Asian noodle bowl: la integración económica en el Este asiático y sus implicaciones para América Latina
Nueva Sociedad 228 / Julio - Agosto 2010
La integración panasiática, que algunos imaginan como la reconstrucción de la antigua «Ruta de la Seda», parece imposible de lograr en el mediano plazo, pues los países de Asia Central no están demasiado involucrados en esta regionalización y miran con más interés hacia Europa y Rusia. Pero el proceso se encuentra mucho más avanzado en el Este asiático. Esta región llegó tarde a los acuerdos formales, pero luego avanzó a gran velocidad y hoy cuenta con una abigarrada suma de instancias y acuerdos de integración. El artículo sostiene que ello no significa que la integración en el Este asiático esté generando un bloque comercial excluyente, ya que la conexión transpacífica aún constituye un vínculo de la mayor importancia: de hecho, China se ha afianzado como un socio comercial fundamental para la gran mayoría de los países de América Latina.
A principios de los 90, los países del Este de Asia mostraban una enorme reticencia a sumarse a la fiebre de Tratados de Libre Comercio (TLC) que recorría Europa y las Américas. Esta posición defensiva sufrió una radical transformación en la presente década. Mientras que en 2000 solo estaban vigentes tres TLC firmados por los países del Este asiático, a mediados de 2009 la región había firmado ya 46 acuerdos de libre comercio y 63 más estaban en proceso de negociación. Esta cifra incluye tratados multilaterales y bilaterales, así como acuerdos intrarregionales y extrarregionales, entre los cuales destacan los TLC con las Américas. No sin razón, los observadores de los procesos de regionalización han denominado a esta red «spaghetti bowl» o, más a tono con la gastronomía regional, «Asian noodle bowl».
El presente artículo analiza la naturaleza, el alcance y las implicaciones para América Latina de la regionalización en Asia. El concepto de regionalización se define aquí como una situación en la que un grupo de países comercian más entre sí que con el resto del mundo. Mi hipótesis es que la integración formal e informal en el Este asiático no supondrá, al menos en el mediano plazo, un proceso de regionalismo cerrado. Estados Unidos y los países latinoamericanos siguen siendo vitales para las exportaciones asiáticas (especialmente de China), y una cuarta parte de los acuerdos de libre comercio suscritos por los países del Este asiático tienen por contraparte a Estados americanos. No existe, por lo tanto, una razón significativa para crear una «fortaleza comercial» asiática.
Para evitar equívocos conceptuales, la primera sección del documento ofrece definiciones de Asia, Este asiático y Cuenca del Pacífico, y descarta enseguida que los actuales procesos de integración incluyan a los 48 países de Pan-Asia. La antigua «Ruta de la Seda», que corría desde China hasta Europa a través de Asia Central, difícilmente podría recrearse. La segunda sección explica el rezago de la integración en el Este asiático en los años 90, mientras que la tercera analiza el auge que este proceso adquirió en la primera década del siglo XXI. La cuarta y quinta partes estudian, respectivamente, las características de la integración formal y la integración de facto en el Este asiático. La sexta sección analiza hasta qué punto China, como actor central de la regionalización en el Este asiático, busca o no crear un «bloque del yuan» cerrado. La última parte profundiza en esta discusión, describe algunos TLC suscritos entre países del Este asiático y de América Latina, analiza los crecientes contactos comerciales de ambas regiones y discute en qué medida el regionalismo en Asia supondrá la exclusión de las Américas.
Asia, el Este asiático y la Cuenca del Pacífico: las regiones económicas y la imposible integración de Pan-Asia
Todas las regiones son constructos, y Asia no escapa a esta realidad. Por ello, convendría proponer primero algunas definiciones operativas. En este artículo, el concepto «Asia» o «Pan-Asia» comprende los 48 países al este de los Urales que pertenecen al Banco Asiático de Desarrollo (ADB, por sus siglas en inglés). Esto implica la suma de cinco regiones: Australasia (principalmente Australia y Nueva Zelanda), Asia Central (conformada sobre todo por las repúblicas ex-soviéticas de Asia), el Noreste asiático (es decir, la Gran China, Japón y las Coreas), el Sudeste asiático (los diez miembros de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático, ASEAN por sus siglas en inglés), y el Sur de Asia (India, Bangladesh y Pakistán). Por «Este asiático», entiendo la suma geográfica del Noreste asiático, el Sudeste asiático, Australasia y la India, cada vez más presente en la integración regional. El término «Transpacífico» o «Cuenca del Pacífico» abarca tanto a los ya mencionados países del Este de Asia como a los países del Pacífico en las Américas, es decir, las 21 economías que conforman el Foro de Cooperación Económica Asia Pacífico (APEC).
