Tema central
NUSO Nº 288 / Julio - Agosto 2020

Ética animal y feminismo: hacia una cultura de paz

Si bien parece que las personas sentimos rechazo ante la violencia y preferimos la empatía y el respeto, olvidamos esto cuando nos relacionamos con los otros animales. En ese caso, priman nuestros deseos y caprichos en lugar de sus intereses fundamentales. Si aspiramos a construir un mundo no violento, debemos rechazar también la violencia contra los animales, en tanto que seres con capacidad de sentir y experimentar sus vidas. Además, esta violencia está relacionada con la violencia interpersonal y con la violencia de género, por lo que ignorarla contribuye a mantener sociedades injustas y peligrosas.

Ética animal y feminismo: hacia una cultura de paz

Los hombres, en general, parecen emplear su razón para
justificar los prejuicios que han asimilado de un modo que
les resulta difícil descubrir, en lugar de deshacerse de ellos.
Mary Wollstonecraft


En los años 80 del siglo xx, la ecofeminista Petra Kelly reflexionó desde el pacifismo con el fin de alcanzar una sociedad justa, igualitaria y no violenta. Cuatro décadas después, esas reflexiones siguen aportando luz. En su pensamiento, encontramos una crítica profunda al complejo tecnológico-científico, industrial y militar, que potencia la desconfianza y el miedo al Otro, destruye la naturaleza, somete a las mujeres, atenta contra los derechos humanos y conduce al sufrimiento1. Kelly partía de la convicción de que la dominación no forma parte de la esencia humana, sino que se inculca desde la cultura patriarcal. Pero ¿es esto así? ¿Es el ser humano bueno por naturaleza o, por el contrario, la maldad es parte fundamental de su existencia? ¿La violencia y el patriarcado van de la mano? Volveremos a estas cuestiones más adelante. Por ahora, sigamos con las propuestas de Kelly.

Como cofundadora de Los Verdes alemanes, Kelly trabajó desde este «partido antipartidos» por una transformación radical de la política, tratando de lograr «una cultura suave y alternativa, donde lo personal sea político y lo político personal»2. Aspiraba a lograr un cambio estructural del sistema capitalista patriarcal basado en la dominación, cambio por el que seguimos trabajando desde el ecofeminismo. Dado que entendía que la paz mundial debía fundarse en la paz interior, concedía un papel central a la educación3, pues esta podía contribuir al desarrollo de una ciudadanía activa comprometida con la justicia. Décadas más tarde, el papel de la educación para el cambio social sigue siendo básico.

El nuevo sistema político por el que Kelly se dejaba la piel tenía que incluir necesariamente la ternura. Con esta idea, se refería a «una relación tierna con los animales y las plantas, con la naturaleza, con las ideas, con el arte, con la lengua, con la Tierra, un planeta sin salida de emergencia. Y, por supuesto, la relación con los humanos»4. ¿Y no es este un tipo de política deseable? ¿No es la forma adecuada de relacionarnos con el mundo y con sus habitantes, humanos y no humanos? ¿Es posible lograr la justicia social, la ecojusticia y la igualdad si carecemos de ternura y mantenemos la dominación? Parece obvio que la respuesta es negativa y que, como señalara Johan Galtung, no es posible lograr un estado de verdadera paz mientras se mantenga la violencia estructural5. Para hablar de paz no basta, entonces, con la ausencia de guerra, sino que se requieren cambios estructurales y condiciones dignas y justas. Es más, como bien advirtiera Kelly, la paz exige transformaciones profundas en el carácter de los individuos. La cuestión del carácter –central en la ética de la virtud– me resulta fundamental, como he defendido en otros lugares6 y como propongo en el presente texto. Sostengo que es más deseable un carácter empático y respetuoso que uno indiferente y opresor y que es nuestra responsabilidad desarrollar uno u otro. Dependiendo de dónde queramos situarnos, estaremos contribuyendo a mantener la violencia o, por el contrario, a crear una cultura de paz. Y sostengo, además, que la empatía y la justicia no deben limitarse a los seres humanos, sino que tienen que aplicarse también a nuestras relaciones con los otros animales, pues todos y todas somos sujeto-de-una-vida7, seres con intereses que deben ser tenidos en cuenta8.

