Tema central
NUSO Nº 225 / Enero - Febrero 2010

Empresarios a la Presidencia

El inicio del ciclo neoliberal trajo como novedad un nuevo rol de los empresarios en la política: se produjeron revueltas empresariales en defensa de la propiedad privada, como en México en 1982 y en Perú en 1987, y un acomodo de los empresarios a líderes populistas, como sucedió con Carlos Menem y Alberto Fujimori. Pero la gran noticia fue la emergencia de candidatosempresarios, como Gonzalo Sánchez de Lozada en Bolivia y Vicente Fox en México. Las candidaturas de Mauricio Macri en Argentina y Sebastián Piñera en Chile demuestran que el activismo empresarial democrático no ha desaparecido. Es más: la emergencia de gobiernos socialdemócratas y nacionalistas radicales permite que los empresarios compitan con ellos. Se trata, en suma, de una América Latina más diversa en materia de regímenes y orientaciones doctrinarias, que expresa la vitalidad de sus actores políticos.

Empresarios a la Presidencia

América Latina está siempre presta a dar sorpresas políticas. Menciono una que todavía no hemos terminado de entender. Entre el ocaso populista –que empieza con el estallido de la crisis de la deuda externa de México en 1982– y el amanecer neoliberal –que se inicia con la adopción de políticas económicas promercado del Consenso de Washington–, ocurrió un cambio sorprendente: comenzaron a aparecer movimientos de protesta empresarial. Y, más impactante todavía, surgieron empresarios-candidatos reclamando un espacio en la democratización en curso.

¿Gente privilegiada protestando en las calles y apelando al electorado en las urnas? Sí. Su entrada nos indicaba que estaba terminando un tiempo en el que predominaban los candidatos de clase media y origen popular, aquellos que movilizaban al «pueblo» con discursos encendidos contra «la oligarquía y el imperialismo». Durante el auge político del populismo y el socialismo en el siglo XX, los terratenientes y banqueros, y luego los industriales, hacían política, ciertamente; pero la solían practicar detrás de los muros de la fábrica, en los inaccesibles salones de sus residencias, manejando las elecciones detrás de la escena o tocando las puertas de los cuarteles. Como norma, los empresarios y propietarios no bajaban al llano. Ellos, al menos eso decían sus rivales, no eran pueblo. No podían o no debían serlo. Eran privilegiados, patrones, gente sin vocación de servicio público, impopulares, además. Más allá de las imágenes, o quizás debido a ellas, la política abierta y competitiva, que implicaba darse un baño de masas, no atraía a las clases altas.

Cuando los empresarios-políticos irrumpieron en escena, en la década de 1980, rompieron el molde de la política de masas. Había terminado la época de la prudencia, aquella en que decían «los tiburones son peligrosos solo para los que se atreven a nadar». La crisis del populismo y el socialismo y la entronización del paradigma neoliberal como «única salida» los ponían en el centro de la escena. Al luchar contra un intervencionismo que les parecía abusivo –particularmente en el caso de las expropiaciones–, sus actitudes se modificaron. Había que practicar la política de un nuevo modo, y los empresarios, ahora abanderados de la modernidad, la podían hacer, allí donde se pudiera –a fin de cuentas, la política es una cuestión de oportunidades–, en calles y plazas.

Más tarde, el clima político cambió y regresaron los viejos rivales de la derecha. Sin embargo, el panorama político no ha vuelto a ser dominado por los líderes populares de la misma forma que en el pasado. En efecto, a fines de siglo les tocó a los neoliberales sobresaltarse por las vueltas del ciclo político. Aprovechando las debilidades de gobiernos neoliberales y el rechazo a sus políticas de shock y privatizaciones, varios países de América Latina se alejaron del Consenso de Washington. Aparecieron así gobiernos como el de Hugo Chávez en Venezuela en 1998 –un caudillo militar nacionalista, inclinado a la izquierda– y el de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil –un dirigente sindical socialista, cabeza del Partido de los Trabajadores (PT)–, que ganó las elecciones de 2003. En 2009, Chávez y Lula siguen en el poder, e incluso han surgido émulos en otras partes del continente. Fue así como empezó el siglo XXI, con un variado espectro de gobiernos de orientaciones distintas en materia económica y social: conservador de derecha –la Colombia de Álvaro Uribe y el Perú de Alan García–, socialdemócrata de centro –como el Chile de Michelle Bachelet y el Brasil de Lula–, radical de izquierda o chavista –como la Bolivia de Evo Morales o el Ecuador de Rafael Correa–.

