Opinión
septiembre 2021

La grieta que agita las primarias argentinas

El próximo domingo 12 de septiembre Argentina vota en elecciones primarias para elegir las candidaturas para las elecciones parlamentarias de mitad de término. La polarización, los outsiders de la derecha y la puja por el «voto joven» son los principales ingredientes de una campaña que tiene en vilo al oficialismo y a la oposición.

La grieta que agita las primarias argentinas

El próximo domingo 12 de septiembre Argentina será escenario de la vigésima elección nacional celebrada durante la pandemia en América y la novena en América Latina en este 2021, después de las dos vueltas en Ecuador y Perú, las constituyentes chilenas, las legislativas en Nicaragua y México, y las primarias de Honduras. Justamente, estas elecciones se ubican cerca de las dos celebradas en Centroamérica: serán primarias para cargos legislativos, que se renovarán el segundo domingo de noviembre. Argentina es, además, el único país de Sudamérica que tiene renovación parcial de su Congreso Nacional. 

Si bien estas elecciones son un mecanismo para definir candidaturas, habrá un termómetro electoral más preciso que cualquier encuesta sobre intención de voto, con una oferta de un amplio rango, y con impacto provincial pero con una lectura, inevitablemente, nacional. Del domingo saldrán ganadores y empatados que deberán recalibrar para noviembre, y perdedores que quedarán fuera. De este entramado complejo salen cinco notas centrales que, considero, son las cuestiones a tener en cuenta para que te quedes pensando de acá al fin de semana.

Candidaturas, no cargos

Desde el año 2011, Argentina se sumó a la ola de la apertura en lo que a selección de candidaturas nacionales se refiere. Es, sin dudas, un sistema único en el mundo, que difiere levemente de sus pares chileno y uruguayo a ambos costados del país. Las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) son un mecanismo de concurrencia obligatoria para electores, y de participación obligatoria para partidos políticos y coaliciones electorales. La clave para estos últimos radica en el piso mínimo establecido: deben superar el 1,5% de los votos válidos para poder competir en las elecciones legislativas de noviembre. Abundan las calculadoras.

De ahí que leer el resultado del domingo será, al menos, complejo. Las elecciones son utilizadas para definir candidaturas y armar las listas para competir por cargos legislativos en dos meses, cuando se repartan 127 bancas en la Cámara de Diputados (la mitad del recinto) y 24 en el Senado (8 provincias renuevan un tercio de la cámara). Pero dada la obligatoriedad de competencia para todos los actores políticos, habrá una lectura política y electoral de la fuerza que que tienen actualmente oficialistas y el cúmulo de opositores que habitan el espacio político argentino. No es una encuesta, son elecciones. Y entre PASO y legislativas todos podrán recalibrar su estrategia para crecer en apoyo y en fuerza legislativa.

Oficialismo golpeado, opositores que se rearman

La lectura nacional recaerá sobre el desempeño de la coalición peronista oficialista Frente de Todos y sobre la de su principal competidor opositor no peronista, Juntos por el Cambio. El primero volvió al poder, tras cuatro años de presidencia de Mauricio Macri, con la «unidad» panperonista del 2019, pregonada a capa y espada en cada manifestación pública. Un peronismo coalicional que tiene, por primera vez en su historia, tres patas en lugar de una sola cabeza: Alberto Fernández (presidente de la nación), Cristina Fernández de Kirchner (vicepresidenta) y Sergio Massa (presidente de la Cámara de Diputados). Detrás de ellos se enrolan agrupaciones tradicionales, nuevas expresiones políticas, así como legisladores, gobernadores y alcaldes que van desde el centro hasta la izquierda, en una experiencia de gestión coalicional que se ha destacado más por la descoordinación de las decisiones que por la homogeneidad de los criterios.

Las tensiones internas han aflorado en una importante cantidad de áreas, como la energía, la economía, las relaciones exteriores y la asistencia social. Cada actor del acuerdo siente legitimidad para marcar sus posturas públicamente, aunque marquen distancia del discurso oficial. En la diversidad está la unidad, dicen. En las disputas, el poder.

A este panorama se suma una gestión de la recuperación económica que lejos está de alcanzar las metas electorales de 2019. La pandemia arrasó con todo y las soluciones no parecieran estar llegando. Según estimaciones, el domingo los argentinos votarán en las peores condiciones económicas de las últimas seis elecciones. Y es que el gran problema es, justamente, el poder adquisitivo del salario. La brecha cambiaria es de más de 80% entre el dólar oficial y el paralelo del mercado negro («blue»), la inflación interanual se encuentra por arriba de 50%, sumado a un 50% de pobreza y una tasa de desempleo que ya está por encima de 10%. Un dolor de cabeza para el peronismo y sus banderas de «justicia social». El paracetamol para bajar la fiebre no está a la vista ni al alcance de la mano. Como contraparte, el oficialismo tiene algo para esbozar una sonrisa: una recuperación de la actividad económica a niveles pre-pandemia y cierta tendencia al alza de la tasa de empleo formal. Esperanzas de segundo semestre.

