Opinión
septiembre 2020

Una comunista a contracorriente Adiós a Rossana Rossanda

Rossana Rossanda no solo fue la fundadora de Il Manifesto, el principal diario de la izquierda italiana. Fue, además, una defensora permanente de una alternativa política y cultural desde lo que podría definirse como un comunismo heterodoxo.

Una comunista a contracorriente  Adiós a Rossana Rossanda


Hay un hilo rojo en el siglo de vida de Rossana Rossanda (1924-2020) que constituye su legado más profundo, la lectio magistralis de una trayectoria política que ella definía, à la Flaubert, como «educación sentimental». Fue una maestra de navegación a contracorriente, de cómo evitar las derivas, el arrastre de las corrientes y el naufragio en orillas diestras y siniestras.

Siempre se reivindicó comunista y marxista. A pesar de que alguna vez se definió como hereje, era más bien una heterodoxa y, por lo tanto, se confrontaba crítica pero respetuosamente con la ortodoxia –es decir con el consenso mayoritario–, sin condescendencia pero sin sectarismo, siguiendo un principio dialéctico entre la necesidad y la responsabilidad de ser minoría: minoría crítica y radical, pero activa, influyente e inserta en el movimiento de masas. Una cuestión de método y, al mismo tiempo, un arte de calibración permanentemente de la crítica que asume su irreductible necesidad, el imperativo y la pedagogía de la verdad, pero también el manejo fino de su sentido y de su alcance.

A partir de esta clave de lectura se pueden recorrer diversos episodios de su trayectoria política y apreciar el sentido profundo y la coherencia de sus intervenciones, el sello de una vida que se inscribe ciertamente en la tradición del movimiento comunista, pero destaca por su brillo.

Rossanda participó en la resistencia antifascista y formó parte de las filas del Partido Comunista Italiano (PCI) en una posición relevante y no subalterna respecto de gigantes como Palmiro Togliatti y Pietro Ingrao (con quien mantendría una relación profunda y duradera a pesar de su expulsión del partido en 1969, en ocasión de la represión soviética de la primavera de Praga). Tuvo, además, una participación destacada e influyente en la intervención feminista. Su sensibilidad –siempre anclada al marxismo– hacia los movimientos libertarios –los estudiantiles en particular–, la colocaban en la bisagra entre partido y movimientos, entre el imperativo de organización de las conciencias y el respeto y la valorización de la espontaneidad de las luchas. Mantenía una relación estrecha con la intelectualidad marxista italiana y francesa –con Louis Althusser y Jean-PaulSartre especialmente– pero sosteniendo una postura propia que brotaba de ser testigo y protagonista del ciclo de luchas que, en Italia, desde la segunda posguerra, abarcaba el 68 y se prolongaba hasta finales de la década de 1970.

Huérfana del Partido Comunista –parricidio cometido voluntariamente, pero que siempre lamentó–, la iniciativa política más significativa y duradera de Rossana Rossanda fue, junto a sus compañeros Luigi Pintor y Valentino Parlato, la fundación de Il Manifesto, un periódico que no solo hizo época, sino que sigue heroicamente difundiendo pensamiento crítico y siendo un referente transgeneracional de lo poco que queda de la izquierda anticapitalista y socialista en Italia. Fiel a su indomable espíritu crítico, Rossanda protagonizó en 2012, teniendo casi 90 años, una franca y abierta polémica, desde una posición de izquierda, con la dirección de este cotidiano, sobre el propio carácter del periódico, en el cual volvió a escribir solo algunos años más tarde, ya en los últimos suspiros de su vida.

Un momento particularmente revelador de la brújula política de Rossanda fue su polémica intervención en la década de 1970 en relación con las Brigadas Rojas. Sin dejar de ser radicalmente adversa a la política terrorista, escribió unos artículos que planteaban que las Brigadas Rojas eran parte del «álbum de familia» comunista y que su surgimiento se debía a que el PCI había dejado de caracterizar al partido de gobierno, la Democracia Cristiana, como garante del orden burgués y del imperialismo estadounidense. Rossanda sostenía que los militantes de las Brigadas Rojas eran compañeros que se equivocaban y no infiltrados. Más allá de su realidad empírica –había infiltrados en medio de una mayoría de militantes convencidos de la necesidad de la lucha armada–, esta postura implicaba contraponerse a la estigmatización y la criminalización que provenía no solo de los aparatos de Estado, sino de las instancias partidarias y sindicales de la izquierda comunista italiana, que contribuía a ahondar la brecha respecto de la efervescente izquierda revolucionaria de aquellos años. Rossana Rossanda sostuvo esta actitud crítica de fraterna solidaridad al convertirse en la década de 1980 en una defensora de los militantes e intelectuales del área de la llamada «autonomía obrera», sentenciados y encarcelados en el llamado juicio 7 de abril bajo la acusación de ser la cabeza de las Brigadas Rojas, como Antonio Negri y Paolo Virno.

Ya en la década de 1990, su franco rechazo a la deriva poscomunista y antimarxista, la llevaba a una distancia sideral de los herederos del disuelto Partido Comunista, pero su reticencia a la simple nostalgia no le permitió ilusionarse con la «Refundación Comunista» que sostenían los opositores. La conciencia de la derrota de la hipótesis revolucionaria abierta en 1917 no la deprimió como a su amigo y compañero de lucha Lucio Magri, a quien Rossanda aceptó acompañar en un suicidio asistido en Suiza. Pero la derrota fue un criterio de análisis que «la muchacha del siglo pasado» (como se definió en su autobiografía) y otros como ella, adoptaron para interpretar lucidamente los procesos en curso y plantear las condiciones para seguir luchando en clave anticapitalista y socialista.

Esta coherencia esculpida en el tiempo persistía en sus escritos nonagenarios, siempre navegando a contracorriente, pero brújula en mano, mirando al horizonte de lo deseable y lo posible.



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