Aportes
NUSO Nº 123 / Enero - Febrero 1993

Teoría y praxis de la revolución cubana. Apuntes críticos

La revolución cubana se autodefinió como socialista de forma inconsulta y sin una previa formulación teórica adecuada para Cuba. Decretó ideológicamente lo que en la realidad no existía ni por asomo. El gobierno socialista que generó esta violentación, fue necesariamente autocrático y permitió sólo la «teoría oficial». En términos generales, el proceso revolucionario cubano, por su carácter anti-intelectual y dictatorial, ha truncado el desarrollo del pensamiento social más avanzado de hombres como José Martí, José de la Luz y Caballero, Enrique José Varona. La realidad cubana espera por una reinterpretación teórica con una real salida de aplicabilidad, siguiendo aquel lema leninista de que «no hay nada más práctico que una buena teoría». Una experiencia histórica debe ser extraída: la acefalea teórica y la represión política sólo son madres del «espontaneísmo» y del fracaso de la democracia y el bienestar social . Es hora de arremeter con «el arma de la crítica» para construir y crear.

Teoría y praxis de la revolución cubana. Apuntes críticos

En agosto de 1992 George Bush dijo «el mundo de hoy se parece más a América» (es decir, a EE.UU.)1. ¿Cómo es posible que en menos de una década y sin que mediara un conflicto bélico mundial, la mayor parte de los países antes enemigos del capitalismo, hayan decidido efectivamente aspirar a «parecerse a América»? Sería demasiado simple afirmar, junto a Bush, que eso ocurrió gracias a la inteligencia de su gobierno. Sería asimismo demasiado frustrante concluir que, simplemente, el proyecto socialista de igualdad y justicia social no funciona y que la humanidad está definitivamente condenada a coexistir pasivamente con la desigualdad de las naciones y los grupos sociales. Las fuerzas progresistas del mundo tienen el deber de reflexionar profundamente sobre las causas de la caída del llamado socialismo, para rehacer los proyectos de igualdad, solidaridad internacional y justicia social y hacerlos viables, sobre todo para un Tercer Mundo ahora engrosado con los países que, incapaces de materializar el ideal marxista, se deshacen en luchas intestinas y se enfrentan a un mercado mundial capitalista desfavorable e implacable. 

No pretendemos examinar aquí las causas del derrumbe del socialismo en Europa, ni siquiera las causas de la profunda crisis por las que atraviesa la sociedad cubana actual. Esta sería una obra monumental que urge realizar con el concurso de los intelectuales del mundo. Sin embargo, pretendemos explicar lo que consideramos una de las grandes deficiencias del llamado socialismo en Cuba que, insertándose en el conjunto de errores políticos y económicos, han conducido a cercenar un proyecto revolucionario plausible, grandioso y necesario que hace 33 años dio a Cuba un lugar honorable entre los países del mundo. Se trata de la ausencia de una orientación teórica, adecuada a nuestras condiciones, tanto en el período de lucha insurreccional como en el propio proceso de construcción del «socialismo» en Cuba, sumada a una política «anti-intelectual» (típica de los países del socialismo real), que han impedido el desarrollo del pensamiento social crítico y constructivo capaz de generar propuestas viables para Cuba. 

Criticar es sin duda más fácil que construir. Criticar «desde afuera» es aún más fácil, pues no se corren los riesgos de las malinterpretaciones y las consecuentes represalias. Sin embargo, los que hemos vivido dentro de la revolución cubana durante 33 años tenemos el deber de discutir y presentar nuestras críticas, no para destruir todo lo que ha logrado nuestro país sino, por el contrario, para contribuir a salvarlo. Consideramos que si en un lugar (fuera de Cuba) es necesario discutir con sinceridad sobre estos temas es en EE.UU., por ser su gobierno el principal adversario de la Revolución, por ser el país donde vive la mayoría de los cubanos exiliados y consecuentemente, por ser quizás el lugar donde mayor desinformación sobre Cuba existe. La mayor parte de la información que recibe la población llega a través de la prensa, la que, en términos generales, es sumamente parcializada2. O bien aparecen artículos que idealizan el paraíso cubano, relatando las virtudes de «colas y apagones», focalizándose sólo en los indiscutibles logros que en materia de salud y educación produjo la Revolución, o bien aparecen artículos que la ridiculizan absolutamente idealizando el «paraíso cubano anterior a 1959», distinguiéndola sólo por la escasez de bienes materiales y la falta de libertad de expresión. El asunto se complica y la objetividad en el análisis se enturbia por la maraña de sentimientos hacia la pequeña y osada Isla que cada uno posee y por lo politizado de cualquier discusión. Si se critica a Cuba, enseguida se corre el riesgo (sobre todo si se hace en Cuba) de ser acusado de anti-comunista, anti-fidelista, reaccionario; si se defiende, la acusación es de comunista, castrista y, últimamente, ciego. Parece que es inherente a la naturaleza humana la necesidad de ubicar las cosas en posiciones antagónicas para definirlas sin lugar a dudas ni matices. Trataremos aquí de exponer nuestras ideas liberándonos de los «extremos». El propósito es apoyar la reconstrucción de los ideales humanistas y democráticos que demanda la sociedad cubana. 

I. «Ausencia de un proyecto de socialismo nacional en la lucha insurreccional» 

«... no puede ser comunista un gobierno que crea un mayor número de pequeños propietarios rurales; un gobierno que no establece ningún tipo de limitación a la libertad de expresión y de prensa; un gobierno que, contra la doctrina comunista, netamente internacionalista, proclama, con orgullo, su nacionalismo revolucionario»3

Así defendía a la Revolución el editorial escrito por Pardo Llada en la «Cadena Oriental de Radio», en octubre de 1959 frente a la supuesta conspiración liderada por Huber Matos. En la etapa insurreccional, la Revolución no tenía la construcción del socialismo entre sus fines inmediatos o mediatos. Esta era una opción impensable para ella, por lo que no existían proyectos estratégicos y tácticos para llegar a esa meta inexistente. Tampoco existía un modelo teórico-político socialista adecuado a las raíces históricas y a las condiciones concretas del país. Como es conocido, si éste hubiera sido el objetivo expreso de la Revolución, no habría triunfado. La acefalea teórica fue una de las peculiaridades esenciales del proceso revolucionario cubano, si partimos de su autodefinición como socialista. 