Pero parece ingenuo escribir sobre no violencia, justicia y empatía en un mundo en el que las elites políticas y económicas ignoran la crisis sistémica y la situación de emergencia climática que amenazan la supervivencia del planeta y, en consecuencia, nuestra propia existencia y la del resto de los seres vivos. ¿Puede marcar alguna diferencia un texto en el que se teoriza sobre la importancia de la paz y el respeto de cara a lograr un futuro igualitario y no violento? Si partimos de la constatación de que desde las altas esferas del poder se está ignorando la realidad dramática a la que nos enfrentamos en múltiples niveles (ecológico, social, político, energético…) y que tampoco el común de la ciudadanía parece prestar demasiada atención a estas circunstancias, tal vez podamos concluir que ya no hay lugar para la esperanza. Puede que lo más práctico sea dejar de reflexionar sobre las alternativas y aprovechar los pocos años que nos quedan de disfrutar del mundo tal y como lo conocemos. Quizá permanecer voluntariamente a ciegas ante el sufrimiento de miles de millones de individuos humanos y no humanos puede permitir llevar una existencia agradable, basada en la satisfacción inmediata de los placeres. Parece que esta es la actitud que ha tomado mucha gente del Norte global, pero me niego a que esa sea mi decisión. Así, a pesar de que estudiar las injusticias sea una tarea dura y poco satisfactoria, observar los pequeños actos de altruismo y generosidad permite vislumbrar otro escenario posible en el que nuestras vidas no estén basadas en la violencia y en la dominación de Otros y Otras considerados inferiores. Petra Kelly fue un ejemplo de política comprometida con la creación de este nuevo escenario. Me declaro heredera de su legado y del de tantas otras feministas y ecofeministas que han trabajado y trabajan por otro mundo posible9, un mundo pacífico, sostenible y respetuoso con las diferencias. Asimismo, recupero el legado de pensadoras y pensadores que han entendido que el respeto y la justicia tienen que abarcar a todos los individuos que sienten: animales humanos y animales no humanos. Y parto de las propuestas que entienden que, como afirmara Kelly, «hay una relación clara y profunda entre militarismo, degradación ambiental y sexismo»10. Hablamos de tender puentes entre los diferentes movimientos sociales y entre las diversas teorías éticas y políticas, creando pactos de ayuda mutua11. Hablamos de entender las vinculaciones que existen entre los distintos sistemas de dominación. Hablamos de adoptar una perspectiva holística y de trabajar por la justicia global, una justicia universal que ya no solo se reducirá a las relaciones humanas, sino que incluirá a los animales no humanos y al resto de la naturaleza.

¿Qué tipo de persona somos si legitimamos la explotación de los animales?

