Sentimiento nacional y batallas por la memoria en Ucrania
Nueva Sociedad 301 / Septiembre - Octubre 2022
La batalla que libran Rusia y Ucrania es también una batalla por la memoria histórica. Tras su independencia en 1991, luego de la caída de la Unión Soviética, Ucrania buscó apropiarse de símbolos y figuras de su pasado, a veces polémicos, mientras Rusia intentaba reducir el nacionalismo ucraniano a un simple colaboracionismo.
Pese a la recuperación de su independencia en 1991, la emergencia de un nuevo sentimiento nacional en Ucrania ha sido un proceso largo, por momentos ambiguo y a menudo difícil. En su voluntad de mostrarse como una fuerza motriz en el proceso de reconciliación nacional, el Estado ucraniano debió encontrar un camino entre memorias divergentes para mantener la esperanza de alcanzar su objetivo inicial: encarnar una soberanía recobrada y afirmada. Esta necesidad está especialmente justificada porque se encuentra en el centro de una batalla por la memoria histórica que opone a Ucrania y Rusia. En efecto, desde la Revolución Naranja de 2004, la memoria y la construcción de la nación ucraniana han estado asociadas en la propaganda rusa, de manera decisiva y reduccionista, a la extrema derecha, cuando no al «fascismo». Esta estrategia de desprestigio, que se intensificó con la guerra, tiene la sola finalidad de reducir la historia ucraniana a la mera experiencia del colaboracionismo y a los horrores de la «solución final» en Europa oriental durante la Segunda Guerra Mundial. Hoy más que nunca esa memoria aparece implícita en las ambiciones político-estratégicas de Rusia que tiñen el discurso de la «desnazificación».
¿Tarea imposible o construcción a marcha forzada que solo beneficia a algunos actores salidos de los márgenes del campo político? En este artículo, nos proponemos explorar el origen y los desafíos en la construcción de esta memoria ucraniana, para entender los logros y los puntos muertos de la eclosión del sentimiento nacional ucraniano contemporáneo. Después de muchos siglos de dominación Ucrania decide, luego de haber conquistado su independencia en 1991, emprender la reconquista de su memoria nacional. Antes confiscada, cuando no oculta, esta memoria recuperada era sin embargo imperfecta. Buscando llevar a cabo una separación definitiva de Rusia y dar valor a la resistencia secular de una nación, Ucrania se adueñó de figuras y símbolos propios de su historia atormentada. Si bien se las considera heroicas, ciertas figuras no son por ello menos polémicas. Como en el caso de Stepán Bandera, líder del movimiento nacionalista ucraniano, estas se chocan con memorias hasta entonces minimizadas en relación con los horrores del comunismo, o consideradas ajenas, como fue el caso de la Shoah o la Gran Guerra patriótica. Entrando así en competencia, estas memorias le hacen el juego a Rusia, que no satisfecha con poner en escena una nueva memoria que exalta a la Unión Soviética y su victoria sobre el fascismo para despertar el fervor popular, se dedicó desde 2014 a utilizarla con miras a la reconquista y dominación de una Ucrania antes incluida en su esfera de influencia.
La construcción de una memoria histórica autónoma
Durante el proceso de independencia de Ucrania en 1991, la cuestión de una historia oficial distinta de la de Rusia está en el núcleo de los desafíos en relación con las cuestiones de memoria histórica. Comienza a diseñarse una doctrina de renacimiento nacional, con la voluntad de «ucranizar» la legislación, las instituciones y la identidad y así salir de la influencia rusa y unificar a la población ucraniana1. Con este fin, Ucrania, si bien marcada por la historiografía oficial soviética, busca desarrollar un relato nacional que se distancie del de Rusia, insistiendo mucho en los sufrimientos a manos tanto del régimen de Hitler como del de Stalin2 y revalorizando los acontecimientos que permiten singularizar la historia nacional: el horror de los crímenes cometidos por la urss y la resistencia ucraniana frente a sus opresores históricos.
