Tema central
NUSO Nº 214 / Marzo - Abril 2008

Globalización, regionalización y fragmentación

Las relaciones entre América Latina y el resto del mundo están condicionadas por la asimetría respecto de los países más poderosos, un entorno de seguridad caracterizado como zona de paz y un contexto económico marcado por la herencia neoliberal y la apertura comercial. En este marco, América Latina ha adoptado tres caminos diferentes: la apertura al mundo, la regionalización mediante los procesos de integración y la articulación de vínculos transregionales a través de tratados de libre comercio, en general con Estados Unidos. Las diferencias entre países y las superposiciones demuestran que la región carece de una estrategia única y coherente de inserción en el mundo globalizado.

Globalización, regionalización y fragmentación

Introducción

¿Quo vadis, América Latina? ¿Cómo pueden calificarse las actuales relaciones internacionales de la región con el mundo? ¿Es posible referirse a América Latina como una región homogénea, capaz de articular una política internacional coherente? En este trabajo, formulo algunas especulaciones sobre estas preguntas y sobre las estrategias y las opciones con las que cuenta América Latina para su inserción en el mundo.Las alternativas que tiene América Latina son el resultado de tres procesos fundamentales que, combinados, definen hoy la política mundial –la globalización, la regionalización y el nacionalismo– y que deben comprenderse y estudiarse como fuerzas superpuestas e interrelacionadas, a veces antagónicas y a veces no, pero nunca en armonía (Kacowicz 1998a). Las estrategias de América Latina en su relación con el resto del mundo están condicionadas por la interacción dinámica entre esas tres fuerzas y pueden resumirse en tres: apertura al mundo (mediante la globalización), integración regional (mediante la regionalización) y fragmentación (mediante la regionalización externa y los vínculos transregionales).

Desde luego, identificar tres estrategias diferentes implica suponer la existencia de América Latina como región, una afirmación ya de por sí controvertida. Hay argumentaciones tanto en contra como a favor. Para sostener que América Latina no constituye una región coherente, hay que referirse al nuevo escenario de diferenciación entre los países latinoamericanos y al incremento de sus vínculos extrarregionales en el marco más amplio de la globalización. Por ejemplo, la globalización de los mercados ha impulsado a los países latinoamericanos a diversificar sus contactos más allá de la región, e incluso más allá del hemisferio occidental (Muñoz, p. 35). Además, cada subregión latinoamericana recibe de distinta forma la influencia de EEUU, que tras el fin de la Guerra Fría ha adoptado diferentes estrategias: ha ampliado y consolidado su poder en las subregiones de México, Centroamérica, el Caribe y la franja norte de Sudamérica (con excepción de Cuba y Venezuela) y ha disminuido su presencia en el Cono Sur (Russell/Calle, pp. 3-4). Pero aunque esto induciría a pensar que América Latina no puede ser analizada como una sola región, también es cierto que los países que la integran comparten intereses y problemas, especialmente tres: la asimetría, el entorno de seguridad en un proceso de cambio y el contexto económico.

La asimetría es un tema común a toda América Latina (Smith, pp. 341-342). Significa que otras regiones, como Norteamérica, Europa o Asia, son más importantes para América Latina de lo que América Latina es para ellas. La economía mundial se encuentra en proceso de transición, con América del Norte y la Unión Europea en declive y un eje económico dominante que se orienta cada vez más hacia Asia. En este contexto, a pesar del enorme potencial derivado de su dotación de recursos naturales, América Latina, con apenas 8% del producto bruto mundial, no puede cambiar su posición de manera dramática. Por otro lado, sin las rígidas estructuras ideológicas y geoestratégicas de la Guerra Fría, las naciones latinoamericanas reciben menos atención que antes por parte de los poderes mundiales y enfrentan el riesgo de la marginación o la irrelevancia (Tulchin/Espach, pp. 1 y 37-38).

El segundo aspecto mencionado como factor común a los países latinoamericanos, el entorno de seguridad en proceso de cambio, incluye la consolidación de la región, en especial de Sudamérica, como una zona de paz, y un nuevo panorama de seguridad caracterizado por amenazas y conflictos que son a la vez internos y externos, es decir «intermésticos» (intermestic). Finalmente, el tercer punto en común, el contexto de economía política, alude sobre todo a los efectos de la globalización, que ha tenido un impacto significativo pero desparejo en el desarrollo político, social y económico de América Latina.

