Opinión
abril 2020

¿Dónde está Europa?

Hasta ahora, la Unión Europea ha mostrado una gestión mediocre de la crisis del coronavirus. No solo no ayudó a mitigar la pandemia en los países en los que se disparó primero sino que es incapaz de coordinar acciones.

¿Dónde está Europa?

Hasta el 21 de febrero, Italia parecía no haber sido afectada por la crisis del coronavirus. Hubo tres casos de infección en Roma (una pareja de turistas chinos y un italiano que acababa de regresar de China), que fueron ubicados y aislados rápidamente y que, por lo tanto, no transmitieron la infección a nadie más. Luego, el 21 de febrero, se produjeron el primer caso en Lombardía y otro en el Véneto prácticamente al mismo tiempo. Pronto se hizo evidente que la cadena de infección ya no podía reconstruirse: evidentemente –como quedó demostrado por numerosos casos más identificados en los días siguientes– la epidemia había hecho estragos durante semanas, pero había pasado desapercibida. Desde entonces, Italia se ha enfrentado a tasas de crecimiento exponencial tanto de infectados como de fallecidos. Fue el primer país europeo en enfrentar el avance descontrolado de la epidemia sin contar con un plan de acción que lo ayudase a combatirla, ya fuera a partir de su propia historia o de la de otros países europeos. En la tarde del 18 de marzo se informó un total de 35.713 casos diagnosticados, entre los que se contabilizaban casi 3.000 muertes.

En retrospectiva, se podría decir que muchas de las medidas adoptadas por el Estado como respuesta a la pandemia fueron dubitativas. Sin embargo, en ese momento, en el extranjero prevalecía una especie de estupefacción opuesta que se preguntaba: ¿es esto realmente necesario? Ya para el 22 de febrero el gobierno había establecido dos zonas de cuarentena «rojas» muy limitadas y cerró 11 municipios de Lombardía y Véneto con unos 50.000 habitantes. Esta medida resultó insuficiente para frenar el avance del virus. Posteriormente, la tarde del 4 de marzo, se decidió cerrar por completo, de manera rápida y expeditiva, todas las instituciones educativas del país, desde las guarderías hasta las universidades, en principio durante diez días. Entretanto, el cierre se ha extendido hasta el 3 de abril. El 8 de marzo el primer ministro Giuseppe Conte firmó un decreto que establecía restricciones drásticas para, inicialmente, 16 millones de ciudadanos de la región de Lombardía y otras 14 provincias del norte. Se prohibieron todos los eventos públicos y salir de casa, salvo para ir al trabajo, de compras o realizar otras tareas indispensables. Tres días después y de un día para otro, estas restricciones se extendieron a toda Italia e incluso se endurecieron. Desde entonces todos los restaurantes y bares, así como todas las tiendas que venden productos no esenciales, han sido alcanzados por la medida; los ciudadanos fueron virtualmente puestos bajo arresto domiciliario.

En menos de una semana, Italia pasó del cierre de escuelas al cierre del país entero, experimentando un cambio radical de paradigma. Durante los primeros días de marzo, el alcalde de Milán, Giuseppe Sala, había declarado «Milán permanece abierta», y en algunas de las zonas de crisis más afectadas de Lombardía los empresarios y sus asociaciones protestaron contra las restricciones, temerosos por su supervivencia económica. A pesar del cambio radical de paradigma, Italia proporcionaba a Europa un plan de acción que incluía frases hoy en boca de todos como «distanciamiento social» y «aplanar la curva» del índice de infecciones. Pero como la pandemia ya no puede detenerse, ahora el objetivo consiste en frenar la propagación del virus, incluso a expensas de los derechos de los ciudadanos y de la economía. Esto representa la única oportunidad para evitar el colapso del sistema de salud y un sinnúmero de muertes.

No obstante, el gobierno está intentando contrarrestar las graves consecuencias económicas y sociales con una amplia gama de medidas. El 11 de marzo, el Parlamento decidió por unanimidad poner a disposición, inicialmente, otros 25.000 millones de euros del presupuesto del Estado. El 16 de marzo se promulgó un detallado decreto que, entre otras cosas, prevé una ampliación significativa de las compensaciones a empleadas y empleados por reducción de la jornada laboral, subsidios para trabajadores autónomos, pagos adicionales para los gastos de guardería, aplazamientos de impuestos para las empresas y moratorias de préstamos.