A lo largo de los años posteriores a la independencia, la historia soviética es gradualmente presentada como la historia de una ocupación extranjera imperialista de la que Ucrania fue víctima, y esto, incluso antes de la formación de la urss3. Pero uno de los mayores traumas que resalta especialmente es el del Holodomor de 1932-1933, que ocupa «el puesto principal en el martirologio nacional ucraniano»4. Esta hambruna organizada por la urss, calificada como «exterminio por el hambre», que llevó a la muerte a millones de ucranianos y terminó cristalizando en la memoria de un país víctima del totalitarismo soviético, es un acontecimiento totalmente silenciado –cuando no negado– por la historiografía rusa.
Frente a esta historia dolorosa, el relato de la resistencia ante esas múltiples opresiones permite reivindicar la singularidad histórica de Ucrania. Dos marcos referenciales se ponen particularmente de relieve. En primer lugar, la reivindicación de la herencia cosaca, que se puede encontrar incluso en el himno nacional. Constelación de pueblos ortodoxos de Rusia Menor que huyeron de los rigores de su condición campesina, los cosacos representan una sociedad compleja que se apoya en un sistema de asambleas guerreras llamadas sich. Vivían y se veían como hombres libres. Así, para Maxime Deschanet, «los cosacos de Zaporiyia van en efecto a cristalizar los descontentos de una población bajo dominación extranjera»5 transmitiendo el imaginario de un pueblo que lucha contra la opresión exterior. Su proyecto político de construcción de una forma de Estado conocido como Hetmanato se transformó en un ideal de protección del campesinado, la libertad y la independencia. Este mito especialmente influyente se vuelve a encontrar durante la revolución de Maidán de 2014; en ese momento, la organización de la plaza fue comparada con el sich de los cosacos zapórogos6, con sus unidades defensivas conocidas como sotnia (escuadrones) y sus combatientes, los sotnyky7.
En segundo lugar, se plantea la controvertida cuestión de la rehabilitación de figuras nacionalistas del periodo de entreguerras y la Segunda Guerra Mundial: Stepán Bandera y, más en general, los integrantes de la Organización de Nacionalistas Ucranianos y del Ejército Insurgente Ucraniano (oun/upa). Se trataba de fuerzas de resistencia contra la opresión soviética, pero esta lucha los condujo a colaborar con la Alemania nazi y la Italia fascista. Al momento de la invasión alemana de 19418, habían también participado en los abusos contra las poblaciones judía y polaca con grandes masacres, en una lógica de purificación étnica9.
La oun/upa: entre Stalin y los nazis
En el periodo de entreguerras, Ucrania se encuentra, como lo describe el historiador Timothy Snyder en Tierras de sangre, en el centro de la relación de fuerzas entre Hitler y Stalin10. Formada en 1929 en Viena bajo el auspicio de Yevguén Konovalets, la Organización de Nacionalistas Ucranianos (oun) reúne a una juventud que, radicalizada, rechaza la dominación polaca y luego soviética en Ucrania. Ideológicamente, la organización se ubica como un movimiento ustacha o filofascista11; en otras palabras, un movimiento ultranacionalista que toma ciertos elementos del fascismo, como el culto al líder y la palingenesia (renacimiento) nacional12. Si bien la oun buscaba crear un Estado ucraniano independiente, se encontraba en extremo dividida respecto de la estrategia global a seguir. Desde 1938, la oun quedó acéfala, ya que Konovalets fue asesinado por el Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos (nkvd). Estalló entonces un conflicto en el seno de la organización entre, por una parte, Andriy Atanasovich Melnyk, quien aspiraba a continuar la obra de Konovalets y reunió a la vieja guardia del movimiento, y por la otra, Stepán Bandera, alrededor del cual se agrupó la juventud radical. A partir de esta rivalidad, la oun se dividió en 1940 en dos ramas: la oun-m y la oun-b.
