Opinión
marzo 2022

La esperanza de la democracia es verde

La marea verde que recorre América Latina ha puesto de manifiesto la lucha de las mujeres contra las desigualdades y ha evidenciado que la democracia es más plena con un feminismo activo.

<p><strong>La esperanza de la democracia es verde</strong></p>

La televisión salta de colapso en colapso: guerras, incendios, invasiones, sequías, olas de calor, tormentas, terremotos, tsunamis, pandemias, naufragios, ataques. El mundo ya no solo presenta un escenario desolador, sino uno dominado por la desesperanza. Muchas veces parece que esta situación ya no puede cambiarse.

Más allá de su clave poética, épica o pintoresca, la idea de esperanza es, en estos tiempos, una herramienta central. Puede contribuir a evitar la angustia por un mundo en crisis, a sortear la decepción causada por la creencia de que la transformación es imposible, a fortalecer la rebelión contra la frivolidad del entretenimiento noticioso como única forma de tolerar la realidad. La marea verde que recorre América Latina es parte de esa nueva esperanza.

Si bien no constituye la solución a todos los problemas, el feminismo ha aportado un modo de organización y de resistencia que evidencia que la participación social y política vale la pena. Su lema «la lucha sirve» da cuenta de una esperanza que atraviesa diferentes latitudes y que puede transformarse en una consigna para la transformación.

El camino contemporáneo, iniciado con el movimiento Ni Una Menos (nacido en 2015 en Argentina y extendido luego a toda América Latina), provocó una ola de marchas y reclamos que se consagró en 2017 con el #MeToo y la demanda argentina por el aborto legal, seguro y gratuito en 2018.

Aunque nada de esto se trate de una carrera por ver quien comenzó, resulta importante destacar que existen distintas narrativas sobre la actualidad del movimiento feminista. Aunque hay quienes prefieren mirar primero a Estados Unidos y a otros países denominados «centrales», el rol que ha tenido América Latina en dotar de vigor al feminismo de estos tiempos resulta evidente.

En ocasiones, las cámaras recuerdan solo el camino pisado en la alfombra roja. Se detienen en Hollywood, evidenciando que algunos ojos solo ven el espacio que «se muestra», considerándolo el único en el que las cosas suceden. Sin embargo, si lo que se pretende es iluminar un camino de construcción política singular, la linterna verde debe posarse sobre las múltiples heroínas que unieron la resistencia a las dictaduras con la demanda de una democracia participativa con ciudadanas plenas. Y esa mirada enfoca, principalmente, a América Latina.

Marea verde

La pelea por la legalización del aborto en Argentina en 2018 provocó un tsunami en la región. El pañuelo verde —nacido en Argentina, emulando al pañuelo blanco de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo que luchaban y luchan luchar por sus hijos, hijas y nietos desaparecidos— se convirtió en un símbolo de identidad y autonomía, de reclamos por los derechos sexuales y reproductivos, así como de complicidad entre mujeres y diversidades sexuales de los distintos rincones de América Latina. Pero ahora es mucho más que eso. Es una bandera –tal vez la última multinacional y la única nacida y expandida en el siglo XXI– que expresa la concepción plurinacional de los feminismos latinoamericanos.

Tanto el pañuelo como el color fueron adoptados en 2003 en el marco de la Campaña por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito, creada ese mismo año en el Encuentro Nacional de Mujeres realizado en la ciudad de Rosario. «De un momento a otro el pañuelo se convirtió en un elemento que no solo marcaba presencia, distinguía y poseía un relato claro y directo, sino que también creaba comunidad y llamaba a la sororidad», escribió la investigadora chilena Sofía Calvo Foxley en el libro La revolución de los cuerpos, moda, feminismo y diversidad (Editorial RIL, 2019).

La diferencia entre la posibilidad de acceder al aborto legal o estar condenada a la clandestinidad es de vida o muerte. Es la diferencia entre poder vivir más plenamente o poder morir por tener sexo o ser obligada a tenerlo. Es la diferencia entre placer y el padecimiento, entre el encierro y la libertad.

La principal característica de la marea verde fue, sin embargo, la de promover un modo singular de hacer política. No se trató solo de conseguir un derecho, de imponer una agenda, de lograr una sentencia o de conquistar la sanción de una ley, sino de imprimir un sello distintivo. Se trató y se trata de una forma de pelear por derechos políticos que contiene una esperanza activa. Una forma que hace del mundo un lugar más habitable, un lugar por el que merece la pena y el placer luchar.

Esa es, en definitiva, la diferencia sustancial: la que marca que una democracia es más plena con un feminismo activo. La participación popular, la creación de consensos sociales y las luchas legislativas (con esquemas de asambleas, discusiones horizontales y fomento de la ocupación de espacios) son una ventana frente a un mundo que convoca a la depresión, el desaliento, el autoritarismo y la represión.

