Tema central
NUSO Nº 283 / Septiembre - Octubre 2019

El futuro como «gran reemplazo» Extremas derechas, homosexualidad y xenofobia

La imagen del «gran reemplazo», difundida por el escritor francés Renaud Camus, ha tenido un fuerte impacto en el sentido común del Norte, en un contexto en el que el futuro es visualizado como un conjunto de amenazas, que incluyen un «cambio de pueblo y de civilización». Al mismo tiempo, la imagen de la islamización de Europa, un producto derivado del «gran reemplazo», ha acercado a una parte de las poblaciones homosexuales a la extrema derecha, lo que informa sobre algunas transformaciones del mundo gay contemporáneo, en el marco del ascenso de los denominados populismos de derecha.

El futuro como «gran reemplazo»  Extremas derechas, homosexualidad y xenofobia

Una de las series de televisión «del momento», la británica Years and Years (bbc/hbo, 2019), replica el tema de muchas otras producidas en estos últimos años, el futuro distópico. Como en Black Mirror (Endemol, desde 2011), el futuro ya está entre nosotros. No se trata de un lejano porvenir de ciencia ficción; bastaría, por el contrario, casi con mirar por la ventana, o dicho con más propiedad, proyectar una década las tendencias actuales para confrontarnos con un mundo sumergido en el caos, en el que el avance tecnológico –y el bienestar que aporta a una parte de la población– no logra contrarrestar el avance hacia el despeñadero e, incluso, puede acelerarlo. El cambio climático, las migraciones masivas, el enfrentamiento entre China y Estados Unidos y, sobre todo, la emergencia de grotescos –y grotescas– populistas de derecha componen un cuadro en el que Donald Trump es reelegido y luego sucedido por el actual vicepresidente Mike Pence; Angela Merkel ya ha muerto, por lo que se ha disipado su papel moderador en Europa; Rusia finalmente se animó a avanzar sobre Ucrania.

No es casual que una serie así haya sido producida en el Reino Unido del Brexit, donde el estado de ánimo nacional se mueve al ritmo de los vaivenes del largo y empantanado abandono de la Unión Europea, sancionado por un referéndum popular en 2016 que estuvo marcado por las fake news. Pero los imaginarios que plasma la serie dirigida por Russell T. Davies trascienden en mucho a los británicos: las visiones que perciben el futuro como una amenaza, tras siglos de imaginación optimista e incluso utópica sobre el tiempo por venir, se extienden alrededor del mundo, articuladas a una nueva versión de la idea de la «decadencia de Occidente» –tras la difundida por Oswald Spengler en la década de 1920–. En este artículo, proponemos leer las imágenes colapsistas o catastrofistas del futuro a partir de la imagen del «gran reemplazo» difundida por el escritor francés Renaud Camus para denunciar el «cambio de pueblo y de civilización». En otras palabras, la sustitución de europeos autóctonos por inmigrantes no blancos, en un proceso provocado por las elites «globalistas» o, según palabras de Camus, «reemplacistas». Este sintagma está articulando una serie de preferencias políticas con un creciente peso de los llamados populismos de derecha o simplemente extremas derechas1. Pero también, en sus variantes más radicales y violentas, ha inspirado atentados en defensa de los «valores» y las poblaciones occidentales. Y, last but not least, la «amenaza», real e imaginada, del islam –uno de los pliegues de la inseguridad civilizacional actual– está modificando las preferencias electorales de las poblaciones homosexuales, una parte de las cuales ha optado por apoyar –e incluso participar– de las derechas extremas. Ciertamente, no es novedoso que haya gays de derecha, pero sí son novedosas las modulaciones de estas adscripciones políticas, tal como intentaremos mostrar en este artículo.

La decadencia de Occidente, otra vez

«Había que rendirse a la evidencia: llegada a un grado de descomposición repugnante, Europa occidental ya no estaba en condiciones de salvarse a sí misma, como no lo estuvo la Roma antigua en el siglo v de nuestra era», dice François, protagonista de Sumisión, la novela del francés Michel Houellebecq. Un partido musulmán toma el poder en Francia y este profesor de literatura experto en la obra del novelista Joris-Karl Huysmans considera que la conquista fue, de algún modo, merecida. En la novela, Europa ha perdido energías y virilidad, carcomida por el progresismo y el multiculturalismo, que facilitaron su islamización. Los musulmanes transformaron su peso demográfico en peso electoral y, ayudados por los ingenuos socialistas y potenciados por sus valores tradicionales, tomaron el poder y colonizaron hasta la Sorbona. En síntesis: Francia (y valdría lo mismo para gran parte de Europa) se merecía haber sido colonizada por unos musulmanes que seguían creyendo en las virtudes de la familia, no habían caído en un progresismo estúpido y mantenían, al fin y al cabo, valores que les permitían una superioridad frente a la Europa en decadencia. Si ya no es posible ser cristiano, ¿por qué no abrazar otra religión más vigorosa? En esa tensión –entre temor y admiración– por los nuevos amos y señores del país discurre la novela del escritor francés, cuya publicación coincidió –para reafirmar el dramatismo de su denuncia– con el atentado terrorista que en 2015 acabó con gran parte del personal de redacción del semanario satírico Charlie Hebdo. Como novela, y eso es lo que en principio es Sumisión, se trata de una buena obra literaria; como artefacto social, que también lo es, constituye una especie de confirmación de lo que el traductor y periodista Marc Saint-Upéry denominó la «paranoia civilizacional» francesa.