En las páginas siguientes abordo brevemente estos dos últimos temas –el contexto de seguridad y el contexto económico– con el fin de echar luz sobre las opciones con las que cuenta América Latina para relacionarse con el resto del mundo.

El contexto de seguridad

El contexto de seguridad es relevante para comprender las estrategias que los países latinoamericanos adoptan en materia de relaciones internacionales. Con el final de la Guerra Fría y la resolución de los conflictos en Centroamérica, América Latina –y no solo Sudamérica– se fue transformando poco a poco en una de las regiones más pacíficas del mundo. Han tenido lugar importantes transformaciones en las relaciones entre los países de la región en relación con las preocupaciones tradicionales por la paz y la seguridad internacionales (Domínguez, pp. 4-11). Pero existen nuevos tipos de desafíos de seguridad que los países de la región se ven forzados a enfrentar con eficacia, todos ellos de carácter «interméstico». Un concepto de seguridad amplio implica incluir también problemas como el desempleo y la pobreza crecientes, la marginalidad de muchos sectores de la población, las violaciones a los derechos humanos, la degradación del medio ambiente, las amenazas al desarrollo democrático y al bienestar económico, y la inestabilidad económica y política.Además, el cambiante panorama de seguridad regional de América Latina se caracteriza por las amenazas transnacionales, como el tráfico de drogas, los flujos migratorios, el crimen organizado internacional (o más bien transnacional) y el tráfico de armas. El terrorismo y el narcotráfico plantean nuevos desafíos para los planes de seguridad subregionales, como los que se intenta desarrollar en el marco del Mercosur. Un caso conocido es la Triple Frontera, una zona libre de impuestos en la que limitan Paraguay, Brasil y Argentina, identificada como un lugar clave para la operación de grupos terroristas islámicos (Pion-Berlin, p. 216; Tickner, p. 7). Las nuevas amenazas hacen que los países ya no perciban a sus vecinos como potenciales enemigos, pero impiden crear una percepción clara acerca de quién es el adversario externo común y cómo se lo debe enfrentar.

Es posible identificar fuerzas integradoras y desintegradoras que afectan la dinámica de la seguridad de América Latina y, de manera indirecta, su relación con el resto del mundo. Entre las primeras podemos mencionar los mecanismos democráticos regionales encarnados por la Organización de Estados Americanos (OEA) y el Grupo Río, así como el fructífero diálogo político entre América Latina y otras regiones del mundo, a través de las cumbres con la UE y las Cumbres Iberoamericanas, así como la integración transnacional, que incrementa las inversiones, y el apoyo latinoamericano al multilateralismo. Entre las fuerzas desintegradoras se encuentran la violencia interna y la desintegración política, el bajo nivel de institucionalización de los organismos regionales, desde el Mercosur y la Comunidad Andina de Naciones (CAN) hasta la nueva Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur), el relativo estancamiento de los mecanismos de integración económica, tanto de la CAN como del Mercosur, y la tendencia de algunos países a buscar acuerdos comerciales bilaterales extrarregionales (Muñoz, pp. 38-40).

En resumen, ¿de qué modo el entorno de seguridad repercute sobre las estrategias de inserción internacional de América Latina? En primer lugar, en comparación con otras regiones del Tercer Mundo, se trata de un marco relativamente benigno en términos de geopolítica y seguridad internacional. En segundo lugar, EEUU y otros actores claves de la escena internacional tienen intereses diferenciados, concentrados y específicos en la región, como la preocupación por el tráfico de drogas y el terrorismo en Colombia o la Triple Frontera. Finalmente, si tenemos en cuenta que actualmente el concepto de seguridad se refiere también a la escena nacional, es necesario analizar el contexto económico para comprender las opciones disponibles para América Latina. Al parecer, son los problemas sociales internos los que determinan las estrategias de inserción internacional de América Latina, más que las preocupaciones tradicionales de seguridad.

