El momento experimental
julio 2020
La disrupción digital y la conciencia ecológica se manifiestan, más que nunca, en tiempos de pandemia. Estamos asistiendo a un experimento social de lo que vendrá. En este experimento se ponen en juego modos autoritarios y democráticos de enfrentar las crisis, pero también modalidades más igualitarias y más injustas del capitalismo.
Nunca estuvimos más conectados y, sin embargo, el mundo vive a distinta velocidad múltiples grados de enclaustramiento. ¿Es paradójico? De ninguna forma. Es lógico. Gracias al desarrollo técnico-económico, el covid-19 se esparció por el mundo a velocidad máxima. Es el bumerán de la modernización asiática y el precio del mundo hiperconectado y la integración de cientos de millones de personas a un mismo sistema económico. Y, sin embargo, hay enclaustramientos familiares, económicos y sociales. Porque es gracias a la tecnología que estamos más cerca y eso nos permite, cuando se puede, mantenernos lejos. Distancia social para defender la sociedad. Sacrificar el contacto para salvar a la humanidad. El impacto es y será heterogéneo porque el planeta y las sociedades que lo habitan lo son. Por eso, los efectos en el mundo pospandémico serán diversos. El mundo será otro porque siempre que hay historia el mundo cambia. El grado del cambio y las formas que adquirirán las sociedades y los Estados todavía están por verse.
¿Cómo será la nueva normalidad? Es demasiado pronto para opinar. Pero podemos aventurar, en principio, que habrá un fortalecimiento simbólico y material de los Estados y un aumento de la pobreza, al menos en el corto plazo, como producto del hundimiento de la economía mundial. Estamos asistiendo al que quizás sea el «parate» más importante de los últimos 100 años debido a una crisis autoinfligida, en la medida en que el capitalismo se apaga por voluntad propia. Parafraseando a Karl Polanyi: experimentamos la «gran contracción».
Thomas Hobbes, uno de los más importantes teóricos del Estado moderno, además de autor del libro Leviatán, tradujo en su tiempo la obra clásica de Tucídides Historia de la guerra del Peloponeso. En este texto griego hay un pasaje célebre que habría influido de forma capital en Hobbes para pensar el orden político en general y el Leviatán y el Estado moderno en particular. El parágrafo 53 relata una peste que azota la ciudad. Allí afirma Tucídides: «La peste, sobre todo, marcó también en la ciudad el comienzo del desorden». Y continúa diciendo que nadie estaba dispuesto a pasar penurias, a esperar y a respetar las leyes de los hombres y los dioses. Era normal buscar el goce de la vida antes de que la muerte les cayera encima. La peste, como acontecimiento histórico o caso hipotético extremo y futuro, anarquiza el orden de la ciudad y nos fuerza a pensar el orden. Por eso es tan fundamental considerar los efectos que tendrá esta nueva «peste» sobre los órdenes políticos contemporáneos.
Somos partícipes de un experimento social a cielo abierto todavía en curso. Vivimos un acontecimiento traumático y desconocemos con precisión los efectos que tendrá sobre nuestras vidas por venir. Pero podemos especular partiendo de la situación previa a la pandemia. Ya estábamos viviendo acechados por al menos dos grandes fuerzas que venían a forjar la «nueva normalidad» (un concepto muy popularizado con la pandemia pero que hace unos años venía difundiéndose entre la academia y el público especializado). Hablamos de la disrupción digital y la irrupción climática. Para pensar el mundo pospandémico, puede ser interesante partir de estos dos grandes temas. En este sentido, podemos imaginar una aceleración de la digitalización y un ascenso de la conciencia ecológica. Son aspectos que eran previos a la pandemia de distinto modo pero que, quizás como efecto colateral, pueden verse potenciados.
Las ciencias sociales modernas nacieron hace poco más de 200 años para pensar el mundo en crisis y en transformación. Para dar respuesta a un tiempo fuera de quicio. De Auguste Comte a Émile Durkheim. De Georg Simmel a Theodor W. Adorno. Y, más recientemente, autores como Peter Sloterdijk o Bruno Latour. Vivir un mundo en cambio y en crisis no es, por tanto, tan novedoso. Tampoco es original pensar la crisis o la disrupción. Cada generación tiene el derecho a pensar el apocalipsis que le toca. Pasan los gobiernos y quedan los analistas. Ahí vamos.
