Estados Unidos: ¿por qué importa el voto latino?
septiembre 2020
El voto latino podría ser clave en las próximas elecciones presidenciales de Estados Unidos. Hay cuatro aspectos a tener en cuenta: la construcción del muro en la frontera con México, el impacto del huracán María, la problemática en torno de los centros de detención de inmigrantes en la frontera y la relación del gobierno de Trump con el régimen venezolano.
En el camino a las elecciones estadounidenses del 3 de noviembre, múltiples factores se van colocando sobre el tablero político. Los candidatos, Joe Biden y Donald Trump, buscan delinear una estrategia que, teniéndolos en cuenta, les permita llegar a la victoria. En el sistema electoral estadounidense continúa firme la elección del presidente por medio del Colegio Electoral, un ordenamiento legado por los «padres fundadores». Dado que el sistema electoral es indirecto, la clave es ganar en un conjunto de estados claves. En algunos estados, las diferencias son tales que la elección se considera definida con meses o años de anticipación, y tener más votos no va a sumar más electores de los que ese estado reparte; otros ya están perdidos de antemano. Pero hay estados claves donde las diferencias son escasas y cada voto vale oro. En estas circunstancias, y en el contexto particular en que se desarrollará la elección, parece haber un colectivo que gana cada vez mayor protagonismo. Se trata del de los hispanos. Son ellos quienes, teniendo en cuenta cuáles serán los estados en pugna, pueden torcer la balanza hacia uno u otro candidato, y sus acciones cotizan al alza.
El presidente Trump parece haber apostado a ellos más temprano, pero Joe Biden ha comenzado una campaña de conquista. A pocas semanas de las elecciones del 3 de noviembre, todos quieren aprender a bailar el ritmo latino, pero no saben si es salsa, bachata o un corrido norteño. Es que, aunque se los engloba bajo un mismo término, constituyen un mundo amplio y diverso.
Una de los aspectos más salientes que el lector latinoamericano encuentra al leer la prensa de Estados Unidos es el uso intercambiable de «hispano» y «latino». Si bien la diferencia entre ambos términos parece significativa desde nuestra perspectiva, las diferencias menguan cuando se las contabiliza en votos. A diferencia de otras que completan el censo estadounidense, la categoría no es racial. Mientras que la categoría de hispanos se refiere a aquellos que hablan español o son descendientes de países de habla hispana, los latinos son quienes descienden o provienen de América Latina.
Esta diferencia ha tenido históricamente su peso en la forma en que los hispanos han sido tomados en cuenta por la política. Porque para ser visto es importante ser contado e individualizado. Pese a algunos intentos precedentes, esto no sucedió hasta el censo de 1970. El censo evolucionó con el tiempo sumando distinciones para poder comprender y contabilizar mejor a este grupo. Hoy totaliza a unas 60 millones de personas, aproximadamente 18% de la población estadounidense.
Con vistas a las elecciones, este número se reduce a 32 millones de personas habilitadas para votar, de acuerdo con el Pew Research Center, lo que equivale a 13,3% del padrón electoral. Es, por primera vez, el segundo grupo más numeroso. Si bien es cierto que la mayoría se identifica como demócrata, los republicanos tienen entre ellos un piso importante, cercano a 30% de apoyo. En esto entran en juego la religión, el género, las tradiciones y, por supuesto, el origen. Los mexicano-estadounidenses totalizan 60% de los latinos, los puertorriqueños 14% y los cubanos, 4,5%. En el caso de estos últimos, su fortaleza reside en que están más concentrados en un único estado clave: Florida.
