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Globalización, agrobusiness, América Latina y...¿ Finlandia?


Nueva Sociedad 214 / Marzo - Abril 2008

La globalización, además de crear redes de información planetarias y negocios globales, ha revalorizado las materias primas que constituyen las tradicionales exportaciones de América Latina. El auge del agrobusiness es parte de este proceso, dentro del cual se ubica la decisión de cada vez más empresas nórdicas de trasladar sus plantas de celulosa al sur del planeta. Esto ha generado conflictos como el que enfrenta a Argentina con Uruguay y ha debilitado la imagen del modelo de bienestar nórdico, valorado en América Latina como un ejemplo mundial de solidaridad. Pero, afortunadamente, la globalización genera también efectos positivos, como la emergencia de nuevas formas de conciencia global que se expresan en redes planetarias de resistencia de la sociedad civil.

Globalización, agrobusiness, América Latina y...¿ Finlandia?

La idea de globalización puede ser entendida desde ángulos diferentes. Por ejemplo, muchos cientistas sociales se acercan a ella desde el marco de la historia global. Es decir, con una mirada de larga duración, que abarca las diferentes fases históricas del mundo moderno. Desde esta perspectiva, la globalización actual no se diferenciaría mucho de procesos anteriores.Sin embargo, normalmente pensamos en la globalización como en la última fase, la etapa actual del capitalismo. No en el sentido de Lenin, sino más bien como el momento y el desarrollo de nuestro modo de producción. La mayoría de los economistas analiza la globalización con este enfoque. La globalización en sentido tecnológico-económico se define, desde esta perspectiva, como el mercado monetario digital-electrónico que funciona en tiempo real y en el cual actúan las empresas multinacionales. Las estructuras de producción son diferentes redes globales, dentro de las cuales existen nuevos productos intangibles, como la información, el conocimiento, las marcas y los logos.

Esta sería la situación actual, dominada por las leyes del mercado, gracias a las cuales una persona con «ideas» y algo de capital puede obtener ganancias increíbles en muy poco tiempo. En otras palabras, la concreción de la vieja utopía liberal estadounidense: de hecho, la globalización actual del «sueño americano» es percibida como la gloriosa victoria de la cultura y el modo de vida de Occidente. Es, de alguna forma, una victoria del capitalismo occidental, sea este neoliberal, liberal o socialdemócrata, que conforma un sistema mundial al cual pertenecen y del cual participan nuevos actores, como la China «comunista».

Pero la última fase del capitalismo global también ha generado choques culturales entre diferentes regiones del planeta, causados por el fundamentalismo tanto de Occidente como de Oriente. Al mismo tiempo, se observa la fragmentación de las identidades anteriores y el surgimiento de nuevas y múltiples identidades. En ese sentido, algunos analistas advierten sobre una relación entre el contexto de globalización y la posmodernidad entendida como la necesidad –y hasta la obligación– de elegir, formar y cambiar identidades.

Pero a pesar de estas típicas ideas acerca de la globalización, de los avances generados y los cambios evidentes, no hay que olvidar que en el mundo actual los mercados tradicionales de materias primas conservan una gran importancia. En esta etapa de globalización, América Latina existe y sobrevive dentro de la división de trabajo mundial de una forma no muy diferente de la de los últimos 500 años. En este marco, uno de los nuevos desafíos para la región es la creciente importancia del agrobusiness.

América Latina y... ¿Finlandia?

La industria forestal finlandesa –el oro verde tradicional del país, mucho más antiguo que los Nokias de hoy– se ha globalizado de forma acelerada en los últimos 10 años. Este proceso ha llegado a América Latina. Un ejemplo de la nueva globalización forestal es la planta de celulosa de la empresa Metsä-Botnia instalada sobre el río Uruguay, con una inversión de más de mil millones de dólares, que ha generado una crisis política entre Argentina y Uruguay, con una amplia y polémica cobertura por parte de los medios de comunicación, tanto en Europa como en el Cono Sur.