¿En cuál o cuáles de estas regiones es posible hablar de un proceso de integración económica? Mucho se ha hablado de la posible reconstrucción de la antigua Ruta de la Seda, como una forma de integrar a la totalidad de las naciones de Asia. Como se recordará, hasta el siglo XIII era la vía comercial más importante del mundo, ya que conectaba no solo las distintas regiones de la inmensa Asia, sino también esta con el norte de África y Europa. Para sustentar la tesis –o el deseo– de una integración panasiática, se invoca una realidad incontestable: el sistema tributario sinocéntrico, que alcanzó su apogeo en la Dinastía Ming (1368-1644). En efecto, China era el imperio del centro, con reinos circundantes en estrechas relaciones políticas y económicas con ese país. En los últimos cuatro siglos, sin embargo, los países de Asia Central actuaron mucho más en la órbita de influencia ruso-soviética que en la china. El vacío de poder creado tras la caída de la Unión Soviética (URSS) y la desaparición del socialismo real disminuyó la influencia rusa en esa zona, pero no la eliminó por completo.
La reconstitución de la Ruta de la Seda se dificulta por tres razones adicionales: en primer lugar, la infraestructura para comunicar Asia Central con China y otras regiones de Asia es aún muy deficiente1; en segundo término, y en estrecha vinculación con lo anterior, ninguno de los países de Asia Central tiene como principal socio comercial a China o la India, sino a Europa, Rusia y la propia Asia Central; en tercer término, no existen TLC que vinculen de manera significativa a Asia Central con el Este asiático. Es cierto que, desde su fundación oficial en 2001, la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS, integrada por China, Kazajstán, Kirguistán, Rusia, Tayikistán y Uzbekistán) prevé acuerdos de cooperación multidimensional. Sin embargo, la OCS está fuertemente concentrada en el tema energético y dista mucho de constituir un TLC. Por el momento, entonces, parece difícil que el dinamismo asiático pueda derivar en la creación de un sistema integrador que incluya todas las regiones de Asia. La Ruta de la Seda, pues, deberá esperar mejores tiempos.
El Este asiático en los 90: una integración rezagada
Una prospectiva muy diferente puede formularse en torno de la peculiar integración en el Este asiático, aunque se trate de un fenómeno relativamente nuevo. A principios de los 90, distintos procesos de integración recorrían el mundo; se vivía, entonces, el inicio de la Posguerra Fría. En Maastricht, Europa occidental aceleraba su regionalización mediante el paso de la Comunidad Económica Europea (CEE) a la Unión Europea (UE) en 1992, lo que no solo suponía la profundización del proceso integracionista y la creación de una moneda única, sino también una paulatina ampliación de sus miembros. En la ribera opuesta del Atlántico, otros proyectos de integración avanzaban con fuertes bríos. Tales fueron los casos del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), al que México se integró en 1994, y el Mercosur, integrado por Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, que se inició en 1991.
Mientras esto sucedía en Occidente, la integración en el Este asiático parecía una quimera. A fines de los 80, el primer ministro de Malasia, Mohamad Mahatir, había propuesto la formación de la Junta Económica del Este de Asia (East Asian Economic Caucus, EAEC), que excluyese a EEUU, Australia y Nueva Zelandia; el premier malayo solicitaba que la EAEC fuese liderada por Japón, cuyo ascenso parecía imparable. Por distintas causas, la propuesta de Mahatir fue desdeñada tanto por Japón como por otros países del Este asiático. Tokio, atento a reafirmar su alineamiento estratégico con Washington, descartó la idea. Por otro lado, una integración del Este asiático bajo el liderazgo japonés hubiese sido muy difícil de concretar desde el punto de vista político: en el inconsciente colectivo de varios países de esta área aún resuenan los ecos del expansionismo nipón y el intento de organizar una Gran Esfera de Coprosperidad durante la primera mitad del siglo XX.
Otro gran proyecto de integración multilateral se expresaba en la APEC, iniciativa australiana cuya primera reunión se celebró en 1989. Más adelante, en 1994, los integrantes del bloque suscribieron los Objetivos de Bogor, que propugnaban por una liberalización comercial unilateral en 2010 (para los países desarrollados) y en 2020 (para los países en desarrollo) de la Cuenca del Pacífico. No sin razón, Lester Thurow, un sagaz observador de la economía internacional, advertía: «Hablar de 2020 equivale a decir que no habrá área de libre comercio en lo que nos resta de vida. La mayoría de los que hicieron esa promesa habrán muerto antes de 2020, y para entonces ninguno de ellos seguirá gobernando»2.
Si bien la APEC había nacido con un cierto impulso autonómico para integrar formalmente la dinámica región del Este asiático, Washington maniobró con sus principales socios en el área –Australia, Corea del Sur y Japón– para que la membresía de ese organismo fuese ampliada a países del Pacífico americano, como Canadá, Chile, México, Perú y, por supuesto, los propios EEUU. La integración en el Este asiático se desdibujaba, dando paso a una iniciativa transpacífica que no tocaba, ni con el pétalo de una rosa, la hegemonía estadounidense. Desde entonces, Washington ha procurado no permanecer al margen de los principales proyectos de integración en el Este asiático.
