Panamá. ¿Sin alternativas?
Nueva Sociedad 121 / Septiembre - Octubre 1992
El 15 de noviembre de 1992, algo más de 1 millón 800 mil electores tendremos la oportunidad de decir «sí» o «no» a la tercera reforma que se le hace a lo que es nuestra constitución número cuatro desde que somos república, o número veintidós si comenzamos a contar en 1821. El plebiscito es una trampa, porque la Asamblea Legislativa, dominada por la Democracia Cristiana, nos entrega un paquete sellado de 56 reformas, y el voto no nos permite estar a favor de unas y en contra de otras. La gran carnada es una proscripción post mortem: «Artículo 305: La República de Panamá no tendrá Ejército». El anzuelo lo constituye un conjunto bastante dispar de modificaciones. Algunas son poco más que maquillaje. Así, por ejemplo, la eliminación de cualquier referencia al «proceso revolucionario» en el Preámbulo y su sustitución por objetivos de «libertad, dignidad, bienestar general y justicia social» (para lo cual, desde luego, sería necesario realizar una tremenda revolución).