Opinión
agosto 2016

El PT en su laberinto Definiciones, elecciones y desafíos

El proceso de impeachment contra la presidenta Dilma Rousseff podría acabar con su destitución definitiva en las próximas jornadas. El PT deberá definir una estrategia frente al resquebrajamiento de su pacto con fuerzas de centro. O sostiene sus actuales posturas moderadas o gira a la izquierda para recuperar perfil.

El PT en su laberinto  Definiciones, elecciones y desafíos

La definición del proceso de impeachment contra la presidenta Dilma Rousseff, prevista para finales del mes, y en el que, casi con seguridad, se determinará su destitución definitiva, dejará un panorama de enormes incertidumbres para el Partido de los Trabajadores y sus aliados del centro a la izquierda del mapa político brasileño.

Sin embargo, aún en un escenario, hoy utópico, de rechazo del procedimiento, el PT debería enfrentar similares problemas frente al futuro inmediato.

Desde su creación hasta su consolidación como partido gobernante, la trayectoria del PT se caracterizó por un progresivo alejamiento del clasismo irreductible de su tiempo fundacional a una aproximación a una centro izquierda flexible, acostumbrada a pactar con los sectores empresarios y los ideológicamente lábiles partidos políticos brasileños. Aquella transformación, que lo aproximó bastante a la tradicional y corrupta política fisiológica brasileña, es también la que explica que el PT haya podido acceder y mantenerse en el poder, y haya llevado adelante un proceso de redistribución social, económica y simbólica en favor de las clases postergadas que no encuentra demasiados antecedentes en la historia del país.

Esta alianza, en oportunidades incómoda para todos los sectores involucrados, se mantuvo de la mano del crecimiento económico durante los primeros dos gobiernos. Este proceso permitió que el proceso de redistribución de riqueza se realizase mientras la burguesía nacional o transnacional, agraria, industrial o financiera continuaba enriqueciéndose. La reversión del ciclo económico, a partir de 2011 y, muy especialmente, a partir del último año, determinó una ruptura definitiva.

Federaciones patronales y medios de comunicación azuzaron el descontento de las clases medias, y, con una enorme presión sobre los diputados y senadores paraideológicos que constituían la base aliada del gobierno de Dilma, condujeron al inicio del proceso de impeachment.

En ese momento, aún contra la voluntad del propio PT, la alianza con la que se había sostenido en el poder durante trece años se rompió definitivamente.

Asediado por el establishment político y económico, con el impeachment en pleno proceso, y con la presidenta suspendida, el PT debió volver a respaldarse en los actores que, desde su fundación, constituyeron su base principal de apoyo. La militancia partidaria, las principales centrales sindicales y movimientos sociales encabezaron el repudio al golpe parlamentario en el Congreso y en las calles, al que se sumaron también el PSOL (Partido Solidaridad e Igualdad) y otros movimientos de izquierda que se habían alejado del partido hace años, disconformes con el giro pragmático.

Este es el marco en el que, una vez finalizado el proceso de impeachment, el PT deberá enfrentar las cruciales elecciones locales de octubre y preparar las elecciones presidenciales previstas para 2018. La enorme crisis de legitimidad que golpeó al partido, por la recesión y las investigaciones que lo envuelven con la corrupción y la promiscuidad político empresarial endémica del sistema brasileño, obliga a diseñar cuidadosamente la estrategia de cara los próximos desafíos.

Una posibilidad sería insistir en el rumbo de una centroizquierda acuerdista, vigente durante los últimos años, intentar algunos compromisos en materia de lucha contra la corrupción, y tratar de recuperar un discurso desideologizado, que intente llegar a todos los sectores sociales, e intentar reconstruir una alianza con algún sector del bando destituyente, para volver a conducir a la mayoría de los brasileños.

La otra alternativa implicaría orientarse más decididamente a la izquierda, plantear un discurso centrado en la defensa de los derechos conquistados, enfrentar frontalmente a todos los sectores políticos y corporativos que motorizaron el golpe, y, respecto de la corrupción, hacer eje en la necesidad de alejar la influencia de los grupos empresarios del financiamiento de la política, y promover una reforma profunda del sistema electoral.

Por sus características y por su relevancia, la elección de la Ciudad de San Pablo, donde el prefecto Fernando Haddad busca la reelección resultará un buen termómetro para descifrar el rumbo que aguarda al partido fundado por sindicalistas allí mismo, en plena dictadura militar.

Respaldado por una gestión capaz de mostrar logros en todas las áreas, y afectado por la recesión nacional y el desprestigio sufrido por su partido entre las clases medias urbanas, la estrategia que abrace durante la campaña y su eficacia para obtener la reelección seguramente marcarán el rumbo a seguir por el partido de cara a las elecciones presidenciales.

Ninguna de las alternativas es obviamente preferible respecto de la otra, puesto que, si bien la aproximación a alguna parte de los sectores empresarios resultó fundamental para llegar y mantenerse en el poder, y parece necesario un tono conciliador para acercar a las clases medias, el riesgo de que esos sectores estén irremediablemente perdidos en el horizonte visible, suma la posibilidad de que una estrategia de ese estilo termine por enervar a las bases de apoyo naturales en la izquierda y los movimientos sociales, poniendo al partido al borde de una crisis terminal.

Todos los rumbos parecen problemáticos para un partido que supo transformar un país, sacar de la pobreza a decenas de millones de personas y que hoy, asediado por una recesión y acusaciones de corrupción de la que los medios masivos lo hacen exclusivamente responsable, se enfrenta a con la necesidad simultánea de lamer las heridas, revalidar espacios ganados y recuperar cierta épica perdida.

El PT llega a esta instancia sin margen para el error, y aún sin errar, lo más probable es que no le alcance. Pero, aún en su peor momento, cuenta con la única figura nacional que ha conseguido conjugar los espacios institucionales con el mantenimiento de densos apoyos sociales a lo largo de décadas, dominando como nadie los tiempos de la confrontación y la negociación. Se llama Luiz Inácio da Silva. Todos lo conocen como Lula.



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