En contacto desde 1939 con el Reich alemán, la oun comienza con él una colaboración activa. La idea, como en numerosos países que creen que Alemania resultará victoriosa, era preservar la independencia de Ucrania en una futura Europa nazi. El 22 de junio de 1941, aún con la euforia por una invasión alemana que se percibía como una liberación del yugo estalinista, la oun-b proclamó en Lviv (Leópolis) un Estado ucraniano liderado por Yaroslav Stetsko. Esta proclama tomó por sorpresa a Alemania, que pretendía colonizar Ucrania en el marco del Lebensraum. El gobierno fue disuelto de inmediato y Stepán Bandera fue deportado a Sachenhausen, de donde fue liberado a fines de 1944. Mientras Ucrania se hundía en la locura asesina de los nazis, se formó en 1942, en la región de Volinia, el Ejército Insurgente de Ucrania (upa). Liderado por Dmytro Klyachkivsky y Román Shujévych, este movimiento-guerrilla contaba con alrededor de 200.000 hombres y se dedicaba a proteger a los poblados ucranianos de las atrocidades alemanas. Si bien resistió la ocupación nazi, el upa procedió también a la limpieza étnica del noroeste de Ucrania en la región de Volinia, donde residía una importante minoría polaca. Fruto de una rivalidad sostenida igualmente por los regímenes polaco, soviético y nazi, estas masacres produjeron 100.000 víctimas. Frente al avance soviético de 1943, el ejército alemán intentó reconectarse con la oun y el upa. Cortejado tras su liberación, Bandera rechazó cualquier compromiso, en la convicción de que la derrota alemana era inevitable. Solo algunos colaboradores mantuvieron la colaboración con Alemania hasta los últimos días del régimen, como la división Galizien de las ss, formada por voluntarios ucranianos que, lejos de adherir necesariamente a la ideología nacional-socialista, buscaban construir con el tiempo un nuevo ejército nacional. Luchando en forma autónoma contra los soviéticos, el upa cesó sus actividades en 1950, fecha en que Román Shujévych fue asesinado por el nkvd. Nueve años más tarde, Bandera corría la misma suerte en Múnich. Pese a su historia caótica y a su trayectoria cuando menos compleja, la oun y el upa reingresaron en la historia ucraniana. El upa es, al mismo nivel que los cosacos, un símbolo fuerte del nacionalismo ucraniano a través de la lucha armada por la independencia y un espejo de todas las tentaciones soberanistas expresadas desde entonces.
Héroes y símbolos
Existen diferentes referencias históricas que alimentan fuertemente el relato de la independencia y de la autonomía frente a Rusia. Esta perspectiva de unidad nacional recuerda al «resistencialismo» de la Francia de posguerra. Tras la Segunda Guerra Mundial, una parte de la opinión pública ucraniana se inscribía ya de hecho en este enfoque, y el historiador Alexander Motyl lo evoca sin rodeos:
El movimiento de resistencia nacionalista de posguerra concitó un amplio apoyo entre la población ucraniana de la región occidental precisamente porque representaba la oposición al estalinismo y simbolizaba la causa de la liberación nacional. (…) La demonización de los nacionalistas emprendida por los soviéticos fomentó y creó la imagen de una banda de salvajes asesinos sin programa político o ideológico alguno, salvo la muerte y la destrucción.13
Desde entonces, en la Ucrania postsoviética, si bien la política oficial de la memoria sostenida bajo las presidencias de Leonid Kravchuk (1991-1994) y Leonid Kuchma (1994-2005) fue prudente al asociar un poder que permanece en manos de la antigua elite comunista con una fachada de símbolos nacionales promovidos por los grupos nacionalistas democráticos, los años de Víktor Yúshchenko (2005-2010) aceleraron la «banderización» de la memoria nacional. Subrayando su patriotismo, su solidaridad nacional, su abnegación y su compromiso idealista con los valores y los objetivos comunes14, el gobierno de Yuschenko nombró «Héroe de Ucrania» a título póstumo a Stepán Bandera, así como a los principales integrantes y teóricos de la oun. En 2006, lanzó de igual modo una campaña, mediante una votación en el Parlamento, dirigida a reconocer oficialmente el Holodomor como un genocidio, buscando destruir todos los símbolos del pasado soviético15. Estas medidas son ciertamente simbólicas, pero demuestran las lógicas del nacionalismo en Ucrania respecto a cuestiones sensibles de memoria histórica que se juzgan prioritarias. La revolución de Maidán y la guerra contra el separatismo del Dombás solo completaron esta reapropiación de la memoria. En ese contexto, la historia de la colaboración con la Alemania nazi se transforma en un reto mayor de las políticas nacionales de la memoria.
