Opinión
septiembre 2016

Hillary Clinton es una ideología

Hillary Clinton es la candidata genuinamente «americana». Encarna la aspiración estadounidense a la «unidad en la diversidad», el americanismo sin clases, unos Estados Unidos que no tengan ideología sino que sean ellos mismos una ideología

Hillary Clinton es una ideología

La candidatura de Donald Trump está implosionando. ¿Puede Hillary Clinton simplemente relajarse, seguir recolectando fondos y disfrutar el 8 de noviembre la ventaja demográfica de los demócratas? Ahora luchará también por Estados declaradamente republicanos, como Georgia y Arizona. ¿Realmente necesita aún el apoyo de rivales de antaño tan tenaces como Bernie Sanders y sus seguidores (más de 13 millones de electores y electoras en las primarias, o sea, 43% de los votos)? ¿Qué será de la «revolución política» de Bernie?

Está claro que Sanders y sus seguidores se han impuesto en algunos puntos sustanciales de la plataforma electoral demócrata, al punto que, en determinadas materias, Hillary Clinton está más a la izquierda de lo recomendable según sus asesores para las elecciones generales. Para la política concreta de la Casa Blanca, la plataforma electoral tiene solo una importancia orientativa. Sin embargo, analizar en qué aspectos Sanders consiguió imponer sus visiones y en cuáles no, echa algo de luz sobre el tema. Sus logros han sido la introducción del salario mínimo de 15 dólares atado a la inflación; la formación inicial en colleges estatales financiada con impuestos; el 50% de energías renovables en diez años y la reforma completa de la legislación sobre inmigración con vías para acceder a la ciudadanía; una amplia reforma de la Justicia. Pero no habrá, obviamente, desmantelamiento de los grandes bancos, aunque quizá sí una nueva separación de bancos comerciales y bancos de inversiones (abandonada en tiempos de Bill Clinton). También en la política exterior hay vacíos importantes. Es por ello que numerosos seguidores de Sanders critican las posturas de los demócratas sobre el conflicto entre Israel y Palestina por considerarlas insuficientes. Pero el gobierno de Barack Obama intenta, ante todo, imponer el polémico Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés) mediante una votación después de las elecciones de noviembre pero antes de que asuma sus funciones el nuevo Congreso. Así, un «Congreso con síndrome de pato rengo» podría permitir a Hillary Clinton, ya como presidente, guardar las apariencias, es decir, no tener que sostener con acciones concretas su (dudosa) postura de rechazar el TPP. Si bien esto confirmaría a sus críticos dentro de las filas demócratas y entre los seguidores de Sanders –y reduciría todavía más el respaldo entre los electores sin título de college, cortejados por Trump y Sanders–, sería satisfactorio para los intereses del mundo de los negocios.

Estos intereses limitan, según todas las previsiones, cualquier voluntad de introducir lineamientos progresistas en la plataforma demócrata y en la política de Clinton si llegase a acceder a la presidencia. La combinación de self-sorting (es decir, la concentración de numerosos electores demócratas en zonas de aglomeración, con lo cual en el sistema electoral de mayorías relativas muchos votos «desaparecen»), gerrymandering (el recorte politizado de distritos electorales con el fin de optimizarlos en favor de un partido) y la baja participación electoral de jóvenes y grupos minoritarios harán que los republicanos conserven, casi con seguridad, la mayoría en la Cámara de Representantes. En palabras del estratega republicano Grover Norquist, esto alcanza perfectamente para gobernar, ya que de ese modo puede bloquearse cualquier cambio de rumbo político, especialmente el aumento de los impuestos sobre los ingresos y a las empresas o la aprobación de regulaciones. Llegado el caso, esta constelación puede servirle a una presidente Clinton para disculparse cómodamente por un freno contra sus iniciativas.

Después de su derrota ante Clinton, Sanders ha rechazado la candidatura que le ofreció el Green Party y ha señalado a sus seguidores con claridad que de lo que se trata en primer lugar es de parar a Trump. Elegir estratégicamente «el mal menor» es algo que les resulta muy familiar a los estadounidenses pero que ha colaborado para aumentar la indiferencia frente a la política y los partidos. No habrá entusiasmo por un cambio fundamental si se instala el escepticismo respecto de la voluntad de cambio de Clinton (préstese atención a su política de personal: asesores neoconservadores en política exterior y un vicepresidente proclive al TPP). ¿Qué pueden y qué quieren hacer Bernie Sanders y sus seguidores para impulsar la anhelada «revolución política», o sea, la limitación de la influencia de los intereses económicos a favor de la mayoría de la población? Sin dudas, Sanders no solo se sumará a la campaña electoral de Hillary Clinton sino también, y especialmente, de los candidatos progresistas de todo el país (sobre todo, del retador de la ex presidente del Partido Demócrata Debbie Wasserman Schultz, que renunció por su inapropiada influencia a favor de Hillary Clinton en la campaña para las primarias). Pero también ha dado a conocer la creación de Our Revolution, una organización que hará una observación aguda de quienes hayan resultado elegidos funcionarios y trabajará por la concreción de las propuestas progresistas. Al igual que Empower America, de Obama, la organización de Sanders está fuera del Partido Demócrata y tampoco lo renovará en su estructura, pero mientras que en el caso de Obama de lo que se trataba finalmente era simplemente de su reelección, la nueva organización estará al servicio del país. Sin embargo, ¿será esto realmente posible cuando la nueva organización ya está implicada en controversias? Algunos importantes colaboradores han renunciado porque el jefe designado, Jeff Weaver, jefe de campaña de Sanders, apoya una estrategia que consideran errada (por ejemplo, demasiada preeminencia de la publicidad televisiva) y porque la organización tiene un status fiscal tal que puede recibir precisamente las abultadas donaciones que Sanders había rechazado de manera enérgica.