Lo que ha llamado menos la atención es que la planta de Metsä-Botnia es solo una expresión del crecimiento del agrobusiness, rama a la cual pertenecen tanto las plantaciones de caña para producir biodiesel en Brasil como las de soja o las de celulosa ya mencionadas. Se trata de un cambio estructural, económico y global, realmente importante. Las plantaciones intensivas de caña y eucalipto destinadas a la agroindustria están transformando las zonas rurales de Sudamérica de la misma forma, y en la misma escala, que las bananeras de la United Fruit Company en Centroamérica a principios del siglo XX. Al contrario de lo que dicen los Ministerios de Hacienda de los países sudamericanos, las nuevas pasteras no pueden ser calificadas como simples inversiones industriales. Aunque la celulosa, producida a partir del monocultivo de eucalipto, se procesa en máquinas sofisticadas, en realidad es solo una materia prima para las fábricas de papel de Asia y Europa.

Las pasteras operan casi sin excepción en zonas francas y compiten por la tierra con otros actores de la nueva agroindustria global o con la sociedad civil. Los competidores pueden ser los cultivadores de soja o los actores sociales locales, como ocurre con el Movimiento de los Sin Tierra y la empresa Stora Enso en su fábrica Aracruz Celulose en Brasil, donde han ocurrido varios conflictos. En este contexto, el agrobusiness a gran escala y en vastas extensiones de tierras ha causado diversos problemas económicos y sociales. Por ejemplo, debido a la competencia por la tierra suben los precios de las propiedades. Así, en muchos casos la agricultura tradicional es desplazada por este tipo de inversiones.

Pero a pesar de los problemas locales –y hasta los conflictos nacionales– generados, para las transnacionales nórdicas las inversiones millonarias en tierras latinoamericanas siguen siendo muy lucrativas. Curiosamente, los gobiernos de izquierda de la región han dado una calurosa bienvenida a este tipo de inversiones creando zonas francas para garantizar la mayor cantidad posible de beneficios al capital extranjero. Para las empresas transnacionales extranjeras, los beneficios son claros: es muy ventajoso producir celulosa en zonas francas y utilizar para ello árboles de campos en los que la fibra crece más rápidamente gracias al uso de especies como el eucalipto y el aprovechamiento intensivo de fertilizantes. Al mismo tiempo, este nuevo tipo de inversión ha creado una lógica económica diferente en base a una articulación distinta de mercados. Las plantas de celulosa no están ubicadas, como normalmente ocurre en los países nórdicos, cerca de las fábricas de papel. En América Latina, y especialmente en Sudamérica, la pasta producida es trasladada a las fábricas de papel instaladas en Europa y China. La otra cara de este fenómeno de globalización de la industria forestal es lo que ocurre en los países nórdicos. En noviembre de 2006, la corporación finlandesa M-Real –propietaria, junto con la multinacional de origen finlandés UPM, de la empresa Botnia– anunció el cierre de varias de sus fábricas en Finlandia y la aplicación de un programa de austeridad y reestructuración. Antes de la actual fase de la globalización, esta situación sin dudas habría preocupado a los dueños de la empresa. Sin embargo, el valor de la empresa subió 15% en la Bolsa de Helsinki. Otras empresas forestales nórdicas, como Stora Enso, también han cerrado sus plantas de celulosa en Finlandia, a pesar de que eran lucrativas, para abrir nuevas procesadoras en Brasil y Rusia, donde tienen aseguradas mayores ganancias porque cuentan con materia prima garantizada y mano de obra más barata.

Los países nórdicos son conocidos en el mundo por su Estado de Bienestar y por contar con una excepcional justicia social. ¿Por qué sus empresas cierran fábricas exitosas y comercialmente lucrativas en la región del norte, dejando a miles de obreros nórdicos desempleados y generando diversos problemas sociales? Una respuesta simple sería que el capital transnacional está actuando en el mundo global en base a nuevas reglas que permiten hacer negocios más libremente que nunca, y con las mayores ganancias posibles.

Es posible, pero paradójico: los países nórdicos, en un acelerado proceso global neoliberal, están actuando en contra de su propia fórmula exitosa de Estado de Bienestar. Y en ese sentido es importante recordar que, lejos de tratarse de impulsos empresarios individuales, las empresas que salen de Finlandia y se instalan en América Latina han recibido diversos tipos de apoyo económico por parte del Estado. Ahora, estas empresas llevan ese apoyo financiero e impositivo al extranjero. El Estado de Bienestar finlandés parece rendirse ante el sistema neoliberal global. Muchos países latinoamericanos que veían en las sociedades nórdicas un modelo a imitar hoy buscan el éxito por medio de una estrategia neoliberal. Un círculo vicioso, que encierra un futuro que ya no se vislumbra como una sociedad solidaria para todos, sino como una sociedad de eterna competencia.