Esta paranoia fue sintetizada por Renaud Camus en su «yo acuso» contra el «gran reemplazo». Figura del submundo gay de los años 70, Camus es hoy un permanente denunciador del declive de la «civilización» francesa y un referente intelectual de la extrema derecha. En su novela autobiográfica Tricks, escrita a fines de la década de 1970 y prologada por Roland Barthes, elogiaba la promiscuidad (homo)sexual y describía con lujo de detalles sus actos sexuales, desde los márgenes del Sena hasta los saunas neoyorquinos. Hasta hace un tiempo, su influencia era tan marginal que el escritor Didier Lestrade, cuando en 2012 escribió el libro Pourquoi les gays sont passés à droite [Por qué los gays se pasaron a la derecha]2, «olvidó» incluir a Camus en su ensayo. «Veía a Camus como un marginado (...) hundido en su cruzada por una lengua francesa purgada de toda influencia suburbana y juvenil» –dijo en una entrevista quien alguna vez admiró al escritor por la forma en que describió sus memorias–. Hoy Camus sigue siendo un «marginal» en algunos sentidos, y su Parti de l’In-nocence (Partido de la I-nocencia) carece de cualquier relevancia, pero la imagen del «gran reemplazo» fue haciendo su trabajo de topo y ya opera abiertamente desde la superficie. Los «sin papeles» –«delincuentes que violaron la ley»– tendrían en su contra «en parte» a la policía, pero a su favor «el poder (mediático-político)», dice Camus. De este modo, no es sorprendente que

una mujer con velo que habla mal nuestra lengua, que ignora todo de nuestra cultura y, algo más grave, desbordante de venganza y de animosidad, por no decir de odio, en relación con nuestra historia y nuestra civilización, pueda afirmar sin dificultad [y a menudo con un tono poco amable], y en general así ocurre, sobre todo en un estudio de televisión, frente a un francés indígena apasionado por las iglesias románicas, por las delicadeces del vocabulario y la sintaxis, por Montaigne, Jean-Jacques Rousseau, el vino de Borgoña y Proust, y cuya familia vivió desde hace generaciones en el mismo valle de Vivarés o de Périgord, que siguió y sufrió todas las peripecias de nuestra historia: «Yo soy tan francesa como usted». Por no decir «más francesa», como creo haberlo escuchado en alguna ocasión.3

Aunque esta mujer tenga la ciudadanía francesa, dice Camus, esto no le quita ni un ápice al absurdo. Apelando a Charles de Gaulle, Camus sostiene que está bien que haya una Francia diversa –lo que le permitiría mantener su «vocación universal»–, pero a condición de que los diversos se mantengan como una pequeña minoría. «Si no, Francia dejaría de ser Francia», y eso es lo que estaría sucediendo. Ya alguna vez el líder de la ultraderecha Jean-Marie Le Pen se quejó de la cantidad de jugadores no blancos en la selección francesa de fútbol. Camus señala: «Nosotros somos ante todo un pueblo europeo de raza blanca, de cultura grecolatina y de religión cristiana. Y que no nos cuenten más historias».

Su «teoría» es más el nombre de sus obsesiones que un esfuerzo por precisar analíticamente un problema. «No es un concepto, es un fenómeno evidente, como la nariz delante de la cara», explicó en una ocasión. «Un pueblo estaba allí, estable, ocupando el mismo territorio desde hace 15 o 20 siglos. Y de golpe, muy rápidamente, en una o dos generaciones, uno o varios pueblos lo sustituyen, lo reemplazan, y ya no es más el mismo»4. Camus instituyó el título de «reemplacistas» para las «elites» que estarían fomentando, casi adrede, una «gran deculturación», enseñando el olvido y provocando el derrumbe de los sistemas de transmisión cultural. Apelando a unas analogías nada ingenuas, bautizó como Consejo Nacional de la Resistencia Europea –en clara resonancia con la resistencia francesa al nazismo– una de las organizaciones que contribuyó a crear. Pero él niega haber cambiado de postura, y en eso radica uno de los puntos centrales del éxito de las actuales extremas derechas: «hablar claro», abandonar lo «políticamente correcto» impuesto por unas elites progres que censuran los discursos sobre lo real. Y aquí Camus ensaya una continuidad entre el homosexual provocador de los años 70 y 80 y el racista igualmente provocador de los 2000.

