«Unir a los argentinos»
El proyecto de «país normal» de la nueva centroderecha en Argentina
Nueva Sociedad 261 / Enero - Febrero 2016
El triunfo de Mauricio Macri en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales argentinas, el 22 de noviembre de 2015, marca un profundo giro en la política del país. Al quiebre del bipartidismo y la derrota del peronismo, se suma un proyecto con tonalidades refundacionales, sustentado en una visión de modernización gerencial de la política y el Estado. En la selección de los cuadros que dirigirán las instituciones estatales se cifra entonces buena parte de este proyecto reformador, que tiene a gerentes de grandes firmas como mascarón de proa del nuevo «país normal», republicano y emprendedor.
Un proyecto político de largo plazo: ¿es posible construir una nueva normalidad en Argentina?
«Yo quiero que seamos un país normal». Del mismo modo que Mauricio Macri, cada presidente que llega al poder en Argentina dice querer lograr eso. Lo que supone que el pasado está hecho de anormalidad, o bien –si suponemos que se trata de presidentes constructivistas– que la normalidad del pasado debe ser reemplazada por una nueva. En todo caso, la normalidad como proyecto siempre debe ser precisada. En primer lugar, implica delinear un programa de largo plazo: ya sea que la definamos de un modo u otro, siempre supone el tiempo largo de la historia. En segundo lugar, este programa se construye en ruptura con el pasado, de modo que se encuentra, desde sus orígenes, con la excepción, ante la cual debe reorientarse, usar herramientas imprevistas y traicionar algunos de los principios sobre los que se asentaba. ¿Cuál es la normalidad que propone el nuevo gobierno presidido por Macri? ¿Cómo se relaciona con el ciclo histórico que acaba de terminar?
Hace más de una década, Néstor Kirchner también dijo, al asumir, que quería edificar un país normal. Eso suponía reconstruir la autoridad del Estado, la confianza en las instituciones y una cohesión social maltrecha por la crisis del programa de convertibilidad monetaria entre el peso y el dólar que imperó hasta diciembre de 2001. Esta reconstrucción se cimentaría en una reindustrialización del país y en la ampliación de los márgenes de maniobra del Estado frente a los poderes fácticos nacionales e internacionales. También, en una especie de transversalidad política que iría a redefinir las tradiciones políticas en virtud del nuevo tiempo histórico.
Cristina Fernández de Kirchner, por su parte, asumió en 2007 con la idea de consolidar esa normalidad, y hasta se animó a convocar a un pacto de cara al Bicentenario que definiera grandes consensos económico-sociales entre actores relevantes. Sin embargo, a partir del llamado «conflicto del campo» de 2008 –en el que las diferentes entidades que aglutinan a los productores agrarios se enfrentaron al gobierno durante poco más de cuatro meses, con protestas que incluyeron cortes de rutas y manifestaciones masivas–, la construcción política se organizó en torno de la producción de acontecimientos «inesperados», en los que el kirchnerismo buscó legitimidad, cimentó apoyos y se procuró recursos económicos. La normalidad se definió entonces en las «batallas» libradas en el terreno económico y cultural. La transversalidad devino producción de clivajes claros y difícilmente conciliables. Los consensos kirchneristas, incluso en tiempos de grandes apoyos electorales, se asentaron siempre en una sociedad dividida frente a cuestiones fundamentales, como los límites de la intervención estatal y la relación entre los principios democráticos y los principios liberales. La inclinación por la excepcionalidad y la agudización del conflicto no impidió que, poco antes de abandonar su cargo en 2015, Cristina Fernández afirmara haber cumplido aquella promesa de «construir un país normal» que había hecho su compañero: «Hoy, luego de tres periodos consecutivos de gobierno del fpv [Frente para la Victoria], [los electores votan] en un país absolutamente normal, sin miedo a que les pase nada económicamente ni a perder su trabajo, con una actividad económica y un crecimiento que es único»1.