En síntesis, podemos decir con seguridad que el gobierno de Italia, después de algunas vacilaciones iniciales, ha pasado decididamente a la imposición de restricciones que, hasta hace pocos días, habrían sido impensadas en Europa en tiempos de paz.

El primer ministro Conte es la cara del Estado italiano frente a sus ciudadanos en esta crisis, combinando en los hechos las funciones de jefe de Estado y de Gobierno en sus discursos al pueblo. Se ha distinguido por su comunicación sumamente eficaz, su apariencia tranquila y su actitud decidida. No se anda con rodeos ante la severidad de las restricciones y deja en claro la gravedad de la situación, apelando al civismo de los italianos. Es capaz de encontrar las palabras justas, como por ejemplo cuando dijo: «distanciémonos hoy para abrazarnos mañana con mayor afecto».

En paralelo, las encuestas de opinión lo están reivindicando. En un sondeo publicado el 16 de marzo, mientras que solo 29% expresó su confianza en el gobierno en general, 74% considera apropiado el curso de acción del gobierno frente a la crisis del coronavirus. Otro 13% considera que se necesitan medidas aún más duras, mientras que para 5% las medidas son «excesivas».

En Alemania y en otros países se repite constantemente que debe evitarse llegar a la «situación de Italia». Esto representa un completo malentendido de la situación y constituye, de hecho, una afrenta, dado lo que está pasando el país. El gobierno italiano está actuando con valentía y coherencia y la población italiana ha logrado algo notable: de la noche a la mañana ha restringido sin más sus interacciones sociales, desde Bolzano hasta Palermo, evitándose mutuamente en lugar de salir juntos, en un acto de espíritu comunitario y responsabilidad sin precedentes en la historia. El haber emprendido el camino como pionero fue un acto de valentía, aunque ello signifique que los derechos democráticos básicos –libertad de asociación y de circulación– estén estrictamente restringidos, al menos por el momento. Las reacciones iniciales de muchos socios, instituciones y medios de comunicación europeos a las drásticas medidas de Italia, por el contrario, incluyeron la burla, la reticencia a tomar las cosas en serio y la inercia. Solo ahora, a medida que los casos de Covid-19 se extienden rápidamente por toda Europa y todos los países de la Unión Europea se ven afectados, se están adoptando medidas de emergencia similares, aunque con demoras innecesarias, y la «situación de Italia» se está usando como ejemplo para otros países europeos.

En Italia, por el contrario, existe una clara sensación general de que, una vez más, Europa ha dejado que el país se valga por sí solo en una crisis grave. Lo mismo que sucedió con la crisis del euro de 2008y la crisis de los refugiados de 2015 sucede ahora en 2020 con la lucha contra el coronavirus. Un abrumador 88% respondió «no» a la pregunta sobre si la Unión Europea está ayudando a Italia. Alemania y Europa en general deberían prestar atención a esta estadística. Hasta ahora, las soluciones europeas han sido inapropiadas. La sensación de que la crisis del coronavirus no es tanto una crisis italiana sino una crisis europea está emergiendo paulatinamente. Las crisis anteriores deberían habernos enseñado el peso de cada palabra y cada gesto. Por el contrario, la conferencia de prensa brindada por la presidenta del Banco Central Europeo (BCE), Christine Lagarde, el pasado 12 de marzo, proporcionó un devastador testimonio sobre la ignorancia y la arrogancia con que ahora Italia identifica a Europa. Sus declaraciones de que no apostaría a una especie de «lo que sea necesario» 2.0 y que no es tarea del BCE poner fin a la propagación del virus hicieron que las primas de los bonos se dispararan y que la confianza italiana en la ayuda de Europa tocara fondo. La disculpa subsiguiente no ayudó en nada y sirvió tan poco para reparar el daño como la declaración hecha al día siguiente por la presidenta de la Comisión Ursula von der Leyen de que harían «lo que fuera necesario para apoyar la economía europea». Según el embajador de Italia ante la Unión, Maurizio Massari, desde febrero no se ha ofrecido a Italia ninguna ayuda de los países miembros, a pesar de sus solicitudes. Recién el 15 de marzo el comisario de Industria de la UE les informó que los respiradores y los suministros médicos estaban en camino desde Francia y Alemania, demasiado tarde para compensar la pérdida de confianza provocada por la anterior prohibición a las exportaciones. Solo China actuó con prontitud, enviando dos equipos de médicos expertos a Italia, lo cual fue muy bien recibido por la población italiana.