Las oposiciones a la globalización económica

La globalización neoliberal está enlazada de diversas formas con la ciencia económica liberal ortodoxa, que forma cada vez más la médula de los asuntos que afectan nuestras vidas. Esta teoría económica se ha convertido en una especialidad abstracta y técnica, dirigida a círculos cada vez más restringidos, como una especie de fe. Lo más paradójico del pensamiento económico neoliberal ortodoxo de finales del siglo XX es que, cuando el mundo se aparta de la teoría ortodoxa, lo que falla no es la teoría, sino el mundo. Los críticos de la globalización, por su parte, consideran absurdo que sea el mundo el que deba cambiar para corresponder a los supuestos de la teoría ortodoxa: habría que cambiar tanto la teoría como el mundo.

Los críticos de la globalización económica unilateral cuestionan la conformación de mercados mundiales sin restricciones ni reglas, donde reinan los accionistas y sus empleados –los «analistas»– que pueden generar ganancias millonarias en un segundo, simplemente pulsando enter en el teclado de la computadora. El término «analistas» sugiere reflexión, administración y análisis científico y complejo de la globalización. Sin embargo, un mundo pensado analíticamente, y sobre el cual se reflexiona de manera global, está muy lejos del mundo de los mercados financieros. En realidad, el trabajo de administrador o corredor de apuestas, que carece del sello pseudocientífico que ostentan los «analistas», está mucho más cerca de la realidad.

Se ha insistido en que la globalización económica neoliberal ha generado crecimiento y riqueza en todas las regiones del mundo. China se ha convertido en el eje del crecimiento mundial y, al mismo tiempo, en uno de los países con mayor desigualdad de ingreso. Sin China, las estadísticas de crecimiento económico ya no se ven tan espléndidas. Pero hay que apuntar que China crece gracias a una disciplina férrea en el trabajo, sin legislación laboral y sin un movimiento sindical organizado. Además, en China – y también en la India y en América Latina– hay una enorme población pobre. Cuando 200 millones de chinos e indios y 20 millones de latinoamericanos aumentan su ingreso diario de 2 a 2,2 dólares, se produce un incremento significativo en las estadísticas mundiales de crecimiento. Sin embargo, el cambio no tiene mayor impacto en la vida de esas personas, que siguen siendo los pobres del mundo. En Finlandia, con un aumento de un 10% en el ingreso diario, un trabajador podría, por ejemplo, comprar acciones. O vender su vivienda, pagar sus deudas e invertir el dinero en los mercados de acciones. La vivienda de un trabajador pobre latinoamericano, en cambio, no puede capitalizarse, pues suele estar ubicada en el área gris de la economía. Probablemente, ni siquiera aparece en un registro de propiedad.

Por suerte, las fuerzas que se oponen a la globalización son heterogéneas. Entre ellas se encuentra el tradicional populismo nacional o de la derecha radical, que teme y se opone a todo lo ajeno, a todo lo que considera extraño y, en general, a cualquier cambio. Desde esta perspectiva, la globalización aleja a sus países de la toma de decisiones, hace desaparecer los empleos y abre las puertas a los extranjeros y a la invasión cultural. En otras palabras, temen que se pierda lo que perciben como el derecho tradicional a la autodeterminación y a las costumbres locales mediante un cambio descontrolado e indeseado propiciado por la globalización.

El movimiento asambleísta de Gualeguaychú, en Argentina, con su férrea oposición a la pastera finlandesa en el río Uruguay, puede ser considerado como un movimiento conservador y nacionalista. Lucha para que nada cambie y, de alguna forma, lucha contra los molinos de viento de la globalización. El movimiento está apoyado, aunque de forma ambigua, por el gobierno de izquierda argentino, que al mismo tiempo está preocupado por atraer inversión extranjera y encontrar una pronta solución a un conflicto que pone en peligro la integración económica del Mercosur.