En cuanto a la integración económica formal, el proyecto más exitoso en la región era (y sigue siendo) la ASEAN. Fundada en 1967 para fomentar la cooperación económica en el Sudeste de Asia y aglutinar a las naciones proestadounidenses en la lucha contra el comunismo de China y Vietnam, la ASEAN logró mantenerse a través de los años y sobrevivir al fin de la Guerra Fría. En 1992, en medio de expectativas mucho más modestas que las que entonces generaba la APEC, sus seis miembros (Brunei Darussalam, Indonesia, Filipinas, Malasia, Singapur y Tailandia) decidieron avanzar en la firma de un TLC. En la segunda mitad de los 90, el grupo amplió su membresía, al aceptar como nuevos integrantes a Vietnam (1995), Laos y Myanmar (1997) y Camboya (1999). Más que la APEC, la ASEAN podría constituirse en el pivote real de la integración entre el Sudeste y el Noreste asiáticos, amén de Australasia y la India.
La nueva oleada de integración en el Este asiático: algunas explicaciones
Casi como un símbolo de la época, el rezago asiático en materia de integración formal comenzaría a cambiar rápidamente al iniciarse el nuevo milenio. Una prisa integracionista se apoderó de la región, que se veía a sí misma como una «huérfana internacional» y temía que las condiciones discriminatorias establecidas por TLC vigentes en otras zonas impactaran negativamente en sus niveles de competitividad internacional.
Más allá de esas percepciones, las bases para la integración real habían comenzado a sentarse desde mediados de los 80. Un suceso clave fue la suscripción de los Acuerdos del Hotel Plaza. Firmados en 1985, tras varios años de presión estadounidense, estos pactos implicaban una revaluación del yen, pues las masivas exportaciones de Japón a EEUU habían generado recurrentes déficits en la balanza comercial de este país. Para mantener su competitividad, las empresas japonesas comenzaron a relocalizar sus plantas y muchas de ellas fueron instaladas en distintos países del Este asiático. La inversión extranjera directa (IED) japonesa en la región continuó creciendo de manera sostenida a lo largo de la siguiente década: si en 1990 Japón canalizaba 27,8% de su IED a esa región, para fines de la década la proporción ya había subido a 52,7%3. Por supuesto, las inversiones japonesas –especialmente en el sector electrónico– generaron nuevos flujos comerciales intrafirma que, a su vez, han redundado en mayores niveles de integración informal. Adicionalmente, a lo largo del Este asiático comenzaron a florecer los llamados «triángulos de desarrollo», zonas económicas naturales formadas a partir de la convergencia de regiones de distintos países en actividades complementarias4.
Pero más allá de los avances anteriores, la reciente búsqueda de una mayor integración en el Este asiático a partir de TLC bilaterales se explica por los escasos resultados obtenidos en acuerdos multilaterales como la APEC y, en un plano más global, la Organización Mundial del Comercio (OMC). En los 90, el grueso de los países del Este asiático –empezando por Japón, China y Corea del Sur, principales potencias económicas de la región– había apostado con fuerza a las negociaciones multilaterales. En el caso de China, su mero ingreso a la OMC significó una dramática ampliación de su acceso a los mercados mundiales. Los resultados no fueron tan favorables para Corea del Sur y Japón, debido al estancamiento de la liberalización multilateral desde el fin de la Ronda Uruguay en 1994. Ante la inmovilidad de las negociaciones en la OMC, los TLC bilaterales comenzaron a abrirse paso en el Este asiático.
Más tarde, la crisis financiera que azotó a las diversas economías de Asia en 1997 y 1998 revivió la necesidad de buscar soluciones propias para los problemas de la región. Tras la devaluación del baht tailandés en 1997, los gobiernos del Este asiático pensaron que EEUU organizaría un rescate como el que había llevado a cabo en México tres años antes. Sin embargo, Washington demoró su decisión. A su vez, el Fondo Monetario Internacional (FMI) prescribía recetas anacrónicas para las naciones asiáticas que habían sufrido el contagio de la crisis financiera; incluso fue acusado de haber originado la propia crisis con las súbitas liberalizaciones comerciales y financieras impuestas previamente a varios países5. En contraste con EEUU y el FMI, Japón propuso la creación de un Fondo Monetario Asiático, y China tomó la decisión de no devaluar su moneda, en solidaridad con sus atribulados vecinos. Posteriormente, en 2000, ambos países lanzaron, junto con la ASEAN y Corea del Sur, la Iniciativa de Chiang Mai, una red de swaps de divisas entre los países del Este asiático con el objetivo de enfrentar el peligro de nuevas crisis financieras en la región.
Un último pero crucial catalizador del nuevo regionalismo ha sido el resurgimiento económico de China. Un fenómeno que ha ocurrido en un contexto en el cual el comercio exterior de Asia como proporción del comercio mundial pasó de 15% en 1973 a 24,6% en 1993 y a 26,4% en 2006. En este auge, las exportaciones chinas jugaron un papel relevante, al aumentar a tasas de dos dígitos: pasaron de 2,6% a 7,4% de las exportaciones mundiales entre 1990 y 20066. El boom chino ha sentado las condiciones para articular un posible eje de integración asiático, rebasando al cauteloso Japón, que desde los 90 decidió ser, en sus propias palabras, «el mejor número dos de la historia»7. Además, los países del Este asiático albergan mucho menores resentimientos históricos y desconfianzas con China que frente a Japón. Con un estilo mesurado y suave, Beijing parece decidido a contribuir a la formación de un mundo multipolar en el que la región juegue un papel más relevante que en los siglos XIX y XX.
