Opinión
noviembre 2019

La revolución de Manchester

Para sobrevivir a las batallas de la década de 2020, la izquierda debe imaginar su propia utopía. ¿Y si imaginamos el futuro de una vieja ciudad obrera como Manchester? ¿Cómo sería una Manchester poscapitalista?

La revolución de Manchester

Imaginemos lo siguiente: un niño nace en una ciudad donde 40% de la fuerza laboral produce objetos utilizando máquinas y trabajo manual. La relación social dominante es la salarial. El contrato social es fuerte y se articula mediante el sistema impositivo. El Estado es el proveedor de la mayoría de los servicios.

60 años más tarde, nace un niño en la misma ciudad. Ahora solo 10% de la población se dedica a la manufactura y de ese porcentaje, la mitad se ocupa de tareas más emparentadas con la ciencia y la computación. Las formas de explotación por el capital son en la actualidad fundamentalmente financieras, y la relación salarial resulta secundaria para la extracción de valor, que se realiza por vía de intereses, fijación monopólica de precios, trabajo subremunerado y explotación de datos de comportamiento. La mayoría de los servicios son provistos a través del mercado.

En el ciclo de vida de 250 años del capitalismo industrial, ese lapso de 60 años ha visto claramente una enorme mutación, impulsada por la tecnología, la globalización y el desarrollo humano. Y su impacto social es evidente.

En los años 60, las calles de la ciudad eran tranquilas durante el día, y los domingos, silenciosas como un cementerio. Existía una clara división entre el trabajo y el ocio. Hoy las calles de esa ciudad vibran con cafés al aire libre; las veredas están llenas de gente que conversa o consulta dispositivos inteligentes mientra camina.

En los años 60, un prominente científico de la ciudad fue perseguido por ser gay en su vida privada. Hoy su rostro se ve en los billetes de 50 libras y la ciudad tiene todo un barrio dedicado a la cultura gay.

La ciudad en cuestión es Manchester, en cuyos alrededores nací en 1960. Famosa por ser la «zona cero» de la Revolución Industrial, la dinámica de su fuerza de trabajo es sorprendente. De una población en edad productiva de 1.760.000 personas, 24% trabaja en el área de finanzas y en servicios profesionales; 20% trabaja en salud, educación y cuidado social; solo 10% se dedica a la producción industrial.

Más allá del carbono y el capitalismo

La pregunta es: ¿cómo se verá Manchester en otros 60 años?

Dentro de 60 años, debería ser totalmente posible automatizar por completo la manufactura y reducir la fuerza laboral en la mayoría de las fábricas a una mínima función de supervisión. Para entonces, deberíamos haber logrado algo más que la mera automatización de los procesos humanos (como en el caso de los robots de la industria automotriz, que efectúan soldaduras de punto como si fuesen humanos gigantes que han consumido speed): los procesos mismos serán en esencia no humanos. Podríamos «hacer crecer» un objeto metálico o imprimirlo, del mismo modo en que hoy las aspas de un turboventilador se forman a partir de un único cristal de metal bajo condiciones similares a las de un laboratorio.

En consecuencia, 95% o más de la fuerza de trabajo se concentraría en servicios, muchos de ellos de persona a persona. Como hemos eliminado la especulación financiera y automatizado muchos procesos financieros –como la banca comercial, el derecho comercial, la contabilidad y los mercados de futuros–, la fuerza de trabajo que trabaja en el área es también pequeña. Pero el número de empleos en salud, cultura, deporte y educación es grande y eclipsa al sector de servicios empresariales, del mismo modo en que hoy eclipsa a la producción industrial.

La mayoría de la gente «trabaja» solo dos o tres días a la semana, y el trabajo es, como hoy, una mezcla de trabajo y ocio. La famosa reprimenda de Karl Marx a Charles Fourier –que el trabajo «no puede convertirse en juego» sino que solo puede reducirse su duración– ha sido refutada. Pero ambos tenían razón: la automatización redujo la duración de la jornada laboral y desdibujó los límites.

No hay monopolios tecnológicos, solo una mezcla de pequeñas y medianas empresas (PyMEs) innovadoras, que obtienen ganancias a la manera tradicional, y servicios de información pública, que solo cobran el costo de producción y mantenimiento.

El cuidado holístico de la salud (que incluye salud mental, fisioterapia y odontología), la educación hasta el nivel universitario y el transporte urbano son gratuitos. El alquiler promedio ronda el 5% del salario promedio (como en la Viena Roja de la década de 1920) y la tasa de interés hipotecario tiene un tope similar.

Para 2080 la ciudad habrá alcanzado hace mucho tiempo su objetivo de cero emisiones netas de carbono y su gobierno progresista estará comprometido con procesos innovadores para eliminar el carbono de la atmósfera e introducir medidas reparadoras en el resto del mundo.

La lucha política y cultural

La siguiente pregunta es: ¿cómo llegamos a eso?

Primero, convertimos los años 2020-2030 en una década de lucha política y cultural de masas para lograr un nuevo tipo de capitalismo. Se formaron gobiernos que suprimieron la actividad financiera especulativa; construyeron un millón de viviendas sociales ecológicamente sostenibles y se comenzó a transformar el inventario habitacional restante en el mismo sentido; subsidiaron la creación de nuevos sistemas de transporte urbano y la eliminación de todos los autos y camiones nafteros y diesel; disolvieron o nacionalizaron los monopolios tecnológicos tomando el registro de datos como propiedad pública; fomentaron en forma deliberada la creación de un gran sector granular sin fines de lucro, que incluye bancos, comercios minoristas, prestadores de salud y cuidado social y centros de producción cultural; y eliminaron toda forma de coerción del sistema de beneficios sociales al fusionar las pensiones estatales y los beneficios en un único ingreso básico y modesto, consagrado como un derecho en la Constitución.

