«Es
el comienzo de una etapa de relaciones maduras», anunció Mauricio
Macri junto a Barack Obama. «Está en su casa», completó el
presidente argentino, agasajando a su colega estadounidense. Una
nueva era se inició el mes pasado tras la visita del jefe de la Casa
Blanca. Fue también el puntapié inicial para que Estados Unidos
reordene su patio trasero: la Argentina macrista le permitió a
Washington impulsar estratégicamente su rol hemisférico luego de
una década de desencuentros que encontraron su pico de mayor tensión
en la cumbre del ALCA realizada en 2005. Curiosamente, es en suelo
argentino donde se produce la transición que va de aquel George Bush
desencajado en Mar del Plata a este Obama sonriente en Buenos Aires.
Se podría decir, por lo tanto, que Macri tranformó la doctrina
Monroe, aquella que sentenciaba que «America es para los
americanos», para asegurar ahora que «América es para los
norteamericanos».
No
se trata de un fenómeno nuevo. La relación bilateral entre
Argentina y Estados Unidos siempre ha tenido un impacto regional. Fue
la diplomacia de la Generación del 80, cuya figura más trascendente
fue Julio Argentino Roca, la que enfrentó a Washington en las Cumbre
Panamericanas de las últimas décadas del Siglo XIX y primeras del
Siglo XX. Luego sería la diplomacia de Hipólito Yrigoyen la que
plantearía un nuevo desafío a Estados Unidos cuando se opuso a la
presión norteamericana de participar de la Primera Guerra Mundial.
Y, más tarde, sería la diplomacia de Perón la que terminaría de
instalar el mayor encono hacia la injerencia de la Casa Blanca en los
asuntos americanos, con aquella famosa síntesis de «Braden o
Perón». El embajador estadounidense Spruile Braden señalaba los
nexos entre el peronismo y el nazismo pero su declarada oposición a
Perón terminó beneficiando al caudillo militar, que hizo del
antiamericanismo y del intervencionismo norteamericano su principal
bandera.
Realismo
periférico
Perón
cuestionó la influencia norteamericana en la región, pero no pudo
disimular el cada vez más creciente peso que Estados Unidos fue
cosechando en el mundo tras la Segunda Guerra Mundial. Desde
entonces, cada gobierno argentino que aspira a llegar al poder
plantea su política exterior mirando a la Casa Blanca. En ese
esquema, han surgido gobiernos proamericanos, generalmente, los
militares, y gobiernos antiamericanos, generalmente, los nacionales y
populares. Y ese péndulo argentino en relación a Washington fue
también marcando el compás de la región con Estados Unidos.
El
caso más contradictorio se produjo en los 90, cuando en medio del
Consenso de Washington la política exterior argentina empujó a
América Latina a la cabaña del Tío Sam. Se trató de un modelo de
inserción internacional denominado «realismo periférico», para la
discusión académica, o «relaciones carnales», en forma menos
retórica. El autor intelectual de ese seguimiento acrítico de la
hegemonía de Estados Unidos en un mundo postguerra fría fue Carlos
Escudé.
En su ya clásico libro Principios
de Realismo Periférico, Escudé
postula que los países que no tienen poder deben conformarse con ser
meros súbditos de los poderosos. Y, sin ninguna vergüenza para la
Argentina, se autopostuló como el principal aliado de Estados Unidos
en Latinoamérica. El resultado fue penoso porque cuando «el mejor
alumno» del neoliberalismo solicitó ayuda para enfrentar la peor
crisis de su historia, ningún salvataje se hizo presente y el
estallido de 2001 fue catastrófico.
Más tarde, durante
el kirchnerismo se defenestró ese esquema de posicionamiento
internacional y dibujó una estrategia de confrontación
antiamericana, apoyada en Hugo Chávez en Venezuela y los primeros
años de Lula da Silva en Brasil. La Patria Grande que le ponía un
freno a Estados Unidos se ufanó en la Argentina reciente.
Mejores
amigos
Pero
parece que quedaron atrás los años
de tensión con Estados Unidos. Ahora
el macrismo le permite a Estados Unidos rebalancear el poder que
había encontrado un freno en el Eje Bolivariano. Ya lo habían
anticipado los ahora funcionarios de Macri cuando presentaron en la
campaña presidencial el documento titulado «Reflexiones
sobre los desafíos externos de la Argentina», firmado por las
principales espadas diplomáticas del macrismo: Fulvio Pompeo,
secretario de Asuntos Estratégicos en la Jefatura de Gabinete; Diego
Guelar, embajador en China; y Rogelio Pfirter, embajador en el
Vaticano.
El documento es una clara crítica a la
política exterior kirchnerista, que hizo de la discusión con
Washington su principal motor regional. El paper se subtitula
«Seremos afuera lo que seremos
adentro» y allí se pide
«orientar
nuestro accionar externo y trabajar para fortalecer nuestras
tradicionales relaciones con Estados Unidos». Y por si quedaban
dudas, el documento concluye: «Argentina se encuentra en una etapa
de transición, en la que un ciclo político culmina para que
comience otro. Proponemos revalorizar nuestras relaciones con los
países que son los centros de decisión internacional que más nos
afectan utilizando para ello el diálogo y entendimientos. Que en
cada caso sepamos construir con cada uno de esos actores
internacionales claves, de forma de potenciar emprendimientos
surgidos de nuestra propia iniciativa».
Argentina
vuelve a amigarse con Estados Unidos. Y esa cercanía le permite a
Washington reubicarse en la región. Porque, en definitiva, amigos
son los amigos.