Al analizar la ideología de las tres fuerzas principales que coadyuvaron a su triunfo encontramos la evidencia de la afirmación anterior. De estas tres fuerzas, el «Movimiento 26 de julio» (M-26-7) y el Directorio Revolucionario fueron, sin dudas, las más importantes. Ninguna de ellas proponía al socialismo entre sus aspiraciones y objetivos sociopolíticos, por lo que no aparecía en sus programas políticos. Aspiraban ambas al restablecimiento de la democracia en los términos de la Constitución del 40, cuyo Articulo 1 resumía las aspiraciones más progresistas del pueblo cubano, al proponer que «Cuba es un Estado independiente y soberano organizado como república unitaria y democrática, para el disfrute de la libertad política, la justicia social, el bienestar individual y colectivo y la solidaridad humana»4. Ambas luchaban por el logro de una amplia justicia social y por la erradicación de la corrupción político-administrativa que, como un cáncer, enfermaba el cuerpo todo del Estado y de la sociedad en general. Estas dos fuerzas fueron los motores materiales y morales que le dieron potencia y velocidad a la Revolución que, al desplegarse, contó con cierto apoyo táctico de algunos de los partidos políticos más tradicionales, opuestos a la dictadura, pero que no aprobaban la lucha armada como medio de lucha política. 

La tercera fuerza fue el Partido Socialista Popular (PSP), de corte stalinista, la única que basaba su razón de ser en la lucha por la instauración en Cuba de su versión del socialismo. Debe tenerse en cuenta que, en la década del 50, el PSP, acosado por el anticomunismo macartista ya perfectamente definible en los gobiernos «auténticos», había perdido la influencia de que gozara sobre la sociedad civil en las décadas del 30 y 40. La mantenía en algunos sectores de la intelectualidad, especialmente en la Universidad de La Habana, como resultado de la orientación al trabajo con los «sectores culturales» para atraerlos, sin tratar de imponerles aún su visión del mundo (los stalinistas tienden a ser más demócratas que la burguesía, cuando están luchando por el poder). Otra de sus esferas de influencia era el movimiento sindical, debido a la entereza mostrada por los líderes sindicales simpatizantes o miembros del partido, para defender los derechos económicos y sociales de los trabajadores, en el marco de la Constitución del 40, que ellos mismos ayudaron a redactar. En los 50, todo esto formaba parte de la pasada gloria del partido, acosado también en el movimiento obrero por los sindicatos «amarillos» mujalistas, aliados a la dictadura. 

La alianza del PSP con las otras dos fuerzas no ocurrió sobre la base de imponer a éstas su visión política, no sólo porque no fueron los gestores del proceso, sino porque tampoco tenían suficiente fuerza política ni militar para imponerse. Carecían de tropas independientes, a no ser una exigua partida guerrillera tardía, en la provincia de Las Villas5, que no realizó ninguna acción militar de importancia, en un proceso que ya iba perfilando el factor militar como el elemento determinante del peso político de los grupos gestores. El PSP se incorpora a la lucha insurreccional apoyando a la guerrilla, sobre la base de un programa mínimo: derrocar a la dictadura y reinstaurar la democracia política tan necesaria a este partido, para reiniciar su actividad legal. Fue a todas luces una alianza táctica y no estratégica donde el socialismo, sus vías y peculiaridades, no estaban en la mesa de negociaciones. El partido no tuvo que renunciar a él ni imponerlo: de eso no se habló. Incluso esto se reconoce públicamente por el PSP en su primera asamblea nacional después del triunfo del 59, cuando en el discurso de balance de la labor del partido frente a la Revolución se afirma:

«Nuestra revolución no es comunista, no porque sea cubana, sino porque no está aplicando ahora medidas ni leyes comunistas, porque no está construyendo ni organizando un régimen comunista ahora, porque es y está realizando los objetivos antiimperialistas y antilatifundistas; nacional liberadores, agrarios e industrializadores que reclama la situación cubana, con lo cual crea las condiciones para su avance hacia las nuevas tareas que le impondrá el avance social... La revolución cubana no es una revolución comunista, es antiimperialista y antilatifundista»6.

El dogmatismo propio de los partidos stalinistas impidió al PSP generar el proyecto político y teórico de un socialismo coherente con las tradiciones democráticas y libertarias nacionales. Era una proyección insular de la política de la COMINTER primero y, desaparecida ésta, de la de URSS. Consideraba que existían en Cuba las condiciones objetivas para la construcción del socialismo; una rémora del socialismo soviético o de las «democracias populares» de Europa del Este. De este modo, los demócratas para ellos, incluso revolucionarios, eran compañeros de viaje que, dadas las condiciones objetivas, iban a ser indudablemente eliminados en favor de «el partido único y los nuevos sindicatos» (sin huelgas ni reclamaciones). No se cuestionaron seriamente el hecho de que hablar de socialismo en las condiciones de subdesarrollo y dependencia de nuestro país era impensable desde la teoría de Marx y por ello no generaron las propuestas económicas y políticas que validarían un «socialismo cubano». Su pobreza teórica les condujo incluso, en su época de mayor gloria, durante la revolución anti-machadista de 1933, a oponerse al nacionalismo antiimperialista de Antonio Guiteras y a proclamar «soviets de obreros, campesinos y soldados» en algunos centrales azucareros al estilo de la revolución bolchevique. Súmese a lo anterior el hecho de que, al no existir en Cuba otros partidos socialistas o socialdemócratas ante los cuales el PSP se viera obligado a validar su visión, no existieron otros proyectos socialistas con mayores y mejores tradiciones democráticas. En la tradición socialista cubana hay una contradicción interesante: durante la lucha por el poder utilizaron todas las ventajas de la llamada «democracia burguesa», al punto de aceptar la participación en gobiernos no pro-socialistas; sin embargo, una vez en el poder, lucharon denodadamente por eliminar todo rasgo de aquella «democracia» que tanto usaron y defendieron pocos años antes7, y lo consiguieron.

En términos marxistas, la Revolución careció de una orientación teórica que le permitiera iluminar su praxis y/o cuestionarla. Desde su definición como socialista, la función de la teoría (como en todos los llamados «países del socialismo real») ha tenido una significación más bien hegeliana, a saber: justificar a posteriori las decisiones políticas y económicas inmediatas. El pensamiento sociopolítico oficial no ha sido fundamentalmente una respuesta a los imperativos de las masas ni a las necesidades de la sociedad, sino a los intereses del poder respecto al cual tiene una función y una existencia ancilar8. El arribo del tren revolucionario a la estación terminal del «socialismo de Estado» puede considerarse como una contingencia de la historia y no como una necesidad. Entiéndase que no negamos la necesidad del socialismo para Cuba, de un socialismo verdaderamente democrático, inspirado en las aspiraciones libertarias y emancipadoras de las grandes mayorías y en las ideas que en la historia han tratado de sistematizarlas. Negamos sí el haber copiado acrítica y oportunistamente lo peor del modelo soviético, adoptado en una situación límite, cuando la dirigencia de la revolución triunfante temió por la supervivencia del proceso y en aras de seguir adelante adoptó decisiones estratégicas, allí donde realmente se necesitaban soluciones tácticas. La contienda que en el ring de la llamada Guerra Fría (que en realidad quemaba) libraban la URSS y EE.UU., obligó a la cúpula dirigente a definirse por el «bando rojo», para contar con el apoyo de la disuasión nuclear soviética. Dejamos así de ser una neocolonia yanqui, para iniciar la existencia del rehén dependiente de la «potencia soviética» (dependencia que fue asumida acríticamente y que ahora se ha evidenciado con el derrumbe de la URSS).