La particularidad que destaca el rol de los latinos en esta elección es, entonces, su fuerte presencia en estados que se consideran en pugna o swing states. El Colegio Electoral hace de la elección presidencial 51 elecciones individuales, en las que el ganador se queda con todos los electores en juego. Al final, estos electores se suman y el candidato que supere la cifra mágica de 270 se hará con la Presidencia. Según el sitio FiveThirtyEight, en la elección del 3 de noviembre, los estados con la carrera electoral más cerrada son Carolina del Norte, Ohio, Florida, Georgia, Iowa, Texas, Arizona, Pensilvania y Wisconsin. El caso de Florida, con 29 electores en juego, ya es paradigmático, pero la inclusión de Arizona y Texas en esta lista, con su atractivo número de electores en juego, 11 y 38 respectivamente, hace que la campaña tenga a los latinos muy presentes. En el resto de los estados de la lista, dado que se logran triunfos por márgenes bajos, los latinos también resultan importantes. Sin embargo, su peso tiene un talón de Aquiles: la baja participación.
La posibilidad de que simplemente los votantes «se queden en casa» en una elección en la que el voto es optativo está siempre latente. Cuando se observan los números finales de 2016, no hubo un crecimiento de los votos republicanos, sino más bien una caída de los demócratas. Si bien la participación ha ido en crecimiento (en particular la de los jóvenes es mayor que en otros grupos), los latinos son un grupo rezagado respecto a la media. En 2016, el porcentaje de votantes general fue de 63,3%, pero se redujo a 47,6% entre los latinos. Una mayor participación en las elecciones de medio término en 2018 respecto a otros años es algo que los analistas también destacan como una señal de que, en 2020, el voto latino puede ser protagonista, además del hecho de haberse visto afectados particularmente como grupo por las políticas llevadas adelante en estos cuatro años.
Las elecciones de noviembre están fuertemente marcadas por los efectos de la pandemia de covid-19. Según un informe del Urban Institute, la comunidad latina se ha visto particularmente afectada por los despidos, debido a que se desempeñan en gran medida en tareas que no pueden llevarse adelante desde el hogar. Se destaca el hecho de que la población latina está desproporcionadamente empleada en las actividades gastronómicas y del entretenimiento. Pero más allá de las formas en que la pandemia de covid-19 pueda afectar el voto latino, ha habido cuatro temas que podrían considerarse destacables en los años de gobierno de Trump que han puesto a los latinos en el centro de la escena y que, teniendo en cuenta los estados que afectan, podrían determinar un importante peso específico en esta elección. Ellos son la construcción del muro en la frontera con México, el impacto del huracán María, la problemática en torno de los centros de detención de inmigrantes en la frontera y la relación del gobierno de Trump con el régimen venezolano.
Si bien el muro no encuentra quien lo pague –como promesa de campaña, la construcción de un muro en la frontera con México sería pagado por el vecino al sur del Río Grande–, aquello que se convirtió en un grito de batalla en 2016 continúa en la agenda electoral, aunque reduciéndose en tamaño. Mientras Biden promete detener la lenta y costosa expansión, que ya pasó de un muro de concreto a algo más modesto, pero igualmente caro, Trump continúa insistiendo en el proyecto y le agrega beneficios: en julio pasado destacó la capacidad del muro de detener el coronavirus. A pesar del absurdo, no hay que desmerecer los efectos electorales de esta estrategia. Según una encuesta de Univisión de 2019, el muro tenía un apoyo de un tercio de los hispanos (en su mayoría mexicano-americanos), cinco puntos por encima del apoyo con que contó el presidente elegido en 2016. Es aquí donde se produce un juego entre recién llegados, primera generación y segunda generación de inmigrantes, derechos que ya se consideran adquiridos y temor a perderlos por la presencia de competencia en el ámbito laboral y social.
