Opinión
abril 2017

Trump: campaña en «poesía», gobierno en «prosa»

Después de una campaña realizada en «poesía», Trump gobierna en «prosa». Sus cambios en política exterior resultan evidentes. ¿Quiere convertirse verdaderamente en un sheriff global?

<p>Trump: campaña en «poesía», gobierno en «prosa»</p>

A pocos días de que Donald Trump cumpla sus cien primeros días como presidente de Estados Unidos, resulta relevante realizar un balance sobre sus principales decisiones en materia de política exterior. Una mirada panorámica de la agenda inicial de la Casa Blanca podría dar los primeros indicios o bases de lo que eventualmente se convertirá en unos años en la «doctrina» Trump. Además, debido a su incendiaria retórica y sus polémicas promesas de campaña, la victoria del candidato republicano generó temor e incertidumbre en los centros de poder global. Por primera vez, una persona sin mayor experiencia política, militar ni diplomática llegó a ocupar el máximo poder de Washington. ¿Es su diplomacia un tren a punto de descarrilarse o demasiado peligrosa para un mundo complejo?

Promesas Populistas

En materia de política exterior, Donald Trump constituye un ejemplo palpable de la famosa frase del ex gobernador de Nueva York Mario Cuomo: «Se hace campaña en poesía y se gobierna en prosa». Al mejor estilo populista, el candidato Trump se hizo elegir con un rosario de promesas cuyo único hilo conductor era contradecir y confrontar los pilares de la agenda exterior desplegada por el establishment demócrata y republicano. La estrella de reality show promovió una plataforma aislacionista basada en el ya afamado «Estados Unidos Primero». En un discurso afirmó: «Estados Unidos no puede seguir dándose el lujo de ser el policía del mundo, amigos. Debemos reconstruir nuestro propio país».

La lista de cambios que introduciría Trump de llegar a la Casa Blanca era larga. Calificó a la OTAN de «obsoleta» y «costosa», y prometió que los demás miembros de la alianza atlántica compartirían la «carga» de su defensa estratégica. Amenazó con mover la embajada de Estados Unidos en Israel de Tel Aviv a Jerusalén en un fuerte mensaje de hostilidad hacia el mundo árabe. Además, incluyó a varios países de mayorías musulmanas en sus planes de restringir a los inmigrantes y criticó las intervenciones de Washington en Irak y Afganistán.

Asimismo, Trump anunció que acabaría con ISIS y con el Banco de Export/Import, que renegociaría varios acuerdos comerciales como el NAFTA y que hundiría la Alianza Trans-Pacífico (TPP). También prometió la construcción de un muro en la frontera con México e indicó que los propios mexicanos lo pagarían. Hizo alarde de sus buenas relaciones con Vladimir Putin, presidente de Rusia, con las que convencería a Moscú de ayudarlo a poner fin a la cruenta guerra civil en Siria.

Durante su campaña electoral, China se convirtió en un saco de boxeo. Trump acusó al país liderado por Xi Xinping de mantener una injusta relación comercial con Estados Unidos y lo acusó de «violar» la economía norteamericana. Asimismo, lo acusó de «manipulador de su moneda» y señaló a los chinos como los responsables de «arrebatarnos nuestros empleos» y del «más grande robo de la historia». «Son nuestro enemigo económico», sentenció Trump en una entrevista televisiva en 2015.

En resumen, el discurso de campaña del entonces candidato republicano era una acusación al manejo bipartidista de la política exterior de Estados Unidos. Para Trump la diplomacia profesional debería ser reemplazada por hombres de negocios como él que se sentarían con los gobiernos extranjeros (China, México, Canadá, Rusia) y los convencerían de mejores condiciones para el gobierno y las empresas norteamericanas bajo el miedo a las represalias militares. Desde su discurso de posesión en enero pasado el ya presidente Trump resumió así su agenda nacionalista: «Desde hoy en adelante solo será Estados Unidos primero».

La curva de aprendizaje

A la «poesía» nacionalista de la campaña le siguió la «prosa» realista del gobierno. El presidente Trump ensambló un equipo con experiencia en asuntos globales y militares: el secretario de Estado y antiguo CEO de Exxon Mobil, Rex Tillerson; el secretario de Defensa, el general retirado James Mattis, y el consejero de Seguridad, el general H.R. McMaster. Si bien la influencia de este equipo sobre el mandatario es limitada e irregular, han evitado que otras voces dentro del incipiente «trumpismo», en especial la del ideológo radical Stpehen Bannon, ganen peso en las decisiones de seguridad nacional.