Bien es cierto que el panorama actual es desolador. Vivimos en un mundo con guerras, hambre, racismo, sexismo, clasismo, xenofobia, homofobia, transfobia, esclavitud. La devastación ambiental alcanza límites insospechados y la pérdida de biodiversidad y la explotación de los animales nos conducen a pandemias mundiales. ¿Finalmente tendremos que admitir que el ser humano es malvado por naturaleza y dar la razón a quienes mantienen la expresión creada por Plauto y popularizada por Thomas Hobbes: «el hombre es un lobo para el hombre»? ¿Estaba equivocada entonces Petra Kelly y la dominación es realmente la esencia del ser humano? Las muestras de violencia extrema y la indiferencia hacia el sufrimiento humano y no humano parecen corroborar que es así. No obstante, también existe la otra cara de la moneda. Aunque el ser humano sea capaz de una maldad terrible, también posee gentileza, compasión y bondad. Innumerables personas, conocidas y anónimas, dedican su vida a luchar contra las injusticias. Es más, me atrevería a decir que la mayoría de la gente rechaza la violencia. Nos esforzamos por ser buenas personas y por rodearnos de individuos respetuosos y compasivos. ¿Cuántas de nosotras no firmaríamos por un mundo lleno de personas empáticas, generosas y respetuosas? ¿O, por el contrario, preferimos un mundo de gente egoísta, violenta e indiferente ante el sufrimiento? Creo que es más bien lo primero que lo segundo. Y que, aunque de hecho vivamos en un mundo violento, a la mayoría nos gustaría que fuera un entorno pacífico. Partiendo de esta idea, voy a analizar, desde el ecofeminismo, algunas cuestiones que me resultan fundamentales a la hora de trabajar por la igualdad, la justicia y la empatía. Uno de los puntos que creo esencial es nuestra relación de opresión con los otros animales, ya que, en nuestra aspiración por un mundo no violento, solemos olvidar esta terrible violencia sobre la que se fundan nuestras vidas. Asimismo, quisiera estudiar de qué forma el sistema de dominación de los animales se vincula con el patriarcado y con el resto de los sistemas de dominación y cómo la violencia contra los animales tiene puntos de contacto con la violencia interpersonal y con la violencia de género.

Para entender de qué forma se vinculan los diferentes sistemas de dominación, comenzaremos constatando que el pensamiento occidental se ha estructurado de acuerdo con una serie de dualismos conceptuales como hombre/mujer, humano/animal, cultura/naturaleza, mente/cuerpo, razón/emoción, civilizado/primitivo o producción/reproducción12. Se trata de dualismos jerárquicos en los que una de las partes aparece como superior a la otra (en los dualismos señalados, el elemento superior sería el de la izquierda). En la sociedad patriarcal, las mujeres han sido asimiladas al polo inferior de los binarismos, de forma que se asocian a la naturaleza, la animalidad, las emociones y el cuerpo13. El hombre, por su parte, aparece como el creador de la cultura, como el sujeto racional, prototipo de la humanidad. Históricamente, se ha desarrollado un mecanismo para establecer como legítimas las dominaciones de aquellas y aquellos que han sido considerados inferiores. Este mecanismo es lo que la ecofeminista Karen Warren ha llamado lógica de la dominación14. De este modo, basta con establecer que el diferente es inferior para considerar justa su opresión. Así han funcionado y funcionan todos los sistemas de dominación. Por lo tanto, todos están relacionados en tanto que se basan en la misma estructura argumental. El patriarcado domina a las mujeres porque las considera inferiores a los hombres y, sobre esta idea de su inferioridad, legitima su sujeción. El sistema de dominación racista domina a las personas racializadas porque las considera inferiores y, manteniendo la lógica de la dominación, cree que su opresión es legítima. Explotamos salvajemente a la naturaleza porque le concedemos menos valor que a la cultura y nos creemos con el derecho de someter al inferior. Lo mismo sucede con los animales no humanos y con el resto de los individuos dominados. ¿No sería mejor dejar de creer que la diferencia implica inferioridad y que la inferioridad legitima la dominación? Esta es una de las propuestas del ecofeminismo y una de mis convicciones fundamentales. Eliminando la lógica de la dominación, se deslegitiman los sistemas de opresión y esto es fundamental para construir un mundo no violento. Si se mantiene aunque sea solo un sistema de dominación, no podremos considerar que hemos alcanzado una cultura de paz.

Uno de los sistemas injustos que, además, ha servido de base para justificar la opresión de determinados grupos humanos es el sistema de dominación de los animales. Estos han sido vistos como totalmente distintos e inferiores a los humanos, que se han autoproclamado los reyes de la creación y se han definido en oposición al resto de los animales, a los que pueden dominar15. Como afirma Charles Patterson: «el estudio de la historia del hombre revela un patrón: primeramente, los humanos explotan y masacran animales; después, tratan a otros seres humanos como si fueran animales y hacen lo mismo con ellos»16. Comprobamos, por tanto, que la inferiorización y la violencia hacia los animales –injustas en sí mismas– pueden conducir a la absoluta falta de empatía hacia individuos de nuestra propia especie, legitimando sistemas de dominación y generando rasgos del carácter totalmente indeseables para una cultura de paz.