Las dimensiones formales de la integración
La integración formal es la más explorada en los estudios sobre regionalización y tiene que ver con la decisión, tomada por algunos Estados, de construir vínculos económicos más estrechos a través de la negociación de TLC. Al hacer un inventario –así sea somero– de las distintas iniciativas formales de integración en Asia, el panorama es de una extraordinaria complejidad y diversidad. Ya se ha mencionado que no existe un solo organismo económico o político que aglutine las cinco regiones de Asia. Como argumenta David Shambaugh, «en lugar de una sola organización panregional, lo que ha emergido es un arquitectura de cuerpos que se traslapan –como lo hacen las placas tectónicas bajo la superficie de la tierra– que se complementan y trabajan juntos para afianzar la cooperación y la estabilidad regional»8.
A diferencia de Europa, estas entidades no cuentan con estructuras institucionales rígidas, y sus mecanismos decisorios suelen articularse a partir de mínimos comunes denominadores, más que por la búsqueda de proyectos ambiciosos. Entre las razones que se han esgrimido para explicar esta «subinstitucionalización», hay que mencionar las diferencias en los niveles de desarrollo socioeconómico entre los países de la región, los diversos tipos de regímenes políticos, el desfavorable recuerdo del activismo internacional japonés en la primera mitad del siglo XX e incluso un supuesto «modo asiático», que privilegiaría una integración laxa. Más allá de este debate, en las siguientes líneas se analizan en detalle algunos de los proyectos más relevantes de la nueva ola de integración formal en el Este asiático.
A pesar del ya referido escepticismo de Lester Thurow, entre finales de los 90 y principios de la presente década diversos académicos y decisores políticos de la Cuenca del Pacífico coincidían en una visión esperanzada en torno de la APEC. Si bien esta instancia carecía de un entramado institucional fuerte y de compromisos obligatorios entre las partes, se pensaba que la corriente de liberalización comercial mundial empataría naturalmente con las estrategias de sus miembros. Pero ahora, ya en 2010, parece claro que las economías desarrolladas no han logrado la apertura comercial completa prevista en los Objetivos de Bogor; es evidente también que los países en desarrollo no avanzan con pasos demasiado firmes hacia la liberalización de 2020. Existe, además, la sensación de que los logros en materia de apertura comercial intraasiática y transpacífica se deben atribuir a los tratados bilaterales y a instancias multilaterales extra-APEC, como es el caso de la ASEAN. En suma, si bien la APEC se ha consagrado como un espacio de diálogo económico, sus alcances y posibilidades futuras son más bien modestas.
En contraste, no parece exagerado afirmar que la ASEAN se está convirtiendo en una suerte de pivote o hub de la regionalización institucionalizada en el Este de Asia. La integración alrededor de este organismo se ha movido en círculos concéntricos. El núcleo de estos círculos es, por supuesto, la ASEAN-10: a partir de una organización basada en la seguridad y la cooperación, los miembros de ASEAN decidieron formar, en 1992, una zona de libre comercio. Paradójicamente, y a pesar de ser la expresión más acabada de la integración formal en el Este asiático, el grado de regionalización intra-ASEAN es todavía relativamente bajo: solo una cuarta del comercio total de esa área tiene lugar en su interior.
Más allá de estas limitaciones, el interés de otros países del Este asiático por los avances en la integración en el Sudeste asiático ha generado como resultado el formato ASEAN + 1, mediante el cual ASEAN - 10 ha suscrito TLC individuales con terceros países de la región, como China, Japón y Corea del Sur. La India, Australia y Nueva Zelandia también se han sumado a este proceso.Menos afortunada ha sido en cambio la experiencia de ASEAN + 3, que incluye a China, Corea del Sur y Japón como un bloque. Si bien se ha convertido en un foro consultivo y ha logrado algunos avances en proyectos específicos de cooperación entre el Sudeste y el Noreste asiáticos, no ha dado pasos definitivos para la suscripción de un TLC. A pesar de la complementariedad de las tres economías del Noreste asiático y de sus crecientes nexos con la ASEAN, el proyecto no ha podido avanzar sustantivamente, en buena medida a causa de las desconfianzas históricas entre China, Corea del Sur y Japón. De hecho, las negociaciones se mantienen estancadas desde 2007.