Estados Unidos está profundamente dividido. A pesar de los «buenos números», mucha gente manifiesta insatisfacción. Se ha expandido un clima de miedo. En tal contexto, Donald Trump aparece como un candidato que no solo es sinónimo del costado más odioso y nativista del Partido Republicano sino que manifiesta, además, una visión tribal de Estados Unidos. La sociedad estadounidense es para Trump como una típica high school, donde no solamente hay claras divisiones entre los diversos grupos sino también, y sobre todo, una clara jerarquía. A nadie sorprende, pues, que su papel sea el de un «bravucón» exitoso y seguro de sí mismo, pues desde su punto de vista (y también según la experiencia escolar de los estadounidenses), el lugar de alguien así está en lo más elevado de la cadena alimentaria. Pero no solamente los patios de las escuelas estadounidenses están marcados por un cierto tribalismo, sino también, y especialmente, los patios de las cárceles. En numerosas series de televisión, desde Sons of Anarchy hasta Orange is the New Black, puede observarse cómo se han corrido los límites entre los grupos: con desprecio y violencia.

Por el contrario, Hillary Clinton es –como lo fue Barack Obama antes de ella– la candidata genuinamente «americana». Encarna la aspiración estadounidense a la «unidad en la diversidad», el americanismo sin clases, unos Estados Unidos que no tengan ideología sino que sean ellos mismos una ideología. «Esto no es Dinamarca, esto es Estados Unidos», le gritó a Bernie Sanders. Hillary Clinton es en cierta medida la encarnación de la visión idealista de la legendaria película El Club de los Cinco de 1985, donde los castigados, pertenecientes a distintos grupos («atleta», «nerd», «princesa», «freak», «paria»), superan finalmente sus diferencias y llegan a respetarse mutuamente. El discurso de Michelle Obama durante la Convención Demócrata fue el guión para esta «candidatura americana» de Hillary Clinton: «¡No dejes que nadie te haga creer que América no es grandiosa!»

Pero hasta noviembre pueden pasar muchas cosas: ataques, asesinatos de policías, escándalos de la candidata demócrata. Sin embargo, es probable que la victoria sea para ella. Las peroratas y las expresiones hirientes de Donald Trump, sus sospechosos comentarios sobre Rusia y el arsenal nuclear están confundiendo últimamente a su núcleo de seguidores, por no hablar de su partido, sus expertos y el mundo de los negocios. Sin embargo, Clinton no logrará la unidad en su país. La sociedad se encuentra demasiado dividida, inmersa en la incomprensión, la estupefacción, en el odio que reina entre los grupos y en la escasa disposición al compromiso. El Partido Demócrata no es más que una mezcolanza de intereses especiales, una coalición de grupos marcados por una política de identidad y unida especialmente debido a su lucha contra los adversarios y por el poder. Está dominado por círculos neoliberales del mundo de los negocios y la política. Este es el resultado del viraje a la derecha de la década de 1980 y del rechazo posmoderno al último resto de política de cuño socialdemócrata en la década de 1990. A Sanders se le echó en cara haber hecho «reduccionismo económico» porque se refirió a la desigualdad económica en Estados Unidos de forma general en lugar de haber diferenciado por grupos. El Partido Demócrata hace mucho tiempo ya que no se interesa por los varones blancos sin título de college, a los que corteja electoralmente Trump, ni por los obreros especializados de la industria manufacturera, que miran con preocupación a la globalización (y a la inmigración).

Por el contrario: las elites económicas e intelectuales que dominan el partido, y también los funcionarios, no pocas veces los han tratado con un claro desdén, siguiendo el lema: es culpa de ustedes si no prestaron más atención en la escuela. La educación o los cambios de escuela deben ser la solución. Hace tiempo que las encuestas parecen decir que Donald Trump logra movilizar a grandes sectores de este grupo de electores. Pero esto obedecía simplemente a una distorsión: es que se contabilizaban solo los electores que probablemente quisieran participar de las primarias republicanas. Lo que ha quedado claro es que las personas sin estudios, en su mayoría, no votarán, como de costumbre. Quizás presientan que detrás de la retórica hostil a los inmigrantes y al libre comercio está la ostensible marca del darwinismo social: quien no triunfa, tiene la culpa.

Ni el americanismo liberal de Hillary Clinton ni el tribalismo nativista de Donald Trump podrá unir a la desgarrada población estadounidense. Es por ello que la «revolución política» de Bernie Sanders sigue siendo tan importante en la fase caliente de la campaña electoral que está por comenzar. Precisamente porque su concepción de un «socialismo democrático» no se basa en una simple mecánica de clases y lucha de clases, su orientación a los intereses comunes de grandes sectores de la población es apropiada para unir con fuerza y agrandar la coalición electoral demócrata. Si Sanders, sus seguidores y la organización Our Revolution hacen un aporte notorio a una victoria electoral de Hillary Clinton, el gobierno de Clinton estaría obligado a tomar más en cuenta las demandas de esta clientela electoral. Que de ello realmente surjan medidas políticas significativas que puedan en el mediano plazo unir más fuertemente a la población estadounidense, dependerá de la resistencia al lobby económico, pero también de que el Partido Republicano retome con decisión su proceso de renovación. Después de la derrota de John McCain frente a Barack Obama –y en vista de los procesos demográficos–, hubo un debate interno sobre un programa más orientado al bien común para sondear nuevos grupos de electores, que fue súbitamente interrumpido por el éxito del Tea Party y de Donald Trump. Ahora ese debate vuelve a comenzar.


Fuente: IPG

Traducción: Carlos Díaz Rocca



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