La normalidad es, entonces, objeto de disputa. Macri, lo dijimos, parece querer construir una nueva, en buena parte contrapuesta a la que el kirchnerismo bregó por instaurar. Y lo hace en dos sentidos fundamentales: primero, en nombre del destierro de la excepcionalidad y el conflicto como lógica de ejercer el poder; segundo, para producir una modernización económica y social que, en la visión del nuevo presidente y sus aliados, debería acercar al país a su tiempo histórico: su partido, concebido a inicios del siglo xxi, que desde su conformación dice dejar atrás las ideologías de los siglos precedentes –izquierda y derecha–, asume el poder con el compromiso de llevar a Argentina allí donde sus nuevas elites gobernantes parecen haber llegado, el mundo flexible del hacer. Republicanismo liberal y modernización gestionaria. Como señalamos en otra parte, Propuesta Republicana (pro)2 nació con un proyecto sociocultural y económico claro, movilizado por un ethos del voluntariado y el emprendedorismo anclado en el mundo de los negocios y de las ong y que se propone llevar al Estado la eficiencia y la transparencia que, en una visión encantada, impera en esos mundos. El problema es saber en qué medida este proyecto bifronte podrá mantenerse como núcleo discursivo y de acción de una fuerza de gobierno que ahora debe gobernar un país en el que la cultura plebeya-igualitaria, por un lado, y los actores corporativos de todo tipo, por el otro, actúan en buena parte en un sentido contrario a este proyecto: por igualitarismo o por corporativismo, se prefieren los derechos y reaseguros sociales o la negociación mano a mano con el Estado al riesgo emprendedor. Macri lo sabe: solo necesita mirar su propia historia –la del grupo económico familiar y sus vínculos con el Estado– para entenderlo.
Si el kirchnerismo –en especial a partir de 2008, como señalamos– hizo de la división binaria del espacio político una lógica productiva de construcción de poder –en la que el gobierno representaba los intereses del pueblo y sus adversarios eran presentados como portavoces de intereses corporativos difícilmente confesables en público–, pro y su coalición de gobierno quieren construir un proyecto de disminución de la intensidad de los conflictos políticos, y en especial de explosión de los campos antagónicos en una pluralidad sin querellas profundas: «unir a los argentinos», dice uno de los tres pilares discursivos en los que la fuerza de centroderecha asentó su campaña y que fueron retomados por Macri en su discurso de asunción3. La definición binaria llamaba al gobierno de Fernández de Kirchner a dotarse de todos los recursos para hacer oír su voz frente a lo que definía como poderes corporativos: cadenas nacionales de radio y televisión, disputa contra los bloqueos judiciales a medidas políticas tomadas por el Poder Ejecutivo o por el Poder Legislativo. El pro asume con un programa vinculado a lo que en estos años se ha constituido como «agenda republicana» y que parece pasar a ser, ahora, cuestión de gobierno. El partido de Macri había tomado como bandera esta agenda al menos desde 2005, pero especialmente cuando se convirtió en la principal fuerza opositora al kirchnerismo. La aceptación durante la campaña electoral de ciertos bienes colectivos instituidos en el ciclo que termina –una cobertura social universal como la Asignación Universal por Hijo (auh), pero también la intervención del Estado en ciertas áreas estratégicas de la economía como la energía y el transporte– permitió llevar la cuestión del «estilo» de ejercer el poder y de la relación entre los poderes del Estado al centro del debate. «En un país normal, los presidentes no hacen cadena [nacional] para decir ‘pagué un bono’»4, sostuvo Macri en plena campaña. La construcción de una polis sin conflicto en la que la política ocupe un lugar reducido en la vida de las personas está en el corazón de la propuesta política de pro5.
Sin embargo, lo ajustado de su triunfo electoral, así como las condiciones de posibilidad de ejercicio del poder en un país presidencialista y federal –más aún, por tratarse de un gobierno con escaso poder parlamentario y debilidad territorial– parecen constituir incentivos para una politización mayor de la vida social en este tiempo de construcción de legitimidad del nuevo gobierno. En buena parte, la lógica de funcionamiento del poder en Argentina lleva a los poderes ejecutivos a construirse fuertes. Necesitan acumular poder. Y, en tren de acumular, un proyecto político comienza a creerse duradero. No parece que pro quiera ser una excepción. Su proyecto de país requiere de ese tiempo medianamente largo de la historia. Así se entiende que, terminada la campaña que fue también una larga marcha y a poco de asumir, el nuevo presidente ya haya usado las atribuciones de su poder para reorganizar ministerios y redefinir atribuciones por decreto, aun contra leyes sancionadas por el Congreso; incluso para nombrar transitoriamente jueces de la Corte Suprema de Justicia. Además, mantiene una presión constante sobre la procuradora general de la Nación, la jefa de los fiscales del Estado, con el objetivo de que deje su lugar a un funcionario afín al nuevo proyecto.