Nadie en la historia decidió construir el capitalismo. Fue un producto casi-natural del desarrollo de las sociedades occidentales, a partir del siglo XV, que alcanzó escala planetaria a través de las conquistas y la colonización. Las revoluciones burguesas no construyeron «por decreto» el capitalismo, ni se produjeron para ello. Cuando ocurrieron, ya existían relaciones capitalistas al nivel de la sociedad civil, y las revoluciones establecieron estructuras políticas y jurídicas a tono con esas relaciones, las que, por estar a tono, no frenaban el desarrollo sino que lo aceleraban. En tales revoluciones, la gente no iba a morir ni a combatir por el capitalismo, ya lo tenían en lo fundamental, sino por mayor libertad política, por igualdad de derechos, por disminución de impuestos, etc. Decidir la construcción del socialismo es decidir la construcción de lo que no existe, lo que aún no tiene existencia predominante en la sociedad civil. Ello implica una extrema violencia contra el conjunto de la sociedad. Es un proyecto complejo por su envergadura, con el riesgo que tiene todo camino que conduce a lo desconocido. Desde una política realista, ello debiera ser realizado a través de pasos paulatinos; sin destruir de golpe y porrazo o inutilizar el mecanismo económico existente; a través de una tenaz lucha política e ideológica que acumularía años y generaciones: en Cuba esto se decidió a dos años y cuatro meses de poder revolucionario, sin previa consulta con las masas, y en el contexto de extremo peligro para los logros ya establecidos. Sale así a la luz una peculiaridad pertinaz de la dirigencia política revolucionaria y del proceso que encabezaron: su sujeción a la improvisación en política y en economía. Como explica Carlos Rodríguez, ideólogo fundamental del PSP integrado al grupo dirigente del país, «Desde enero de 1959 hasta octubre de 1960 Cuba, de país semicolonial, se transforma en país que construye el socialismo...»9. Es curioso que semejante «rapidez» no llamase a la reflexión y a la duda: ¿Cómo puede cambiarse en realidad la historia de golpe y porrazo?, ¿cómo puede uno acostarse convencido de que ha defendido una revolución democrática para levantarse a defender el comunismo que ni siquiera conoce?

Fue una decisión muy breve para un proyecto tan incierto y riesgoso que escindiría a la sociedad cubana más allá de la inevitable conmoción que ocasiona cualquier revolución. Y es que un proyecto socialista con las características del cubano (ausencia de reflexión y amplia discusión de la opción a seguir, antidemocracia y monopartidismo) es, por naturaleza, un proyecto eternamente excluyente; es, esencialmente, la visión stalinista del socialismo. La proclamación de la opción fue inconsulta, es decir, antidemocrática y... oportuna. En un desborde de carga emocional, ante la inminencia del país agredido por una potencia extranjera y hostil (abril de 1961), se desarrolló como nunca antes en las masas del pueblo la disposición a morir por la patria, entiéndase, por la libertad reconquistada, la soberanía nacional, el suelo que da vida y sustento. La patria no es un concepto, es una vivencia como el amor o la familia En ese momento irreflexivo, a las masas enardecidas, indignadas, se les dijo que además iban a morir por el socialismo, por un concepto, una teoría, una abstracción que no habían elegido, pero que, en la emoción, la mayoría no cuestionó. Enfrentamos así la declaración emocional de una realidad solamente conceptual.

La Revolución se había cuidado mucho de definirse como socialista y al ser acusada de tal, en la voz de su líder dijo no ser «ni roja, ni amarilla, sino verde como las palmas» (abril de 1959). La definición poética y hasta ecológica de su orientación ideológica indica su carácter confuso, su indefinición e indecisión. De haber existido su contenido socialista (como ha tratado de demostrar - no cabalmente - la dirigencia cubana), estaríamos en presencia de nuevos métodos en los movimientos políticos del siglo: tradicionalmente los partidos y movimientos políticos hacen expresos, proclaman a priori sus objetivos, los fundamentan, divulgan y defienden, buscando la adhesión consciente de la ciudadanía. En nuestro caso ocurrió lo contrario: la cúpula gobernante declaró que «engañó al pueblo por su bien». Enfrentamos así una gran manipulación política que llevó a las masas a soportar penuria y muerte por una noción no declarada por sus dirigentes y, por el contrario, desconocida y temida. La consigna de «Socialismo o Muerte» no es la señal de una necrofilia adquirida a posteriori por el proceso revolucionario, sino que se ubica, sin duda, en su pecado original.

II. «Una decisión política que busca su existencia social y su validación teórica» 

Dado que la relación teoría-praxis no fue orgánica en los inicios de la Revolución cubana, ésta inició una carrera escabrosa en búsqueda de una validación teórica. No se asumió el término «teoría» en su sentido originario, como conciencia crítica y reconstitución de una realidad examinada en sus rasgos concretos y peculiares. No se consideró necesario pensar la realidad nacional buscando cómo se podrían alentar (y no forzar) las tendencias sociales que dieran en un futuro una existencia orgánica al socialismo en Cuba. Lo necesario para la dirigencia era enseñar la teoría del marxismo de los manuales soviéticos, para hacer que ésta «prendiera» en las masas. Se puso así en práctica el más cuestionable de los métodos teóricos en las ciencias naturales y sociales: la analogía. Se construyó el socialismo por analogía con la realidad soviética, absorbiendo la «teoría» - si este digno nombre pudiera dársele - de sus dogmáticos manuales de divulgación política. La analogía fue tal que en la propia Constitución de la República aprobada en 1976 se afirmó que el Estado y su partido de vanguardia estaban guiados por «la doctrina victoriosa del marxismo leninismo» con el apoyo y la solidaridad de la URSS y los demás pueblos socialistas (cosa inusual para la Constitución de un país, la de mencionar explícitamente el soporte de otro país) olvidando que el ideario que había movilizado a las masas en favor de la Revolución había sido esencialmente martiano (tuvieron que pasar casi dos décadas y el derrumbe de «los hermanos socialistas» para corregir la Constitución, borrar las referencias a la URSS, poner el ideal martiano precediendo al marxistaleninista y declarar como objetivo esencial la integración latinoamericana y caribeña. 