La misma sensación de descontrol domina a la otra corriente crítica de la globalización. Se trata de los movimientos que proponen construir una auténtica democracia, que defienden la protección del ambiente y la disminución de las brechas en la distribución del ingreso. Muchas veces se oponen a la globalización en base a la misma mentalidad de «buen enemigo» que los populistas nacionalistas. Los mejores y los más fáciles enemigos son, por supuesto, el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), que se dedicaron a disciplinar a los países pobres en la década del 90. Pero ¿siguen las instituciones de Bretton Woods siendo los enemigos más convenientes? El dinero que prestan ambos organismos es hoy más caro –e implica más compromisos– que los préstamos directos del sector privado. Esto significa que han perdido su lugar de bancos únicos para Estados pobres o con problemas económicos. Quizás habría que pensar las cosas de otro modo: ¿podrían las instituciones de Bretton Woods convertirse en nuevas arenas internacionales en las que sea posible frenar la globalización económica neoliberal descontrolada? De hecho, esta fue la idea cuando fueron creadas, en los 40, para planificar la economía mundial en línea con las ideas keynesianas.

¿Dónde y cómo actuar?

La perspectiva de las ciencias políticas sobre la globalización es importante. Las discusiones sobre el tema muchas veces giran alrededor del problema de cómo hablar del mundo y cómo actuar en la globalización. ¿Cómo podemos influir en los grandes asuntos que nos incumben? Se trata de cuestiones y decisiones políticas que aluden a la democracia, la representación, la libertad y las posibilidades de participación. Temas de los cuales incluso todavía se habla en algunas elecciones. Sin embargo, la relación entre elecciones, representación, democracia y globalización genera un problema: las actividades más importantes relacionadas con la globalización se producen en un espacio fuera del alcance de las decisiones democráticas, donde se toman decisiones, tanto en el ámbito nacional como global, que afectan a la mayoría de las comunidades humanas del planeta. Obviamente, se trata de la economía, que hoy funciona de manera global y que solo es objeto de algún grado de regulación democrática dentro de los Estados nacionales. La gente todavía imagina que puede, en condiciones ideales y bajo un sistema democrático, influir en las decisiones que afectan su vida. Sin embargo, en general esto no sucede en la realidad, pues el margen de acción de muchos Estados nacionales soberanos prácticamente ha desaparecido.

Pero hay otra forma, más positiva, de entender la globalización: como la emergencia de una conciencia global. Esta es la otra cara de lo utópico, diferente de la utopía neoliberal del sueño americano. Desde luego, en buena medida la conciencia global tiene su origen en los nuevos peligros y riesgos planetarios, que antes del siglo XX no existían (como el calentamiento de la tierra, las ultraurbanizaciones, la contaminación de los mares y el aire, la deforestación y la erosión, entre muchos otros). Sin embargo, la globalización también contiene un elemento positivo para enfrentar las nuevas amenazas: un nuevo espacio político transnacional que crea las condiciones para desarrollar plataformas para otras utopías, como la democracia global. Las redes globales de información y comunicación no solo sirven para las empresas; también están al alcance de la sociedad civil. Los diferentes grupos y actores políticos pueden buscar aliados fuera de su contexto local, regional o nacional. Nuevos espacios y actores, como el Foro Social Mundial, están buscando nuevas utopías globales, y, aunque usualmente criticados por su ineficiencia y su tendencia a las discusiones eternas, en la práctica constituyen ámbitos de discusión alternativa. En ese sentido, el internacionalismo tradicional de los Estados ha sido sustituido por un nuevo transnacionalismo de los seres humanos.

Los movimientos sociales y ambientales y su oposición al agrobusiness global sin límites también pertenecen a esta rama de la globalización, sean ellos localistas, buscando conservar el viejo estilo de vida, o regionales, buscando el control ambiental y la politización de lo económico. América Latina tiene que despertarse nuevamente para encontrar utopías y soluciones nuevas, en lugar de seguir en la misma dirección que, si bien por caminos distintos, viene recorriendo desde 1492.

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Este artículo es copia fiel del publicado en la revista
ISSN: 0251-3552
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