«Tricks fue un intento de decir lo que no se podía decir, y el Grand Remplacement es lo mismo», le dijo al periodista James McAuley, quien escribió una crónica sobre Camus en la revista The Nation5. «El racismo convirtió a Europa en un campo en ruinas; el antirracismo la está transformando en un tugurio ultraviolento», suele repetir sabiendo dónde apuntar sus tiros. El «gran reemplazo» no tiene sustento pero, como sostiene McAuley, su fuerza reside precisamente en su vulgaridad y en su carácter de teoría de la conspiración pura y dura. «Camus viste un prejuicio público común y silvestre con alusiones literarias y referencias intelectuales que intentan presentar como arte sentimientos básicos e infundados». Y todo esto incluso vende: Éric Zemmour propagó las ideas del gran reemplazo en dos libros recientes, Le suicide français [El suicidio francés] (2014) y Destin français [Destino francés] (2018). Ambos libros encabezaron las listas de best-sellers en Francia durante semanas.

Alguna vez, ya hace mucho, Camus dijo que había demasiados judíos en la emisora estatal France Culture, lo que le generó acusaciones de antisemitismo que dañaron su reputación. Parecía resonar a lo lejos el caso Dreyfus. Hoy, intelectuales judíos conservadores como Alain Finkielkraut lo defienden, o al menos critican la «campaña» en su contra. El mundo cambió; los enemigos también. «La sustitución demográfica no es una teoría de conspiración», dijo Finkielkraut. Pero suspiró cuando le preguntaron sobre la política actual de Camus y sus frecuentes alusiones al «genocidio por sustitución»: «Testimonia la ansiedad de la identidad francesa, pero es tan radical en sus propuestas que se ha vuelto totalmente inaudible»6. Es cierto, como dice el periodista estadounidense, que en gran medida Camus piensa como un esteta y el gran reemplazo parte de un malestar estético. «Este es un mundo donde todo es falso, donde todo es la imitación de lo que las cosas deberían ser», dice Camus. Para los reaccionarios, la historia constituye una suma de grandes reemplazos sobre un pasado idealizado y nostálgico. El consuelo para el escritor francés es que los reemplacistas van a ser devorados, algún día, por quienes, gracias a su ayuda, estarían reemplazando a los franceses.

Modulaciones del «gran reemplazo»

Brenton Tarrant, el hombre que en junio de 2019 mató a medio centenar de personas en dos mezquitas de Christchurch, Nueva Zelanda, también cree en la decadencia de Occidente y se inspiró sobre todo en el «gran reemplazo». Como australiano «étnicamente europeo», pensó que debería pasar a la acción tras un viaje por Europa en el que tuvo una suerte de epifanía: allí cayó en la cuenta de que el Viejo Continente estaba siendo invadido por grupos poblacionales no blancos en una especie de colonización al revés. Y ancló su cruzada en un concepto forjado precisamente en Francia. De hecho, su manifiesto se tituló «El gran reemplazo»7. No es casual que el terrorista de Nueva Zelanda estuviera obsesionado con las tasas de natalidad y los «diferenciales de fecundidad». De hecho, comienza su manifiesto de 80 páginas repitiendo: «Son las tasas de natalidad. Son las tasas de natalidad. Son las tasas de natalidad»… Allí sostuvo que su ataque tenía como finalidad «vengarse por la esclavitud de millones de europeos ocupados por los esclavistas islámicos» y escribió en sus armas los nombres de diferentes «defensores» de la cultura occidental.

Tarrant inscribió su ataque en el «gran reemplazo», que en boca de sus difusores es «un crimen contra la humanidad del siglo xxi». En su manifiesto declara haber transformado sus puntos de vista durante un viaje a Europa, especialmente a Francia, donde observó cómo un «ex-banquero, globalista y antiblanco» (en referencia a Emmanuel Macron) se imponía en las elecciones de 2017, mientras los franceses se volvían minoría en su propio país. «No importa a qué ciudad fueras; los invasores estaban ahí –escribe–. Los inmigrantes eran jóvenes, llenos de energía y con familias grandes y muchos niños». En su manifiesto, el joven australiano toma el punto de vista común entre grupos identitarios: dice no odiar a los musulmanes si ellos se quedan en sus tierras natales. Ni colonialismo ni inmigración. De hecho, detrás de la figura del «gran reemplazo» es fácil encontrar una pretendida lucha anticolonial de los «indígenas europeos» contra los «invasores», sobre todo árabes musulmanes.Tarrant se declaró «ecofascista» o nacionalista verde, en lo que resuenan algunas ideas del Unabomber estadounidense Theodore Kaczynski y de los denominados grupos anarcoprimitivistas y anarcoidentitarios (otro tema que alimenta un futuro colapso: el calentamiento global). Si en el plano intelectual Tarrant se reconoce influido por la analista conservadora afroamericana Candace Owens, en el plano de la acción su ídolo es el noruego Anders Breivik, quien en 2011 cometió una masacre en un campamento de jóvenes socialdemócratas noruegos, precisamente por considerarlos cómplices del «gran reemplazo».