Apareció también otra de las características del proceso revolucionario cubano: su iluminismo, el socialismo sería una realidad si se llenaba la conciencia de las masas de sus nociones y si, en consecuencia, se extirpaban otras representaciones del mundo no sólo en el sentido político, sino incluso en el sentido filosófico y religioso, sin pensar que ello convertiría en enemigos a personas que, por definición, no eran enemigos de clase. Al principio la tarea se encomendó a los militantes del PSP que se adhirieron a la Revolución, y los centros fueron las Escuelas de Instrucción Revolucionaria (hasta 1960 el PSP había mantenido semiclandestina su «escuela de cuadros», dado que no estaba claro el camino que seguiría Fidel, en la que se formaron los «divulgadores de la doctrina»). Es este el momento en que la militancia del PSP comienza a adquirir peso político, que aumenta con su participación en la creación del partido único marxista-leninista que dirigiría el proceso (1965), que tuvo como precedente a las ORI (Organizaciones Revolucionarias Integradas). El contrasentido es evidente: la elección práctica por el socialismo precede al conocimiento, valoración y difusión de sus fundamentos teóricos e ideológicos. Esquema invertido e impropio para cualquier movimiento político, pero que es típico del proceso cubano. No se necesitó convencer al adversario ni ganarle teóricamente: a priori, se eliminó no por la fuerza de la razón, sino por la inapelable razón de la fuerza. No se consideraba necesario consultar realmente con las masas (más allá de las «consultas emotivas» de las plazas públicas), éstas sólo necesitaban ser enseñadas, debían aceptar y asimilar la nueva doctrina como los indígenas americanos debieron aceptar el cristianismo. Las EIR fueron las iglesias y los instructores políticos (que a su vez eran militares en su mayoría, sic.) eran los sacerdotes, los evangelistas. No hacían falta teólogos, la teología estaba ya hecha en la URSS10

No hubo además una lucha política real. Habiendo eliminado jurídicamente al adversario político, no le quedó a éste más que la oposición militar, terreno preferido por el régimen para dirimir las controversias. En realidad, la base del poder político de la Revolución fue, por una parte, la popularidad que adquirieron sus líderes como resultado de una contienda victoriosa, una actuación valiente y un discurso prometedor de la justicia social tan necesaria a un país desvastado por la corrupción y harto de la politiquería, y por otra parte el factor militar. Entre los propios líderes revolucionarios, las discrepancias fueron resolviéndose por la vía militar, la expulsión o la cárcel, y no por vía política. Así, no hubo espacio para el disenso la minoría, fuera cual fuere su tendencia política11.

Las ORI fueron el primer cenit político y a la vez el inicio de la caída de la influencia de los elementos del PSP en el seno de la dirigencia revolucionaria. Como buenos stalinistas, la exclusión que tenían que aplicar hacia fuera del núcleo dirigente fue asimismo utilizada en el seno de los grupos revolucionarios, tratándose de colocar por encima de los grupos de mayor peso político, sin comprender que su papel político no era ganado per se, sino decidido en el estilo en que un monarca absoluto nombra a sus ministros. Su base política no se apoyaba en una sola bayoneta. 

Las ORI no dejaron saldo teórico alguno que no fuese la difusión del marxismo manualesco, cuyas citas se convirtieron, para los advenedizos recién llegados al carro de la revolución, en la vía para equipararse con aquellos cuyo historial se había ganado en las escaramuzas más importantes de la guerra de guerrillas, sumando a aquéllas un uniforme de milicias. La obra de Blas Roca, líder indiscutible del PSP, Los fundamentos del socialismo en Cuba, publicada en 1943 con fines propagandísticos (al estilo del Anti-Duhring de Engels, salvando las distancias), fue reeditada en una versión corregida, y utilizada en los círculos de estudio como modelo de análisis «marxista» de nuestra realidad. Dicha obra posee un mérito indudable dadas las condiciones en que fue escrita y publicada, el papel que jugó en la divulgación de las ideas básicas del marxismo-leninismo en un nivel accesible a las grandes masas, el retrato realista y sintético de la realidad cubana de la década de los 40 y el esfuerzo por analizarla utilizando las categorías y la interpretación marxista-leninista de la sociedad y su historia. En ella hay propuestas democráticas relativas a la táctica a seguir por el partido para lograr sus objetivos estratégicos, a tono con la Constitución del 40 que pueden rescatarse como elementos valiosos. Sin embargo, en los años 60, no podía ofrecer una propuesta político-económica aplicable a nuestra realidad, como su propio autor reconoce en el prólogo, que permitiera el tránsito hacia un socialismo eficiente y no dogmático, dado que fue escrita en otro contexto y bajo condiciones internacionales bien diferentes, y porque estaba minada en su base por el trasfondo stalinista. 

Prácticamente en la primera década de la Revolución comienza y casi se consuma la desaparición de la sociedad civil y la estatización de toda la sociedad. El país se convierte en una sociedad totalitaria, con la consecuente ineficiencia económica y la endémica escasez (base de los actuales problemas económicos, que no trataremos aquí). Por supuesto que el fortalecimiento del papel del Estado en todas las esferas de la vida social, especialmente en el terreno económico, era un factor vital para el logro de una redistribución más justa de la riqueza. Por supuesto que el Estado tenía y debía mantener el control de los recursos principales del país, no sólo como garantía de nuestra soberanía, sino también para poder eliminar el desempleo, diversificar la producción, y garantizar la seguridad social. Sin embargo, la estatización casi absoluta tanto de la producción como de los servicios, la centralización de todas las decisiones y la inapelable planificación centralizada de cualquier acción, por mínima que fuese, destruyó subrepticiamente las bases de la vida socioeconómica cubana, sin que el nuevo Estado contase con las condiciones necesarias para sustituirlas, ni para resolver las necesidades que, por ejemplo, la pequeña producción privada satisfacía. Esto ha conducido a una desestimulación en la esfera de la producción y los servicios traducida hoy día en la total ineficiencia de la mayoría de los sectores productivos y no productivos. 

Sería erróneo afirmar que no se dieron, en el llamado socialismo cubano, atisbos de una conciencia de lo original. Pero éstos, cuando se dieron, se debieron fundamentalmente a factores externos. Resultaría exacto afirmar que las oscilaciones teóricas sobre el qué y el cómo ha sido entendido y construido el socialismo en nuestra isla, se perfilaron más a partir del nivel de las relaciones entre Cuba y la URSS, que de la reflexión científica sin censuras sobre las peculiaridades nacionales. Esto es especialmente evidente en los últimos años cuando, dada la desaparición de la URSS y la pérdida del «trato preferente» de que gozábamos antes entre los países ex-socialistas, el partido cubano ha planteado la necesidad de «volver a las raíces», encontrar vías «auténticas, martianas y guevarianas», siempre que éstas se avengan con los lineamientos pronunciados por el máximo líder (con la dificultad de que en Cuba no hay el entusiasmo de los 60, ni la credibilidad en los líderes de aquella época, ni la esperanza en la fortaleza de un campo socialista unido). 