La disrupción digital –la crisis generada por las innovaciones técnicas en la vida social– y la irrupción climática –el asalto de la crisis climática y su toma de conciencia, a veces expresada bajo el concepto de Gaia o Antropoceno– no dejan de estar conectadas entre sí. La crisis ecológica contemporánea es también producto del progreso técnico.
Es preciso recordar, por ejemplo, la importancia que tuvo el informe preparado por Alain Minc y Simon Nora en 1977, La informatización de la sociedad, para el presidente francés Valéry Giscard d’Estaing, así como el impacto de la cuestión climática plasmada por el papa Francisco en 2015 en la encíclica Laudato si’. En el primer caso, Minc y Nora imaginaban un futuro en el que la soberanía estatal entraría en decadencia producto de la innovación técnica. En el más reciente libro del papa Francisco este llamó la atención sobre el problema climático articulando una tradición cristiana sobre la cuestión climática y también tecnológica.
Como sostiene el teórico político y social estadounidense Benjamin Bratton, «las plataformas no son solo arquitecturas técnicas: son también formas institucionales». Las plataformas de nube y la inteligencia artificial están desplazando funciones centrales de los Estados y demostrando nuevos modelos espaciales y temporales de la política y de lo público al mismo tiempo que, en determinados casos, empoderan indirectamente a estos mismos Estados. Este auge técnico tiene implicancias fundamentales para el problema de la vida contemporánea y para el día después de la pandemia.
En este contexto, en su libro The Stack: On Software and Sovereignty (2015), Bratton desarrolla el concepto de «la pila» (The Stack). ¿Qué es The Stack? Una «megaestructura accidental» de software y hardware que compone nuevas gubernamentalidades y nuevas soberanías que deforman y distorsionan los modos westfalianos de la geopolítica tradicional, la jurisdicción y la soberanía, mientras produce nuevos territorios.
Antes de la pandemia, asistíamos a un tiempo en el que las contemporary cloud platforms (plataformas de nube contemporáneas) estaban presionando sobre distintos aspectos de la soberanía estatal, creando y destruyendo trabajos a distinta velocidad y transformando la vida de principios del siglo XXI, en áreas como la provisión de comida, energía, logística, infraestructura, cartografía, transporte, correo, moneda. Las polémicas tecnologías del reconocimiento facial también constituyen un interesante caso de desarrollo técnico que impacta en la vida de las sociedades.
Desde hace muchos años sabemos que el desarrollo técnico genera crisis y disrupción social, pero cada vez somos más conscientes de que también constituye un vector del calentamiento global. De ahí la irrupción del «problema climático». No es casualidad que la era de la Revolución Industrial coincida con lo que algunos especialistas denominan Antropoceno. El Antropoceno es, según los analistas, la era que comienza tras el fin del Holoceno (en 1774, con la creación de la máquina a vapor). Esta nueva era habría a su vez dado un salto técnico a mediados del siglo XX de la mano de la «gran aceleración» tecnológica.
Como sostuvo Paul Crutzen en la revista Nature, principal difusora del concepto de Antropoceno, es una era geológica en la que la presencia humana adopta un rol que deja su huella en la Tierra. La energía liberada por el humano en su impulso modernizador y de desarrollo habría sido tal que terminó modificando equilibrios fundamentales de la Tierra y destruyendo la biodiversidad del planeta. Como agrega muy precisamente sobre esta cuestión la socióloga Maristela Svampa en el libro Futuro presente, el concepto de Antropoceno plantea un cuestionamiento del paradigma cultural de la modernidad. Svampa dice, en línea con lo señalado anteriormente, que «el giro antropocénico obliga a replantear el vínculo entre sociedad y naturaleza, entre humano y no humano».
En las últimas décadas, la batalla cultural medioambiental fue avanzando a diferentes velocidades en distintas partes del mundo y generó nuevos partidos políticos y movimientos, agendas y costumbres. Y aunque, como es obvio, la pandemia no es un producto directo del calentamiento global, lo cierto es que constituye un caso extremo de irrupción de lo «no-humano» sobre lo humano que pone en crisis, una vez más, la relación del ser humano moderno con la naturaleza. Porque algo huele mal en nuestra relación con la naturaleza. En este sentido, producto de este encuentro brutal con lo «no-humano» bajo las formas de un virus, es posible que la conciencia ecológica crezca todavía más después de la pandemia. Pero la reacción a esta toma de conciencia también crecerá.