En definitiva, en materia institucional, la voluntad de cambio pretende deshacer la herencia kirchnerista: aquí, el republicanismo comenzaría luego de la ruptura con la normalidad pasada, un Ancien Régime a desterrar.
El discurso de asunción de Macri ofrece algunas pistas de esa premura por producir reformas que allanen el camino institucional de la nueva agenda política: «El objetivo de unir a los argentinos, de poner nuestros puntos en común sobre nuestras diferencias integrándolas y respetándolas, es la clave de la construcción de la Argentina del siglo xxi a la que nos encaminamos hoy».
La agenda institucional está íntimamente ligada, así, al segundo eje de normalización que propone el nuevo gobierno: la modernización6. Si, contra la promesa republicana, deben procurarse resortes afines en el Poder Judicial y en los entes autónomos del Estado, es para poder llevar a Argentina al siglo xxi. «La entrada al siglo xxi, que la Argentina en cierto sentido ha retrasado, es una gran responsabilidad de este gobierno y es un motivo de gran excitación, de gran entusiasmo», dijo Macri en su asunción. En el relato del nuevo gobierno, el ciclo kirchnerista fue el último estertor del siglo xx, de modo que la reconciliación del país con su tiempo histórico, su conversión a la contemporaneidad, necesita romper con ese pasado. Es, en sí misma, una revolución, que no solo se relaciona con un contenido de políticas, sino que se propone, en lo fundamental, instituir una forma de sociedad y de economía basada en el hacer de los equipos. Una política «managerial» que destierre el conflicto en pos de la gestión –condición de posibilidad de la felicidad que se propone facilitar el nuevo gobierno–, y una gestión flexible capaz de transformar un Estado construido por abogados en un Estado gestionado por ceo de empresas de primer nivel.
El gobierno de los equipos
«Veo a la Argentina como un equipo», dijo Macri en su discurso de asunción. Quizá de ese modo buscaba dar una imagen del país más parecida a la de sus nuevos gobernantes. Esta definición también se relaciona con lo que viene a ofrecer el nuevo gobierno a la sociedad. Como sucedió con la historia de pro, se trata de hacer de la sociedad argentina un conjunto de voluntades emprendedoras coordinadas por un team leader que les ofrece las mejores oportunidades de crecimiento personal. En la selección de los cuadros que dirigirán el Estado, se cifra entonces buena parte del proyecto reformador que tiene la coalición política en el poder. La entrada al nuevo siglo se produce cuando se llevan valores del mundo de la empresa a un Estado hecho por políticos, cuando los abogados son reemplazados por los ceo. Dijo Macri en su discurso de asunción:
En el siglo pasado la sociedad privilegiaba liderazgos individuales en todos los ámbitos; en la empresa, en la ciencia, en la academia, en la política, en todos los campos de la actividad humana se buscaban genios que lo resolvieran todo. En el siglo xxi hemos entendido que las cosas salen bien cuando se arman equipos, se combinan los esfuerzos, el profesionalismo, la experiencia y las buenas intenciones de muchas personas.
Como ya hemos señalado en varios lugares7, pro es un partido de centroderecha flexible y pragmático, posideológico en este sentido (a diferencia de las fuerzas programáticas que ocupaban este espectro político hasta el surgimiento de pro), compuesto por una combinación de políticos de larga data (provenientes de las fuerzas tradicionales de derecha, del peronismo y del radicalismo) y por nuevos políticos, que provienen del mundo de los negocios y de las ong, y que son quienes controlan el partido y le dan su identidad y sus contornos simbólicos. Su proyecto político, insistimos, es «el gobierno del hacer». Managers y voluntarios son portadores de las virtudes con las que transformar el mundo público. También con las que orientar recursos y energías sociales. Su inclusión en el mundo público parece ser condición de posibilidad del proyecto de felicidad que trae el nuevo gobierno. ¿Qué políticas emprendedoras y de voluntariado promoverán? ¿Cómo harán, por caso, para transformar a los trabajadores industriales en flexibles miembros de equipos? En otras latitudes, el toyotismo intentó avanzar en ese sentido hace ya varias décadas. El nuevo management logró incorporar en el mundo de la empresa la flexibilidad y la construcción individual de un proyecto como horizonte personal y como condición de posibilidad del éxito de una carrera. Se quebró así, en cierta forma, la solidaridad sindical8. No sabemos si este cambio será nuevamente posible en el mundo obrero argentino. La reversión kirchnerista de la flexibilización laboral de los años 90 ¿retrasó los avances de un cambio inevitable en el sentido de la historia, o instaló las bases de una relación entre sindicatos y empresarios basada en cálculos políticos y morales –en fin, en derechos– antes que económicos? Es también en estas arenas donde se jugará buena parte de la suerte del cambio que el nuevo gobierno quiere traer como nueva normalidad.