Fue una discrepancia entre Cuba y la URSS (a raíz de la «crisis de los misiles»), lo que promovió la búsqueda y fundamentación de una originalidad de principio que diferenciara al socialismo cubano del soviético. No en balde, en los años 60, hasta Jean-Paul Sartre consideró «auténtica» nuestra Revolución. La dirigencia cubana comprendió desde los inicios que la declaración apresurada del carácter socialista de nuestra revolución, además de permitir la supervivencia económica bajo el manto protector del sistema socialista mundial, permitiría al país salir del anonimato político a escala internacional, lanzándolo al «protagonismo» en primer lugar a escala continental e incluso, en la arena mundial. Por ello, la Cuba socialista permitió la instalación de los misiles nucleares soviéticos, ya que, en la medida en que Cuba tuviera cierta determinación en el uso y movimiento de éstos, adquiriría la honda de David nuclear, que el Goliat norteamericano tendría que tomar en cuenta. Era un nuevo factor de poder en el hemisferio occidental (un poder en realidad alquilado, a despecho de lo que creyó la dirección del país). Los misiles en Cuba pusieron al mundo al borde de una guerra, pero sólo al borde: EE.UU. y la URSS no se iban a suicidar por Cuba y a sus espaldas se arreglaron. Ciertamente la URSS fue leal en el sentido de que obtuvo la garantía estadounidense de no invadir a Cuba (garantía que es ahora prácticamente inexistente), a cambio de retirar sus cohetes nucleares, preservando así una revolución socialista en el vestíbulo de la mansión yanqui. La dirigencia cubana se resintió con la URSS, entre otras, porque pretendió quitarle el protagonismo, eliminándola de las negociaciones (a pesar de que era una de las partes más interesadas). Los cohetes habían dado a Cuba una fuerza que antes nunca tuvo algún otro país del Tercer Mundo y contribuyeron a enardecer el tono y la firmeza del discurso cubano ante las bellaquerías del imperio norteamericano. Después de esto, las relaciones con la URSS no cesaron, pero variaron en su grado de intimidad, convirtiéndose, por un tiempo, en un «matrimonio con capital separado». 

Es asombroso cómo las diferencias mencionadas determinaron el tipo de socialismo que el régimen cubano fomentó y en las peculiaridades de su construcción. La dirigencia cubana, en la figura de su líder, despechada por la pérdida inconsulta de cohetes tan preciados, declaró en un discurso dramáticamente memorable que la revolución contaba con grandes cohetes morales de muy largo alcance que jamás podrían ser desmantelados. Los cohetes que se desmantelaron en Cuba eran lógicamente de alcance medio, de donde se deduce que los «nuevos cohetes» serían capaces no sólo de tocar el territorio de EE.UU., sino que, al parecer, estaban también destinados al de la URSS (contra la cual fueron efectivamente lanzados, en los años 60 y últimamente, a raíz de la casi fallida «perestroika»).

En estos cohetes aparece una carga ética que no se avenía con la forma en que el socialismo había sido proclamado en los países del Este, y esto será otro rasgo distintivo de la visión cubana del socialismo de los primeros años. Se proclama la necesidad de un hombre nuevo. Este no existe. El hombre real y único existente, salido del «basurero» de la vieja sociedad, debía ser, desde entonces, de inmediato forzado a «ser». Por el comunismo no se podía esperar, había que construirlo junto al socialismo (que tampoco existía). Fue una diferencia sustancial con el socialismo soviético para el cual el comunismo era una etapa posterior y consecutiva del socialismo. Para los soviéticos, el factor material seguía siendo el determinante, para la dirigencia cubana lo era el factor moral12. Para la dirigencia cubana los soviéticos, sin quererlo, estaban construyendo el capitalismo (como de nuevo se considera hoy). 

Dentro del socialismo cubano, el modelo totalitario de sociedad no se cuestionó, sino que, por el contrario, se reforzó. Toda la vida social adquirió un componente militar apreciable en las consignas y en la organización de la economía. El lenguaje castrense se hizo común: la siembra de invierno se denominó «campaña de frío»; los obreros que iban a trabajar al campo se organizaban en «columnas»; las fuerzas productivas «más eficientes» se organizaron en «contingentes». Los soviéticos no se permitieron eliminar los sindicatos, sólo les quitaron su carácter independiente, para convertirlos en correas de transmisión de la política del partido. Los cubanos los eliminaron, sustituyéndolos por «movimientos de obreros de avanzada», de modo que, el trabajador que no fuese «de avanzada», carecía de una organización que lo respaldase (este error tuvo que ser subsanado, aunque en realidad la «cura» fue sólo nominal, en el sentido de que, en realidad, los sindicatos han estado siempre dominados por el partido y han sido organizaciones muy politizadas, aliadas a la administración estatal, en la supuesta creencia de que en el socialismo no existen contradicciones entre las administraciones, el partido y los sindicatos). 

Siempre que «la teoría cubana del socialismo» ha pretendido ser «original», ha tenido que alejarse, por una parte, del modelo soviético (que en otros momentos ha calcado casi absolutamente), y por otra, del propio marxismo clásico, para volver a las variantes del socialismo ético, romántico y utópico, tan criticadas por Marx y Engels en La sagrada familia y La ideología alemana. Pero, en esencia, el modelo cubano no ha sido diferente del stalinista: ha sido el de un Estado absolutista que se ha tragado en su seno a la sociedad civil, con una economía ineficiente y deficitaria, en el que el individuo ha carecido de la autonomía propia de un sujeto, para adquirir frente al Estado y especialmente frente al partido que lo dirige, la disponibilidad de una «cosa», exigiéndosele además que genere ante esto una «conciencia feliz». Enemigo acérrimo de la enajenación del hombre, Marx vio en el socialismo la alternativa histórica capaz de superar este fardo negativo del desarrollo social. Sin embargo, en su nombre, paradójicamente, se ha originado una forma de existencia humana tanto o más enajenante que la que el «socialismo» trata de superar, especialmente por el fenómeno de la «doble moral» que ha generado (reconocido incluso ahora oficialmente en Cuba, pero no eliminado) y por las falsedades «justificadas científicamente» en las que se ha apoyado y con las que se ha valorado a sí misma. 