Breivik declaró en el juicio que había calculado cuánta gente necesitaba matar para ser leído –había escrito un manifiesto de 1.500 páginas–. Pensó en una docena, pero terminó matando a 77. «Ocho años después de la masacre, el terrorista político noruego sigue siendo leído por el público que desea: en los foros de extrema derecha de internet, el término ‘volverse Breivik’ significa compromiso total con la causa», apunta en un artículo en The New York Times Åsne Seierstad, autora de una biografía de Breivik8. El noruego y el australiano publicaron sus textos en la web justo antes de sus ataques. Y mientras que el primero había planeado retransmitir su ataque en YouTube y finalmente no pudo hacerlo, el segundo logró replicar en vivo su «fiesta» por Facebook.

Si el «gran reemplazo» se inscribe en una antigua tradición, Camus le dio un nuevo ímpetu y la expresión amenaza con extenderse. Algunos que lo consideran parte de la teoría del complot, como Marine Le Pen, terminan haciendo referencias a él, y muchos europeos pueden «observar» el «gran reemplazo» cada vez que sienten que hay «muchos extranjeros» en sus ciudades. En internet ya existe un Observatorio del Gran Reemplazo organizado por grupos de extrema derecha, donde «confirman» su teoría hasta con información de las piscinas municipales. Tarrant no eligió el pueblo de Christchurch (Iglesia de Cristo) al azar. La ciudad nació como un proyecto de crear una comunidad cristiana anglicana, una nueva Jerusalén, en el siglo xix, y una de las mezquitas atacadas había sido antes una iglesia. La idea del reemplazo adquiría ahí una materialidad y un simbolismo evidentes.

El Gran Reemplazo es el nombre de un fenómeno que, creo, es el más importante de todos los que tienen lugar hoy en día, y quizá de la historia de Francia y de varios países europeos. Es un nombre como la Guerra de los Cien Años, la Revolución Francesa, la Gran Guerra, la Ocupación o la Resistencia. Bajo mi punto de vista, el Gran Reemplazo es lo más importante que ocurre en Francia desde hace 40 años, es decir, el cambio de pueblo y de civilización,

apuntó Camus sobre su concepto-fetiche en una entrevista con el diario abc9. Pero ahora debió desmarcarse de Tarrant: «Él ha usado el título de mi libro y lo ha contradicho totalmente, porque sus acciones son absolutamente contrarias a todo aquello que yo he podido escribir, decir o pensar desde hace 20 años. Soy totalmente no violento, hostil a todos los actos de violencia y al terrorismo».

Los etnonacionalistas suelen denunciar que la «elite reemplacista» se beneficia con el reemplazo: sea por la mano de obra barata o electoralmente, ya que sus partidos tendrían la mayoría de los votos de los no blancos, acusación habitual contra los demócratas en eeuu. Y usan mucho internet. «¿Dónde recibió/investigó/desarrolló sus creencias?», se pregunta Tarrant. «Internet, por supuesto. No encontrarás la verdad en ningún otro lugar». Pero esa verdad es bastante relativa: los demógrafos cuestionan la validez de estas «teorías». Las tasas de natalidad entre «blancos» y «no blancos» tienden a alinearse; todas las poblaciones del mundo se han mezclado varias veces desde la prehistoria; y, finalmente, la asimilación de los modos de vida y de consumo supuestamente «blanco-occidentales» por los migrantes «no blancos» es estadísticamente mucho más masiva que el supuesto fenómeno inverso, como la presunta islamización de las sociedades «blancas».

Más allá de las cifras y las realidades sociológicas, el «gran reemplazo» –utilizado de manera más abierta o eufemística– recoge una serie de malestares en Occidente, en un momento en el que Europa vive su propia crisis de identidad, y les permite a los populismos de derecha profundizar la paranoia civilizacional que funciona como cantera de votos y mito movilizador.

¿Gays y fachos? ¿Por qué no?

¿Es puro azar que la figura de Camus se asociara al (sub)mundo gay? Es una obviedad que siempre hubo y habrá gays (y lesbianas) de derecha. Es sabido, por ejemplo, que había muchos «homosexuales ultraviriles» en las sa, las tropas de asalto del Partido Nacionalsocialista Alemán –incluso su comandante, Ernst Röhm–. Y sabemos que hay muchos conservadores gays, a menudo en el placard, y hubo skinheads gays que coquetearon con la extrema derecha en los años 80. Pero de lo que se trata aquí es de reflexionar sobre un fenómeno específico: cómo la amenaza islámica –y el futuro «anticipado» en Sumisión– acerca a algunos votantes gays a la extrema derecha y, al mismo tiempo, cómo la extrema derecha utilizó la «causa gay» para potenciar y legitimar su cruzada islamófoba. A fin de cuentas: cómo una minoría (la homosexual) reacciona frente a otra (la musulmana), qué valores están en juego en las estrategias discursivas y qué se transformó respecto del mundo gay de los años 80. «¿Gays y fachos?, ¿por qué no?», se pregunta Lestrade, referente de la comunidad homosexual que participó de la revista gay parisina Têtu, que en la década de 1990 tomó el relevo de la mítica Gai Pied. Escribe Lestrade:

La novedad de los últimos diez años es que los vínculos entre la extrema derecha y los gays han cambiado de manera radical, a punto tal de crear otro malestar a partir de una realidad política muy inquietante. En efecto, asistimos al potenciamiento en Europa, desde el comienzo de la década de 2000, de una nueva forma de la extrema derecha que ha logrado el tour de force de ser al mismo tiempo xenófoba y progay.10

Una mujer lesbiana es una de las mayores referentes de Alternativa para Alemania (afd, por sus siglas en alemán), el partido más a la derecha del espectro legal germano. Se trata de Alice Weidel, 40 años, doctora en Economía, quien vive en pareja con una mujer de origen srilanqués y tiene dos niños. Hace unos años, se transformó en líder de este partido fundado en 2013 para enfrentar el euro; en poco tiempo, afd se convirtió en un partido antiinmigración. Esto, que podría parecer una contradicción, es solo el ejemplo más reciente de la creciente visibilización de figuras provenientes de las denominadas «minorías sexuales» en puestos dirigentes de partidos de extrema derecha. Holanda y Austria comenzaron este fenómeno: Pim Fortuyn, precursor de la extrema derecha renovada asesinado en 2002, era gay; escribió el libro De islamisering van onze cultuur: Nederlandse identiteit als fundament [La islamización de nuestra cultura: la identidad holandesa como fundamento], dijo que el islam es una religión estúpida y cuando le reprocharon que no conocía bien a los árabes dijo: «claro que sí, hasta los he tenido en mi cama». Este ex-marxista llegó a confesar sus visitas a los dark rooms de clubes gay de Rotterdam. Hoy el líder de los populistas de derecha holandeses –promotor de un programa de «desislamización»– es Geert Wilders, a quien muchos gays, como Lestrade, consideran homosexual. En Austria, el líder de la extrema derecha y gobernador de Carintia, Jörg Haider, casado y padre de dos hijos, murió en un accidente de auto en 2008 tras salir de un bar gay al que solía concurrir. Pero el fenómeno no incumbe solo a estos dos países.

Hace algún tiempo, un medio francés se preguntaba si el Frente Nacional (fn) de Marine Le Pen se había vuelto realmente un partido gay-friendly. De hecho, la estrategia de desdiabolización y normalización de Le Pen –que no agrada al ala dura de los antiguos fachos– incluyó una apertura hacia los homosexuales. Es más, la segunda figura del partido hasta 2017, Florian Philippot, es abiertamente gay, al menos desde que un medio lo fotografiara paseando de la mano con otro hombre –luego abandonaría el fn para fundar Los Patriotas–. «Soy moderno y vivo en el siglo xxi», diría Philippot para zanjar el «incidente». Sébastien Chenu, fundador del GayLib, una organización gay conservadora, se sumó también al partido de extrema derecha como asesor y el «Mr Gay» francés Matthieu Chartraire se declaró en 2015 fan de Le Pen. Y la lista sigue: Julien Odoul pudo pasar de las fotos sexis en portadas de revistas gays a una candidatura por el fn. Aficionado a la extroversión, el británico Milo Yiannopoulos es –o era– una de las estrellas de la Alt-Right (derecha alternativa). Le encanta jugar el juego de «súper villano» en internet, durante años desde la página Breitbart News, regentada por Steve Bannon. Antifeminista, islamófobo y crítico de la corrección política, Yiannopoulos perdió apoyo entre círculos conservadores norteamericanos recién cuando su afán de extroversión lo llevó a bromear con la pedofilia. «Estoy agradecido con el padre Michael. No daría tan buen sexo oral si no fuera por él», dijo en una oportunidad11.