De este trío de alternativas, solo la primera representa abiertamente la doctrina neoliberal de restringir el Estado y vigorizar las fuerzas del mercado. Sin embargo, esta alternativa no parece andar en franco retroceso. Creo que es adecuado afirmar que lo que hay es más competencia. Existen, en efecto, alternativas políticas –y de política económica– al neoliberalismo, pero ello no estaría indicando un completo cambio de rumbo, sino más bien el fin del mal llamado «Consenso de Washington». Ni siquiera el estallido de la crisis global de 2008-2009 pareciera haber cambiado radicalmente la correlación de fuerzas. Los salvatajes y los paquetes de estímulo contienen o retrasan la posibilidad de realizar cambios mayores y evitan costos políticos. Los empresarios conservan su poder, siguen compitiendo en las lides políticas, y las grandes mayorías no los ven siempre de manera negativa. Además, la crisis afecta también a las alternativas de centro y de izquierda que están en el poder. Cabe preguntarse si el fenómeno del activismo empresarial indica que emergió finalmente una burguesía heroica. En realidad, no. Primero, porque esta emergencia es más política que económica. Segundo, porque no se registra un fortalecimiento de los empresarios nacionales en el mercado. A pesar de la conglomeración del capitalismo familiar latinoamericano y la emergencia de multilatinas, la economía de la región se sigue extranjerizando. Grandes grupos están sucumbiendo a la ofensiva competitiva global, donde predomina la lógica de las multinacionales de «o te compran o te quiebran»1. Pero la política es distinta: es un terreno reservado a nacionales y, a juzgar por las tendencias que estamos evaluando, se encuentra más abierto a los empresarios.

¿Cómo se compatibilizan estas tendencias de debilitamiento económico y fortalecimiento político de los empresarios nacionales? Muchas veces, estos empresarios-presidentes, o estos gobiernos influidos por empresarios, son simples «administradores» del país que las multinacionales necesitan, lo que puede entenderse como un reflejo de la concentración de poder en la estructura económica en manos de las grandes corporaciones. Este concepto de presidentes-administradores (y también otro, el de la captura del Estado por las corporaciones) es parte del lenguaje político en muchos países y se ha convertido en un fenómeno que vamos a discutir. Pero primero debemos hacer un balance. El conocimiento que tenemos hoy acerca del mundo empresarial es considerablemente mayor al de hace 20 años. Las revistas y la información abundan y el estudio de empresas y fortunas ha avanzado mucho2. En cada país hay estudios de caso de calidad variable pero indicativos de una mayor productividad en el tema. En el terreno comparativo, existen varios trabajos empíricos y teóricos que nos permiten entender mejor la conglomeración y concentración de la riqueza3 y también la acción colectiva de los empresarios4. Asimismo, se han producido importantes avances en la discusión teórica para entender a los empresarios como firma o sector, individual o colectivamente, y analizar en detalle los patrones de relación con el Estado, sean colusivos o productivos5. También conocemos más de la relación entre la gran empresa y la sociedad civil y las prácticas filantrópicas y de «responsabilidad social corporativa»6. Cabe mencionar un nuevo campo de estudio, el de las corporaciones como actor global, donde se discute si su fortalecimiento estructural, instrumental y discursivo las pone «por encima del Estado»7. Sin embargo, el rol de los empresarios como actores directamente inmersos en la lucha política constituye un campo menos trabajado. Aunque no faltaron algunos esfuerzos por entenderlo cuando empezó el cambio de rumbo8, no tenemos todavía un panorama completo a comienzos del siglo XXI.

Tipos de acción política empresarial

Una identificación de los tipos de acción política empresarial puede contribuir a llenar ese vacío en la medida en que nos revele la manera en que se han organizado políticamente los empresarios y su impacto sobre los gobiernos, sean o no abiertamente neoliberales, y en los cambios de régimen9.

A partir de un seguimiento de los empresarios (gremios y líderes) como actores políticos, desde el inicio del ciclo neoliberal hasta hoy, y sobre la base de experiencias conocidas de países o de tendencias dentro de estos, encontramos cinco tipos diferentes de acción empresarial: 1. protestas y revueltas empresariales; 2. golpes de Estado; 3. invasiones militares; 4. elecciones con acomodos empresariales a partidos o candidaturas populistas, y 5. candidaturas y gobiernos conservadores de empresarios. Los tres primeros tipos son más bien excepcionales y provocan distintos niveles de violencia; los dos últimos predominan y son pacíficos. Estos cinco tipos no representan toda la diversidad de los modos de acción política empresarial, y tampoco capturan la enorme riqueza del proceso político y sus muchos vaivenes –al agotarse una forma de acción política, otras se activan–. Sin embargo, al ser los más comunes, nos permiten entender mejor su comportamiento.

Tipo 1: protestas y revueltas empresariales. Los movimientos de protesta empresarial ocurren en la hora nona del amanecer neoliberal, en momentos en que remanentes de gobiernos nacionalistas-populistas de tipo cleptocrático arremeten contra el sector privado y las formas legítimas de acumulación. Son importantes porque anuncian un tiempo nuevo.

Aunque hay pocos casos, vale la pena analizarlos debido a que, para sorpresa de la opinión pública y los expertos, los empresarios se sintieron envalentonados. El viento soplaba a favor de la globalización económica y del predominio privado, y ellos luchaban contra gobiernos percibidos como arbitrarios y corruptos. Ocurrieron en una coyuntura crítica, en la que los gobiernos populistas tenían dificultades para dictar medidas antiempresariales y mantenerse en el poder, aunque seguían abusando de él. En ese clima enrarecido, surgieron gremios empresariales y una nueva generación de líderes dispuestos al choque. Ante ataques del gobierno a la propiedad o los propietarios, reaccionaron convocando a movilizaciones en las calles, aunando a empresarios, clases altas y medias, partidos conservadores, medios de comunicación. En algunos casos lograron incluso cierto apoyo de las masas. Conocemos la condición de clase de estos movimientos por el tipo de liderazgo, el tipo de demandas y por el hecho de que las movilizaciones ocurrieron en distritos residenciales. Estas movilizaciones revitalizaron políticamente a los empresarios y dieron vigor a alternativas de derecha, facilitando luego un cambio de rumbo a favor de las fuerzas del mercado.