Esta idea no es nueva. Filósofos y filósofas como Immanuel Kant o Mary Wollstonecraft habían señalado ya que ser cruel con los animales supone un riesgo para las personas, pues la crueldad con los animales socializa en la violencia. Múltiples estudios llevados a cabo desde finales del siglo xx han corroborado estos planteamientos filosóficos17. No obstante, quiero dejar claro que la opresión y explotación de los animales no solo es moralmente rechazable porque contribuye a crear un mundo violento para con los humanos, sino que implica una injusticia en sí misma porque se está atentando contra los intereses fundamentales de individuos que sufren y que no desean sufrir.

A pesar de esto, considero que la ética animal debe atender también a la cuestión del carácter, pues es importante examinar el tipo de persona que demostramos ser en nuestras prácticas vitales. De la misma forma en que un hombre que, desde el egoísmo más atroz, consume el cuerpo de mujeres en situación de prostitución está demostrando un carácter indeseable carente de empatía18, quienes desatienden el sufrimiento de los animales y mantienen prácticas basadas en la explotación (como consumir sus cadáveres, acudir a «espectáculos» de tortura como la tauromaquia o vestir con sus pieles arrebatadas) no demuestran tener un carácter admirable que tenga cabida en un mundo pacífico y respetuoso. Así como la prostitución es una escuela de desigualdad humana19, la explotación de los animales es una escuela de insensibilización moral20.

No es casual que presente estos dos casos concretos, ya que tienen múltiples puntos de contacto. Desde el ecofeminismo se ha planteado, como hemos visto, que los diferentes sistemas de dominación están vinculados. La dominación de la naturaleza y de los otros animales se inscribe en un marco patriarcal. Mujeres y animales son concebidos como inferiores y como objetos de dominación. Además, aparecen como vinculados: las mujeres son animalizadas y los animales, feminizados21. Su opresión está, por tanto, conectada. Como bien ha señalado la ecofeminista Carol Adams, el patriarcado crea la ontología de mujeres y animales, estableciendo que ellas son objetos sexuales al servicio del varón, y los animales, objetos comestibles a disposición de los humanos. Finalmente, son referentes ausentes que desaparecen como individuos y aparecen solo como carne al servicio de los caprichos de individuos indiferentes22. ¿Y este es el tipo de mundo que queremos, un mundo en el que mujeres y animales son despojados de su individualidad y ciertos seres humanos aprovechan para oprimirlos y explotarlos? ¿Dónde quedan la moralidad, la empatía y la bondad de estos explotadores?

Sobre violencia, patriarcado y opresión

Comentaba al principio que Kelly consideraba que la dominación era un elemento inculcado por la cultura patriarcal y no la esencia del ser humano. Si bien no podemos afirmar que el ser humano sea bueno por naturaleza, sino que, más bien, tiene la potencialidad de desarrollar actitudes buenas o malas, es cierto que la violencia es un componente estructural de la cultura patriarcal y que el patriarcado fomenta la violencia, con lo que la creación de una cultura de paz pasa necesariamente por la eliminación del patriarcado. Ya Kate Millett había señalado que la fuerza y la violencia son elementos estructurales de todos los sistemas de dominación. Tanto el racismo como el colonialismo o el sexismo se fundan sobre la violencia para mantener a los individuos dominados en la situación de sometimiento23. El patriarcado socializa a las mujeres en el miedo, pues se saben víctimas potenciales de la violencia machista, y educa a los hombres en la divinización de la fuerza. Como bien ha señalado el feminismo desde sus orígenes, las diferencias en el comportamiento de hombres y mujeres no se deben a esencias preestablecidas, sino a una educación diferencial que reprime ciertas características en los individuos para crearlos como masculinos o femeninos, respectivamente. Así, por ejemplo, en los hombres se reprime la manifestación de los sentimientos y se potencia la fuerza y la competitividad. En las mujeres, por el contrario, se fomentan las actitudes del cuidado. Se educa de esta forma y, posteriormente, se establece que esto es lo natural, olvidando que es algo socialmente construido por la sociedad patriarcal. Es más, dado que el patriarcado establece que las mujeres son inferiores a los hombres, las actitudes y conductas asociadas a la masculinidad son las valoradas. Esto es lo que se denomina androcentrismo. Por este motivo, cualidades humanas como la ternura o la empatía son despreciadas porque se conciben como femeninas, mientras que prácticas de opresión como el consumo de prostitución o la tauromaquia son aceptadas e, incluso, ensalzadas. Que el sistema prostitucional es una institución patriarcal y, por lo tanto, violenta, está claro para el feminismo. Pero no se ha aceptado tanto que también lo son prácticas como la tauromaquia en tanto que ponen en escena la mentalidad patriarcal del dominio, desprecian la empatía como rasgo femenino, exigen la represión del miedo y fomentan la violencia más cruel24. No es de extrañar que esta aberración haya sido históricamente una «actividad» de hombres, asociada a la masculinidad hegemónica patriarcal.