El desafío de la memoria de la Shoah: un reconocimiento paulatino
En el curso de la Segunda Guerra Mundial, Ucrania fue escenario de la masacre de judíos, especialmente en lo que se llamó la «Shoah por balas». 1,55 millones de judíos ucranianos fueron exterminados entre 1941 y 194416, y entre 30.000 y 40.000 ucranianos participaron de esas muertes17. Esta participación en la empresa genocida nazi fue minimizada por la memoria oficial, que debe continuar en un necesario esfuerzo por «hacer frente al pasado»18. En efecto, una fracción tradicionalista del relato nacional se niega a reconocer la responsabilidad de Ucrania en la Shoah para no manchar la historia del país. Sin embargo, sus oponentes se han dedicado a esta rehabilitación de la memoria histórica. Se implementaron varias políticas, en especial en Babi Yar, donde fueron asesinados 33.771 judíos el 29 y 30 de septiembre de 194119. En los días posteriores a Maidán, en un contexto de guerra, las leyes de «descomunización» de 2015 dieron un nuevo ejemplo de esta voluntad de salir del yugo ruso sobre la memoria histórica al condenar los crímenes totalitarios del nazismo junto con los de la urss y prohibir tanto sus símbolos como a ciertas organizaciones que reivindican su legado, como el Partido Comunista de Ucrania.
De ese modo, el relato nacional ucraniano no niega la Shoah, pero tiende a colocarla en la misma escala que los crímenes sufridos a manos de la urss. Tal equivalencia puede sorprender, sobre todo en los Estados de Europa occidental que no conocieron el comunismo y sus horrores. Como recuerda Emmanuel Droit:
La memoria de la Shoah representa un criterio de inhumanidad al que se remite la conciencia moderna cada vez que teme extraviarse. Por otro lado, los nuevos integrantes de Europa oriental de la Unión Europea resaltan la memoria dolorosa de la ocupación soviética encarnada en el gulag, que es su patrón de medida. Occidente considera la Shoah como el recuerdo central de Europa, mientras que esta perspectiva es criticada por los europeos orientales, que piensan que los occidentales relativizan el comunismo. A cambio, los occidentales denuncian el antisemitismo de los europeos orientales, porque la puesta en duda de la singularidad del terror nazi es juzgada como una relativización de la Shoah.20
Considerándose a la vez víctima del nazismo y del estalinismo21, Ucrania se encuentra desde entonces con dos frentes en el plano de la memoria histórica. En lugar de privilegiar uno de ellos, incluye ambos en un único y mismo continuo de catástrofes nacionales de las que los crímenes estalinistas serían el punto máximo. Se destaca en este sentido que estas leyes han sido criticadas por muchos especialistas en historia ucraniana porque no llegarían lo suficientemente lejos en la identificación y la prohibición de los movimientos extremistas ucranianos. Sin embargo, la responsabilidad de Ucrania y la importancia de su colaboración fueron en gran medida exagerados por el relato ruso para alimentar la idea de una Ucrania históricamente fascista, basándose en la idea de que el país negaría esta parte de su historia. En un largo hilo de Twitter del 18 de marzo de 2022, Anna Colin Lebedev explica sin embargo que «la gran mayoría de los soldados ucranianos combatieron a los nazis en el seno del Ejército Rojo (más de 4 millones). Alrededor de 200.000 combatieron junto a la Alemania nazi. Eso da un máximo de 5% de pronazis entre los combatientes». Denuncia la generalización por la cual toda Ucrania habría sido colaboracionista y recuerda que «el debate intelectual está abierto en Ucrania, la sociedad trabaja sobre su pasado». Este efecto de amplificación permite a Rusia movilizar un relato antifascista de la Gran Guerra patriótica utilizando abusivamente el episodio de la colaboración para justificar lo injustificable: la invasión masiva de Ucrania.
El mito de Rusia para justificar lo injustificable
Frente a un relato de Europa occidental sobre la memoria histórica que otorga un lugar central a la memoria de la Shoah y la lucha contra su negación, y un relato histórico de Europa oriental (incluida Ucrania) que aspira a que se reconozcan las atrocidades cometidas tanto por la urss como por el nazismo, la historia oficial rusa insiste en el relato de la «Gran Guerra patriótica» que reivindica el monopolio del antifascismo22. Este relato heroico de la Segunda Guerra Mundial con una urss en el papel de aniquiladora del nazismo permitió, a partir de la época de auge del estalinismo (1945-1953), insistir en la superioridad de su sistema político sin autorizar crítica alguna23. Contribuyó así a un doble ocultamiento. En primer lugar, el de los crímenes, entre ellos el terror de Estado y el Holodomor. Pero también el de la multiplicidad etnocultural de la urss: los soldados del Ejército Rojo eran sobre todo soviéticos, igual que las víctimas del nazismo. Con el advenimiento de Vladímir Putin y la renovación del nacionalismo ruso luego de la anexión de Crimea, este discurso volvió a ser parte integrante del relato ruso contemporáneo, relato que Rusia dirige contra Ucrania.