El primer caso sucedió en México en 1982, en plena crisis de la deuda externa. Pudo haber sido un movimiento callejero, pero se limitó a protestas a través de comunicados debido a la decisión o la imposibilidad de tomar las calles. Ocurrió luego de la sorpresiva nacionalización de la banca decretada por el presidente José López Portillo. Los banqueros y el Consejo Coordinador Empresarial no se atrevieron a desafiar al Partido Revolucionario Institucional (PRI) y sus organizaciones afiliadas de campesinos y trabajadores. Sin embargo, la protesta empresarial expresaba un hastío con el populismo, un «¡basta ya!» inusitado que surgía de las clases propietarias y los sectores sociales privilegiados. El movimiento tuvo importantes consecuencias en tanto dio lugar al «neopanismo», fenómeno que corresponde al tipo 4 (acomodamiento empresarial a candidaturas populistas) que luego discutiremos. También provocó cambios. Miguel de la Madrid, el siguiente presidente, reprivatizó los bancos e introdujo políticas de libre mercado. La resistencia empresarial, por lo tanto, fue exitosa, dejando al PRI –en el poder por más de medio siglo– sin más posibilidades que acomodarse a la fortalecida clase empresarial. Mientras tanto, el Partido Acción Nacional (PAN) comenzó a crecer.

El caso de Perú es más impresionante. Comenzó en circunstancias similares a las de México, cuando el presidente aprista, Alan García, también inmerso en una crisis, anunció sorpresivamente la estatización del sistema financiero en 1987. Como en México, el gobierno acusó a los empresarios de especulación cambiaria y fuga de capitales. En ambos casos, la decisión carecía de legitimidad por el récord de mal manejo financiero y la corrupción galopante que exhibían estos presidentes populistas. En el caso de Perú, la protesta fue más amplia. La resistencia a la nacionalización –que fue eventualmente bloqueada– fue organizada por la Confederación de Instituciones Empresariales Privadas (Confiep). Junto con la Asociación de Bancos, la Confiep convocó a una movilización conocida como la «marcha de los banqueros» en las calles de Miraflores, donde, para sorpresa del país, se corearon consignas como «El pueblo unido jamás será vencido». Las consecuencias fueron inmediatas: surgió el Movimiento Libertad, dirigido por Mario Vargas Llosa y apoyado por Hernando de Soto, las dos grandes figuras intelectuales críticas del populismo y defensoras del libre mercado. Así, 1987 se convirtió en un año clave para la emergencia de la nueva derecha peruana. Aunque Vargas Llosa perdió la elección de 1990 y el pueblo no le dio el «mandato liberal» que buscaba para hacer las reformas económicas, estas llegaron de la mano de otro personaje al que los empresarios lograron acomodarse rápidamente: Alberto Fujimori.

El caso de Panamá, a pesar de ser el menos comprendido, es aún más notable. La revuelta empezó cuando el general Manuel Antonio Noriega, un «rabiprieto», se apropió del poder y extendió audazmente sus actividades cleptocráticas hasta chocar con los «rabiblancos» empresariales panameños. El conflicto se inició con un choque con el empresario bananero e inversionista Samuel Lewis. Esto fue reconocido por el propio Noriega, que lo acusaba de tener «un deseo de venganza cuando veté su comisión de un millón de dólares por la venta del Hotel Contadora». Para Noriega, se trataba de un conflicto de base social: «los ricos panameños odiaban a los militares»10. Las tensiones se agravaron en 1987, cuando una nueva generación de líderes empresariales –como Eduardo Vallarino, del Consejo Nacional de la Empresa Privada (Conep), y Aurelio Barría, de la Cámara de Comercio e Industrias de Panamá (CIAP)– exigieron a Noriega una salida electoral. El gobierno rechazó la propuesta a pesar de la presión de Estados Unidos.

Fue así como surgió la protesta callejera convocada por la CIAP y la Conep junto con diversos líderes conservadores que formaron la Cruzada Civilista (CC), definida como un movimiento de «agrupaciones cívicas, profesionales y empresariales»11. La movilización de la CC fue denominada «la protesta de los Mercedes Benz» debido a que su centro se situaba en el barrio financiero de Panamá. En sus primeros manifiestos, la CC criticaba «a los nuevos ricos del estamento castrense (…) y sus gustos sauditas»12. Los civilistas, reprimidos salvaje y eficazmente, dieron lugar a un movimiento de derecha que no se veía desde que Torrijos tomó el poder en 1968.

Tipo 2: invasión militar. Un cambio de régimen puede ocurrir cuando una superpotencia desplaza por la fuerza de las armas a un gobierno e instala otro en el país ocupado. Se trata de un hecho excepcional, como todo acto unilateral, aunque ha sido una política imperial recurrente. EEUU, en tanto primera superpotencia y siguiendo las recomendaciones de los neoconservadores, impulsó cambios de régimen por la vía militar para introducir el modelo neoliberal de democracia de mercado (market democracies) en Iraq y Afganistán a comienzos de 2000. Pero el primer ensayo fue en Panamá en 1989.