El contexto económico

Tras la crisis de la deuda de los 80, los países latinoamericanos reabrieron sus economías para incrementar el intercambio comercial con el resto del mundo. Al principio con cierta reticencia y luego con creciente entusiasmo, la región adoptó la ortodoxia y las políticas neoliberales. Como consecuencia de esta decisión, América Latina construyó sólidas relaciones con las economías de mercado, se tornó más dependiente y se integró estrechamente a la economía global como exportadora de recursos naturales e importadora de productos manufacturados. Los aranceles se redujeron, se fomentaron las exportaciones, se invitó a los inversores extranjeros a presentarse a licitaciones para adquirir empresas estatales y se impulsaron los acuerdos de libre comercio. Resulta paradójico que, en la etapa posterior a la Guerra Fría, caracterizada por la homogeneidad del libre mercado y la competencia feroz de los mercados financieros, cuanto más integrada se encuentra América Latina, más teme quedar marginada, sin ninguna alternativa política o económica razonable.

Los efectos de la globalización no han sido ni benignos ni parejos. Tras años de políticas económicas neoliberales, los latinoamericanos esperaron con expectativas el momento de saborear los frutos de la apertura. Sin embargo, salvo algunas excepciones notables, como Chile, Costa Rica y el norte de México, en general los frutos resultaron amargos. La apertura económica parece haber acelerado la desintegración social, al tiempo que la nueva movilidad del capital internacional generó más dependencia en las economías latinoamericanas, incrementó su vulnerabilidad ante los sacudones de los mercados mundiales de capitales y redujo su autonomía política (O’Toole, p. 453). La emergencia de una nueva izquierda populista en países como Ecuador, Venezuela y Bolivia puede interpretarse como una reacción política ante la inserción económica en la globalización.

Por ende, la globalización no se limita a la extensión del libre mercado. En la actualidad, el regionalismo –traducido en los procesos de integración– emerge como otra fuerza potente de la globalización. Si la globalización se entiende como la compresión de los aspectos físicos y temporales de las relaciones sociales, entonces la regionalización puede interpretarse como un componente o un capítulo más de la globalización. Desde este punto de vista, la regionalización, al ayudar a las economías nacionales a ser más competitivas en el mercado mundial, podría conducir a la cooperación multilateral a escala global y contribuir a la adopción de políticas de liberalización y apertura de las economías nacionales. Por consiguiente, puede interpretarse como parte del orden económico global. Pero la regionalización también puede ser resultado de una reacción a las reglas económicas amorfas, inexorables y no democráticas de la globalización.

En resumen, ¿de qué modo el contexto económico repercute sobre las opciones y las estrategias con las que cuenta América Latina para relacionarse con el resto del mundo? En primer lugar, a diferencia de lo que ocurre en el ámbito de la seguridad, el contexto económico realmente forja –y hasta determina– las relaciones internacionales de América Latina. En segundo lugar, no hay un consenso acerca de los efectos, benignos o perniciosos, de la globalización sobre el crecimiento económico y el desarrollo de las sociedades latinoamericanas: la globalización podría consolidar a la región en su tradicional lugar de proveedora de materias primas destinadas a los nuevos mercados como China, pero también podría beneficiarla, ya que el desarrollo tecnológico y la disponibilidad de inversiones globales han propiciado el surgimiento de nuevos tipos de actividades económicas, por ejemplo los proyectos y servicios de tecnología de avanzada en países pequeños, como es el caso de Costa Rica y Panamá (O’Toole, pp. 453-454). En tercer lugar, el contexto de globalización crea y recrea vínculos complejos y fascinantes entre dinámicas y procesos paralelos de globalización y regionalización.

A continuación abordaremos las tres estrategias de América Latina para insertarse en el mundo, antes de finalizar con unas breves conclusiones.

Opciones y estrategias de América Latina

Estrategia 1: apertura al mundo. En esencia, la estrategia de trading around, según lo sugirió Peter Smith (2000, p. 325), consiste en la articulación de relaciones con diferentes países del mundo. Implica la apertura de las economías a los mercados y las inversiones globales y, de algún modo, una restricción de la función del Estado. Siguiendo esta estrategia, las naciones latinoamericanas han adoptado programas unilaterales de liberalización económica más o menos en línea con los parámetros del Consenso de Washington, y han fortalecido sus lazos financieros y comerciales con los principales centros de poder económico global. Se trata de un enfoque «plurilateral» de las relaciones económicas que descansa en la realidad multipolar de la economía mundial generada por la emergencia de China, la importancia de Europa y el poder económico de EEUU.