La falta de coordinación en las iniciativas, la difusión de información confusa y la falta de solidaridad difícilmente podrían convertirse en la forma correcta de abordar esta crisis sin precedentes en Europa. La crisis será una prueba de fuego para Europa. Esta debe ponerse a prueba a sí misma y frenar la regresión a formas nacionalistas de pensar y actuar.

En este sentido, las siguientes consideraciones resultan cruciales:

En primer lugar, los Estados miembros tienen la exclusiva responsabilidad de establecer una política nacional de atención sanitaria, incluyendo la organización y la prestación de servicios de la salud. De acuerdo con el artículo 168 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea (TFUE), la función de la Unión consiste únicamente en complementar la elaboración de las políticas nacionales; esa disposición complementaria queda reflejada al referirse a la«lucha contra las graves amenazas transfronterizas contra la salud». A pesar de este fundamento legal, se necesita un enfoque mejor coordinado por parte de las instituciones europeas y, en particular, del Consejo EPSCO (Empleo, Política Social, Sanidad y Consumidores). El virus no conoce fronteras y solo la acción concertada y urgente de estos actores políticos podría minimizar su propagación.

En segundo lugar, en el plano de las comunicaciones, las instituciones de la Unión Europea deben trabajar en conjunto de manera resuelta y coherente. Junto con otras medidas (por ejemplo, el mecanismo europeo de estabilidad), el «lo que sea» de Mario Draghi de 2012 a corto plazo calmó los mercados y a largo plazo salvó el euro. Hay que evitar las comunicaciones tardías y erróneas.

En tercer lugar, no debe dejarse a Italia en la estacada. La Unión Europea debe mostrar solidaridad. Debe invocar la cláusula de solidaridad del artículo 222 del TFUE sin demora y proporcionar la asistencia necesaria. Esta cláusula permite a la Unión Europea movilizar «todos los instrumentos de que disponga» cuando un Estado miembro sea «víctima de una catástrofe natural o de origen humano». Si bien resulta comprensible en términos de los intereses nacionales, la prohibición de exportar suministros médicos impuesta por Francia y Alemania fue un ataque a la solidaridad europea.

En cuarto lugar, es importante que se adopten medidas preventivas de política económica. Incluso antes de la crisis del Covid-19 Italia estaba al borde de la recesión, y es solo una cuestión de tiempo para que sus finanzas públicas, el sector bancario y la economía real se vean gravemente afectados. El hecho de que la Unión Europea esté exhibiendo «máxima flexibilidad» para que los 27 Estados miembros logren aumentar el gasto público y poner a disposición la ayuda estatal es una primera buena señal. Las instituciones conjuntas de la Unión Europea, así como Alemania y Francia, primera y segunda potencias económicas de la Unión, deben mostrarse dispuestas a proporcionar apoyo financiero y material.

En quinto lugar, esta extraordinaria emergencia debería convencer a todos los participantes – instituciones de la Unión Europea y gobiernos nacionales– de la necesidad de dotar a la Unión de instrumentos financieros y de políticas adicionales para hacer frente a crisis periódicas y estructurales. Habida cuenta de la crisis actual y las consiguientes repercusiones negativas, Europa debería considerar cuidadosamente la posibilidad de revisar el alcance y las prioridades del plan presupuestario para el periodo 2021-2027 y, como propuso el Parlamento Europeo, aumentarlo hasta 1,3% del PIB. Si el virus no reconoce fronteras, la respuesta al virus tampoco debería hacerlo.

Traducción: Rodrigo Sebastián

Fuente: FES Briefint



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