«La historia debe comenzar con el Imperio chino», decía Hegel en sus célebres Lecciones sobre la filosofía de la historia universal. Porque China no participa de la historia universal, continuaba el filósofo desde una mirada que no podía ser más eurocéntrica. Y, sin embargo, China es hoy es un verdadero motor de la globalización. En tiempos de Hegel, China estaba tan lejos de su viejo esplendor como de la centralidad que tiene en la economía mundial contemporánea. Si París fue la capital del siglo XIX y Nueva York la del siglo XX, ¿es Beijing la capital del siglo XXI? Como sostiene el teórico chino Jiang Shiong, seguido con mucha atención por los altos dirigentes del Partido Comunista de su país, «China se puso de pie con Mao, se hizo rica con Deng y se hace poderosa con Xi». ¿Es el tratamiento chino de la pandemia un acontecimiento asimilable al lanzamiento soviético del Sputnik, como afirma Branko Milanovic en la revista Foreign Affairs?
Según Milanovic, autor de Capitalismo, nada más. El futuro del sistema que domina el mundo (2020), vivimos un mundo capitalista, pero con eje en dos grandes polos: «capitalismo político» y «capitalismo liberal», con China y Estados Unidos como grandes líderes de cada tendencia. Desde hace algunas décadas, asistimos a un choque entre estos dos modelos. El «capitalismo político» (China) viene recortando distancia y demostrando su «efectividad». ¿Es la pospandemia la oportunidad de terminar de prestigiarse? Los defensores del capitalismo político, como Jiang Shiong, quienes desde antes de la pandemia planteaban las bondades del modelo, quizás vean en esta coyuntura la razón de sus ideas. ¿Mantiene Alemania, de la mano de Angela Merkel, la llama del capitalismo liberal eficiente y respetuoso de las libertades? ¿Puede el capitalismo liberal hacerse cargo de una situación como esta pandemia con la misma efectividad que el capitalismo político? ¿Tienen ambos modelos capitalistas las mismas chances de recuperarse rápidamente en la pospandemia?
Porque desde la perspectiva china, la era contemporánea pone a su país en el lugar del que nunca debió irse: en la cima. Y esta crisis quizás sea una relegitimación de esta idea. Esa es la sensación de Byun-Chul Han, filósofo coreano radicado en Alemania. Desde esta lectura, el tratamiento de la pandemia demostraría la supremacía asiática por encima de Europa y sus ex-colonias. Han afirmó, hace pocos meses, que «Europa está fracasando» y que el Viejo Continente cierra sus fronteras en «un acto totalmente absurdo en vista del hecho de que Europa es precisamente adonde nadie quiere venir». Mientras, los «Estados asiáticos» tienen «una mentalidad autoritaria» que les permite apostar «fuertemente a la vigilancia digital». Porque, según Han, en China no hay ningún momento de la vida cotidiana que no esté sometido a observación. Cuarentena forzada, drones, big data. Una distopía que salva vidas. Europa está fracasando y Asia pone a prueba su vigilancia digital con suma eficacia, dice Han.
Pero el prestigio de la sociedad de vigilancia no necesita la importación del modelo asiático. Sus gérmenes se encuentran sanos y salvos en todos los rincones de Occidente. Porque los contenidos de los ordenamientos políticos están siempre en disputa, y el tipo de desarrollo técnico también. Por ejemplo, la digitalización y la tecnología molecular ahorran espacio y energía mientras que las criptomonedas los derrochan. ¿Qué dirección ideológica tomará este «capitalipsis» del que habla ¿Por qué el capitalismo puede soñar y nosotros no?, el reciente libro del historiador futurista Alejandro Galliano? ¿La aceleración nos empujará hacia un poscapitalismo poslaboral? La falsa dicotomía entre economía y salud ¿implica, como se pregunta el teórico político Martín Plot, una potencial radicalización del carácter superfluo de enormes poblaciones humanas en el marco del «horizonte neoliberal»? ¿Habrá más cooperación o menos cooperación? ¿Afectaría un alza nacionalista la cooperación internacional? Estaríamos asistiendo, dijimos, a un fortalecimiento de los Estados en el que los gobiernos toman medidas extraordinarias. Vivimos un momento de excepción. ¿Es la pandemia la coartada para implantar un estado de excepción permanente, como teme el filósofo italiano Giorgio Agamben? ¿Estas medidas son transitorias o qué queda de ellas en la normalidad que viene?