Rusia moviliza en abundancia este relato antifascista para impugnar toda pretensión de Ucrania de alejarse de su esfera de influencia. Desde 2004, la Revolución Naranja y los dirigentes ucranianos fueron tildados de «fascistas»24. Guiada por desafíos de distinción en el campo político y con la aspiración de apaciguar las tensiones con Rusia, la presidencia de Yanukóvich (2010-2014) estuvo así marcada por un retorno de este mito, en oposición a las políticas ucranianas de memoria precedentes. El presidente afirmó entonces que el Holodomor no había sido un genocidio y quiso despojar del título de «Héroe de Ucrania» a Bandera y Shujiévich25. Finalmente, tras su destitución en 2014, este relato antifascista influyó ampliamente en la percepción de los separatistas, que retomaron abiertamente la retórica del Kremlin. La asociación del poder ucraniano con el fascismo se transforma en una herramienta importante de desestabilización del país atacado. La idea de una lucha contra un «genocidio» que estaría siendo perpetrado en el Dombás y el objetivo de «desnazificar Ucrania» son ecos directos de este relato de la Gran Guerra patriótica con el fin de manipular a la opinión pública y justificar la agresión. Porque la confrontación entre el ejército de Putin y la resistencia ucraniana muestra hoy a las fuerzas rusas que ellas no vienen a liberar al país que atacan. Se está lejos del imaginario de las escenas de júbilo por la liberación de la Segunda Guerra Mundial. Esto muestra también el desfase entre la instrumentalización de la memoria llevada a cabo por las autoridades rusas, con la creencia de que todo aquel que apoya un movimiento de autonomía en Ucrania es fascista, y la realidad política del país que atacan. Lo que en definitiva niega Rusia es la existencia misma de una identidad y una nación ucranianas26.
De ese modo, para apoyar su discurso de desnazificación, el Kremlin recurre a los mismos atajos que asimilan la colaboración durante la Segunda Guerra Mundial a toda Ucrania cuando exagera la importancia de la extrema derecha radical contemporánea en el país. Esta importancia es en buena medida ilusoria y constituye la «gota de veneno» de la que habla Anna Colin Lebedev en una Ucrania que se construye en un pluralismo político vivo27. Sobre todo, el nacionalismo no puede relacionarse solo con la extrema derecha y reviste, en este contexto histórico y contemporáneo, una pluralidad de sentidos, alejados del que se le podría asignar de manera genérica en nuestras sociedades occidentales.
Nacionalismo(s) en una nación en construcción
La construcción nacional ha seguido teniendo dificultades en el estrecho marco ucraniano. Dominada por la influencia y la represión rusas luego de la ocupación alemana, a Ucrania le ha costado edificar una comunidad cultural lo bastante fuerte como para ver emerger en su seno una conciencia temporal y territorial. En este sentido, Ivan Rudnytsky califica a Ucrania de nación «no histórica»28 y Taras Kuzio habla de «colonia»29, y esto en mayor medida en tanto las elites polacas, rusas y luego soviéticas alentaron a la población ucraniana a adoptar pasivamente su identidad y sus valores a fuerza de aculturación y de represión. Tomando en consideración el peso de la historia y de esas influencias externas múltiples, el nacionalismo ucraniano, hasta 2014, se presentó en cuatro tendencias principales: la primera, chovinista, defendida por la extrema derecha y fundada en la pertenencia a una «etnia» ucraniana; la segunda, postsoviética y neoimperial, anclada en una visión paneslava cercana a la defendida en Rusia por el movimiento neoeuroasiático de Aleksandr Duguin en sus orígenes y por el Partido Liberal-Demócrata de Vladímir Zhirinovski; la tercera, centrista, heredada del periodo de Leonid Kuchma, en la que la nación es cívica, pero está dotada de un particularismo étnico sobre el cual se apoyaron los oligarcas durante su presidencia, entre 1994 y 2005; y por último, una versión occidental y cívica, orientada hacia Europa y la democracia. Antes de que se desencadenara la guerra en el Dombás, esta división se arraigaba en una división interna del territorio ucraniano según la cual se observaba, al oeste, un polo proucraniano de religión greco-católica y comprometido con la preservación de la lengua ucraniana; al este, un polo ortodoxo y rusoparlante, aferrado mayoritariamente a su pasado soviético; y en el centro del país, una «marisma» tironeada entre los dos polos. Precisamente en ese territorio se mezclan en gran medida las poblaciones y los nacionalismos de los dos polos mencionados.