Si la conexión con el mundo de las ong profesionalizadas se verá expresada en áreas «blandas» como desarrollo social, derechos humanos y ciertas zonas de la justicia, la gestión de recursos e instituciones de grandes presupuestos estará en manos de personas portadoras de esa virtud «managerial».
El gabinete de Macri tiene tres tipos fundamentales de personal político: los cuadros formados en el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y en sus instituciones asociadas, como la Fundación Pensar y el Banco de la Ciudad de Buenos Aires –donde se desarrolló en estos años buena parte de los economistas que manejarán los recursos en los tres gobiernos de pro: el nacional, el de la provincia de Buenos Aires y, desde luego, el de la Ciudad Autónoma–; los ceo de grandes corporaciones multinacionales conectadas con diferentes mercados internacionales; los cuadros políticos de partidos y corporaciones económicas aliadas. En términos políticos, sin embargo, esta complejidad puede reducirse a dos dimensiones: la prevalencia del control partidario por sobre la lógica de coalición (la mayor parte de los ministros y secretarios provienen de pro y de sus fundaciones)9 y la inclusión de ceo y managers que refuerzan la importancia que ha tenido para pro el mundo de la empresa como espacio de reclutamiento de personas y de repertorios de gestión y de acción. Control político y ethos gerencial.
La llegada al gobierno nacional expresa una «oportunidad histórica» para esta lógica modernizante, en tensión con la lógica política más tradicional. Por eso es que, aunque numéricamente no sean los que prevalecen, los ceo han hecho tanto ruido en su nominación. Más allá de su novedad, atractiva para el análisis mediático, los managers son puestos en primer plano en la presentación del nuevo gabinete por el propio personal político de pro, que tomó cada ingreso de un cuadro empresario al gobierno como el logro de un «pase» en un mercado hipercompetitivo. Tal como en la identidad partidaria se invisibiliza a los cuadros políticos de larga data en pos de su construcción como un partido nuevo de quienes se «meten en política», el macrismo elige ahora poner de relieve la dimensión del hacer eficiente que se expresa a través de sus managers10.
Los políticos forjados en pro habían comenzado a reclutar ceo con el horizonte posible de un futuro gobierno hacía ya algunos años. La fundación g25, creada por el actual ministro de Educación Esteban Bullrich con el objeto de constituirse en «un puente entre el ámbito privado y el público», cumplió un rol fundamental en este sentido. Se propone «identificar, atraer y retener profesionales destacados, que sean capaces de generar un impacto positivo en la sociedad, fomentando en ellos la vocación pública. Para lograr mediante su aporte y participación un país en el cual nos respetemos, en el cual podamos vivir con solidaridad, honestidad y valores»11. Otra vez: republicanismo y gestión; pro como vehículo de la conversión de energías gerenciales en modernización política. Franco Moccia explicó el sentido de la alquimia que pro busca producir: «Como dice Mauricio: de un buen gestor se puede hacer un buen político. Al revés, es más difícil»12. En definitiva, esa entrada en el siglo xxi se construye de lo privado a lo público.