Asimismo, aquellos países que optan por abrirse económicamente al mundo tienden a elegir la tercera estrategia (construcción de vínculos transregionales) mediante la firma de acuerdos bilaterales de libre comercio. Es probable también que formen parte de los procesos de integración regional, que constituyen la segunda estrategia.

Entre los países latinoamericanos que se han insertado en la economía mundial mediante esta estrategia de apertura al mundo se encuentran Panamá y Chile, que constituyen las economías más globalizadas de la región. Son los campeones latinoamericanos del libre comercio (Chile) y la inversión extranjera (Panamá). Hasta cierto punto, las economías más importantes de América Latina (Brasil, México y Argentina) también se han abierto al mundo y han consolidado sus vínculos económicos con socios extrarregionales, como la UE y China. Y si Chile es el país más globalizado de América Latina en términos económicos, Brasil es el único con aspiraciones políticas globales. Ha ampliado y profundizado sus relaciones con China, la India y Sudáfrica y ha firmado diversos acuerdos con Alemania, la India y Japón para obtener una banca permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Poco tiempo atrás, Brasil fue el único país latinoamericano que participó en la Conferencia de Annapolis en pos de la paz palestino-israelí, junto con los principales poderes del sistema internacional.

Estrategia 2: integración regional. Como ya se mencionó, es posible interpretar la regionalización –a través de los procesos de integración– como una estrategia orientada a la globalización o como una respuesta hostil a ella. En el primer caso, la integración regional conduce a una mayor integración en la economía global, lo cual nos remite a la estrategia 1 (apertura al mundo). En el segundo caso, la integración regional apunta a fortalecer la independencia frente a la economía global. Curiosamente, motivaciones diferentes, y hasta opuestas, podrían conducir a los países latinoamericanos a profundizar la integración regional, pensada como una vía orientada a lograr una mayor integración con el resto del mundo, como una forma de consolidar mercados y economías de escala (por ejemplo, a través del Mercosur) o como un medio para promover intereses geopolíticos (por ejemplo, mediante la incipiente Unasur o la Alternativa Bolivariana para las Américas –ALBA–).

El Mercosur, desde su creación en marzo de 1991, y a pesar de los contratiempos con el cronograma y el rendimiento económico, constituye un extraordinario esfuerzo, que arrojó resultados satisfactorios, en particular en la consolidación de la democracia y la conservación de la paz en el Cono Sur. Debido a la paralización de las negociaciones económicas, esta unión aduanera (erróneamente llamada mercado común) se ha orientado a cumplir objetivos culturales y políticos, además de económicos. Al mismo tiempo, Brasil –y, en menor medida, Argentina– ha utilizado el Mercosur como herramienta diplomática y económica para defender sus intereses nacionales y sus relaciones con poderes externos. Por ejemplo, una de las razones que explica la supervivencia del Mercosur es su papel como bloque de negociaciones en el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) promovida por EEUU y actualmente truncada. La existencia del Mercosur también fue importante en las conversaciones de la Ronda de Doha de la Organización Mundial del Comercio, en especial ante la UE (Huelsemeyer, p. 5).

En cuanto a la Unasur, se basa en una serie de iniciativas políticas y económicas que incluyen la integración geopolítica mediante la mejora de la infraestructura regional en las rutas, las comunicaciones y la energía, acuerdos de libre comercio para articular al Mercosur con la CAN y un compromiso general de cooperar en asuntos de seguridad y pobreza. Se trata de temas relacionados, pues la integración económica y física tiene claras implicancias geopolíticas. El objetivo manifiesto es mejorar la competitividad de la economía sudamericana y su integración en la economía global, además de promover el desarrollo sostenible de los países de la región. Brasil desempeña la función de «ejes y radios» (hub and spoke) para la integración de Sudamérica, del mismo modo que EEUU la desempeña en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).

