Cuidados globalizados y desigualdad social. Reflexiones sobre la feminización de la población andina
Nueva Sociedad 233 / Mayo - Junio 2011
La creciente feminización de las migraciones sigue siendo un tema secundario o ausente en las políticas públicas. No obstante, el hecho de encontrar un número cada vez mayor de actividades relacionadas con el trabajo doméstico y de cuidados en manos de trabajadoras migrantes ha llamado la atención sobre la necesidad de examinar con más profundidad los vínculos entre el trabajo migrante y la creciente dificultad de los Estados y sociedades receptores para garantizar la reproducción social de sus habitantes. La «globalización» de los cuidados y las familias transnacionales no solo constituyen una nueva fuente de desigualdad; también actualizan viejas jerarquías de clase y género en las sociedades de origen y contribuyen a redefinir concepciones naturalizadas sobre la familia.
La migración de las mujeres andinas y la organización transnacional de los cuidados
Durante los últimos diez años, la geografía y la composición de la migración internacional desde América Latina se han transformado. Por un lado, Europa se ha convertido en un importante destino de los latinoamericanos y las latinoamericanas. Por otro lado, la región andina ha visto incrementarse exponencialmente sus flujos emigratorios, y el perfil rural masculino que antes predominaba ha sido reemplazado por mujeres de origen mayoritariamente urbano, acompañadas o no por sus parejas e hijos en el itinerario migratorio. En efecto, en los últimos 40 años la migración femenina ha aumentado a escala global, pasando de 46,6% en 1960 a 48,8% en 2000. En América Latina este incremento fue de 44,7% a 50,5% y ha sido aún más acelerado en algunos países1. En la región andina, la feminización de las migraciones se produce tanto a escala intrarregional como hacia Europa, especialmente con destinos como Italia y España. En el caso de la migración intrarregional, esta puede considerarse como una prolongación de la migración rural-urbana y es un fenómeno de larga data en el continente2. Este es el caso por ejemplo de la migración de mujeres colombianas a Venezuela. Pero este proceso se incrementa a partir de 1990, cuando aumenta la presencia de mujeres bolivianas en Argentina y peruanas en Chile3. Por ejemplo, el porcentaje de mujeres sobre el total de migrantes peruanos ha pasado en los últimos 20 años de 33% a 60%. En Argentina, las mujeres representaban 33,6% del total de migrantes peruanos en 1980 y en 2000 alcanzaban el 59,3%. Lo mismo sucedió en Chile, donde el porcentaje pasó de 48% a 60% en el mismo periodo4.
Asimismo, si observamos el flujo Sur-Norte, los índices de masculinidad en el caso de las migraciones sudamericanas tanto hacia Europa como hacia Estados Unidos indican claramente que se trata de una migración feminizada, a diferencia de lo que ocurre con la migración de México y Centroamérica hacia EEUU.
El rápido aumento de la migración de mujeres a Europa arranca a mediados de la década de 1990 con la llegada de mujeres peruanas a Italia; les siguen las colombianas y ecuatorianas en el cambio de siglo, y las bolivianas a partir de 2005. Diferentes motivaciones están detrás de este flujo migratorio de la región andina. En el caso de Ecuador, la mayoría de las interpretaciones coinciden en señalar la crisis económica de 1999 como la principal explicación para el éxodo de alrededor de un millón de personas en diez años5. En el caso de Colombia, es el conflicto político interno el que empujó a los colombianos a migrar en un número creciente, no solo a Europa sino a otros países de América Latina. En tanto que para los bolivianos, que llegaron a Europa entre 2005 y 2010, la emigración se explica tanto por una tradición anterior de migración a Argentina como por razones económicas6.
Varios estudios han señalado que la migración andina hacia Europa fue liderada en principio por mujeres: ellas son las que han llegado primero, se han insertado en el mercado laboral y han formado las primeras redes sociales. Son ellas también las que han promovido la reunificación familiar7.
