Opinión
agosto 2021

Líbano: de explosión en explosión

Un año después de la explosión en el puerto de Beirut, el Líbano todavía sufre. La gente está harta de la elite gobernante y desesperada por irse. Ahora, es el pueblo el que explota.

Líbano: de explosión en explosión

En el Líbano el tiempo se detuvo a las 6:07 PM del 4 de agosto de 2020. Ese día oscuro no desfiguró solo a una ciudad, sino a una población entera. Han circulado muchos números: 2.750 toneladas métricas de nitrato de amonio, 215 víctimas, al menos 6.500 heridos, por lo menos dos casos conocidos de víctimas que todavía están en coma, más de 70.000 viviendas dañadas, más de 300.000 desplazados, pérdidas materiales estimadas en 8.000 millones de dólares, pérdidas incalculables en términos de vidas humanas preciosas.

Sin embargo, el número que realmente cuenta es el de las más de siete millones de personas traumatizadas en el Líbano y en el extranjero que buscan justicia. Ya pasó un año desde ese día. Todavía reina la impunidad en lo que respecta a la explosión del 4 de agosto o lo que muchos han comenzado a llamar «Beirutshima» para dar idea de la escala nuclear de destrucción. La sociedad libanesa sufre una crisis masiva acompañada de desesperanza y desencanto. Es una combinación infernal: la caída estrepitosa del valor de la moneda local, los bancos que retienen el dinero de los depositantes, la pandemia de covid-19, una explosión de proporciones casi nucleares.

Unos pasos atrás

El círculo vicioso del Líbano comenzó en el verano boreal de 2019, cuando comenzaron a vislumbrarse en el horizonte los signos del colapso financiero. Los bancos comenzaron a imponer restricciones a los retiros de dinero de las cuentas empresariales y personales. Pero el 17 de octubre cambió la dinámica política. Millones de libaneses salieron a las calles para protestar contra la imposición de nuevos impuestos a los ciudadanos comunes. La clase política vio las protestas como una oportunidad para sacar ilegalmente del país miles de millones de dólares y lanzar un nuevo discurso: las protestas fueron la causa del colapso financiero.

Las elites políticas del Líbano surgieron de la guerra civil que finalizó en 1990. Las protestas realmente las asustaron, porque el pueblo libanés se mostró unido contra la totalidad de la clase política bajo el eslogan «Todos ellos quiere decir todos ellos» («kellon yaane kellon», en árabe). Esta era una acusación explícita contra todos los que participaban de la escena política desde 1990, en demanda de una rendición de cuentas por la mala gestión y la corrupción. Los partidos gobernantes estaban indignados. En muchos lugares del país se lanzaron ataques violentos contra los manifestantes, protagonizados por matones afiliados a los diferentes partidos.

Luego vino marzo de 2020 y la pandemia ayudó al régimen a limpiar las calles de gente enojada. Los partidos gobernantes vieron la cuarentena como una oportunidad para reforzar su posición: las fuerzas de seguridad quemaron las carpas que los manifestantes habían colocado en todo el país como puntos de reunión para discutir temas políticos y cambiar el discurso. También etiquetaron los kits de higiene y cajas de alimentos con sus nombres y logos y los distribuyeron entre sus simpatizantes y las familias necesitadas.

Sin embargo, el colapso sobrevino más rápidamente de lo que se podía anticipar. Antes de julio, la libra libanesa había impuesto un nuevo récord cuando la tasa de cambio cayó a un mínimo histórico de 8.000 LBP por dólar. El gobierno usó la pandemia como solución a su problema: cada vez que los precios subían en forma significativa, en particular el del pan, imponía una cuarentena.

El día del Juicio Final

El 4 de agosto comenzó como el primer día «normal» luego de esos irracionales confinamientos de cinco días. A las 5 PM, hora local, los negocios cerraban sus puertas y las calles de Beirut veían sus usuales embotellamientos. A las 5:40 PM, comenzó un incendio en el depósito 12 del puerto de Beirut. Se llamó a los bomberos. A las 6:07 PM hubo una gran explosión. Los que la escucharon en Beirut salieron a ver qué estaba pasando. Menos de 40 segundos más tarde… bueno, el mundo entero pudo ver lo que ocurrió después. Incluso en Chipre se pudo oír y sentir la detonación.