Lo interesante de aquel episodio es que EEUU tenía tropas en la Zona del Canal como parte de una herencia neocolonial. Cuando se fundó Panamá, la oligarquía ocupó el poder con apoyo estadounidense. Este patrón fue alterado por la revolución de Torrijos de 1968. Luego, con Noriega, el régimen degeneró en una cleptocracia en la que el servicio de inteligencia dirigía el país mediante gobiernos títeres. Cuando, ante el desafío planteado por los empresarios y la CC en 1987, estalló la crisis política, y ante la efectiva represión ejercida por Noriega, la opción de la derecha insurgente fue obligar al régimen a llamar a elecciones. En mayo de 1989, en plena crisis, Noriega se negó a reconocer la elección de Guillermo Endara, abogado empresarial conservador apoyado por la CC. Se aceleraron entonces los planes de invasión. En diciembre, EEUU reconoció a Endara como presidente legítimo y le dio asilo en la Zona del Canal. Con la invasión, Endara juró como presidente en una base norteamericana y luego, al consumarse la ocupación, asumió el poder. Fue así como llegaron al poder los empresarios, y de paso se liquidaron las reformas populistas y se persiguió a líderes populistas e izquierdistas gracias a listas negras proporcionadas por Endara a las tropas de ocupación.

Tipo 3: golpes de Estado. La acción política-empresarial golpista ha sido muy común en el pasado, pero hoy es más bien excepcional. El caso más interesante es el de Venezuela de 2002, aunque otros, como el de Honduras en 2009 o el cierre del Congreso de Fujimori en 1992, pueden incluirse en esta categoría. En Venezuela, la reacción empresarial buscó frenar los atentados contra la propiedad privada y los partidos tradicionales. Los golpistas rechazaban el gobierno de Chávez y su giro hacia un nacionalismo radical en un escenario en el que ambos lados se mostraban dispuestos a la confrontación. Y si esta opción no resultó, fue en buena medida porque los tiempos eran (y son aún) poco favorables para este tipo de acciones.

Las movilizaciones venezolanas de 2001-2002 comenzaron como reacción a las decisiones del gobierno que afectaban la propiedad privada. En ellas, la Federación de Cámaras de Venezuela (Fedecámaras) y su presidente, Pedro Carmona, tuvieron un rol protagónico. Las jornadas, que empezaron como protestas empresariales y sociales en los barrios residenciales de Caracas, pronto derivaron en una revuelta, que luego desembocó en el golpe de Estado del 11 abril de 2002. Sintomáticamente, a estas movilizaciones se las llamó el «Carmonazo». Gracias al apoyo de parte de los militares, Carmona llegó al poder. Sin embargo, solo logró mantenerse dos días debido a que un sector de los militares cambió de parecer ante las movilizaciones populares y repuso a Chávez en el gobierno. Apenas nombrado Carmona, y antes de que fuera depuesto, derogó las leyes que afectaban la propiedad privada y que originaron las protestas. Apenas repuesto Chávez, radicalizó sus posiciones y extendió las nacionalizaciones (petróleo, algunos medios de comunicación, latifundios y hasta campos de golf).

Tipo 4: acomodos a populistas («neopopulismo»). Los acomodos de los empresarios a los vaivenes de las sucesiones presidenciales –por la incertidumbre inherente a la democracia, donde las mayorías pobres deciden el resultado por su peso demográfico– también fueron habituales en los 80. Acciones políticas de este tipo generaron resultados significativos en la medida en que los gobiernos en cuestión duraron largos años y debido a que se consolidaron los poderes del sector privado y se entronizó la política neoliberal. Los casos de Carlos Menem (1989-1999) y Alberto Fujimori (1990-2000) son los más interesantes, aunque pueden considerarse otros como Fernando Collor de Mello (1990-1992), el tercer gobierno de Víctor Paz Estenssoro (1985-1989) y quizás el segundo gobierno de Alan García (elegido en 2006).