Todo ello lleva a preguntarnos por las transformaciones de las identidades lgbti cuando cada vez más países legalizaron el matrimonio igualitario, o al menos la unión civil, y las sociedades desarrolladas rechazan crecientemente la homofobia (claro que perviven muchos países oficialmente homófobos, especialmente en África y Oriente Medio, y en Occidente la intolerancia está lejos de haber desaparecido). Lestrade pone algunas cuestiones sobre la mesa, entre ellas los debates sobre formas de vida más mercantilizadas. Para el escritor francés, los homosexuales se transformaron en una minoría privilegiada entre las otras minorías y la integración conlleva también «aburguesamiento». Pero sin duda la sigla lgbti visibiliza al mismo tiempo que oculta, o al menos aplana la propia diversidad de las diversidades sexuales y sus niveles de normalización social: no es lo mismo ser gay que lesbiana o transexual. Y lo mismo ocurre con las divergencias ideológicas en esta parte de la población. A diferencia de los homosexuales progresistas, quienes adhieren a la extrema derecha dicen no «politizar» su identidad sexual. Pero el temor al islam es uno de los elementos más significativos de estas transformaciones. Y la extrema derecha encontró que la denuncia de la homofobia (siempre de los musulmanes) puede serle redituable: la muestra más moderna, progresista y defensora de los valores republicanos occidentales, al tiempo que despliega un discurso racista y antiimigración. Si el futuro es visto como amenaza, la «islamización» es uno de los riesgos que compite con otros, como el calentamiento global u otros grandes reemplazos, como la difusión de los robots en el mercado laboral.

Ataviado con una gorra roja con la leyenda «Make the Netherlands Great Again», Aad Stovtjesdijk argumenta que ya no se siente seguro en su propio país. «Cuando estás aquí (y eres extranjero), tienes que aceptar ciertos aspectos de nuestra cultura. Por ejemplo, yo soy gay. Tengo novio y ya no puedo caminar con mi novio por la calle agarrados de la mano. No puedo porque no me siento seguro. Y este es un país en el que solía sentirme seguro», relata uno de los artículos de la prensa de 2017 sobre el fenómeno Wilders12.

El periodista francés Jean Stern, autor del libro Mirage gay à Tel-Aviv [Espejismo gay en Tel Aviv], reflexionó sobre este fenómeno y utiliza el término «homonacionalismo» para captar algunos cambios recientes13. En el caso de los políticos homosexuales de extrema derecha, su opción ideológica se nutre de dos fuentes: «por un lado, la islamofobia, el miedo a los extranjeros y la idea de que en las periferias de las grandes ciudades las mujeres, los ‘blancos’ –los ‘verdaderos franceses’–, los judíos y los homosexuales son amenazados por hordas de árabes homófobos y fanáticos. Y por el otro, una mayor movilización por intereses patrimoniales que por el destino de los excluidos, pobres o inmigrantes», sostuvo en una entrevista este fundador de la revista Gai Pied en los años 7014.El sociólogo argentino Ernesto Meccia, autor de Los últimos homosexuales. Sociología de la homosexualidad y la gaycidad15, habla de la mutación de la homosexualidad. En su lectura de las transformaciones, advierte una relación importante entre el incremento de la ciudadanía homosexual y su visibilización en los grandes espacios urbanos a través de diversos emprendimientos de mercado. Entre otros hitos, cabe recordar que en Argentina se creó la Cámara Argentina de Comercio Gay Lésbico y se puso en circulación una guía llamada bagay, en la que puede verse una notoria infraestructura de servicios destinada a un público turístico gay de elevado nivel económico. Meccia refiere a un proceso multidimensional en el que no solamente los emprendimientos empresarios hacen visible la gaycidad, sino también muchos espacios políticos (de casi todos los colores). Este «acercamiento» a la homosexualidad comenzó a ser calificado –no sin ironía–como pinkwashing, para significar que la homosexualidad (que en su momento fue una causa estrictamente progresista) comienza a ser utilizada para «lavar la cara» de personas y organizaciones que no tienen ningún interés específico y sincero en ella, pero a quienes sirve para posicionarse en el rentable mercado simbólico de lo «políticamente correcto»16.

Para Stern, el turismo gay en Tel Aviv es un caso emblemático de pinkwashing que da una clave de inteligibilidad de algunos cambios de la homosexualidad en la arena política europea. Esta ciudad israelí se volvió una marca del turismo gay gracias al apoyo estatal. Pero además de diversión –sexo-sol-playa–, el periodista francés identifica una batalla más amplia en la que Israel –hoy gobernado por la extrema derecha y fuertemente cuestionado en la escena internacional– encarnaría a Occidente en su batalla contra el mundo árabe-musulmán. Se trata de un caso muy exitoso de pinkwashing que contribuye a potenciar la imagen de democracia, progreso y modernidad que Israel busca proyectar frente al atraso de sus vecinos árabes, pero también frente a los retrocesos democráticos internos en la era Netanyahu-Lieberman. E incluso sirve a los efectos propagandísticos de un ejército que, mientras comete violaciones de derechos humanos contra los palestinos, en una clave colonial y segregacionista, es una de las fuerzas armadas más inclusivas del mundo hacia las minorías sexuales. Hay también cambios en la geopolítica del erotismo: las viejas rutas sexuales en busca de «orientalismo» sexual, otrora dirigidas hacia Marruecos y otros destinos árabes, hoy más riesgosos por el auge islamista, se reencauzaron hacia Tel Aviv17. Pero lo que muestra Stern es que este «espejismo» fue producto de una política de Estado –tanto del nacional como del local de Tel Aviv–, con mucho dinero invertido en marketing18, sin olvidar los viajes de diversos referentes lgbti invitados para diversos eventos. Sin duda, no hay efectos mecánicos ni determinismos, pero en muchos casos, ese turismo no solo legitima facetas de la política israelí frente a los palestinos, sino que además termina por fortalecer imaginarios políticos xenófobos.