Si algo de original tuvo la construcción del socialismo en Cuba, fue la tesis del carácter simultáneo de la construcción del socialismo y el comunismo. Pero, en realidad, esto no fue el resultado de la búsqueda de una forma de sociedad más justa (acorde con las tradiciones nacionales y occidentales a las que el país pertenece, capaz de conjugar la justicia social, el bienestar económico y la libertad individual), no fue el producto de una intensa búsqueda teórica y práctica, sino esencialmente la manifestación de las discrepancias ante el retiro de unos cohetes prestados. Esto condicionó en su base la propuesta de «ser diferentes a los soviéticos»: no sólo más socialistas, sino también, más comunistas. Se empezó a hacer una «ensalada indistinta» de socialismo y comunismo moral («por una conciencia comunista en la construcción del socialismo»), que pretendía ser escuchada desde el Caribe hasta las murallas del Kremlin, para disuadir más a la conciencia mundial que los propios cohetes nucleares.

Otro elemento peculiar del proceso revolucionario cubano, cuya expresión teórica constituyó un punto de discrepancia y de enfrentamiento con los partidos comunistas tradicionales de América Latina, e incluso con la propia URSS, fue el referido a la táctica y la estrategia de la toma del poder político, al papel de las vanguardias políticas y la infalibilidad e inevitabilidad de los métodos armados. Se pretendía validar para todo el Tercer Mundo las características sui generis que la Revolución cubana acusaba en esos aspectos. La teoría del «foco» (tildada de «burguesa» en algunos manuales marxistas soviéticos) fue la expresión de esa tendencia que, dada la indigencia teórica del proceso, necesitó de un francés, diplomado en la Sorbona para obtener carta de presentación en el mercado de las teorías revolucionarias. Regis Debrais dio forma a la teoría, la vistió con el traje con el que se visten las teorías políticas, pero no la creó. Por ello, por ser hija adoptiva, pudo luego renunciar a ella sin trauma ni dolor. 

Pero en realidad «el foco» no es una teoría socialista ni sobre la construcción del socialismo. Es una técnica relativa a cómo un grupo político puede encender las esperanzas de los desposeídos para llegar al poder por vías armadas y puede ser utilizada por grupos de diferentes matices políticos desde Sendero Luminoso hasta el narcotráfico. En ella hay además un elemento en extremo peligroso a largo plazo: prestigia únicamente la vía militar como medio de obtener peso y poder político, subordinando lo político a lo militar. El grupo político que de ella se sirve, necesariamente subvierte la relación entre «dirigencia» y «dominación». Una vanguardia política debería aspirar a ser dirigente, de la mayoría que acepte voluntariamente su liderazgo y con la que posea un consenso. Debería aspirar a ser dominante - con todo el peso del poder estatal - sólo con aquellos sectores que se le enfrenten fuera del marco legal establecido. Pero el poder político adquirido sólo por el peso de las armas se sabe dominante y, por eso, dirigente, y no al revés. En términos políticos a esto se llama «dictadura». 

La pretensión de una independencia teórica relativa respecto a la URSS se mantuvo en Cuba hasta el fracaso de la zafra del 70, como reflejo de cierta independencia en la línea política. Es la época recordada por muchos con melancolía, como la etapa épica de la Revolución. Antes de este fracaso, existió cierta flexibilidad en las publicaciones teóricas (hasta Rebelión en la granja era leída, junto a Gramsci, Lukacs, Althusser, y otros) y un acceso a las producciones del llamado neo-marxismo occidental: la nueva izquierda europea y norteamericana, que no eran proclives al modelo soviético. Fue ésta la época dorada del noviazgo entre la revolución y los intelectuales de izquierda, a los cuales les fue permitida la reflexión que permitiera demostrar la idoneidad y originalidad del proceso socialista cubano siempre bajo el lema de «con la revolución todo, contra la revolución nada»13. Uno de los grupos intelectuales más importantes de este período fue el ya mencionado grupo editor y organizador de la revista Pensamiento Crítico(1967-1971), de la Universidad de La Habana, alrededor de la cual se nuclearon jóvenes que se asumían con cierta ingenuidad como teóricos de un socialismo nacional. Este órgano fue luego cerrado y muchos de sus animadores acusados de revisionismo e imposibilitados de ejercer y de publicar en el país. Con esta y otras acciones se pretendió satisfacer a la dirigencia soviética cuando, tras el fracaso de los «10 millones» y la ruina del país, hubo que poner el vagón cubano en el tren tirado por la locomotora soviética. Así, el grupo intelectual fue sacrificado y se acentuó entonces un rasgo típico de todas las revoluciones socialistas: el carácter anti-intelectual, tan bien definido por Fidel en su discurso en el Congreso de la FEU de 1990 cuando dijo «Esta no puede ser una sociedad de intelectuales, sino de trabajadores». En términos generales, respecto a todas las producciones culturales, el Estado cubano ha desempeñado el papel de «Estado mecenas», que paga y subvenciona aquellas producciones intelectuales que no lo subviertan, fomentando un pensamiento social, un arte y una literatura apocados, que no critiquen. 

La URSS tendió su mano fraterna en un momento en que el país económicamente, a todas luces, se hundía. A cambio, la revolución se autocriticó como voluntarista, se abandonó la tesis de la construcción simultánea del socialismo y el comunismo y se atenuó la preeminencia de los factores morales. Aquí aparece otro rasgo de la dirigencia cubana: ella puede autocriticarse pero no admite ser criticada, puede cometer errores graves, autocriticarse y seguir en el poder sin que nadie pueda atreverse a cuestionarlo, a Fidel hay que perdonársele todo y seguirle creyendo sin sombra de dudas.

Para lograr el máximo apoyo económico de los países del socialismo real, Cuba tuvo que alinearse en el bloque ideológico y económico del CAME. El poder de los cohetes morales atacando las murallas del Kremlin fue desmantelado silenciosamente. El neostalinismo soviético se comportó como una potencia teológica: apoyo económico y militar a cambio de un «bautizo doctrinal». El proceso de ósmosis no fue muy difícil:

- Desde la crisis de los misiles, la URSS garantizaba que Cuba no fuera agredida por EE.UU. y brindaba una fuerte asistencia militar 

- Ambos países poseían Estados totalitarios gobernados por una casta político-militar (ya fuertemente definida en la URSS y en Cuba en un proceso avanzado de formación), acelerándose con esta alianza la formación de «la nueva clase cubana» 

- Cuba constituía una buena base para la expansión ideológica en el Tercer Mundo y un posible «portaavión» disuasivo en la garganta del imperio. 