En segundo lugar, este mes de septiembre se cumple el tercer aniversario del impacto del huracán María en Puerto Rico. Los números de la tragedia se prestan para muchos análisis. Las muertes alcanzaron a unas 3.000 personas, se calculan 91.000 millones de dólares en daños, varios meses sin energía eléctrica para gran parte de la isla y una importante precarización de la vivienda que afecta a la población puertorriqueña aún hoy. En el contexto electoral se destacan las importantes migraciones al continente, con una buena parte de las 130.000 personas que dejaron la isla estableciéndose en Florida. Si el estado ya lleva años en la lista de swing states, este flujo podría dar una buena base para contrarrestar a las comunidades latinas más conservadoras. Esto no se le ha escapado a Trump, quien recientemente prometió un paquete de reconstrucción por 13.000 millones de dólares para la isla, tratando de mejorar su imagen tras su postura de 2017. Imágenes del presidente arrojando paquetes de papel higiénico a una multitud o mencionando intercambiar Puerto Rico por Groenlandia todavía están frescas en la mente de quienes pueden dar vuelta la elección en un estado que favoreció a los republicanos en 2016. Vale la pena recordar que los puertorriqueños son ciudadanos estadounidenses, con todos los derechos que esto implica, pero si residen en la isla no pueden votar en las presidenciales. Solo pueden hacerlo si viven en otro estado.
El tercero de los puntos, y que generó un muy fuerte impacto en las elecciones de medio término, fue la separación de padres e hijos en los centros de detención en la frontera. Estos casos puntuales llevaron a primera plana una política compleja y de largo aliento que el Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) implementa desde su creación en 2003. Pero ahora no solo se exhibió claramente la situación de quienes son detenidos intentando cruzar la frontera, sino que se mostraron los extremos a los que ha llevado la política de tolerancia cero asumida desde abril de 2018. Esto se sumó a la rescisión, pocos meses antes, de política migratoria conocida como DACA, que beneficiaba a inmigrantes indocumentados llegados en su infancia. El fin de esta estrategia supuso la aplicación de un conjunto de medidas migratorias más duras y restrictivas. Este giro afecta particularmente a la comunidad latina y hace foco en la situación de la frontera del sur, que tiene estados, como Arizona y Texas, cuyo voto podría resultar clave en esta elección presidencial. Los abusos en los centros de detención muchas veces son vistos como consecuencia de la falta de una política firme, o sólida como un muro, hacia quienes intentan ingresar ilegalmente en el país.
Por último, el protagonismo de Venezuela en las elecciones se explica fuertemente por lo que pueda suceder en Florida, donde no solo están en disputa los votos puertorriqueños, sino además el tradicional bloque conservador cubano-estadounidense,y al que ahora se suman los residentes de origen venezolano, que en el estado componen un bloque de 50.000 potenciales votantes (un bloque nada despreciable cuando el estado se definió por 100.000 hace cuatro años). Las acusaciones de Trump contra los demócratas de querer llevar el país al socialismo y el emparentamiento de Biden con el régimen de Maduro por parte del presidente se han vuelto moneda corriente en la campaña.
Más allá de estos cuatro puntos, según las encuestas, Trump se encuentra hoy en un nivel de apoyo entre los latinos por encima de sus números en la elección pasada. Una encuesta de la Universidad de Quinnipiac le otorga 36%, lejos del 44% de Bush en 2004, pero el mayor porcentaje desde entonces. Esta se ha convertido en una señal de alerta para los demócratas, quienes por descuidar el apoyo de un grupo que históricamente había sido propio, vieron cómo se les escapaba la última elección presidencial a medida que los estados del «cinturón del óxido» (históricamente fuertes en industria manufacturera y empleados industriales) se pintaban de rojo republicano. Hoy los estados claves son una combinación del «cinturón del óxido» y el sur con fuerte presencia latina.
En esta elección presidencial, el voto latino puede dar el paso adelante y ocupar firmemente el lugar que las estadísticas demográficas le dan dentro de Estados Unidos. La prensa tiene un relato común que posiciona al voto latino como hacedor del próximo presidente. Orillando el 20% de la población, sus características cruzadas por múltiples orígenes y costumbres no lo hacen un grupo monolítico, pero eso también le da diversidad y, a su vez, relevancia. Al final del día, la capacidad de movilización de un electorado que aún no ha transferido su fuerza potencial a las urnas tendrá la última palabra. En caso de lograrlo, se subirá al escenario influyendo definitivamente en la política nacional. De lo contrario, se mantendrá como promesa al menos cuatro años más.