En este tipo de acción, lo central es la política del acomodo. Se lleva a cabo como una «movida por lo bajo», en la que líderes empresariales negocian en reuniones privadas con figuras electoralmente victoriosas la forma de compartir el poder. El acomodo es necesario para los empresarios porque los caudillos ganadores cuentan con el apoyo de las masas, pero sienten que tienen una oportunidad porque los elegidos necesitan inversiones y buscan apoyo en las fuerzas de la globalización. Ocurrido el acomodo, el gobierno se alía abiertamente con las fuerzas neoliberales y empresariales. Una vez instalados en el poder, los «embajadores empresariales» adoptan el paradigma neoliberal, decisión que liquida el pasado populista y abre las puertas al fortalecimiento de las corporaciones privadas. Al tener éxito inicial, este tipo de gobiernos populares inducidos por empresarios pueden incluso avanzar en cambios más profundos mediante reformas constitucionales. Debido a las características caudillistas y presidencialistas que siempre han tipificado el populismo, y dado que giran de manera oportunista hacia el Consenso de Washington, algunos autores califican a este tipo de líderes como «neopopulistas»13. El término es poco feliz14 ya que se aparta de lo que generalmente se entiende por populismo en América Latina15. Preferimos definirlos como gobiernos populistas influidos por empresarios gracias a la politics of accomodation, expresión más precisa, que da lugar a una «captura del Estado» por parte de las corporaciones. Este escenario se explica por el rol clave que desempeñan las grandes corporaciones en el arreglo y por sus altos niveles de influencia política. La «captura» está ligada a la concentración de los dos poderes, el económico (en manos de grupos de poder y multinacionales) y el político (en el Ejecutivo y la Presidencia)16. La «captura» se evidencia en la presencia empresarial o de técnicos ligados a los empresarios en puestos claves, quienes toman decisiones que fortalecen a las corporaciones y les generan variadas pero jugosas rentas (principalmente, privatizaciones y exoneraciones tributarias). Esta «entrega», que resulta del inicial acomodo, resuelve el problema de las elites económicas de competir por el acceso y la influencia sobre el Estado.

En el caso de la Argentina de Carlos Menem (un peronista, es decir, un insider de la política), el acomodo se hizo evidente cuando nombró como ministro de Economía a Miguel Ángel Roig, del Grupo Bunge & Born. Roig puso en práctica el llamado «Plan B & B» de reformas económicas, que hizo girar bruscamente a Argentina en una dirección neoliberal y dio lugar a formas de privatización extremas.

En el caso del Perú de Fujimori (un outsider de la política que derrotó a Vargas Llosa con el eslogan «Honestidad, tecnología y trabajo»), el cambio de rumbo ocurrió en 1990. El giro se produjo cuando decidió aceptar los consejos de Hernando de Soto y del economista Carlos Boloña y, luego de reuniones con la Confiep, con la que también negoció, entregó el manejo de ministerios claves a empresarios y tecnócratas neoliberales17. Más tarde, en 1992, Fujimori organizó un golpe presidencial contra el Congreso y logró una concentración de poderes que le permitió acelerar los cambios legislativos. Para evitar el aislamiento internacional, fue forzado a llamar a elecciones. Debido a la popularidad del golpe, convocó a comicios y logró el control de un Congreso Constituyente que adoptaría en su capítulo económico los principios neoliberales, concentraría poderes en el Ejecutivo y autorizaría la reelección. Aunque ganó las elecciones de 1995, terminó, como Menem, sucumbiendo a las tentaciones de la corrupción.

Estos dos gobiernos se rodearon de un círculo de grandes grupos de poder económico y multinacionales, que se beneficiaron enormemente de los cambios legislativos y la protección política. Cuando ambos cayeron, los empresarios perdieron legitimidad como resultado de su estrecha asociación con regímenes que degeneraron en prácticas cleptocráticas.

Tipo 5: candidatos empresarios en partidos conservadores. Este tipo expresa otra forma de activismo empresarial, históricamente importante por ser renovador. Se expresa en el interés empresarial en las lides electorales, sea en nuevos o viejos partidos, ganadores o no, que se reivindican como portadores de la renovación política, el cambio económico en dirección al mercado y que, además, buscan el realineamiento internacional con EEUU.

Ocurre en países con distintos sistemas de partidos. Pueden ser viejos partidos conservadores, como el PAN de México, o partidos aristocráticos, como el Liberal y el Conservador de Colombia. El fenómeno también se produce en países donde el sistema de partidos se debilita y surgen candidatos-empresarios en nuevas agrupaciones políticas, como en Bolivia y Ecuador. En todos estos casos, miembros destacados de la clase propietaria terrateniente o empresarial con vocación de servicio público lograron armar candidaturas viables y, en algunos de ellos, atraer el suficiente apoyo popular como para gobernar democracias.

En México, este fenómeno se puso en evidencia en el PAN, partido católico tradicionalista fundado luego de la rebelión antisecular de los cristeros. El PAN fue renovado con líderes empresariales, sobre todo de estados del norte, en la frontera con EEUU, donde brotaron con fuerza los «neopanistas»18. La lucha por desplazar del poder al PRI comenzó luego de la crisis de 1982 hasta alcanzar las condiciones para llegar a la Presidencia. Una destacada figura neopanista fue el joven empresario Francisco Barrios Terrazas, quien sorprendió al arrebatar al PRI la alcaldía de Ciudad Juárez en Chihuahua en 1985, para ser luego elegido gobernador del estado en 1992. Poco después, su correligionario Vicente Fox, ranchero, empresario y ejecutivo de Coca Cola de México entre 1965 y 1979, fue elegido gobernador de Guanajuato. Fox llegó a la Presidencia en 2000 como primer presidente no priísta.

Los dos gobiernos del PAN –con Fox y Felipe Calderón– se han destacado por consolidar la orientación económica neoliberal introducida por los presidentes técnicos del PRI (De la Madrid, Salinas y Zedillo) e intentar profundizar la política de privatizaciones. Debido a que el PRI se había apropiado de sus banderas, no generaron grandes cambios de política, pero fueron los primeros en insistir en la integración con EEUU y apoyaron la firma del Tratado de Libre Comercio en 1994. Su estilo de gobierno se proclamó como renovador, al exigir una gestión más gerencial, honesta e institucional, con equilibrio de poderes, menos caudillista y patrimonialista. También se destacó por recibir millonarias donaciones de empresas y empresarios para financiar campañas electorales tan modernas como costosas.