Pero esto no significa, per se, una parálisis total en el proceso de regionalización. Ya sea por la vía de ASEAN + 1 o de ASEAN + 3, el dinamismo de esta instancia ha propiciado un espacio económico con un alto impacto potencial: la Cumbre del Este Asiático (CEA), cuyas cuatro primeras reuniones se celebraron entre 2005 y 2009. Los miembros de esta Cumbre son los países de la ASEAN, además de Australia, Corea del Sur, China, la India, Japón y Nueva Zelandia (es decir, todas las derivaciones individuales de ASEAN + 1). Este mecanismo, que también se conoce como ASEAN + 6, es el que capta mejor las posibilidades futuras de la integración económica regional; su membresía sintoniza perfectamente con la definición de Este asiático propuesta en los primeros párrafos del texto. La historia a veces nos regala ironías: aunque reciclado y aggiornado, la CEA parece un clon del proyecto del premier Mahatir.
No hay que ignorar que, a diferencia de la APEC, la ASEAN no incorporó a EEUU. La CEA dista mucho de ser un proceso de integración formal consolidado, pues se han registrado pocos avances en la creación de un Área de Libre Comercio del Este Asiático (EAFTA, por sus siglas en inglés). Pero si efectivamente se logra avanzar hacia la estructuración de un gran TLC, las dimensiones políticas de ASEAN + 6 serían insoslayables. La concreción del proyecto constituiría, sin duda, un serio revés para la hegemonía estadounidense en el Pacífico, así como la creación de un área de libre comercio de alcances superiores a la UE y el TLCAN. No en balde Washington ha pugnado por que el «+6» se convierta en un «+8», que lo incorpore junto con Rusia.
En el plano bilateral, las iniciativas de TLC han proliferado en el Este asiático. Todos los países de la región han entrado en esta febril dinámica, pero entre ellos destacan, por el número de acuerdos instrumentados y en negociación, Singapur, Japón, Corea del Sur, China, Tailandia y Malasia. La modalidad bilateral es, de hecho, la forma que han adoptado la mayor parte de los acuerdos de integración en el Este asiático durante la década de 2000. La integración no se circunscribe solo a la dimensión comercial, sino también a la protección de inversiones, el resguardo de los derechos de propiedad intelectual, la difusión de oportunidades para las compras de gobierno y la sincronización de los estándares9.
El comercio intrarregional y la integración de facto
Otra dimensión de la integración es informal y ha sido impulsada por los mercados. En este caso, los agentes económicos dan forma a sus interacciones a partir de la inversión y la oferta y demanda internacionales de bienes y servicios. En algunos casos, la integración formal y la informal pueden desarrollarse de forma simultánea; en otros, la integración informal puede preceder a la integración formal; y en otros, la integración formal puede no generar efectos significativos en el volumen de comercio.
En ese sentido, resulta claro que, aun antes de la formación del Asian noodle bowl, la integración informal en el Este asiático ya venía evolucionando con gran ímpetu. Las exportaciones intrarregionales pasaron de 42,6% del total en 1990 a 50,4% en 2000 y a 61% en 2008. Las importaciones, por su parte, aumentaron de 46,5% a 58,8% entre 1990 y 200810. Si bien estos porcentajes de comercio intrarregional son inferiores a los de la UE (73,6%), ya han superado al TLCAN (53,4%). En otras palabras, y aun sin considerar la avalancha de TLC bilaterales y las experiencias como la de ASEAN, de todos modos sería posible hablar de un claro proceso de regionalización en el Este asiático.
Aunque no necesariamente deben tomarse como representantes de una tendencia general, dos casos de integración de facto resultan especialmente interesantes. Me refiero a Japón y Corea del Sur. En el primer país, desde mediados de los 80 el componente Este asiático de sus exportaciones ha aumentado sin cesar, pasando de 32,4% en 1990 a 41,7% en 2000 y a 47,9% en 2006; debe aclararse que, de esa proporción, un porcentaje considerable es chino. En efecto, en 1990 únicamente 2,1% de las exportaciones de Japón tenía como destino China, pero actualmente el porcentaje es de 14,3%; a su vez, las importaciones niponas desde China han pasado de 5,1% a 20,5% del total.
Algo similar sucede en el caso de Corea del Sur, donde las importaciones provenientes de China ascendieron de 2,1% en 1990 a 8% en 2000 y a 15,7% en 2006. Igualmente se observa una vertiginosa evolución de las exportaciones surcoreanas hacia China, que pasaron de 2% del total en 1990 a 20% en la actualidad. Por ello, al finalizar la década de 2000 la historia económica registra un hecho de extraordinaria significación para el Noreste de Asia: China ha desplazado a EEUU como principal socio comercial de Corea del Sur y Japón, hasta hace poco dos de las más sólidas contrapartes económicas estadounidenses en la región. Los factores culturales y los intercambios sociales también influyen en la estructuración del Este asiático como región. Como apunta Joshua Kurlantzick, «el promedio de la gente ha desarrollado una creciente conciencia panasiática, como resultado de los vínculos comerciales cada vez más estrechos, el surgimiento de una clase media y la penetración de la cultura pop asiática en los hogares. De forma sutil, a través de Asia las personas están comenzando a pensarse como ciudadanos de una región, tal como sucedió con los europeos al terminar la Segunda Guerra Mundial»11. A causa de este interés de los asiáticos por sí mismos, flujos humanos de todo tipo han proliferado en la zona: 80% del turismo ya es intrarregional y los países más grandes del Este asiático se han vuelto un imán para los estudiantes de educación superior de otros países del área, más que Europa y EEUU. Existe, por ejemplo, un creciente interés por el cine surcoreano, la tecnología japonesa y el idioma chino12. En suma, «mientras la –regionalización– podría estar ocurriendo a un nivel estatal multilateral, el –regionalismo– se está construyendo en el nivel societal»13.