En un país como el Líbano, marcado por un desorden y una violencia constantes, cada vez que uno oye un ruido fuerte, corre. Esta vez fue diferente. No había dónde correr. Diez kilómetros a la redonda de la explosión, fragmentos de vidrio y metal lo perforaban todo.

Vivo a solo un kilómetro de donde ocurrió la explosión. Fui testigo de escenas que ninguna producción hollywoodense podría alguna vez recrear. Corrí por una calle bañada en sangre. Los adultos y los niños caminaban como zombis, gritando en estado de semiinconsciencia. Lo más duro era no poder ocuparse de los cadáveres que yacían en el suelo. O ver los hospitales en ruinas, mientras el personal médico trataba de evacuar a la calle a pacientes ensangrentados. O ver una casa funeraria, sus ataúdes dispersos afuera, en espera de más cuerpos sin vida. La parte más difícil de ese día fue correr durante más de cinco horas, en un intento por salvar a los heridos sin saber qué había pasado ¿Acababa de comenzar una nueva guerra? ¿Una invasión? ¿Cuándo sería la próxima explosión?

Las secuelas

En la mañana del 5 de agosto el aire se sentía pesado. El polvo y la muerte cargaban la atmósfera de Beirut. La nube producida por la explosión de nitrato de amonio cubría la ciudad con una capa rosada mientras caía sobre casas y automóviles destruidos. No obstante, decenas de miles de libaneses acudían como en rebaño, desde todas las regiones del país, munidos de palas, escobas y bolsas de residuos para limpiar su capital y mostrar su solidaridad con las víctimas.

El Estado, el responsable silencioso, no movió un dedo para auxiliar a los voluntarios en sus esfuerzos de socorro y limpieza. Por el contrario, eligió reprimir a los enojados sobrevivientes y manifestantes utilizando gas lacrimógeno y balas cuando se manifestaron el 8 de agosto cerca del Parlamento. Ningún funcionario fue responsabilizado por las heridas permanentes infligidas en quienes se manifestaron. Más de 35 personas perdieron un ojo ese día.

En la actualidad, más de un año más tarde, el Estado ha fracasado en forma total y la economía ha colapsado completamente. Las reservas del Banco Central se agotaron luego de que la clase gobernante sacara su dinero del país en forma ilegal. El Parlamento legalizó el uso de 200 millones de dólares de las reservas –esto es, dinero de los ahorristas– para importar combustible y otros bienes. La cotización del dólar estadounidense rompe nuevos records día tras día y en la actualidad llega a 23.000 LBP. El Líbano carece de suministros médicos. El sector sanitario está desplomándose. El suministro de energía eléctrica es de solo tres horas por día.

La semana pasada, mientras decenas de miles conmemoraban el 4 de agosto en el Líbano y acompañaban a las familias de las víctimas, las miradas del público estaban fijas en el juez de instrucción Tarek Bitar para que tome decisiones valientes y sin precedentes y convoque a los culpables. Los funcionarios han admitido en forma reiterada que sabían de la presencia de nitrato de amonio en el depósito 12. Entre ellos se encuentra el mismísimo presidente Michel Aoun, quien en una entrevista televisiva en agosto de 2020 dijo que fue informado acerca del tema el 20 de julio, «demasiado tarde», según él.

Aoun, ex-general y supuestamente conocedor de los peligros que involucran tales explosivos, pasó los últimos diez meses negociando con el primer ministro Saad Hariri. Ambos están obstaculizando la formación de un nuevo gobierno que podría dar esperanza al pueblo libanés. El 5 de agosto, el juez Bitar solicitó suspender la inmunidad de varios destacados funcionarios y legisladores con posibles conexiones con lo acontecido. El Parlamento se rehusó.

Mientras tanto, las plataformas de medios alternativas están llevando adelante una investigación de gran alcance sobre el tráfico y el almacenamiento del nitrato de amonio que condujo a la explosión. El pueblo libanés, en especial los jóvenes, han perdido la fe en el reconocimiento de responsabilidades y la justicia de su país. También han perdido la fe en la comunidad internacional. Solo sueñan con obtener una visa y un pasaje de ida hacia algún otro lugar.

 

Traducción: María Alejandra Cucchi

Fuente: IPS Journal


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