrimonio de la sociedad conyugal; el derecho a sala cuna universal, tanto para hombres como para mujeres; fomento de la participación de la mujer en cargos de alta responsabilidad, tanto en el sector público, como privado y académico, entre otras.

Y sigue surfeando bien: en la firma del proyecto de reforma constitucional que envió al Congreso, Piñera reconoció en su discurso a mujeres que han hecho significativas contribuciones a Chile; entre ellas a la ex presidenta Bachelet y a Daniela Vega, la actriz transexual de la película ganadora de un Óscar «Una Mujer Fantástica», donde interpreta también a una mujer trans.

Con una ley de identidad de género empantanada en el Congreso hace 5 años por la propia acción de la derecha que la ha bloqueado sistemáticamente, la referencia a Daniela Vega no es sino una cuidadosamente calculada declaración política. Y es que Piñera huele bien el entorno y sabe que lo que se necesita es difuminar, precisamente, la línea ideológica que lo separa de la izquierda.

Pero es una apuesta riesgosa para sus apoyos internos. Hay muchos que, legítimamente, preguntan cómo puede la derecha liderar un proceso de cambio que defienda los derechos de las mujeres cuando ha sido ese sector el que sistemáticamente ha torpedeado todos los proyectos de ley que han intentado avanzar en, precisamente, autonomía de las mujeres: divorcio, píldora del día después, matrimonio gay, ley de identidad de género, etc. Esta será una de las tensiones que Piñera tendrá que resolver y, al final del día, tendrá que mover las piezas con inteligencia y audacia.

En cualquier caso el contraste entre el 2011 y el 2018 es impactante. Hace 7 años, luego de meses de movilizaciones estudiantiles, Piñera seguía sin ver la fuerza de la calle y declaraba que el movimiento estudiantil estaba muy influido por «ideas equivocadas», haciendo alusión al comunismo. Miopía y rigidez ideológica que Piñera dejó en el pasado. Hoy se subió a la ola rápido y sigue firme. La pregunta crucial ahora es cuánto más empujará la ciudadanía, qué otras demandas sociales utilizarán el momentum creado y hasta dónde estará dispuesto a ceder.

Todo tiene un límite

Anticipado o no por el gobierno, las demandas feministas necesariamente empujarán una agenda de transformaciones mucho más profundas, que cuestionan varias de las estructuras en que se funda la sociedad y también el modelo económico. Es ahí donde pueden haber presiones para que Piñera vuelva a dibujar la hoy más difuminada línea ideológica.

Por el momento, sin embargo, el gobierno no parece estar cerrándole la puerta a ningún tema. Es más, el Presidente habló en el discurso de asuntos que requerirán cambios en la empresa privada y seguro significarán un desafío dentro de su propia coalición, por ejemplo en materia de equidad laboral. El Presidente se comprometió a lograr mayor participación de la mujer en cargos de alta responsabilidad, tanto en el sector público, privado y académico. Y es que en Chile hay solo 6% de mujeres en los directorios de las 42 empresas privadas más importantes, y en ninguna de ellas una mujer ocupa la máxima autoridad. En el sistema de selección para cargos en el sector público solo 30% de las personas electas son mujeres y de las 56 universidades que existen en el país solo 3 de ellas tienen rectoras mujeres. En equidad salarial, la OCDE mostró que la brecha salarial entre hombres y mujeres en Chile es de 21%, bastante superior al 14% de promedio del bloque.

Si quiere hacer cambios sustantivos, entonces, Piñera va a tener que regular también el funcionamiento de empresas privadas. ¿Lo hará? ¿Avanzará hacia políticas de equidad salarial garantizadas por ley como en Islandia o Alemania, o descansará en el engaño de la «autorregulación» de la empresa? Es el debate que se viene en Chile y no va a ser fácil.

En la misma línea, el anuncio Presidencial de impulsar una reforma al sistema de salud privada para terminar con las diferencias de precios en planes de salud entre mujeres y hombres es una buena declaración de intenciones. Sin embargo, si quiere avanzar de verdad, Piñera se va a encontrar con una resistencia feroz. La salud privada, administrada por las así llamadas «Isapres» ha sido desde hace mucho blanco de las críticas por sus excesivas utilidades y lo costoso de sus planes de salud. En ese sistema privado, las mujeres en edad fértil pagan hasta 3 veces más que un hombre de la misma edad. El negocio es extremadamente rentable. Así el año pasado las Isapres tuvieron utilidades de más de 110 millones de dólares, 40% más que el 2016 y en el primer trimestre de 2018, llegaron al 50% de lo alcanzado en todo el 2017.

Ante la obvia pregunta de cómo se van a financiar planes más baratos para las mujeres, la primera reacción del gobierno fue decir que se subirían los planes a los hombres, no que las Isapres debieran ajustar sus estructuras de costos o sus utilidades. Las críticas llovieron y el gobierno se abrió a la idea de apretar a la empresa privada: «también tendrán que hacer un esfuerzo», dijo el Presidente. Así, una parte de la derecha se abre –o se ve obligada a abrirse— por primera vez a al debate sobre el modelo. Es solo una compuerta, pero es posible que ya no sea posible cerrarla. El cálculo que viene en lo inmediato para el gobierno es hasta dónde y cuándo avanzar sin alienar a las propias huestes, pero dando respuesta a la presión de los grupos feministas y de la opinión pública. No va a hacer fácil, porque si bien Piñera está dispuesto a mucho si eso le asegura a la derecha un nuevo período en La Moneda, la posibilidad de tambalear siempre existe. El debate vendrá, y Piñera tendrá que ser cuidadoso, pero también puede ser que logre (por un tiempo) sortear los cuestionamientos al modelo. Habrá que poner atención.


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