Opinión
noviembre 2016

La revuelta contra el globalismo

El triunfo de Donald Trump tiene como base la furia de la clase media contra el establishment. El fenómeno no se circunscribe solo a Estados Unidos.

<p>La revuelta contra el globalismo</p>

Donald Trump ha sido elegido como el presidente Nº 45 de Estados Unidos. No fueron muchos los que lo vieron venir. Lo cual es extraño, considerando la ola de furia de clase media que se ha propagado por el planeta a lo largo de una década. Aquí, algunas reflexiones sobre la era posliberal:

1. Esta elección fue una competencia por el Rust Belt (cinturón industrial). La apuesta de Trump por los antiguos centros industriales del Medio Oeste rindió generosos frutos. Como en Reino Unido, la elección marca el inicio de una nueva era para Estados Unidos: desde ahora, los perdedores de la globalización son la mayoría. Y esta mayoría busca un hombre fuerte capaz de arreglar un mundo que parece haber descarrilado por completo.

2. Quien crea que esa furia se alimenta únicamente de miedos irracionales y antiguos resentimientos todavía no ha percibido la señal. Sí, la globalización mejoró la vida de millones de personas en todo el mundo. Pero ni los trabajadores despedidos de las antiguas industrias manufactureras ni los mcjobbers, los «trabajadores chatarra» de las nuevas industrias de servicio, son parte de esos millones. Si usted no cree que es así, observe la famosa «curva del elefante» de Milanovic. En lo que respecta a estatus, prosperidad y seguridad social, las clases medias y trabajadoras de todos los países occidentales salieron perdiendo.

3. Se descalifica a los integrantes de esta nueva mayoría como chiflados de derecha porque expresan sus frustraciones con un veneno racista, sexista, antisemita y violento. Para empeorar las cosas, se acusa a los perdedores de la globalización de falta de moral. Por lo tanto, los neoliberales no solo atribuyen la desgracia de estas personas a su fracaso personal sino que creen que merecen ser marginadas. Como los partidarios del Brexit, los seguidores de Trump querían enviar una señal a las elites políticas, económicas, académicas y mediáticas: «¡Somos la mayoría y estamos hartos de esto!». O para decirlo con una imagen, las clases medias y trabajadoras se apuntan con un arma a la cabeza y amenazan con jalar el gatillo si no se reconocen sus reclamos.

4. Hillary iba a perder esta competencia y la perdió. Según el conteo final, el total de los votos para Trump están en el mismo rango que los de Romney en 2012 y los de McCain en 2008. ¿Cómo podía perder la poderosa maquinaria de Clinton contra un racista, sexista y populista sin ninguna calificación? Parece haber una tendencia más amplia en juego. Los demócratas estadounidenses vuelven a vivir el trauma del éxodo de Dixie, cuando perdieron el Sur durante una generación. Hoy, el éxodo de la clase trabajadora blanca refleja una tendencia que reconfigura los paisajes electorales en todos los países occidentales. El nombre Clinton representa como ningún otro la Tercera Vía que distanció a los partidos de centroizquierda de sus raíces históricas. Pudimos ser testigos de cúanto había crecido esa distancia cuando, en medio de una tormenta anti-establishment, los líderes del partido impusieron a una figura apoyada por el establishment de Wall Street por encima de un rival progresista. Quien fracasó en esta elección no fue solo Hillary Rodham Clinton, sino la socialdemocracia de la Tercera Vía.

5. Este miedo y esta furia de la nueva mayoría impulsará también a los populistas de derecha en Europa. Allí donde las elecciones puedan encuadrarse en torno a votos de protesta contra «el establishment», tendremos que contener la respiración. Esto se traduce en problemas en las próximas elecciones presidenciales en Austria y Francia.

6. Independientemente de su color político, los gobiernos no tienen otra opción que responder a este estado de ánimo antiglobalista. La cuestión, entonces, no es si el péndulo oscilará hacia el proteccionismo, sino hasta dónde va a llegar en esa oscilación. El orden mundial liberal de intercambio de bienes, servicios, capital y personas queda así bajo presión. Las principales víctimas serán sin duda los habitantes de las economías emergentes que dependen de la apertura de los mercados de exportación para avanzar hacia el desarrollo.

7. Esta rebelión contra el globalismo puede darnos una pauta de lo que sucede cuando la automatización digital comienza a eliminar los empleos de la clase media. De nuevo, no importará que la suma neta de empleos creados por la revolución digital sea positiva. Como en el caso del comercio, lo que importa es la percepción de quiénes ganan o pierden.

8. Ha llegado la hora de que los partidos socialdemócratas y los movimientos progresistas aprendan de sus errores y derivas de las últimas décadas y comiencen un debate estratégico sobre cómo enfrentar el desafío que propone el capitalismo digital. Esto significa en primer lugar dejar de demonizar a los «deplorables» y empezar a tomar con seriedad sus reclamos más allá de la hipérbole racista. Esto significa también que la izquierda ya no debe prestarse a ser el taller de reparaciones del capitalismo y debe mostrar senderos hacia el «buen vivir» en la era digital. No solo es preciso que el capital contribuya con lo que le corresponde al bien público. A largo plazo, será necesario poner un precio a la moneda corriente de la sociedad del conocimiento: la información.

Finalmente, esto significa que es necesario un nuevo relato que combine seguridad y un espíritu pionero. Quienes temen por su estatus material y cultural solo encontrarán el coraje para sumarse a la revolución digital si logramos darles seguridad. Esto no puede funcionar sin el fortalecimiento de la seguridad social material. Sin embargo, no basta la redistribución para volver a atraer al rebaño a quienes se lamentan por la falta de reconocimiento cultural. Lo que se necesita es una identidad progresista que pueda servir como ancla en el vértigo del cambio. Necesitamos nuevos mecanismos de reconocimiento para quienes ofrecen buenos servicios a la comunidad. Y necesitamos la promesa de un «mañana mejor», que ofrezca algo más que la mera administración de los logros pasados.


Traducción: Silvina Cucchi




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