Otro caso interesante, que evidencia que se pueden combinar distintas formas de acción política, es el Gonzalo «Goni» Sánchez de Lozada en Bolivia. Empresario de Comsur, uno de los grupos mineros más poderosos, y campeón de las reformas económicas neoliberales de Bolivia, Sánchez de Lozada comenzó su carrera política con un activismo del tipo 4, al acomodarse al gobierno de Paz Estenssoro, el viejo líder populista del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR). A partir de esa gestión económicamente exitosa, este empresario-político construyó una cierta legitimidad, la suficiente para ganar la Presidencia con votos y pactos, buscando continuar la «revolución silenciosa» y modernizar económica y políticamente a Bolivia.

«Goni» se postuló primero como presidente por el MNR y se impuso en las elecciones de 1993. Luego formó una coalición que ganó los comicios de 2002. Su segundo gobierno, sin embargo, sucumbió a la oposición popular encabezada por Evo Morales y apoyada por cocaleros, pueblos indígenas, mineros y estudiantes. Estas fuerzas sociales de orientación socialista e indigenista lograron derrotar al personaje que había introducido las reformas neoliberales en Bolivia y que había quebrado el poder sindical minero. Oleadas de movilizaciones en base a nuevas demandas –contra la erradicación de la hoja de coca, el aumento de impuestos, la privatización del agua en Cochabamba y la privatización del gas– debilitaron a «Goni» y terminaron forzando su renuncia.

Un caso parecido es el de Álvaro Noboa, multimillonario bananero guayaquileño19 que se lanzó a la Presidencia de Ecuador tres veces. Su trayectoria es parecida a la de «Goni», aunque, a diferencia del boliviano, nunca logró llegar al gobierno. Su primera candidatura fue en 1998, como aspirante del partido roldosista, de orientación populista. Luego formó el Partido Renovador Institucional de Acción Nacional (PRIAN), que se presentaba como una opción alternativa a la «partidocracia» y a las nuevas corrientes radicales de los pueblos indígenas. Su candidatura ocurrió en plena crisis, en momentos en que las reformas económicas neoliberales y la dolarización de la moneda habían generado un malestar social profundo. Noboa compitió con el militar nacionalista Lucio Gutiérrez en 2000 y contra el economista radical Rafael Correa en 2006. En ambos casos fue derrotado. En sus campañas, recurrió a los ingentes recursos de su imperio bananero, saturando los medios de comunicación y regalando o rifando bienes20.

2009: empresarios aspirantes

Para concluir, veamos las candidaturas de empresarios en la actualidad, que indican que el fenómeno del activismo empresarial democrático, a pesar del estallido de la crisis internacional de 2008, sigue vigente. La presencia de gobiernos socialdemócratas y nacionalistas radicales, dependiendo de su performance, permite que los empresarios compitan con ellos y se presenten como la mejor alternativa, «para no seguir repitiendo los errores del pasado populista». Los casos más interesantes son el de Sebastián Piñera en Chile, que se impuso a la coalición de centroizquierda, dominante desde la salida de Augusto Pinochet en 1989, y Mauricio Macri en Argentina, que desafía al peronismo de los Kirchner. Ambos son los nuevos rostros de la derecha en el Cono Sur.

Piñera, nacido en 1949, es un personaje pudiente, profesional y católico conservador; es decir, un típico representante de la derecha chilena. Su fortuna es propia. Comenzó con la Constructora Toltén y se hizo rico durante el régimen de Pinochet. Piñera es hoy un multimillonario con inversiones en construcción, banca, actividades forestales y aeronáuticas (es el propietario de LAN Chile, una de las multilatinas más pujantes de la región), además del popular club Colo-Colo. Ha cursado un posgrado en Economía en Harvard y enseñado en Colorado. Aunque se consideró originalmente democristiano, definió su orientación conservadora al desempeñarse como jefe de campaña de Hernán Büchi en 1989 y luego integrarse a las filas de Renovación Nacional (RN). Desde entonces, Piñera se ha convertido en una de las grandes figuras de la derecha chilena.

En las elecciones de 1993, Piñera fue candidato presidencial de RN. Entre 1990 y 1998 fue senador. Candidateó también en 2005, cuando fue derrotado por Bachelet. Para las elecciones de 2009-2010 ha formado un bloque conservador denominado Coalición por el Cambio, que se impuso en el balotaje por 51,6% de los votos. Justamente por ser un empresario de derecha que apoya una política expansionista –hay una disputa con Perú, que espera una decisión de la Corte de La Haya–, y por ser dueño de LAN, empresa que opera en Perú, su victoria podría dar lugar a mayores tensiones fronterizas. En este caso, típico de los tiempos modernos, los intereses empresariales y políticos se combinan de nuevos modos. Piñera empresario necesita tranquilidad en Perú. Piñera presidente debe apoyarse en los expansionistas chilenos, lo que puede afectar el clima de inversiones en Perú, país que se pregunta si el nuevo rol de los militares chilenos es defender a los inversionistas donde quiera que estén21.