Asimilar el nacionalismo ucraniano a la extrema derecha es por lo tanto un enfoque apresurado. El nacionalismo es tan proteico como el conjunto del espectro político ucraniano. Idea que renace tras el colapso del bloque soviético, el nacionalismo en el espacio postsoviético constituye un fenómeno complejo y mal conocido que se expresa en numerosas tendencias y corrientes aún difíciles de inventariar. Según Marlène Laruelle, el nacionalismo en el espacio postsoviético deja ver «no solo el establecimiento de una tipología y una terminología propias de cada autor, sino además el compromiso político subyacente mutuo de algunos de ellos»30. Si bien la investigadora ve en él una prolongación del nacionalismo soviético del siglo xx, sugiere que el grado de radicalidad permite diferenciar entre movimientos. Esta radicalidad se define según el lugar que ocupa el «tema nacional» y por lo tanto, citando a P.-A. Taguieff, por la importancia en ella de la «autodefensa identitaria». Desde el poeta Tarás Shevchenko (1814-1861), considerado uno de los padres espirituales de la identidad ucraniana, a Stepán Bandera (1909-1959), percibido, según el punto de vista, como un gran patriota o un colaboracionista, existe una amplia gama de nacionalismos.
El nacionalismo ucraniano es entonces proteico, un caleidoscopio de influencias, referencias y ambiciones. La guerra en el Dombás, la anexión de Crimea y la creación en el este del país de nuevas entidades territoriales autoproclamadas (las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk) lo han vuelto aún más complejo. Estos acontecimientos violentos han puesto en jaque el proyecto del Estado central ucraniano de agrupar a los integrantes de una misma nación. Han liberado los nacionalismos más diversos y transformado en profundidad los paradigmas del nacionalismo ucraniano. Este se vuelve cívico y no étnico. De hecho, en el curso de la guerra y la reconstrucción del Estado, las barreras entre los nacionalismos han sido rápidamente erosionadas. Ya no hay «buenos» y «malos» nacionalismos. Además, los partidos políticos ucranianos se han vuelto a centrar en un discurso nacionalista pero con el objeto de unir y movilizar a la población y a los electores en torno del esfuerzo de guerra. Hasta entonces monopolio de los partidos de extrema derecha como la Unión Panucraniana «Libertad» y el Sector Derecho, el discurso nacionalista ha sido retomado por otros partidos como Samopomich [Ayuda mutua], Bat’kivchtchyna [Unión de Todos los Ucranianos «Patria»] o incluso Ukraïnsʹke ob’yednannya patriotiv (ukrop) [Asociación Patriótica Ucraniana]. Estos últimos han llegado incluso a proponer para las elecciones legislativas de 2014 a candidatos salidos de las filas del ejército y de batallones de voluntarios como el Aidar, como Nadiya Sávchenko. Se trataba para ellos de mostrar que integran plenamente en su enfoque político la lucha contra los separatistas y los rusos. Las ideas nacionalistas se transforman entonces en un negocio de los partidos tradicionales ucranianos, con riesgo de deformación de los ideales y de una espiral de radicalización. Esto era visible incluso en una parte de la nueva izquierda que orientó algunas de sus posturas hacia cuestiones de orden nacionalista antes que internacionalista31, sin abandonar a pesar de eso sus aspiraciones liberales. En este contexto de agresión, el discurso nacionalista se ha difundido por el resto de la esfera política y la sociedad civil. Estas ideas se han vuelto gradualmente mainstream. Aparece finalmente una base común: la del nacionalismo cívico sostenido por un patriotismo defensivo frente a Rusia. La invasión masiva de Ucrania por el ejército ruso a partir del 24 de febrero de 2022 contribuyó a reforzar este fenómeno mediante la unidad de la población alrededor de un mismo deseo de reconocimiento de la soberanía y de la existencia nacional de Ucrania. En este contexto en el que la nación ucraniana debe redefinirse, porque se la ha vuelto a poner en cuestión, formaciones como el regimiento Azov, con sus ideas y sus representaciones salidas de la extrema derecha, tienden a hacerse más visibles. El desplazamiento de Azov hacia la política parece así poco sorprendente, pero no menos difícil dado el amplio espectro de la extrema derecha y los nacionalismos ucranianos.