Aconsejado por este grupo de asesores y por los consejeros externos que consulta con frecuencia, Donald Trump ha revertido la mayoría de sus promesas de campaña, en especial las más incendiarias. Tres situaciones en estos primeros tres meses reflejan ese giro: las vinculadas a China, Siria y Rusia. El caso de Beijing es el más dramático. A contrapelo de la violenta retórica anti-china de Trump, su encuentro con el presidente Xi Jinping no sacó chispas. Ambos países trabajarán en asuntos económicos mientras Estados Unidos le pidió a Beijing mayor acción en el frente norcoreano.

La era de la «paciencia estratégica» con el régimen de Kim llegó a su fin, anunció el secretario Tillerson. Corea del Norte y su programa nuclear son hoy una amenaza tangible para Washington y la diplomacia de la administración Trump así lo refleja. No obstante, en los últimos días de abril la retórica de ambos países viene subiendo: un submarino nuclear norteamericano llegó a Corea del Sur mientras Pyongyang sigue desplegando su poder militar. En una conversación telefónica con Trump, Xi pidió «moderación».

El ataque con 59 misiles Tomahawk a una pista área siria marcó otro revés al discurso de política exterior de Trump durante su campaña. Tras haber criticado duramente a su antecesor Barack Obama por involucrarse en el conflicto de Damasco, el presidente Trump estrenó el rol del cual renegó: el de «sheriff» global. La razón para la orden de atacar fue el uso de armas químicas por parte del régimen de Al Assad contra sus propios ciudadanos. No es precisamente el mejor ejemplo de una política exterior aislacionista.

La decisión sobre Siria desencadenó otro revés: el enfriamiento de las relaciones con Rusia que apoya a Al Assad. La cercanía entre Trump y Vladimir Putin fue tan evidente durante la campaña que incluso hoy cursan dos investigaciones congresionales y una del FBI sobre nexos ilícitos con el gobierno de Moscú. En resumen, en distintos frentes diplomáticos la Casa Blanca ha definido rumbos que han aliviado los temores en Estados Unidos sobre peligros inmediatos de la presidencia del magnate de la finca raíz.

Impredecible y Errático

Aunque en sus primeros cien días la diplomacia bajo Trump no ha desatado la Tercera Guerra Mundial como muchos temían, tampoco ha sido el mejor ejemplo de coherencia y eficiencia. Tras el ataque de Siria y el envío de la «madre de todas las bombas» no nucleares sobre militantes de ISIS en Afganistán, Trump estaría tentado a reforzar su imagen de presidente «con pantalones puestos». Frente a la situación generada con Corea del Norte, esta postura de «halcón» podría elevar la tensión en vez de reducirla.

Aunque por un lado Trump retenga sus impulsos nacionalistas con China para manejar a Pyongyang, por el otro anuncia una investigación sobre importaciones de acero desde Beijing. Mientras Trump se mostró afable en su encuentro con el primer ministro canadiense Justin Trudeau, en días recientes aprovechó una escaramuza comercial sobre madera para amenazar con aranceles. En la otra frontera terrestre con México, el presidente Trump insiste en la construcción de un «gran, gran muro» a pesar de que literalmente el Congreso que su partido controla no quiere incluir la financiación en el presupuesto.

Otro desafío para la política exterior de Washington que ha quedado en evidencia en estos tres meses es el caos administrativo interno. Al principio de cualquier gobierno son normales las pugnas entre distintas facciones por orientar la política de seguridad nacional. No obstante, el pulso dentro del círculo cerrado de la Oficina Oval ha desembocado en una multiplicidad de voces y de temas. Al yerno Jared Kushner, un inexperto en diplomacia, le asignaron portafolios sensibles como México y Medio Oriente. Las cabezas del equipo exterior –Tillerson, Mattis y McMaster– aún no navegan autónomamente y mucho el equipo diplomático del departamento de Estado todavía no está nombrado. Según The Washington Post, de 119 cargos de la diplomacia estadounidense que pasan por el Senado, sólo tres han sido confirmados –Tillerson y dos embajadores– y cuatro han sido nominados.

Uno de los beneficios de la medición arbitraria de los cien días para evaluar una administración reside en la posibilidad de identificar desafíos, ponderar las victorias tempranas y visualizar el rumbo. En la política exterior de Washington el mayor desafío está en poder derivar los fundamentos de una visión del mundo desde Washington a partir de decisiones que, por ahora, puede cambiarlas un trino de Trump.



Newsletter

Suscribase al newsletter