Los actos violentos, potenciados por la cultura patriarcal, suelen presentarse como neutros, como igualmente perpetrados por hombres y mujeres. No obstante, estadísticamente, estos actos son realizados en su mayoría por varones25. No es una cuestión de esencias, de que los hombres sean malos y violentos y las mujeres buenas y pacíficas, sino que es fundamentalmente una cuestión de socialización. A los hombres se les exige la racionalidad y se les niega la emocionalidad, so pena de la represión social de ser considerado afeminado. Así, por ejemplo, en la instrucción militar de Estados Unidos de finales del siglo xx, se exigía a los hombres «matar a la mujer que llevaban dentro», mediante el asesinato de un cachorro de perro al que habían tenido que cuidar durante los meses de su entrenamiento26. Comprobamos así que la cultura patriarcal desprecia a las mujeres, pero también a los animales. Y las dominaciones de ambos se entrecruzan y se potencian.

Es que la violencia engendra violencia y unos sistemas de dominación llevan a otros y se retroalimentan. Como hemos visto, la violencia contra los animales socializa en la violencia y elimina la empatía27, de forma que facilita la violencia interpersonal y da lugar a rasgos de carácter inaceptables en una sociedad igualitaria y respetuosa. El patriarcado es violencia, exige violencia y se estructura sobre la violencia. Pero ¿qué tipo de individuos demostramos ser cuando nuestras vidas se basan en la violencia? ¿Qué tipo de individuos son quienes maltratan, violan o asesinan a mujeres? Como ya he señalado, el aspecto del carácter es fundamental en la cuestión animal, aunque el cambio social que nos lleve a una cultura de paz exige también propuestas políticas bien fundamentadas28.

El concepto ecofeminista de lógica de la dominación permite establecer vínculos conceptuales entre los distintos sistemas de opresión. Sin embargo, no es esta la única conexión que se puede establecer entre la violencia contra las mujeres y la violencia contra los animales. Encontramos puntos de contacto entre ambas violencias en los casos en que los hombres que maltratan a sus parejas mujeres amenazan, torturan o asesinan a los animales con los que la víctima comparte su vida29. Numerosos estudios muestran que es muy frecuente que las mujeres maltratadas presencien escenas de violencia hacia los animales con que conviven30. El maltrato hacia los animales en los sucesos de violencia de género en las relaciones afectivas constituye un caso más de violencia psicológica y de dominación31, pues se atenta contra la vida de un individuo con el que la mujer ha desarrollado fuertes vínculos de afecto y que se considera un miembro de la familia. La cultura patriarcal, como vemos, no solo cosifica, oprime y violenta a las mujeres, sino que también los animales son objetos de dominación en este sistema. Un hombre que utiliza al animal con el que la víctima mantiene una relación profunda de cariño para causarle daño a esta evidencia no solo un carácter sexista y violento, sino también un modo de ser basado en la idea de que los no humanos son medios para nuestros fines. Comprobamos, así, las conexiones entre los sistemas de opresión y la necesidad de atender a los diferentes tipos de violencia y a los vínculos que existen entre ellas. Asimismo, considero fundamental entender que toda violencia es injusta e impide garantizar una cultura de paz. Por lo tanto, rechazar unas violencias y mantener otras no parece ser una actitud virtuosa.