Desde luego, se trata de una traducción política de esos valores privados, y no de un traspaso directo. Así como los ceo no son equivalentes a los dueños de las empresas, tampoco los cuadros privados viven el Estado como continuidad de su gestión privada. pro les ofrece un puente, y en ese camino hay una conversión. Buena parte de los ceo que son funcionarios del gobierno han recorrido ese camino, de la mano de g25 o de la Fundación Pensar: Juan José Aranguren, flamante ministro de Energía, que proviene de Shell; Gustavo Lopetegui, segundo en la Jefatura de Gabinete, salido de lan. En qué medida podrán transformar el país de acuerdo con un proyecto de sociedad flexible y emprendedora es una incógnita. Es probable que jueguen un rol fundamental en esta tarea los ministros políticos, así como los ya tradicionales economistas ortodoxos que aprendieron a habitar el Estado al menos desde la década de 1990 o, en algunos casos, desde la última dictadura militar13.
Si la construcción de poder institucional comienza a contradecir la agenda republicana y juega contra la moderación de un poder que parecía nacer modesto y autolimitado, el tamaño de las resistencias a la transformación de la sociedad argentina en un equipo de emprendedores también definirá lo que puedan hacer los managers en el Estado14. Después de todo, «meterse en política» implica, como decía Max Weber, jugar con las armas del diablo antes que con los instrumentos de management que el dios protestante trajo al mundo con el calvinismo de autoayuda –la felicidad emprendedora del hacer–, que parece ser la religión del nuevo espíritu del capitalismo argentino15.
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1.
«Cristina: ‘Cumplimos la promesa, dejamos un país normal’» en Cronista.com, 25/10/2015.
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2.
V., por ejemplo, «‘Meterse en política’: la construcción de pro y la renovación de la centroderecha argentina» en Nueva Sociedad No 254, 11-12/2014, disponible en www.nuso.org
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3.
A lo largo de este artículo, tomaremos algunas citas textuales del discurso de asunción de Macri. Dicho discurso se encuentra disponible en www.casarosada.gob.ar
, fecha de consulta: 14/12/2015. -
4.
«Mauricio Macri: ‘En un país normal, los presidentes no hacen cadena para decir pagué un bono’» en La Nación, 5/10/2015.
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5.
Cf., por ejemplo, G. Vommaro: ob. cit.
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6.
Franco Moccia, ex-ejecutivo del Citibank y jefe de gabinete del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires desde diciembre de 2015, señaló esta relación entre proyecto económico y proyecto político en una entrevista al diario La Nación. Al mismo tiempo que definía un nuevo tipo de sociedad basada en la buena gestión, precisaba su tarea política del siguiente modo: «Mi trabajo es que Mauricio sea presidente; la Argentina tiene posibilidades de volver a organizarse y construir una república que hoy parece una monarquía». Jaime Rosemberg: «Franco Moccia, el ‘arma secreta’ de Macri y Larreta» en La Nación, 3/11/2014.
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7.
V. G. Vommaro, Sergio Morresi y Alejandro Bellotti: Mundo pro. Anatomía de un partido fabricado para ganar, Planeta, Buenos Aires, 2015.
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8.
La gran etnografía sobre las transformaciones en las industrias automotrices francesas realizada por Stéphane Beaud y Michel Pialoux en los años 90 da cuenta del modo en que estos proyectos pueden ingresar en el mundo obrero desestabilizando las relaciones dentro del grupo y de las familias. Ver S. Beaud y M. Pialoux: Repensar la condición obrera, Antropofagia, Buenos Aires, 2015.
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9.
La coalición que llevó a Macri al gobierno, Cambiemos, incluye a la Unión Cívica Radical (UCR) y partidos menores.
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10.
Así puede entenderse la descripción que hizo la cronista de La Nación de la jura de ministros: «‘Siempre se deja para lo último al mejor’, anunció Mauricio Macri al tomarle juramento a Gustavo Lopetegui, el ex CEO de LAN, formalmente, nuevo secretario de Coordinación de Políticas Públicas, una suerte de manager empresarial que tendrá bajo su mando cumplir la promesa del Presidente del trabajo en equipo del gabinete económico». Mariana Verón: «Entre bromas y guiños cómplices, juraron 27 funcionarios nacionales» en La Nación, 11/12/2015.
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11.
G25: «Misión y visión», disponible en www.g-25.org.
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12.
J. Rosemberg: ob. cit.
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13.
Remitimos sobre este punto al reciente libro de Mariana Heredia: Cuando los economistas alcanzaron el poder, Siglo XXI, Buenos Aires, 2015.