Mauricio Macri, nacido en 1959, tiene algunos rasgos en común con Piñera. Ingeniero y empresario, es hijo del industrial Franco Macri, quien fundó uno de los más grandes grupos de poder económico de Argentina. En 2007, durante el gobierno peronista de Cristina Fernández de Kirchner, le propinó una derrota al oficialismo al ganar la elección en la ciudad de Buenos Aires. Parte de su notoriedad viene no tanto de su pasado empresario como de haber sido presidente del popular club Boca Juniors. Aspira a la Presidencia y espera sacar a los peronistas del poder, para lo cual ha fundado el partido Propuesta Republicana (PRO).

Si ambos ganan, el Cono Sur habrá experimentado un nuevo cambio pendular hacia la derecha, con Brasil como único país importante del bloque socialdemócrata. Esto podría generar importantes consecuencias en la correlación política de América Latina. Además, Piñera y Macri no son ni serán los únicos. En Perú, Pedro Pablo Kuczynski, el economista del Consenso de Washington que fuera ministro de Economía de Alejandro Toledo, intenta lanzarse a la Presidencia en momentos en que los gobiernos neoliberales son cuestionados por fuerzas nacionalistas y socialistas y por los movimientos sociales indígenas.

Reflexiones finales

No hay duda de que la era neoliberal facilitó la llegada al poder de los empresarios, sea por la puerta grande o por la puerta falsa. Esta era se destaca por el predominio de ideas críticas del populismo y el socialismo que ponen el énfasis en el libre mercado. Ello ocurre en un periodo democrático. El viejo liberalismo estuvo asociado al autoritarismo. El nuevo debe vivir en democracia, lo cual abre oportunidades a los empresarios, aunque también les complica el panorama.

El primer tipo de comportamiento político analizado, las protestas y revueltas empresariales, emitió una señal de los nuevos tiempos en los 80, como rechazo abierto a regímenes que atacaron la propiedad privada o a los propietarios y como demanda empresarial de liberalización económica y realineamiento internacional (México 1982, Perú 1987, Panamá 1987).

La era neoliberal se inició con la adopción de políticas de libre comercio, privatización y desregulación que pusieron fin a la crisis recesiva e inflacionaria de los años 80 y sentaron las bases para un nuevo periodo de crecimiento que, con altos y bajos, ha durado hasta la crisis de 2008. Sin embargo, el neoliberalismo hizo algo más importante: provocó, ante todo, una profunda modificación de la estructura del poder económico y, por ende, del peso político e ideológico de la clase empresarial. Aunque a fines de los 90 se produjo un cierto giro a la izquierda, el poder empresarial siguió siendo fuerte.

Cuando comenzó la adopción de las políticas del Consenso de Washington, uno de sus principales efectos fue un súbito fortalecimiento del sector privado. Como resultado de las privatizaciones y de un proceso de crecimiento comandado por grandes corporaciones privadas que tienden a fusionarse, el poder económico se concentró de manera extraordinaria, a tal punto que en muchos países se habla de una nueva oligarquía, de ejecutivos todopoderosos, de los nuevos dueños del país y del reinado de las multinacionales.

De ese modo, menos empresas producen cada vez más bienes y servicios. Al mismo tiempo, actividades que siempre fueron públicas (infraestructura, pensiones, cementerios) se privatizan. Todo ello incrementó considerablemente la influencia corporativa privada sobre los medios de comunicación, la sociedad civil, el Estado y los partidos, aunque, como hemos visto, con expresiones y resultados variables según los países y los tiempos.

El nuevo discurso de éxito económico y de nuevas oportunidades, que crea las condiciones para poner en el centro de la escena a los empresarios, héroes de la «revolución silenciosa», junto con la concentración del poder económico, fortaleció el rol político de los empresarios. De allí que América Latina haya visto surgir, a veces conflictivamente, gobiernos proempresariales o gobiernos dirigidos por empresarios, aunque luego comenzaron a ser retados por viejos rivales; de allí la variedad de respuestas.

Una de las conclusiones de este trabajo es que no faltan viejos recursos, tales como los acomodos con gobernantes populistas y la «captura del Estado», así como los golpes y hasta las invasiones militares. Pese a ello, lo que predomina es el juego democrático y sus incertidumbres. En efecto, en el siglo XXI el activismo político empresarial ha sido frenado democráticamente mediante el resurgimiento de fuerzas socialistas, indigenistas y nacionalistas de nuevo tipo, lo que genera competitividad e incertidumbre política. El neoliberalismo deja de ser la única alternativa y pasa a considerarse una entre varias opciones. Pero, al mismo tiempo, una vez en el poder, esos gobiernos alternativos abren la posibilidad de que los empresarios pasen a la oposición, o el acomodo, e intenten volver al poder. La recesión internacional en curso afecta a quienes están en el gobierno sin importar su color. Al estallar la crisis en Wall Street, el centro del sistema, y al tratarse de una crisis de tipo especulativo, con el abuso de poder de las megacorporaciones y la falta de transparencia y regulación como detonantes, el mundo podría avanzar en una dirección de mayor descontento social y eventual introducción de mayores controles estatales. Sería el fin del capitalismo irrestricto que hemos vivido desde los años 80. Sin embargo, sabemos que estos potenciales efectos debilitantes han sido contenidos por medidas de rescate y estímulo de la demanda, y por el peso de las distintas formas de «dependencia» del capital sobre el Estado, los partidos, los medios y la sociedad. Además, aunque se intente un desenganche, la globalización sigue actuando como campo gravitacional que atrae a los países hacia el juego de las reglas del mercado prosector privado.