A modo de conclusión: hacia una cultura ecofeminista de paz

Para concluir, quisiera que reflexionáramos desde la honestidad sobre lo siguiente. Hemos aceptado que la mayoría de las personas siente rechazo por la violencia y prefiere un mundo de gente empática, altruista y respetuosa. Hemos visto que la socialización patriarcal potencia la violencia y que los diferentes sistemas de dominación están vinculados entre sí. La lógica de la dominación permite legitimar la opresión y explotación de aquellos a quienes consideramos inferiores. Hemos observado que los humanos se han autoproclamado superiores a los animales. La inferiorización de los animales ha conducido en numerosas ocasiones a la inferiorización de diferentes grupos humanos. Hemos comprobado, asimismo, que la violencia hacia los animales se relaciona estrechamente con la violencia hacia las personas. Específicamente, hemos visto puntos de contacto entre la violencia de género y la violencia hacia los animales. Ante esta realidad, quisiera plantear tres escenarios posibles, proponer que se escoja uno de ellos e invitar a recapacitar sobre nuestra elección. Tenemos el escenario a en el que se mantiene la violencia patriarcal y la inferiorización y dominación de animales humanos sobre la base de su raza, su orientación sexual, su clase o cualquier otra consideración. Asimismo, persiste la explotación de la naturaleza y los animales no humanos son explotados y asesinados en múltiples prácticas socialmente aceptadas. El escenario a es nuestra realidad actual, violenta, egoísta, insostenible, despreciable. Por otro lado, en el escenario b nos encontramos con un mundo el que se ha logrado la igualdad entre hombres y mujeres y el respeto entre todos los seres humanos independientemente de sus diferencias. Además, se mantiene la sostenibilidad ambiental. Sin embargo, como en la actualidad, nuestras vidas se basan en la explotación brutal de miles de millones de animales que sufren terriblemente cada minuto de sus vidas, que se ven privados de libertad, de afecto y de cuidados; animales que son vistos solo como objetos, animales que son conceptualizados como inferiores y cuya dominación, por lo tanto, se considera legítima. En el escenario b seguimos disfrutando a costa del sufrimiento animal ya sea en la alimentación, en el entretenimiento o en la moda. Cada paso que damos oculta el lamento desgarrador de las vidas arrebatadas de seres inocentes que no pueden defenderse. Pero ¿qué más da, si hemos conseguido la igualdad entre los humanos y la renovación del medio ambiente? Finalmente, el escenario c muestra una realidad similar al b, pero con un cambio notable. En este mundo, como en el b, los humanos se respetan unos a otros, se entienden como interdependientes y como ecodependientes. Han entendido la necesidad de proteger la naturaleza y de aceptar la igualdad de todas las personas. Pero ahora, además, se conciben de forma humilde como iguales a los animales en los aspectos moralmente relevantes. Han entendido que la violencia contra los animales no puede justificarse, que crea un caldo de cultivo para ulteriores violencias y que muestra un carácter indeseable en aquellos que la reproducen y perpetúan, pues está mal dañar a un ser vulnerable que no quiere sufrir. En el escenario c, nuestras prácticas vitales no están manchadas de sangre. Ya no torturamos y encarcelamos a los animales. Ya no los asesinamos para satisfacer nuestros caprichos. Convivimos con ellos respetuosamente. Hemos alcanzado la utopía ecofeminista32 que garantiza la libertad, la igualdad y la sostenibilidad, así como la empatía y el cuidado.