Del otro lado de la grieta aparece su más fiel competidor, Juntos, gobernó entre 2015 y 2019, que reunió a todo el espacio no peronista en una coalición electoralmente competitiva. La coalición que va del centro-derecha a la derecha nuclea a Propuesta Republicana (Pro), la centenaria Unión Cívica Radical (UCR), la Coalición Cívica-Afirmación para una República Igualitaria (CC-ARI) y distintos partidos menores de corte provincial. Con las ventajas de ser oposición, sus desafíos pasan más por su reorganización que por la gestión pública nacional. Tras la derrota presidencial de 2019, los dos primeros años en el desierto del contra-oficialismo marcaron discusiones de alta intensidad por heredar el sillón del liderazgo interno, centralizado en sus primeros cuatro años en Mauricio Macri.

Muerto el rey, los nobles se lanzaron a disputar el trono y así se encaminó la disputa interna en estas PASO. Sin coordinación nacional, habrá 24 batallas en lugar de una sola, con dos epicentros urbanos de alta intensidad. La oposición buscará dotarse de una identidad que puede ir desde el centro hasta la derecha de acá a las presidenciales de 2023.

El primer epicentro de la batalla intraoposición es la Ciudad de Buenos Aires, bastión de Pro, desde donde el Jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta, del ala más centrista del partido, aspira a llegar a la Presidencia dejando a cargo de la capital argentina a su heredera local, María Eugenia Vidal, ex-gobernadora de la Provincia de Buenos Aires (2015-2019). Dentro reunió a la mayoría de la UCR y sus aliados, incluso sumando a una expresión de corte liberal que lo corría por derecha, Republicanos. El segundo epicentro será la Provincia de Buenos Aires, donde la UCR se plantó con lista propia, reuniendo a nuevas caras de las periferias de la política (Facundo Manes) con radicales tradicionales y ex-armadores del Pro. Del otro lado, Rodríguez Larreta mandó a Diego Santilli, su mano derecha en la gestión, y repartió espacios con los líderes provinciales del partido.

Juntos también tendrá competencia interna en los otros cuatro distritos del corazón metropolitano del país: Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba y Mendoza. En todas ellas, hay cruces de lealtades y objetivos de posicionamiento nacional a mediano plazo. Antes de todo eso, tienen que renovar más del 50% de su interbloque en la Cámara de Diputados noviembre. Que la ansiedad no tape lo urgente.

El «bicoalicionismo» polarizado como ordenador de la competencia.

La lectura nacional surge de una oferta que está ordenada hace tiempo. Desde el año 2015, los indicadores muestran que la oferta política en Argentina es estable. Hoy en día, la disputa de la escena política está dominada por las dos grandes coaliciones, el Frente de Todos y Juntos. En las últimas elecciones, en 2019, ambas se repartieron los principales cargos públicos en juego, tanto nacionales como provinciales. Las dos controlan más de dos tercios de las bancas de ambas cámaras del Congreso Nacional, y se reparten las gobernaciones la casi totalidad de las 24 provincias. Al mismo tiempo, concentran la atención mediática, en redes sociales y en la disputa discursiva. Al mismo tiempo, la disputa bipolar ha llevado a que la competencia política se tensione hacia los extremos, sin posibilidad de encontrar puntos de acuerdo y consenso entre «peronistas» y «cambiemitas». La alta polarización ha ido creciendo con el correr de los años, dejando poco espacio para una oferta política alternativa y moderada, siendo las propias coaliciones las que incorporan en su interior dirigentes y posturas centristas y extremistas al mismo tiempo. Esto hace de la Argentina un caso particular, tal vez único, de bicoalicionismo polarizado.

Pero esto no es peligroso, porque la intensidad de la disputa política ha contribuido a estabilizar el sistema político, a contramano de los sucesos recientes en la mayoría de los países sudamericanos y como aprendizaje de la grave crisis institucional, social y económica que vivimos en 2001. Tampoco es suicida, porque los dirigentes hicieron las coaliciones con las PASO, y los electores replicaron con el voto. El refuerzo polarizador es mutuo.

La oferta del centro y de los extremos.

En este escenario, el margen político para construir opciones no polarizantes, sino dialoguistas con ambos actores, es más bien bajo. Esto también a contramano de la teoría, por dos razones. En primer lugar, las elecciones del próximo domingo serán primarias, no reparten cargos, sino candidaturas. Sin embargo, la lectura será nacional y abundarán (y sobrarán) cálculos para evaluar si oficialismo u oposición ganarán en noviembre. En segundo lugar, es la previa de una elección legislativa de mitad de mandato y renovación parcial de bancas en la Cámara de Diputados y el Senado de la Nación. No hay candidatura ejecutiva que unifique, nuclee ni centralice.