El resultado, para 2030, seguía siendo capitalista. Pero el gobierno había aprendido a medirlo de una manera diferente: no solo calculando el valor agregado bruto sino midiendo también la producción física, las horas trabajadas y la productividad. Si la «ganancia económica total» se dividía en 2020 entre 40% del Estado, 59% del mercado y 1%del sector no lucrativo, entonces para 2030 alrededor de 10% de la economía estaba operando «al costo». El PIB nominal se había estabilizado y comenzaba a achicarse.

Como consecuencia de esto, los mercados financieros habían comenzado a incluir en sus cálculos la supresión de la especulación y el eventual fin del proceso de acumulación de capital. En una palabra, entraron en pánico –ante la perspectiva de un mundo poscarbono y poscapitalista– y el Estado y el Banco Central se vieron forzados a intervenir para salvar, estabilizar y tomar a cargo la infraestructura financiera, lo que llevó al capital especulativo a debilitarse. El rescate total se financió mediante la creación de moneda en el Banco Central y la monetización de la deuda nacional.

La década de 2020 se dirimió como una batalla entre una economía centrada en la ganancia y otra enfocada en la gente y el planeta. El gobierno socialdemócrata radical, reconociendo los peligros de una intervención estatal demasiado rápida y dramática, fomentó deliberadamente el nuevo desarrollo de un sector privado a escala de PyMEs, utilizando la intervención pública y el financiamiento para empujar al empresariado fuera de las operaciones de escaso valor y hacia la innovación tecnológica y social.

El sistema económico mundial, que ya se estaba desintegrando para 2020, no pudo sobrevivir a la adopción simultánea de un poscapitalismo verde por parte de los partidos liberales de izquierda y los socialdemócratas. Para 2030 se había fragmentado en bloques regionales: Europa era el más exitoso, China había adoptado y absorbido la mayor parte de Rusia, y Asia central y América del Norte se habían aglutinado en un mercado relativamente autosuficiente.

Sin embargo, luego de 2030, con la supresión de la globalización financiera, revivió una nueva forma de globalización económica, basada en los viajes, el uso compartido de la información y el comercio de materias primas.

Entre 2030 y 2050 el gobierno municipal de Manchester priorizó agresivamente la idea de una transición justa al estatus de cero emisiones netas de carbono. Operaba como una ciudad-región, reubicando importantes entidades de servicio como universidades, instituciones de investigación y desarrollo y grandes centros de salud en antiguas ciudades industriales antes estancadas.

Para 2040 el centro de la ciudad de Manchester se liberó de vehículos, y bicicletas, tranvías y caminata se transformaron en las formas dominantes de transporte. El racionamiento de los vuelos todavía está vigente, pero hay desarrollos prometedores que involucran una aviación masiva operada a baterías, libre de carbono, por lo que la ciudad decide mantener el aeropuerto de Manchester a pesar de las demandas de los radicales de volver la zona a sus condiciones naturales originales.

En el río Irwell, tan contaminado en 2020 como cuando Friedrich Engels lo contempló desde el puente Ducie, ahora se pueden ver nutrias jugando en las orillas, y río arriba –en algún lugar entre Ramsbottom y Bacup– hay castores. En cuanto a la vida social de la ciudad, es tan diferente de la de hoy como la actual en comparación con la era de posguerra de Ena Sharples y Stan Ogden (personajes de la telenovela Coronation Street, que transcurría en Salford), pero no puedo pronosticar en qué sentido.

Falta de imaginación

Para sobrevivir a las batallas de la década de 2020, la izquierda debe imaginar su propia utopía. Pero lo que es frustrante acerca del enfoque actual para alcanzar la neutralidad en términos de carbono es la absoluta falta de imaginación –entre legisladores, científicos y manifestantes– sobre qué aspecto debería tener la economía como precondición para lograrlo.

En un sentido, el fracaso de la imaginación económica es entendible. La economía como disciplina académica de masas solo despegó durante los últimos 60 años y su postulado clave ha sido que… nada diferente es posible. Pero dado que el mundo se ve hoy forzado a imaginar un capitalismo sin carbono, también debe ser forzado a contemplar una economía sin trabajo compulsivo.

El objetivo es hacer que la economía llegue a ser libre de carbono y circular en términos de recursos, para reducir las horas trabajadas y promover incrementos cuantificables en la salud y la felicidad humanas, para volver a integrar el «cinturón de óxido» suburbano con el centro y encontrar fuentes sustentables de alimento. Es necesario que el diseño y la evaluación de caminos de transición se convierta en una tarea realmente seria.

La ciudad será una unidad primordial en esta transición: es lo suficientemente grande como para operar a escala y al mismo tiempo lo suficientemente pequeña como para que los caminos de transición puedan probarse en diferentes localidades y para que la población pueda sentirse cerca de la toma de decisiones y experimentar de primera mano los resultados.

En 1960, cuando nací, Manchester se veía y se sentía como una versión electrificada de sí misma en el siglo XIX; todavía había chimeneas industriales, calles adoquinadas y fuegos alimentados por carbón. Hoy se siente como si una era hubiera pasado. Para el año 2080, es crucial que se produzca otra transición cualitativa totalmente diferente. Pero ni siquiera comenzará si no podemos imaginarla.

Fuente: IPS-Journal y Social Europe

Traducción: María Alejandra Cucchi


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