¿Todos los caminos conducen a China?
El auge de la economía china en las últimas tres décadas, así como el creciente comercio con sus vecinos, ha hecho que más de un analista afirme que el proceso de integración en el Este asiático tendrá como pivote a ese país. Las evidencias en este sentido son contradictorias e insuficientes para extraer conclusiones definitivas.
Por un lado, como ya se comentó, es evidente la sinización del comercio exterior de algunos países claves del Noreste asiático, como Corea del Sur y Japón. El proceso ASEAN + China parecería, prima facie, confirmar esta tendencia. La integración formal entre China y el Sudeste asiático ha pasado del sueño a la realidad –una realidad que, a su vez, podría cambiar el mapa comercial del Este asiático y del mundo–. El 1 de enero de 2010 entró en vigor el TLC entre ambas instancias, cuya negociación se había iniciado en 2002. ASEAN + China se convierte, así, en el TLC con mayor número de consumidores del mundo, al integrar una población de 1.900 millones de personas. Con un volumen de 450.000 millones de dólares de intercambios comerciales por año, se ha convertido en el tercer TLC más importante del planeta, solo detrás de la UE y el TLCAN. Sería inocente pensar que este nuevo pacto de integración carecerá de efectos políticos: algunos analistas ya se preguntan si este TLC puede leerse como una expresión del «ascenso pacífico» de Beijing, o bien como una suerte de Doctrina Monroe asiática14.
El gobierno chino, ocupado en enviar al mundo un mensaje tranquilizador sobre su creciente poderío económico, político y militar, fue muy cuidadoso de no negociar el TLC con la ASEAN en condiciones desiguales para sus vecinos. Desde mediados de los 90, distintos países del Sudeste asiático habían venido expresando sus recelos acerca de la posibilidad de que la creciente competitividad china inunde sus propios mercados y afecte su comercio exterior, desplazándolos de terceros países. Frente a estos temores, y buscando proyectarse ante sus vecinos como un «elefante amistoso», China realizó diversas concesiones a los miembros de la ASEAN. Amén de redoblar sus esfuerzos por solucionar antiguas disputas territoriales con sus vecinos, Beijing firmó con ellos un Tratado de Amistad y Cooperación en 2003. En el caso específico de la negociación del TLC, Beijing acordó condiciones preferenciales para el acceso de bienes y servicios de la ASEAN a China, especialmente del sector agropecuario. Y, tras el tsunami que afectó a varios países de la ASEAN en 2004, envió de inmediato considerables flujos de ayuda15. El hecho de que, incluso en ausencia de un TLC, el comercio entre China y la ASEAN se haya sextuplicado entre 2002 y 2009 parecería confirmar que todos los caminos conducen a ese país. Pero, al acercar la lupa un poco más, los números muestran que esta percepción no necesariamente se refleja en la realidad. De hecho, la mayor parte de los diez integrantes de la ASEAN aún tienen como principales socios comerciales a países que no son China. En 2008, cinco de ellos orientaban la mayor parte de sus exportaciones hacia EEUU, dos a Tailandia, dos a Japón y otro a Singapur. En ningún caso China aparecía en el primer lugar.
En cuanto a las importaciones, la presencia china es mayor, pero insuficiente para pensar en una integración cerrada en el mediano plazo: si bien es cierto que dos países de la ASEAN tienen como principal origen de sus importaciones a China, también lo es que dos se vinculan primero con Japón, dos con Tailandia y dos con Malasia. EEUU y Singapur son, respectivamente, los primeros socios en las importaciones de otros dos miembros de la ASEAN. En otras palabras, las exportaciones de la ASEAN son transpacíficas, mientras que sus importaciones se realizan desde el Este asiático. Por eso, aunque es muy probable que la demanda china en la ASEAN termine por desplazar a la estadounidense, el proceso tomará varios años más.
Los datos anteriores se confirman al constatar que, si bien en términos absolutos el comercio entre China y sus vecinos asiáticos ha aumentado vertiginosamente, en términos relativos el porcentaje de exportaciones chinas hacia el Este asiático ha disminuido, pasando de 66,7% en 1990 a 48,7% en 2000 y a 40,2% en 2006. En contraste, las exportaciones chinas a otras regiones han aumentado de manera sostenida. China se ha convertido en un auténtico global trader, dato que resalta en el cambio de dirección de sus exportaciones: entre 1995 y 2006, las exportaciones al Este asiático cayeron de 57,2% a 40,2% del total; las dirigidas a EEUU, en cambio, pasaron de 16,6% a 21%; hacia la UE, de 12,9% a 17,5%; y al resto del mundo –incluyendo África y América Latina–, de 15,4% a 21,4%.