Supongamos que hay un aumento de la digitalización y un incremento de la conciencia ecológica en contextos de Estados empoderados y con aumento de pobreza. ¿Nos conducirá eso hacia un nuevo tribalismo tecnológico luego de la pandemia, como sostiene el filósofo chino Yuk Hui? ¿Esto se dará con más control de arriba hacia abajo, como teme el analista israelí Yuval Noah Harari, pensador favorito de Silicon Valley, o de abajo hacia arriba? Es decir, ¿la nueva normalidad será acompañada de mayores controles de la ciudadanía hacia los Estados o de los Estados hacia las poblaciones? ¿Qué pasará con las guerras digitales entre grandes empresas tecnológicas y Estados? ¿La inteligencia artificial estará al servicio de los ciudadanos o será una herramienta de control de los Estados? ¿Ganará China la carrera contra Occidente por la inteligencia artificial?
La pandemia revela qué puede cada Estado y cada sociedad. Visibiliza fortalezas y debilidades. Diferentes gobiernos hicieron uso de las tecnologías digitales para trackear a las personas, de forma especialmente inquietante en sociedades que no cuestionan el uso de las tecnologías sobre la privacidad o las libertades individuales. El coronavirus nos encuentra, en mayor o menor medida, en un momento en el que hay un fuerte desfasaje entre desarrollo digital y buenas prácticas, y hasta sin «casos exitosos» de regulación.
La disrupción digital se da, un poco lógicamente, en el marco de viejos paradigmas donde los países, con todas las diferencias del caso, van haciendo pruebas piloto y «van probando». Europa, Estados Unidos, China, Rusia, etc., cada uno busca imponer su modelo, poniendo al descubierto las incompatibilidades de cada uno, pero mostrando al mismo tiempo la fortaleza del capitalismo de plataformas (hasta en términos económicos) frente a la pandemia. De ahí que este sea un momento tan experimental.
La revolución digital debilita y a la vez potencia a los Estados. Si nos dirigimos a un proceso de aceleración de la digitalización, será preciso avanzar también hacia los nuevos checks and balances (controles y contrapesos) de la era digital. Si Montesquieu planteó una forma de la división de poderes en el siglo XVIII, entonces hoy es preciso repensar la división del poder a partir de la nueva era digital y climática.
Si la peste de la que escribió Tucídides fue tan importante para que Hobbes pensara su modelo de Estado moderno, entonces esta nueva peste contemporánea debe forzarnos a pensar un nuevo orden para el siglo XXI. El hombre vive en el mundo y el virus vive en el hombre. Estamos entrelazados. Ya sabemos lo que puede una irrupción de lo «no-humano». En realidad, ya lo sabíamos, como lo muestra el texto de Tucídides, pero el evento covid-19 nos lo recuerda. Esta no es ni la primera ni la última crisis que tiene como elemento disparador la irrupción de lo «no-humano». Y si asumimos esta irrupción y el calentamiento global sobre nuestras vidas, entonces podremos tomar nota, como señala Latour, de que cuando los gobiernos toman cartas en el asunto son capaces de mover el horizonte de lo posible.
La combinación de los aspectos mencionados marcará diferentes modelos de Estado y configuraciones sociales en un mundo que seguirá siendo heterogéneo pero que, luego de la pandemia, será inevitablemente otro. Pase lo que pase, después del virus quedan el calentamiento global y la digitalización, pero de otro modo. Porque el mundo, todavía en cuarentena parcial, ya no es el mismo.
Como dice el escritor Kim Stanley Robinson: «poner nombre a las cosas era el poder que convertía a todo humano en una especie de científico». En este sentido, creemos que poner el foco aquí, en estas disrupciones que nos atraviesan, nos ayudará a aprender, una vez más, a poner nombre a las cosas en la «tierra en trance» que viene.
Una versión anterior de este artículo fue publicada en Porvenir. La cultura en la post pandemia (Fundación Medife y Cultura Ciudad, 2020)