Podríamos preguntarnos hoy si Cuba tenía otra opción que la de entrar en «el carril del CAME». Siempre es más fácil examinar las cosas a posteriori, a la luz de la experiencia histórica, y esa experiencia nos indica que sí, efectivamente, podíamos y debíamos haber actuado de otra forma. Cuba no tenía por qué haber asumido acríticamente todo lo que la URSS le ofreciera, y santificado no sólo el modelo económico, sino hasta el discurso y la «teoría» que ofrecieron los soviéticos. Se llegó a la aberración de castigar a un estudiante que criticó a un profesor soviético porque, «lo que venía de la URSS» era sagrado. Hubo otros países socialistas que no siguieron al pie de la letra los mandatos de Moscú. Pero, como buenos cubanos, pasamos de un extremo a otro.

Consideramos que la dirigencia cubana se acomodó: era más fácil asumir acríticamente la condición de «hermano favorecido», convoyada con un modelo y un esquema de pensamiento, y sobre todo, con la validación de una estructura jerárquica casi feudal de poder, que garantizaba la inamovilidad de «la nueva clase», que incorporarse efectivamente a la economía socialista pero sin subordinarse a ella de modo absoluto, sin olvidar nuestra ubicación latinoamericana y caribeña, sin dejar de buscar formas propias políticas y económicas, sin dogmatizar el pensamiento social hasta el absurdo. Es cierto que existía un factor en contra: el bloqueo imperialista mantenido durante 33 años. Sin embargo, hoy, cuando el bloqueo es más férreo que nunca y la agresividad de los elementos derechistas de Miami es mayor que nunca, Cuba se ha visto obligada a encontrar nuevas formas de producción, nuevos mercados, se ha visto obligada a repensar su integración económica en el Caribe, etc. Ojalá no fuera tarde y pudiera salir de su crisis económica y realizar las transformaciones democráticas de las que está urgido el país. Pero el hoy nos indica que el ayer podía haber sido diferente. Nada más que, cuando en un país sólo la cúpula dirigente puede opinar, y a la intelectualidad y a todos los demás trabajadores no les queda más espacio que el de la apología, no hay cabida para las decisiones racionales, previsoras y teóricamente argumentadas. 

Apareció así, desde este entonces, el apogeo del DIAMAT soviético, que justificaba «científicamente» que el socialismo era uno, universal y científico, aquí o en Mongolia. La clase dirigente no se preocupó por calar a fondo las tendencias internas que palpitaban en la URSS. Jamás se imaginó que en Moscú se alentaría un proceso de reformas democráticas, derechos humanos y desestatización de la economía que, por su naturaleza, hizo perder el monopolio del poder a gran parte de «la nueva clase»; sacó a la luz, incluso en Cuba, el carácter ineficiente de la economía socialista, evidenció el injusto orden de desigualdad y dependencia en el seno del propio CAME y, desgraciadamente, condujo también a la explosión de las tensiones, contenidas a la fuerza durante años, entre grupos étnicos y repúblicas diferentes del mundo de la Europa del Este.

En los primeros años de la «perestroika» que casualmente coinciden con la proclamación del proceso de rectificación en Cuba, los vientos de la «glasnot» empezaron a soplar en la Isla, y muchos intelectuales creímos que había llegado el momento de acabar con la doble moral y de decir, con cuidado, lo que pensábamos de la sociedad. Se respiró con alivio creyendo que por fin habíamos terminado con la época en la cual todo trabajo de investigación tenía que estar precedido necesariamente por citas de los congresos del PCC, y en la que, para obtener aprobación «de arriba», la tesis evidente de cada texto debía mostrar que tal o cual ley «de la dialéctica» enunciada manualescamente se «aplicaba» en éste u otro proceso (fuera una reacción química o un hecho histórico). Se hicieron eventos importantes, como el seminario «El socialismo y el hombre en Cuba», el taller científico en la Universidad de La Habana «Cultura, ideología y sociedad: balance de los 80», los congresos latinoamericanos sobre «psicoanálisis y Marxismo» (que tuvieron la osadía, por vez primera en Cuba, de buscar puntos de contacto entre el psicoanálisis - considerado burgués e idealista por el pensamiento marxista dogmático - y el marxismo. Los alumnos universitarios comenzaron a atreverse a plantear preguntas «difíciles». La publicación soviética Novedades de Moscú llegó a ser vendida en el «mercado negro» a $1,00, incluso hubo algunos osados que, confiados, llegaron a plantear en las discusiones del «Llamamiento al 4º Congreso del PCC» (1991), la necesidad del pluripartidismo y de reeditar el mercado libre campesino (recibiendo más tarde la crítica consecuente). Podían haberse hecho en este momento cambios políticos y económicos importantes, podía haberse previsto una crisis destructora, al estilo soviético, y haberse aprovechado la renovación del espíritu originario que casi se logró entre 1986 y 1989. Pero no se hizo. La orientación fue entonces cambiar las citas de los manuales soviéticos por las del Che Guevara, sobre todo aquellas que no descubren la corrupción de «la nueva clase». La nueva justificación ha sido que Cuba no debe permitirse el lujo de quedarse sin historia, como pasó en la URSS. El discurso político, lejos de flexibilizarse, se ha hecho más voluntarista, más dogmático. El culto a la personalidad ha alcanzado límites insospechados, como se evidenció en el pasado congreso de la organización de los pioneros en La Habana. Los mecanismos represivos se han hecho más violentos. En cambio, se están haciendo cambios en lo económico que flexibilizan las «relaciones socialistas de producción», llegándose a algunos extremos como la no existencia de sindicatos que respalden a los trabajadores cubanos que laboran en las empresas mixtas con capital extranjero.

Y ¿qué pasa ahora con la teoría? No hacen falta teóricos, sólo se necesitan brazos para la agricultura. La teoría la hace Fidel, la hizo Martí, se busca en el Che14. Los teóricos que osen criticar al régimen o proponer algo diferente de lo que «el partido» decide, son expulsados de las universidades, de los centros intelectuales y, algunos, encarcelados. Conocido es el caso de los profesores del Instituto Superior Politécnico J. A. Echevarría, que por firmar una carta dirigida a Fidel fueron expulsados de sus puestos de trabajo, con actos de repudio incluidos; o el del escritor Jesús Díaz (muy aplaudido en los primeros meses de la «rectificación», cuando al fin pudo publicar en Cuba su libro Las iniciales de la Tierra en 1988), expulsado de la UNEAC y del ICAIC por su artículo «Los anillos de la Serpiente», o el ridículo caso del «repudio espontáneo» a la película Alicia en el pueblo maravilla. Podríamos llenar páginas de casos como éstos, pero nos duele. Podríamos asimismo llenar cuartillas de las numerosas virtudes del proceso revolucionario cubano. Es ésa la contradicción que dificulta cualquier análisis. Pero, por temor a ser considerados «traidores», o «por no dar armas al enemigo», se ha callado o en el mejor de los casos, se ha dicho cosas a medias. 