Muchos caminos llevan a China, pero esta carece de incentivos para buscar una integración económica cerrada. Al menos por el momento, pues, la integración en el Este de Asia sigue manteniendo vasos comunicantes con otras regiones del mundo. Tales son los casos de América Latina y América del Norte, que se estudian con mayor detalle en el siguiente apartado.
¿«Regionalismo abierto» o «fortaleza económica»? La integración del Este asiático y América Latina
Si bien es cierto que una importante cantidad de los TLC negociados en la última década incluyen a los propios países del Este asiático, también lo es que muchos de ellos se han efectuado con socios de otras regiones, especialmente del Pacífico americano. Por ello, parece muy prematuro realizar conclusiones definitivas en torno de la inevitabilidad de la creación de un bloque asiático cerrado. La variable transpacífica sigue abierta y, con ello, la presencia de América Latina en el proceso.
¿Qué tanto afectará, en términos de competitividad internacional, la integración en el Este asiático a América Latina? Diversos estudios han arriesgado la hipótesis de que, cualquiera sea el derrotero de la integración en el Este asiático, esta no generará efectos negativos. La integración producirá «escasas pérdidas para las economías latinoamericanas y caribeñas y otras economías no signatarias de esos acuerdos. De esto se desprende que el temor prematuro acerca de un impacto global negativo del regionalismo en Asia Oriental esté, al parecer, errado»16. Por otro lado, una proporción sustancial de los acuerdos comerciales del Este asiático –aproximadamente un cuarto de ellos– tiene como socios a diversos países latinoamericanos. De los 109 tratados vigentes y en negociación en 2009, 24 tenían relación con América Latina17. Algunos de los TLC transpacíficos bilaterales son Corea del Sur-Chile (2004); Japón-México (2005); Singapur-Panamá (2006); China-Chile (2006); Japón-Chile (2007); Singapur-Perú (2008) y China-Perú (2009). En el plano multilateral, se destaca el Trans-Pacific Strategic Partnership Economic Agreement (TSEP o P-4), firmado en 2006 por Brunei, Chile, Nueva Zelandia y Singapur. Aunque el TSEP incluye a economías pequeñas, su importancia podría ir in crescendo, pues EEUU busca integrarse a él para formar una gran área de libre comercio transpacífica que también incluya a Australia y Vietnam.
Por si esta red de TLC no fuera suficiente, las cifras están muy lejos de evidenciar tendencias hacia la disminución del comercio entre ambas regiones y, menos aún, hacia la formación de bloques económicos excluyentes. Desde principios de los 90, el comercio transpacífico creció a tasas de dos dígitos, impulsado por las exportaciones japonesas y las importaciones desde EEUU y América Latina. Más tarde, a lo largo de la década que termina, China sustituiría a Japón en ese papel.
Así, las exportaciones del Este asiático hacia América Latina pasaron de 10.800 millones de dólares en 1987 a 45.500 millones en 1997 y a 132.600 millones de dólares en 2007. Si en el primer año estas cifras representaban 2,1% del total de las exportaciones del Este asiático, en 2007 la proporción había aumentado a 3,5%. En cuanto a las importaciones desde América Latina, estas crecieron de 9.700 millones de dólares en 1987 a 27.700 millones en 1997 y a 101.900 millones de dólares en 2007; en términos porcentuales, las importaciones recibidas por el Este asiático desde América Latina ascendieron de 2,4% a 3,1%18. En suma, el comercio interregional creció tanto en términos absolutos como relativos.
Para ilustrar con mayor claridad estas tendencias, vale mencionar algunos ejemplos. Entre 1987 y 2007, China pasó de ser un ente comercial virtualmente inexistente a ocupar el primer o segundo lugar como socio comercial de la gran mayoría de los países latinoamericanos, superando en muchos casos a naciones vecinas. En este caso se encuentran, entre muchos otros países, Brasil, Chile y México. Vale la pena subrayar que China no solo ha ocupado espacios que en el pasado correspondían a EEUU, sino que ha desplazado a Japón como principal socio comercial asiático de los países latinoamericanos.
En el caso de México, las conexiones transpacíficas del comercio exterior son muy sugerentes. Tras la entrada en vigor del TLCAN, las exportaciones a América del Norte se dispararon a casi 90% del total. En cuanto a las importaciones, sin embargo, se observa un proceso de diversificación: mientras en 1995 casi tres cuartas partes de las importaciones provenían de EEUU, en 2008 el porcentaje había bajado a 57,2%; en tanto, las importaciones desde el Este asiático pasaron de 10% a 20,9%. En ese año, México realizó más importaciones desde Corea del Sur (ya no se diga China o Japón) que desde toda América del Sur. Este patrón comercial obedece en gran medida a la maquila: las empresas asiáticas localizadas en la frontera Norte del país importan grandes cantidades de insumos que se ensamblan en México y posteriormente se exportan a EEUU. Por ello, no parece exagerado señalar que el Noreste asiático se ha transformado en una suerte de «cuarto socio» del TLCAN.