Contra un futuro islamizado

Alexander Tassis, presidente de Alternativa Homosexual, la agrupación gay de afd, explica su posición en una entrevista con el diario El Español: «Nosotros no nos identificamos con el movimiento lgbt izquierdista, tenemos un punto de vista político de las cosas nacional-conservador siendo homosexuales»19. Tassis retoma los temores al «reemplazo» y critica al resto de los partidos políticos, acusándolos de participar en la «islamización de Europa»: «Es obvio que todos los partidos en Alemania tienen una agenda islamizadora. Los partidos están engañando a sus electores y nosotros los invitamos a despertarse».

Claro, no toda la extrema derecha se convirtió a las nuevas sensibilidades ni la mayoría de los gays y lesbianas se pasaron a la derecha, pero los desplazamientos son visibles. «Hay algunos miembros del partido que se han expresado en contra de la homosexualidad, pero han sido obligados a pagar una multa o fueron expulsados. La homosexualidad no es un problema en afd», señala con naturalidad Jana Schneider, lesbiana y dirigente de los Jóvenes Alternativos, la agrupación juvenil del partido. Y agrega: «Los homosexuales de toda Europa tienen que darse cuenta de que el islam político es un peligro para ellos y sus derechos». El caso de Suiza, conn el famoso referéndum sobre la prohibición de los minaretes de las mezquitas a fines de 2009 (en el que triunfó el «Sí»), resulta también interesante: Thomas Fuchs, vocero de la Unión Democrática de Centro (udc, uno de los partidos suizos ubicados más a la derecha), señalaba: «El debate sobre los minaretes fue revelador. Muchos gays tradicionalmente ubicados en la izquierda votaron contra los minaretes a causa de la homofobia de muchos Estados musulmanes»20.

Recientemente, el portal argentino Sentido g se preguntaba: «¿Por qué algunos gays se han pasado a la ultraderecha?» y recordaba un discurso de Barack Obama en el que señaló que el racismo y la homofobia provienen de la misma mentalidad. El joven activista y columnista gay y de izquierda británico Owen Jones reaccionó en la misma línea, buscando reconectar diversidad sexual y política progresista. No se trata de negar la homofobia en el mundo musulmán, sino de evitar las amalgamas constructoras de racismo y las posiciones anticosmopolitas. Pero la «solidaridad de minorías» no funciona de manera automática y hoy, más bien, la dinámica va en sentido contrario. La revista suiza gay 360° lo hizo explícito señalando que «Marine Le Pen juega la carta de los gays contra los musulmanes». Y en Francia hoy, además de lo gay, el laicismo es otra de las cartas. Lo que alguna vez fue una lucha contra el Estado, la Iglesia y los militares (los de arriba), hoy se convierte en una bandera del Estado y parte de la elite contra una parte de la población (los de abajo)21. Clémence Garrot y Oury Goldman hablan de una combinación del «choque de civilizaciones» con el «choque de sexualidades»22.

Sin duda, la persecución a los homosexuales en el mundo islámico es una realidad incuestionable que no hay que tapar con argumentos poscoloniales o progresistas bobos23. No obstante –como anota Lestrade– resulta interesante constatar el escasísimo espacio que, en los mismos medios que «denuncian» la homofobia islámica –en el mundo árabe o en las banlieues parisinas– casi no hay lugar para las experiencias positivas de lucha de los colectivos lgbti de esos países y lugares. Uno de quienes sí llegó a los medios, un bloguero gay egipcio, «abiertamente homosexual», señalaba: «Veo una nueva generación que se acepta a sí misma [como homosexual] mucho más rápido que nuestros mayores». Incluso, señala Lestrade, esta invisibilización se da en los propios medios gays occidentales.

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La filósofa española Marina Garcés, autora de Nueva ilustración radical, habla de una «parálisis de la imaginación»24. La consecuencia es que todo presente es experimentado como un orden precario y que toda idea de futuro se conjuga en pasado. Y es entonces cuando se imponen la retroutopías y el catastrofismo. El presente es solo una tabla de salvación, al alcance de cada vez menos gente. Y el futuro es percibido como una amenaza. En el caso de los hombres blancos heterosexuales, hay un pasado «dorado» al cual querer retornar. En el caso de los homosexuales –al menos los europeos–, ¿parecen atrapados entre un pasado opresivo y un futuro peor? Solo el presente sería defendible. Y esta defensa presentista de lo ya conquistado llevaría a algunos a «pactar con el diablo». «Estamos frente a un cambio sin precedentes: los años 2000 son testigos de una instrumentalización de la causa lgbti contra otras minorías. Los gays contra los árabes y los negros. Es la primera vez que eso ocurre en la historia gay», escribe Lestrade sin ocultar su amargura25.