Consideramos hoy que la única actitud verdaderamente revolucionaria hacia Cuba es aquella que, por una parte, condene el bloqueo norteamericano, condene cualquier forma de intromisión externa en la decisión de los destinos del pueblo cubano y por otra, realice una crítica teórica constructiva que permita rescatar nuestras tradiciones democráticas y libertarias, nuestra cultura occidental, iberoafricana y caribeña, y continuar el proceso revolucionario que mediante elecciones libres permita adoptar las opciones que la mayoría decida, sin manipulaciones y sin que las minorías sean aplastadas, en un marco de respeto irrestricto de los derechos humanos y de ejercicio de la soberanía nacional asentada en los principios de la soberanía popular, la justicia social, la democracia política y económica, la eliminación de todo tipo de discriminación (racial, sexual, política o religiosa) y la desmilitarización de la sociedad.

-

*Nota: Este trabajo ha sido presentado al Congreso de Latin American Studies Association-LASA, Los Angeles, 9/1992.

Referencias 

*Bush, G., 

*Pardo-Llada, J., LOS ANGELES TIMES. 21/08. pA8 - 1992; We believe that now the world looks more like America, it is time for America to look more like herself. 

*República de Cuba, FIDEL: SACUDE LA MATA Y...ADELANTE!. p9 - La Habana, Cuba, Cadena Oriental de Radio. 1959; 

*Blas, Roca, CONSTITUCION DE LA REPUBLICA DE CUBA. - La Habana, Cuba. 1940; *Rodríguez, Carlos J., EL SOCIALISMO CUBANO Y LA REVOLUCION DE FIDEL. I. p72 y 74 - Lima, Perú, Libertad. 1961; 

CUBA EN EL TRÁNSITO AL SOCIALISMO (1959-1963). - Siglo XXI. 1978;


  • 1.

    G. Bush: discurso en la Convención Republicana, 20/8/1992, «...we believe that now that the world looks more like America, it is time for America to look more like herself» (Los Angeles Times, 21/8/92, p. A8).

  • 2.

    Por supuesto que también se publican trabajos muy serios como los de A. Zimbalist, Marifeli Pérez-Stable, Max Azicn, etc. Aquí nos referimos a lo que fundamentalmente lee la gran masa de la población, sobre todo, la de los cubanos exiliados.

  • 3.

    Pardo Llada, J., Fidel: sacude la mata y... adelante!, Ed. de Cadena Oriental de Radio, La Habana, 1959, p.9.

  • 4.

    Constitución de la República de Cuba, La Habana, 1940, Artículo 1 del Título Primero.

  • 5.

    Sólo a fines de 1958 el PSP decide enviar un grupo guerrillero a la zona del Escambray liderado por Félix Torres. El PSP fue en general opuesto a la lucha armada, incluso cuando el asalto al cuartel Moncada divulgó una publicación clandestina donde lo denominó como un golpe de corte burgués.

  • 6.

    Blas Roca: El socialismo cubano y la revolución de Fidel, tomo I, Ed. Libertad, Lima, 1961, pp. 72 y 74.

  • 7.

    No pretendemos por supuesto negar aquí la valentía y el arrojo de los militantes del PSP que arriesgaron sus vidas en la lucha partidaria legal y clandestina durante tantos años en Cuba. Respetamos todas aquellas organizaciones que se opusieron a las tiranías que durante toda la seudo-República empobrecieron nuestro país, vendiéndolo a las compañías norteamericanas.

  • 8.

    No debe olvidarse, por ejemplo, que aquellos pocos espacios que intentaron reflexionar desde la teoría, en busca de un proyecto que se adecuara a nuestras tradiciones culturales, fueron drásticamente cerrados cuando dejaron de ser convenientes y sus promotores condenados durante años al anonimato. Nos referimos especialmente al grupo encargado de la revista Pensamiento Crítico y al Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana (cuyas puertas se abrieron nuevamente en 1977, contando con la asesoría de los manuales soviéticos y la vigilancia estrecha del departamento correspondiente del Comité central del PCC).

  • 9.

    Carlos R. Rodríguez: Cuba en el tránsito al socialismo (1959-1963), Siglo XXI, 1978

  • 10.

    Este artículo no pretende agotar el tema ni mucho menos presentar una historia detallada de cómo fueron las relaciones entre el PSP, el Directorio Revolucionario y el Movimiento 26 de julio. Esto forma parte del proyecto de un libro en preparación. Lo cierto es que hay muchos «huecos negros» en esa historia, dado que en Cuba se ha dado una versión oficial y la versión fuera de Cuba está también plagada de rencores. Lo cierto es que, al parecer, primero con el proceso del llamado «sectarismo» (1962) y luego de la «microfracción» (67-68), se fueron eliminando o dejando en la oscuridad figuras claves del PSP, y esto tuvo mucha relación con la conexión de estas figuras con el PCUS.

  • 11.

    Los mecanismos de discusión más o menos abierta de opiniones contrarias practicados por el Che Guevara en el Ministerio de Industrias nunca fueron aplicados para discutir la opción socialista, ni dentro de dicho Ministerio ni a nivel de la población y, por si fuera poco, siendo valiosos (aunque aplicados para otros propósitos), murieron con él y fueron sepultados hasta que en 1987 se trató de revitalizar su obra y fueron nuevamente leídos artículos «subversivos» como «El socialismo y el hombre en Cuba» (retrato verídico de muchos de los errores cometidos por el proceso).

  • 12.

    En realidad, si la Revolución no se hubiera enemistado con la Iglesia (y ésta con aquella) y no se hubiera distanciado tanto de la democracia, habría quizás encontrado en ella una aliada para una versión de un socialismo no marxista y cristiano.

  • 13.

    Esta advertencia hecha por Fidel el 30 de junio de 1961 en su discurso «Palabras a los
    intelectuales»> goza de una indefinición que ha permitido a lo largo de los años prohibir y luego
    autorizar, o a la inversa, o borrar de la memoria del pueblo a intelectuales y a sus producciones en
    dependencia de su concordancia o no con las líneas oficiales del PCC de cada momento, como en el
    reciente caso del escritor Jesús Díaz.

  • 14.

    En general, a lo largo de todo el proceso y especialmente en los años de la rectificación, se considerado oficialmente que los problemas de la revolución cubana tienen sólo dos arista importantes: el aspecto moral y el aspecto técnico. De modo que las teorías sociales son innecesarias y así no hacen falta teóricos para evaluar lo que ocurre.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 123, Enero - Febrero 1993, ISSN: 0251-3552


Newsletter

Suscribase al newsletter