Donald Trump ha sido
elegido como el presidente Nº 45 de Estados Unidos. No fueron muchos
los que lo vieron venir. Lo cual es extraño, considerando la ola de
furia de clase media que se ha propagado por el planeta a lo largo de
una década. Aquí, algunas reflexiones sobre la era posliberal:
1. Esta elección
fue una competencia por el Rust Belt (cinturón industrial). La
apuesta de Trump por los antiguos centros industriales del Medio
Oeste rindió generosos frutos. Como en Reino Unido, la elección
marca el inicio de una nueva era para Estados Unidos: desde ahora,
los perdedores de la globalización son la mayoría. Y esta mayoría
busca un hombre fuerte capaz de arreglar un mundo que parece haber
descarrilado por completo.
2. Quien crea que
esa furia se alimenta únicamente de miedos irracionales y antiguos
resentimientos todavía no ha percibido la señal. Sí, la
globalización mejoró la vida de millones de personas en todo el
mundo. Pero ni los trabajadores despedidos de las antiguas industrias
manufactureras ni los mcjobbers, los «trabajadores chatarra»
de las nuevas industrias de servicio, son parte de esos millones. Si
usted no cree que es así, observe la famosa «curva del elefante»
de Milanovic. En lo que respecta a estatus, prosperidad y seguridad
social, las clases medias y trabajadoras de todos los países
occidentales salieron perdiendo.
3. Se descalifica a
los integrantes de esta nueva mayoría como chiflados de derecha
porque expresan sus frustraciones con un veneno racista, sexista,
antisemita y violento. Para empeorar las cosas, se acusa a los
perdedores de la globalización de falta de moral. Por lo tanto, los
neoliberales no solo atribuyen la desgracia de estas personas a su
fracaso personal sino que creen que merecen ser marginadas. Como los
partidarios del Brexit, los seguidores de Trump querían enviar una
señal a las elites políticas, económicas, académicas y
mediáticas: «¡Somos la mayoría y estamos hartos de esto!». O
para decirlo con una imagen, las clases medias y trabajadoras se
apuntan con un arma a la cabeza y amenazan con jalar el gatillo si no
se reconocen sus reclamos.
4. Hillary iba a
perder esta competencia y la perdió. Según el conteo final, el
total de los votos para Trump están en el mismo rango que los de
Romney en 2012 y los de McCain en 2008. ¿Cómo podía perder la
poderosa maquinaria de Clinton contra un racista, sexista y populista
sin ninguna calificación? Parece haber una
tendencia más amplia en juego. Los demócratas
estadounidenses vuelven a vivir el trauma del éxodo de Dixie, cuando
perdieron el Sur durante una generación. Hoy, el éxodo de la clase
trabajadora blanca refleja una tendencia que reconfigura los paisajes
electorales en todos los países occidentales. El nombre Clinton
representa como ningún otro la Tercera Vía que distanció a los
partidos de centroizquierda de sus raíces históricas. Pudimos ser
testigos de cúanto había crecido esa distancia cuando, en medio de
una tormenta anti-establishment, los líderes del partido impusieron
a una figura apoyada por el establishment de Wall Street por encima
de un rival progresista. Quien fracasó en esta elección no fue solo
Hillary Rodham Clinton, sino la socialdemocracia de la Tercera Vía.
5. Este miedo y esta
furia de la nueva mayoría impulsará también a los populistas de
derecha en Europa. Allí donde las elecciones puedan encuadrarse en
torno a votos de protesta contra «el establishment», tendremos que
contener la respiración. Esto se traduce en problemas en las
próximas elecciones presidenciales en Austria y Francia.
6.
Independientemente de su color político, los gobiernos no tienen
otra opción que responder a este estado de ánimo antiglobalista. La
cuestión, entonces, no es si el péndulo oscilará hacia el
proteccionismo, sino hasta dónde va a llegar en esa oscilación. El
orden mundial liberal de intercambio de bienes, servicios, capital y
personas queda así bajo presión. Las principales víctimas serán
sin duda los habitantes de las economías emergentes que dependen de
la apertura de los mercados de exportación para avanzar hacia el
desarrollo.
7. Esta rebelión
contra el globalismo puede darnos una pauta de lo que sucede cuando
la automatización digital comienza a eliminar los empleos de la
clase media. De nuevo, no importará que la suma neta de empleos
creados por la revolución digital sea positiva. Como en el caso del
comercio, lo que importa es la percepción de quiénes ganan o
pierden.
8. Ha llegado la
hora de que los partidos socialdemócratas y los movimientos
progresistas aprendan de sus errores y derivas
de las últimas décadas y comiencen un debate
estratégico sobre cómo enfrentar el desafío que propone el
capitalismo digital. Esto significa en primer lugar dejar de
demonizar a los «deplorables» y empezar a tomar con seriedad sus
reclamos más allá de la hipérbole racista. Esto significa también
que la izquierda ya no debe prestarse a ser el taller de reparaciones
del capitalismo y debe mostrar senderos hacia el «buen vivir»
en la era digital. No solo es preciso que el capital
contribuya con lo que le corresponde al bien público. A largo plazo,
será necesario poner un precio a la moneda corriente de la sociedad
del conocimiento: la información.
Finalmente, esto
significa que es necesario un nuevo relato que combine seguridad y un
espíritu pionero. Quienes temen por su estatus material y cultural
solo encontrarán el coraje para sumarse a la revolución digital si
logramos darles seguridad. Esto no puede funcionar sin el
fortalecimiento de la seguridad social material. Sin embargo, no
basta la redistribución para volver a atraer al rebaño a quienes se
lamentan por la falta de reconocimiento cultural. Lo que se necesita
es una identidad progresista que pueda servir como ancla en el
vértigo del cambio. Necesitamos nuevos mecanismos de reconocimiento
para quienes ofrecen buenos servicios a la comunidad. Y necesitamos
la promesa de un «mañana mejor», que ofrezca algo más que la mera
administración de los logros pasados.
Traducción: Silvina Cucchi