No es solo que el plato servido a la mesa es rico, es que la forma de prepararlo genera la posibilidad de cocinar mejor para muchos otros temas y muchas otras personas que de otro modo pasan hambre, comen compulsivamente o se caen de la mesa. No es solo que se consiguen leyes o fallos (aunque algunos se frustran pero, de todos modos, se pelean), sino que se producen modos alternativos de proponer nuevos consensos. La pelea feminista genera modalidades más participativas de discusión, de decisión y de elección. Estas formas amplían la democracia y promueven una ciudadanía activa más allá del voto (aunque también con los votos).

Ayelén Mazzina es secretaria de estado de la Mujer, Diversidad e Igualdad de la provincia de San Luis, Argentina. Tiene solo 31 años, es lesbiana y lleva el pelo rapado a los costados. Aún desentonando en las formales reuniones de gabinete, destaca: «Somos el cambio de época y debemos lograr, cuando ocupamos lugares en donde se toman decisiones importantes, democratizar y humanizar la política. Hay que escuchar a las bases, fomentar su participación y ver cuáles son sus necesidades reales, y no las que se perciben cuando las políticas públicas se planifican desde un escritorio»

La participación de las mujeres es un freno social a las distintas formas de autoritarismo y de violencia social (de género, pero también de otros tipos), en tanto promueve el lema «sí te metas», en sentido contrario del «no te metas», la consigna repetida durante la última dictadura militar argentina con la que, por miedo a la desaparición, la ciudadanía era amedrentada y llevada a no involucrarse en los «asuntos ajenos».

La sociedad de «las metidas» —esa en la que los vecinos salvan a una joven que está siendo violada en un auto, una docente llama a la casa cuando una niña viene golpeada de la casa, una desconocida ayuda a una adolescente que es acosada en el tren, una mujer lleva a una joven a la casa si se descompone por tomar alcohol en un bar en vez de dejarla a la deriva— expresa algo más que un conjunto de «gestos individuales». Evidencia las formas de hacer red que el feminismo promueve y que generan una ciudadanía más comprometida y con mayores lazos sociales.

Los desafíos futuros

Ante un mundo con preocupaciones que hace solo tres años solo podían preverse en series apocalípticas como Years and years, la del feminismo no debe ser considerada como una agenda menor ni como una que queda como una preocupación colateral frente a un escenario con conflictos armados, guerras, desastres ambientales y pandemias.

A diferencia de lo que ha sucedido en buena parte de la historia, las desigualdades que viven las mujeres no deben ser ubicadas como problemas que pueden esperar o que bajan de escalones en la larga escalera de las urgencias. Estas demandas ya no pueden ser desplazadas o consideradas como «menos importantes», ni olvidadas en función de urgencias de otros órdenes.

No se solucionarán los grandes conflictos que asolan a la humanidad sin la participación de las mujeres. Por el contrario, se precisarán mujeres fuertes, protegidas y participativas. Y aunque afirmamos que ya no se puede volver atrás, eso es exactamente lo que está sucediendo. Y es que, según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), a partir de la pandemia de covid-19, la inserción laboral de las mujeres ha retrocedido diez años en nuestra región.

Los retrocesos en derechos de las mujeres son intolerables. Pero no solo porque descuidar el trabajo femenino y relegar la importancia de erradicar los femicidios, la violencia de género, el acoso y los abusos sexuales es insoportable, sino porque las mujeres vivas, plenas, autónomas son imprescindibles frente a la crisis climática, los conflictos armados y las emergencias sanitarias.

Pero esto no se debe solo al hecho de que las mujeres son las que históricamente han dedicado su tiempo a cuidar y este es un mundo que necesita ser cuidado, y entonces los roles tradicionalmente feminizados resultan imprescindibles en vez de descartables. No se trata de pedirle a las mujeres que sigan cuidando sin ser reconocidas, sino de reconocer la importancia del cuidado.

Se precisa, además, de un cuidado político y de la generación de estrategias superadoras. Y no solo para la agenda de género, sino como motor de confluencia para otras. Un ejemplo es la marea verde en Argentina. No es solo que se consiguió el aborto legal. Es que motorizó el «cuidado del verde». Los lazos entre escritoras para pedir por el aborto legal, ahora conformaron nuevas redes para reclamar por una ley de humedales o activaron la participación activa en el Congreso de la Nación y en las redes sociales para lograr una ley de etiquetado frontal de alimentos.

La combinación entre causa y efecto, marketing de redes y profundidad en los planteos, unidad y movilización, firmas e incidencia legislativa es una tradición que en Argentina comienza en la lucha contra la dictadura y en la pelea por los derechos humanos, llega al feminismo y se traslada a la demanda ambiental.

Es una trenza que no se termina en un pañuelo corto, sino que trenza más pañuelos para poder salir del pozo de una sociedad en un estado terminal que no ve la salida, pero que puede salir si logra colaborar para volver a ver la luz a través de la participación social.

El lema de los pañuelos verdes que circularon en Argentina fue «educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir». Hoy los pañuelos son una prenda que propone una paz activa. No blanca, no neutra, no rendida, sino activa. No morir es saber todavía pelear por un mundo donde el verde de la esperanza viva.  

La lucha sirve.  


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