¿Cuál de los tres escenarios nos lleva a una auténtica cultura de paz? ¿Por cuál de los tres trabajaremos, si es que vamos a trabajar por algo? Creo que hoy más que nunca necesitamos esa cultura suave y alternativa que buscaba incansablemente Kelly. Necesitamos una política y un modo de vida guiados por la ternura, que no es un sentimiento femenino, sino un sentimiento humano que la socialización patriarcal ha arrebatado a los hombres y que el capitalismo neoliberal ha marginado en su implantación del productivismo y del hedonismo consumista. Reivindiquemos la ternura, la empatía y el respeto y seamos capaces de abandonar nuestro egoísmo y de abrazar las diferencias. Entendamos que, en lo realmente significativo, los humanos y los demás animales somos iguales: queremos libertad, queremos bienestar y queremos mantener nuestra vida. Así pues, solo atendiendo a la interconexión de las diferentes opresiones, entendiéndolas como igualmente injustas (ya afecten a humanos, a no humanos o a ambos) y buscando la abolición de todas ellas, podremos trabajar por un futuro alternativo33.


Nota: este trabajo ha sido realizado en el marco del proyecto I+D «El desván de la razón. Cultivo de las pasiones, identidades éticas y sociedades digitales. PAIDESOC» (FFI2017-82535-P).

  • 1.

    P. Kelly: Luchar por la esperanza. Sin violencia hacia un futuro verde, Debate, Madrid, 1984.

  • 2.

    P. Kelly: Pensar con el corazón. Textos para una política sincera, Círculo de Lectores, Barcelona, 1992, p. 30.

  • 3.

    La educación como motor de cambio no es solo uno de los elementos fundamentales de la filosofía de la Ilustración, sino también una parte central del feminismo, que entiende que la educación igualitaria potenciaría las capacidades humanas, eliminando la creencia de que hay actitudes específicamente masculinas o femeninas.

  • 4.

    P. Kelly: Pensar con el corazón, cit., p. 27.

  • 5.

    J. Galtung: Sobre la paz, Fontamara, Barcelona, 1985.

  • 6.

    A. Velasco: La ética animal. ¿Una cuestión feminista?, Cátedra, Madrid, 2017; A. Velasco: «Violencias contra las mujeres y violencias contra los animales: ¿coincidencias casuales o vínculo profundo?» en Revista Latinoamericana de Estudios Críticos Animales año IV vol. II, 2017.

  • 7.

    Tom Regan: Jaulas vacías. El desafío de los derechos de los animales, Altarriba, Barcelona, 2006.

  • 8.

    Peter Singer: Liberación animal, Trotta, Madrid, 1999.

  • 9.

    Alicia Puleo: Ecofeminismo para otro mundo posible, Cátedra, Madrid, 2011.

  • 10.

    P. Kelly: Por un futuro alternativo, Paidós, Barcelona, 1997, p. 29.

  • 11.

    A. Puleo en Aimé Tapia: «Entrevista a la filósofa ecofeminista Alicia Puleo» en Géneros. Revista de Investigación y Divulgación sobre Estudios de Género época 2 año 24 No 21, 2017.

  • 12.

    Val Plumwood: Feminism and the Mastery of Nature, Routledge, Londres, 1993.

  • 13.

    Sherry B. Ortner: «¿Es la mujer con respecto al hombre lo que la naturaleza con respecto a la cultura?» en Olivia Harris y Kate Young (eds.): Antropología y feminismo, Anagrama, Barcelona, 1979.

  • 14.

    Karen Warren: «El poder y la promesa de un feminismo ecológico» en María Xosé Agra (comp.): Ecología y feminismo, Comares, Granada, 1997, pp. 117-146.

  • 15.

    Armelle Le Bras-Chopard: El zoo de los filósofos. De la bestialización a la exclusión, Taurus, Madrid, 2003.

  • 16.

    C. Patterson: ¿Por qué maltratamos tanto a los animales? Un modelo para la masacre de personas en los campos de exterminio nazis, Milenio, Lleida, 2008.

  • 17.