Sea como fuere, una Latinoamérica más diversa en materia de regímenes y orientaciones doctrinarias expresa la vitalidad de sus actores políticos. Los empresarios son uno de ellos. Su presencia conserva vigencia, pero operan ahora en un contexto más competitivo políticamente y, por lo tanto, más incierto.

  • 1.

    Brasil cuenta con los grupos de poder más industrializados y poderosos. Pero aun en ese caso hay «dudas» sobre su capacidad competitiva.

  • 2.

    Considérese el aumento inusitado de publicaciones empresariales y de economía y finanzas. Un caso notable es AméricaEconomía y sus rankings empresariales de las top companies.

  • 3.

    Wilson Peres (ed.): Grandes empresas y grupos industriales latinoamericanos, Siglo Veintiuno Editores / Cepal, México, df, 1998; Pedro Reyes: Los dueños de América Latina, Grupo Zeta, México, df, 2003.

  • 4.

    F. Durand y Eduardo Silva (eds.): Organized Business, Democracy and Economic Change in Latin America, North-South Center, Miami, 1998; Ben Ross Schneider: Business Politics and the State in Twentieth Century Latin America, Cambridge University Press, Cambridge, 2004.

  • 5.

    Sylvia Maxfield y Ben Ross Schneider (eds.): Business and the State in Developing Countries, Cornell University Press, Ithaca, 1997.

  • 6.

    Cynthia Sanborn y Felipe Portocarrero (eds.): Filantropía y cambio social en América Latina, Harvard University / Universidad del Pacífico, Lima, 2008.

  • 7.

    Doris Fuchs: Business Power and Global Governance, Lynne Rienner, Boulder, 2007; Peter Utting y José Carlos Márquez (eds.): Business Policy and Social Policy, cap. 7, Palgrave, Londres, en prensa.

  • 8.

    Celso Garrido (ed.): Empresarios y Estado en América Latina, cide / Fundación Friedrich Ebert / unam, México, df, 1988.

  • 9.

    El concepto de «cambio de régimen» cobró fuerza por la política intervencionista de George W. Bush (2000-2008), pero en América Latina la discusión es vieja. Autores como Guillermo O’Donnell y Philip Schmitter hicieron comparaciones de tipos de régimen para entender las transiciones a la democracia. V. Transitions from Authoritarian Rule: Tentative Conclusions and Uncertain Democracies vol. 4, Johns Hopkins University Press, Baltimore, 1986.

  • 10.

    M. Noriega y Peter Eisner: America’s Prisoner, Random House, Nueva York, 1997, pp. 110-112 y 130.

  • 11.

    Mayín Correa: La gran rebelión blanca: los papeles de la libertad vol. 2, San José de Costa Rica, p. 472.

  • 12.

    El Sedicioso, Comunicado No 7, agosto de 1987.

  • 13.

    Kurt Weyland: «Clarifying a Contested Concept: Populism in the Study of Latin American Politics» en Journal of Comparative Politics vol. 34 No 1, 10/2001, pp. 1-18.

  • 14.

    La diversidad de usos ha llevado incluso a Kurt Weyland a aclarar su posición. Ver K. Weyland: ob. cit.

  • 15.

    Por populismo puede entenderse un fenómeno de política de masas que logra encuadrar a estas en partidos y organizaciones que siguen un liderazgo caudillista. El discurso y las políticas populistas tienden a beneficiar al «pueblo» y van contra la «oligarquía». Asimismo, buscan controlar los recursos naturales y sectores estratégicos e introducen políticas industrializantes. En tal sentido, Chávez es más bien un neopopulista; Menem y Fujimori, caudillos neoliberales que se lanzaron como populistas.

  • 16.

    Ver Héctor E. Schamis: «Distributional Coalitions and the Politics of Economic Reform in Latin America» en World Politics vol. 51 No 2, 1999, pp. 236-268, para Argentina, y para Perú, F. Durand: «Corporate Rents and the Capture of the Peruvian State» en P. Utting y J.C. Márquez (eds.): ob. cit.

  • 17.

    C. Boloña: Cambio de rumbo, 3ra edición, Instituto de Economía de Libre Mercado, Lima, 1992.

  • 18.

    Yemile Mizrahi: From Martyrdom to Power: The Partido Acción Nacional in Mexico, University of Notre Dame Press, Notre Dame, 2003.

  • 19.

    V. su portal de internet: www.alvaronoboa.com.

  • 20.

    P. Reyes: ob. cit., p. 327.

  • 21.

    Justamente, para que los dos roles no se confundan, al menos formalmente, Piñera ha formado un fideicomiso en el que sus empresas se independizan de su dueño.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 225, Enero - Febrero 2010, ISSN: 0251-3552


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