Algunas conclusiones
La integración panasiática parece imposible de lograr en el mediano plazo, pues los países de Asia central no están demasiado involucrados en esta regionalización y miran más hacia Europa y Rusia. La integración se encuentra mucho más avanzada en el Este asiático. Si bien esta región llegó tarde a los procesos de integración económica formal, luego avanzó muy rápidamente. Es cierto que la integración en esta zona no alcanza aún la envergadura de la UE, pero en el plano fáctico los niveles de integración exceden los del TLCAN y son muy superiores a los del Mercosur.
Ello no significa que la integración en el Este asiático esté generando un bloque comercial excluyente. Tanto por el número de TLC suscritos entre los países de esa región con América Latina como por el volumen de los intercambios comerciales cotidianos, la conexión transpacífica aún constituye un vínculo de la mayor importancia. No solo los países del Noreste asiático se han convertido en socios informales del TLCAN, sino que China se ha afianzado como un socio comercial de primera importancia para la gran mayoría de los países de América Latina. En contraste, y para cerrar la pinza transpacífica, EEUU continúa siendo un mercado vital para las exportaciones de muchos países del Este asiático. Por ello, ninguna de las dos potencias económicas globales tendría razones de peso para dejar de apoyar un «regionalismo abierto» basado en el comercio multidireccional. Para finalizar, considero indispensable observar con cuidado los contornos reales e informales que asuma la integración en el Este asiático. Sus consecuencias en términos económicos y de la distribución internacional de poder no serán menores.
- 1. Biswa N. Battacharyay y Prabir De: «Restoring the Asian Silk Route: Toward an Integrated Asia» en adbi Working Paper Series No 40, Asia Development Bank Institute, junio de 2009.
- 2. The Future of Capitalism, William Morrow and Company, Nueva York, 1996, pp. 124-125.
- 3. Pham Quoc Tru: «East Asian Economic Integration and Implications for the Newer asean Member Countries» en Karl-Peter Schönfisch y Bernard Seliger (eds.): asean plus three (China, Japan, Korea) Towards an Economic Union in East Asia?, Hanns-Seiden-Stiftung, Seúl, 2004, p. 242.
- 4. Para un análisis de la naturaleza y membresía de estos triángulos, v. Shiheyuki Abe: «Prospects for Asian Economic Integration» en Shoji Nishijima y Peter H. Smith (eds.): Cooperation or Rivalry? Regional Integration in the Americas and the Pacific Rim, Westview, Boulder, 1996, pp. 245-246.
- 5. Una discusión in extenso sobre el papel del fmi en la crisis asiática aparece en Joseph Stiglitz: El malestar en la globalización, Taurus, Madrid, 2003, cap. 4.
- 6. B.N. Battacharyay y P. De: ob. cit., p. 3.
- 7. J.L. León-Manríquez: «Hacia un mundo tripolar: Estados Unidos, Japón y Alemania en el nuevo sistema internacional» en J.L. León-Manríquez (coord.): El nuevo sistema internacional. Una visión desde México, Fondo de Cultura Económica / sre, México, df, 1999, p. 114.
- 8. «International Relations in Asia. The Two-Level Game» en David Shambaugh y Michael Yahuda (eds.): International Relations of Asia, Rowman & Littlefield, Lanham-Plymouth, 2008, p. 19.
- 9. Roberto Hernández Hernández: «El proceso de integración económica del Este de Asia: una visión general» en México y la Cuenca del Pacífico vol. 10 No 29, 5-8/2007, p. 98.
- 10. Salvo indicación en contrario, los datos comerciales que aparecen en lo sucesivo han sido elaborados a partir del Sistema Interactivo Gráfico de Comercio Internacional (Sigci) de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), en www.cepal.org/comercio.
- 11. «Pax Asia-Pacifica? East Asian Integration and its Implications for the United States» en The Washington Quarterly, verano de 2007, p. 68.
- 12. Pham Quoc Tru: ob. cit., p. 243.
- 13. D. Shambaugh: ob. cit., p. 22.
- 14. V., por ejemplo, Vincent Wang: «China-asean Free Trade Area: A Chinese ‘Monroe Doctrine’ or ‘Peaceful Rise’?» en China Brief vol. 9 No 17, 20/8/2009.
- 15. Michael A. Glozny: «Stabilizing the Backyard. Recent Developments in China’s Policy Toward East Asia», en Joshua Eisenman, Eric Heginbotham y Derek Mitchell (eds.): China and the Developing World. Beijing’s Strategy for the Twenty-First Century, Armonk, Nueva York-M.E. Sharpe, Londres, 2007.
- 16. Masahiro Kawai y Ganeshan Wignaraja: «La integración económica global y regional: una perspectiva desde Asia» en Revista Integración & Comercio año 13 No 29, 1-6/2009, p. 47.
- 17. Ibíd., p. 42.
- 18. Ibíd., p. 45.