    Sara DeGue y David DiLillo: «Is Animal Cruelty a ‘Red Flag’ for Family Violence? Investigating Co-ocurring Violence toward Children, Partners, and Pets» en Journal of Interpersonal Violence vol. 24 No 6, 2009, pp. 1036-1056; Clifton P. Flynn: «Why Family Professionals Can No Longer Ignore Violence Toward Animals» en Family Relations vol. 49 No 1, 2000, pp. 87-95; Judee E. Onyskiw: «The Link between Family Violence and Cruelty to Family Pets» en Journal of Emotional Abuse vol. 7 No 3, 2007, pp. 7-30. V. tb. Nuria Querol: «Violencia hacia animales por menores... ¿cosas de niños?» en Revista de Bioética y Derecho No 13, 2008, pp. 12-28.

  • 18.

    Ana de Miguel: Neoliberalismo sexual. El mito de la libre elección, Cátedra, Madrid, 2015.

  • 19.

    Ibíd.

  • 20.

    A. Velasco: La ética animal. ¿Una cuestión feminista?, cit.

  • 21.

    C.J. Adams: The Pornography of Meat, Continuum, Nueva York, 2004.

  • 22.

    C.J. Adams: La política sexual de la carne. Una teoría crítica feminista vegetariana, Ochodoscuatro, Madrid, 2016.

  • 23.

    K. Millett: Política sexual, Cátedra, Madrid, 2010.

  • 24.

    A. Puleo: Claves ecofeministas. Para rebeldes que aman a la Tierra y a los animales, Plaza y Valdés, Madrid, 2019.

  • 25.

    Myriam Miedzian: Chicos son, hombres serán, Horas y Horas, Madrid, 1995. Esto puede comprobarse consultando los datos estadísticos de los delitos cometidos diferenciados por sexo. V., por ejemplo, los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) de España, www.ine.es/.

  • 26.

    Ibíd.

  • 27.

    La psicóloga Melanie Joy ha mostrado que la exposición a la violencia brutal y al asesinato de animales que van a convertirse en alimento afecta negativamente a los trabajadores de mataderos. M. Joy: Por qué amamos a los perros, nos comemos a los cerdos y nos vestimos con las vacas. Una introducción al carnismo, Plaza y Valdés, Madrid, 2013.

  • 28.

    En este sentido, el planteamiento de Sue Donaldson y Will Kymlicka desde la filosofía política resulta fundamental. Según proponen, debemos acercarnos a nuestra relación con los animales desde las claves que aporta la teoría de la ciudadanía, concediendo derechos ciudadanos a los animales domésticos, entendiendo a los animales salvajes como pueblo soberano y a los liminares, como cuasiciudadanos. S. Donaldson y W. Kymlicka: Zoopolis, una revolución animalista, Errata Naturae, Madrid, 2018.

  • 29.

    C.J. Adams: «Woman-Battering and Harm to Animals» en C.J. Adams y Josephine Donovan (eds.): Animals and Women: Feminist Theoretical Explorations, Duke up, Durham, 2006, pp. 55-84; C.P. Flynn: ob. cit.

  • 30.

    Frank R. Ascione, Claudia V. Weber, Teresa M. Thompson, John Heath, Mika Maruyama y Kentaro Hayashi: «Battered Pets and Domestic Violence: Animal Abuse Reported by Women Experiencing Intimate Violence and by Nonabused Women» en Violence against Women vol. 13 No 4, 2007; C.P. Flynn: «Battered Women and Their Animal Companions: Symbolic Interaction between Human and Nonhuman Animals» en Society and Animals vol. 8 No 2, 2000.

  • 31.

    Vivek Upadhya: «The Abuse of Animals as a Method of Domestic Violence: The Need for Criminalization» en Emory Law Journal vol. 63 No 5, 2014.

  • 32.

    A. Puleo: «La utopía ecofeminista» en Juan José Tamayo (dir.): La utopía, motor de la Historia, Fundación Ramón Areces, Madrid, 2017, pp. 117-136.

  • 33.

    P. Kelly: Por un futuro alternativo, cit.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 288, Julio - Agosto 2020, ISSN: 0251-3552


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