Conclusión
Vector principal de cohesión, la historia sigue siendo importante en la elaboración y la estructuración de la idea nacional ucraniana. En tiempos de crisis, la movilización del relato histórico como referencia común para un pueblo permite exaltar su patriotismo con miras a superar las pruebas a las que está sometido. Por consiguiente, pese a su ambivalencia, la oun y el upa han sido rehabilitados por el gobierno ucraniano sobre todo por haber sido golpeados por el anatema soviético. Ucrania se construyó, no sin dificultad, por oposición a ese pasado soviético, rehabilitando todo aquello que pudiera mostrar esa fuerza de resistencia a su opresor histórico. Sin embargo, no se niega su responsabilidad en la colaboración con el nazismo, pese a las acusaciones de Rusia. No obstante, la historia de la Shoah es colocada en una misma escala que los horrores de la urss. Si bien la revolución de Maidán no hizo desaparecer de un día para el otro esta difícil problemática, propia de los efectos de estructuras postsoviéticas respecto de la memoria histórica, marcó una aceleración del rechazo de los estereotipos propios del nacionalismo de los años 1990. Con sus aspiraciones eurófilas, es considerada un renacimiento, o incluso un redescubrimiento del sentimiento nacional ucraniano. De esta forma, se observa en 2014, en paralelo a la afirmación de la identidad ucraniana –a través de los colores nacionales, la exaltación del himno nacional o de eslóganes patrióticos–, la reanudación del Leninapad (la destrucción de estatuas de Lenin) incluso en las regiones orientales del país. Como reacción, las repúblicas separatistas del Dombás pusieron rápidamente en marcha una contraofensiva, con un conjunto de imágenes y una dialéctica soviéticas construidas alrededor del esquema de un Dombás considerado durante toda la vigencia de la urss como un paraíso proletario que gozaba del apoyo de las poblaciones locales. Para los separatistas, esta propaganda apuntaba a la emergencia de una idea nacional diferente. A cambio, el Estado solo podía adoptar un enfoque similar para unir al conjunto de los ucranianos, mediante figuras fuertes que simbolizaran sobre todo la idea de una resistencia en el largo plazo (antídotos contra toda pretensión de fragmentación). Como afirma el historiador Eric Hobsbawm, la invención de las tradiciones y de los relatos históricos, al establecer una continuidad entre un pasado, un presente y un futuro, permite legitimar el poder y el control de una nación y establecer una cohesión social32. Esta reapropiación del pasado contribuye a dejar en claro que Ucrania escribe en este momento un capítulo decisivo de su novela nacional.
Nota: la versión original en francés de este artículo se publicó en La Vie des Idées, 17/5/2022, con el título «Mémoire et sentiment national en Ukraine», disponible en https://laviedesidees.fr/Memoi...
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4.
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5.
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19.
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21.
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22.
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23.
Y. Yurchuk: «Reclaiming the Past, Confronting the Past: OUN-UPA Memory Politics and Nation Building in Ukraine (1991-2016)», cit., p. 108.
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24.
Y. Yurchuk: Reordering of Meaningful Worlds: Memory of the Organization of Ukrainian Nationalists and the Ukrainian Insurgent Army in Post-Soviet Ukraine, Stockholm University, Estocolmo, 2014 y «Reclaiming the Past, Confronting the Past: OUN-UPA Memory Politics and Nation Building in Ukraine (1991-2016)», cit.
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