El «gran reemplazo» puede ser visto como reemplazo de población, pero al mismo tiempo sería un «reemplazo» de valores. Y en esta imagen de futuro residen muchos de los cambios actuales en el escenario político global. Por eso, la lucha por la democracia es hoy la lucha por construir nuevas imágenes de futuro; quizás «utopías realistas» que no ofrezcan paraísos futuros, pero tampoco nos condenen a un presente en el que cualquier alternativa quede proscripta en nombre de un aplastante «realismo capitalista»26, en el que los temores al declive de la civilización constituyen no solo material para buenas series, sino el combustible para populistas de derecha que, en clave de fakepolítica, se proponen salvarnos de la distopía con su propia distopía.


Nota: este texto integra el volumen Futuros: miradas desde las humanidades, coordinado por Andrés Kozel, Martín Bergel y Valeria Llobet, de próxima aparición en la colección Futuros (FUNINTEC / UNSAM Edita).

  • 1.

    No haremos aquí una distinción entre populismos de derecha y extrema derecha por cuestiones de complejidad y espacio.

  • 2.

    París, Seuil, 2012.

  • 3.

    R. Camus: Le Grand Remplacement suivi de Discours d’Orange, edición del autor, Plieux, 2012, p. 18.

  • 4.

    Dominique Albertini: «Le ‘grand remplacement’, totem extrême» en Libération, 13/10/2015.

  • 5.

    J. McAuley: «How Gay Icon Renaud Camus Became the Ideologue of White Supremacy» en The Nation, 17/6/2019.

  • 6.

    Ibíd.

  • 7.

    B. Tarrant: «Brenton Tarrant Manifesto: The ‘Great Replacement’ Rant» en Heavy, 3/2019.

  • 8.

    Å. Seierstad: «The Anatomy of White Terror» en The New York Times, 18/3/2019.

  • 9.

    Silvia Nieto: «Renaud Camus, el pensador en el que se inspiró el terrorista: ‘Lo que ha hecho va en contra de lo que he escrito’» en ABC, 16/3/2019.

  • 10.

    D. Lestrade: ob. cit., pp. 18-19.

  • 11.

    Jan Martínez Ahrens: «Dimite la estrella de Breitbart, el medio ultra que apoya a Trump, tras defender la pederastia» en El País, 28/4/2017.

  • 12.

    Á. Martínez: «¿Por qué Geert Wilders es tan popular en Holanda?» en El Confidencial, 28/2/2017.

  • 13.

    J. Stern: Mirage gay à Tel Aviv, Libertalia, París, 2017.

  • 14.

    Entrevista con el autor, 6/2017.

  • 15.

    Gran Aldea, Buenos Aires, 2011.

  • 16.

    Entrevista con el autor, 6/2017.

  • 17.

    J. Stern: ob. cit.

  • 18.

    En ocasión del festival Eurovisión, especialmente tras el triunfo de la cantante Netta Barzilai, también fue explotada esta faceta gay-friendly de Israel e incluso se colocó publicidad en la red Grindr.

  • 19.

    Salvador Martínez Mas: «Los gais de ultraderecha no sólo existen, dirigen el partido» en El Español, 26/4/2017.

  • 20.

    D. Lestrade: ob. cit., 2012, p. 25.

  • 21.

    Eric Aeschimann: «Les idéaux républicains sont devenus des armes de discrimination et de mépris», entrevista a Jacques Rancière en Le Nouvel Observateur, 4/4/2015.

  • 22.

    D. Lestrade: ob. cit., p. 44.

  • 23.

    Habría que añadir que entre los países más homófobos del mundo están los del África subsahariana, donde la persecución de la homosexualidad no se justifica por razones religiosas sino culturales y hasta «anticoloniales» (contra un Occidente que «trajo» ese tipo de degeneraciones). Para el caso de Camerún, puede verse un debate en televisión en el que uno de los participantes señalaba: «Sociológica, jurídica y antropológicamente, los cameruneses somos muy homófobos, no queremos a los homosexuales y punto». «Homosexualité au Cameroun Clash entre Me Alice Nkom et Sismondi Barlev Bidjocka sur VoxAfrica tv» en YouTube, 16/6/2012, www.youtube.com/watch?v=gaatzfvt1ao.

  • 24.

    M. Garcés: Nueva ilustración radical, Anagrama, Barcelona, 2017.

  • 25.

    D. Lestrade: ob. cit., p. 59.

  • 26.

    Mark Fisher: Realismo capitalista. ¿No hay alternativa?, Caja Negra, Buenos Aires, 2016.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 283, Septiembre - Octubre 2019, ISSN: 0251-3552


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