Finalmente, el ALBA, impulsado desde 2005 por Venezuela y Cuba, busca desarrollar una integración regional alternativa, opuesta al neoliberalismo y la globalización (y, en particular, al ALCA). Venezuela, a pesar de no haber podido exportar la «revolución bolivariana» al resto de la región, tuvo cierto éxito al unirse al Mercosur y crear el Banco del Sur, además de influir en la política interna de países como Ecuador y Bolivia. No obstante, la popularidad de Chávez en América Latina es desigual, en buena medida debido a la brecha que aún existe entre la retórica revolucionaria del líder venezolano y la interdependencia económica de su país respecto de EEUU.

Estrategia 3: fragmentación mediante regionalización externa y vínculos transregionales. En los últimos años, América Latina inició un proceso de fragmentación de sus relaciones internacionales, pues la mayoría de los países intenta defender sus intereses internos mediante estrategias que frecuentemente no coinciden con el progreso de la integración regional (Viola). En ese sentido, una estrategia utilizada es establecer vínculos comerciales con otras regiones del mundo, ya sea en el hemisferio occidental –«jugando con el Norte», en palabras de Smith (2000, p. 327)– como con Europa y Asia.

El caso más claro de la articulación de relaciones dentro del hemisferio occidental es el de México, que al optar por el TLCAN ha profundizado sus vínculos económicos, migratorios, culturales y físicos con EEUU. De un modo similar, las naciones centroamericanas y algunas sudamericanas, como Perú y Chile, han celebrado tratados de libre comercio con EEUU, en parte en respuesta al debilitamiento del esfuerzo continental del ALCA. Con respecto a Europa y Asia, los países latinoamericanos han diversificado sus relaciones comerciales y diplomáticas con países y grandes corporaciones de ambas regiones, lo que podría funcionar como una especie de contrapeso a la hegemonía estadounidense. En ese sentido, es interesante el hecho de que Chile, Argentina, Brasil, México, Perú y Venezuela hayan ampliado sus vínculos con China. Esto es resultado de los nuevos requerimientos de una economía que ha tenido un crecimiento anual de alrededor de 10% durante los últimos 25 años y de la idea, muy extendida en América Latina, de que China puede ser un socio a la hora de realizar inversiones y actividades comerciales (Erikson/Chen, pp. 74-75).

Conclusiones

Las tres estrategias, superpuestas y en ocasiones hasta contradictorias, indican que América Latina no tiene una única alternativa, clara y coherente, de inserción en el mundo. Por otra parte, una misma estrategia puede ser interpretada de diferente manera: ¿la regionalización es una forma de insertarse en la globalización o de oponerse a ella? ¿Los vínculos con socios extrarregionales están orientados a una mayor integración en la economía mundial o simplemente a generar un contrapeso para la hegemonía estadounidense?

El «nuevo regionalismo» latinoamericano y los distintos proyectos de integración, quizá con excepción del ALBA, no contradicen necesariamente las tendencias mundiales que llevan a una mayor integración de la economía global. Por consiguiente, la formación o la revitalización de los planes de integración económica pueden ser defendidas tanto desde un enfoque nacionalista como desde la ortodoxia neoliberal. Mientras que los «dependencistas» y los mercantilistas apoyarán a la CAN, el Mercosur y Unasur como ejemplos de autarquía subregional y reafirmación nacional (o regional), los neoliberales los defenderán como un paso más en el camino de la globalización económica.

Pero los proyectos de integración no han logrado alterar un dato político básico para comprender los vínculos entre América Latina y el resto del mundo: la mayor parte de los países latinoamericanos, incluidos los de Sudamérica, no comparten una política económica y de seguridad ni cuentan con una única estrategia clara en materia de relaciones internacionales. Si a su iniciativa, que es relativamente débil, se le añade la relación asimétrica entre América Latina y el resto del mundo, entonces es más sencillo comprender por qué EEUU, Europa, y cada vez más también China, siguen siendo proactivos en sus relaciones con la región.

En última instancia, América Latina sigue relegada en la política internacional porque no se la percibe como una amenaza significativa para los principales poderes del mundo (Tulchin/Espach, p. 2). Además, el vacilante discurso latinoamericano se construye a partir de promesas y posibilidades futuras (recursos naturales, energía, biocombustibles) y crisis sociales y económicas actuales (predominio de la pobreza, inequidad y exclusión social). El resultado es que América Latina aún se encuentra lejos de cumplir su destino manifiesto.

Bibliografía

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Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 214, Marzo - Abril 2008, ISSN: 0251-3552


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