Como si eso no fuera poco, habrá también oferta en los extremos. Porque aunque la tensión vaya hacia afuera, siempre hay espacio para más. Sobre la izquierda, el Frente de Izquierda y de los Trabajadores-Unidad (FIT-U) viene replicando el mismo esquema de acuerdos que permitió, desde 2011 hasta la fecha, reunir a casi toda la izquierda troskista en una sola coalición electoral. A tal punto que el rédito electoral tentó a entrar a quienes se quedaron afuera los primeros años. 

Saltando todas las vallas, del otro lado afloraron en este 2021 legislativo electoral una oferta no menor de alterativas de derecha, las cuales se distinguen entre dos grandes grupos. Por un lado, distintas alternativas liberales o libertarias, que levantan las banderas del déficit fiscal, la necesidad de un Estado ausente, y la total y completa liberación de cualquier tipo o forma de regulación pública en la actividad privada. Envalentonados por haber superado el umbral electoral en las PASO presidenciales del 2019, sus más fieles exponentes son el noventoso y eufórico economista mediático Javier Milei, con un novedoso discurso libertario de derecha.

Por el otro, pequeños actores de corte conservador en términos de valores culturales, subidos a la ola de combatir la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo (IVE) aprobada en diciembre del año pasado. Muchos de ellos apoyados en la estructura territorial y financiera de las iglesias evangélicas (como por ejemplo, +Valores de Cynthia Hotton o el Partido Celeste Provida), otros tantos apostando a figuras más mediáticas y propias de la farándula metropolitana porteña (como Cynthia Fernández, por el Partido Vocación Social de José Bonacci). A ese ecléctico grupo se suman partidos y coaliciones nacionalistas (Frente Patriota), que generalmente tienen margen para presentarse a competir en elecciones de todo tipo y así lo han hecho desde el retorno a la democracia.

Más allá de las diferencias de contenido aunque no de estilo político, todas guardan un punto en común: la mayoría se concentra en el distrito bonaerense y porteño, donde la atracción mediática abunda y las estructuras territoriales a veces sobran. Nuevamente, las posibilidades de pasar el filtro de las PASO son medias para algunos pocos y bajas para la mayoría.

En campaña por el voto joven.

Una constante mediática de este proceso electoral ha sido la escasez de propuestas políticas concretas en el debate político y la preocupación por el voto joven. Los condimentos para ambas cuestiones vienen arrastrados por indicadores poco alentadores, mencionados anteriormente. Este peligroso cocktail de variables económicas no muestra la recuperación económica esperada, deseada y prometida, lo que se suma a un clima de fuerte desgaste público por un 2020 pandémico caracterizado por el debate constante de las políticas de cuarentena definidas a nivel nacional y provincial.

Frente a ese escenario, el debate público en la campaña careció de total ingenio y atractivo para el ciudadano de a pie. Las principales perlas resaltaron más bien por ser canciones pegadizas, frases coloquiales en búsqueda de impacto y tiroteos discursivos dignos de una polarización de baja calidad. Todos, sin embargo, buscaron tentar a la gema electoral de este año, que es el voto joven. Para el padrón del 2021, más de 860.000 jóvenes entre 16 y 17 años pueden concurrir a votar en virtud de Ley de Ciudadanía Argentina (26.774), que habilita el voto joven sin penalizarlo frente a su ausencia. Representan el 2,51% del electorado. Si lo ampliamos al rango hasta los 24 años, esa masa de votantes crece hasta los 6 millones y medio, el 20% del padrón. Son, justamente, los que están más preocupados por su primer empleo antes que por una cuenta de Tik Tok atiborrada de candidaturas.

Y esto se vio en distintas encuestas, como la publicada por Zuban-Córdoba recientemente. A la fecha de realizarse el estudio, 40% de los votantes jóvenes aún aparecía como indeciso frente a la sobreoferta electoral. A eso se suma que un 64,2% de todos los encuestados afirmó que las campañas electorales no le generó absolutamente nada, mostrando cierta desafección o desinterés en los temas discutidos. Remató el 73% que declaró que las campañas electorales no le hablan a personas como uno. Un peligroso caldo de cultivo antipolítico maridado con potencial crisis de representación. Todo esto, igual, con muchas comillas y escasas certezas.

Con este agridulce menú de cinco pasos, Argentina mantiene la senda de la estabilidad política en una región con convulsiones oscilantes. Unas PASO que tendrán lectura nacional, un oficialismo que se sigue acomodando y varias oposiciones que se están ordenando, pero en medio de una campaña con cierta desconexión ciudadana de parte de sus principales dirigentes y dudas abiertas sobre la voluntad ciudadana de salir de sus casas el domingo próximo. La foto final estará el lunes. A partir de ahí, a recalibrar con los motores aún calientes. El cierre, en noviembre.



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