Respecto a la inserción laboral en el lugar de destino, los estudios muestran que las mujeres andinas realizan en Europa preferentemente actividades de cuidado, ya sea trabajo doméstico o atención a niños y adultos mayores, y que sus condiciones laborales varían mucho dependiendo de su situación migratoria, del acceso a un mercado laboral más formalizado, del tiempo de migración y de su contexto familiar8. Muchas investigaciones se han centrado en las contradicciones de las experiencias migratorias de las mujeres, mostrando que si bien estas viven procesos de movilidad económica y de transformación en las relaciones de género, también experimentan desvalorización social en sus trabajos. En la misma dirección, se pone en evidencia cómo una inserción laboral precaria viene acompañada de grandes dificultades respecto a cómo organizar el cuidado de las personas dependientes en los países de destino, y esto complica tanto los procesos de reunificación familiar como la organización de estos una vez que las mujeres han llevado a sus familias con ellas9. El carácter intrínseco del trabajo de cuidado, en el que entran en juego aspectos subjetivos que van más allá de una prestación de servicios, habla de contradictorios procesos de dependencia emotiva que se crean entre empleadora y empleada, lo que Mauricio Ambrosini denomina «familiaridad asimétrica»10. Esta contrarresta en parte la independencia y mayor autonomía de las mujeres respecto a sus cónyuges derivada del manejo de recursos económicos propios.
Desde una perspectiva menos centrada en los actores y más enfocada en las estructuras, la migración de mujeres andinas para realizar trabajos de cuidado ha sido analizada como resultado de la coincidencia de una crisis de los cuidados en los países de destino con una crisis de reproducción social en origen11. La transnacionalización del trabajo de cuidado se vincula a las cada vez mayores dificultades de los Estados y las sociedades de los países del Primer Mundo para garantizar estos servicios para sus habitantes.
En el caso español, principal destino de la migración andina, el hecho de que la mano de obra femenina se inserte mayoritariamente en el trabajo doméstico está ligado con la dinámica del mercado laboral, con el Estado y con la reproducción social. España ha mantenido una política migratoria que ha favorecido la entrega de permisos laborales para el trabajo doméstico por sobre otras ocupaciones y tiene una débil estructura estatal que no garantiza servicios públicos de cuidado de menores y de adultos mayores. Coloca, por tanto, esta responsabilidad en los hombros de las familias, al tiempo que tiene una población cada vez más envejecida. Estos factores explican entonces la formación de un nicho laboral para las mujeres inmigrantes12.
Sin embargo, no todas las migrantes decidieron o lograron llevar a su familia a los países de destino. Los impactos de esta situación en los países de origen han comenzado a ser documentados. En Ecuador, 38% de los padres y 34% de las madres migrantes han dejado al menos un hijo menor de 18 años a cargo de otra persona13. Muchos de estos emigrantes también han dejado a adultos mayores en sus lugares de residencia. De acuerdo con la Encuesta de Uso del Tiempo, que capta el trabajo remunerado y no remunerado en el país, la edad de las cuidadoras de los hogares con migrantes se encuentra entre los 46 y 65 años, lo cual contrasta con el dato de los hogares sin migrantes, donde esa edad se encuentra entre los 25 y 35 años14. Asimismo, las personas menores de 18 años que pertenecen a una familia con varios de sus miembros migrantes dedican más tiempo a proveer cuidados en comparación con quienes pertenecen a familias sin miembros migrantes. Es decir, las estadísticas develan que dos franjas etarias estarían asumiendo las necesidades de cuidado en las familias de migrantes: las abuelas y las adolescentes, y los datos dejan ver que sus cargas de trabajo no remunerado son más pronunciadas que las de sus pares de familias sin migrantes.
A estas desigualdades que aparecen en las estadísticas se suman otras a la hora de analizar los procesos de arreglos y desarreglos de los cuidados con mayor detenimiento. En efecto, más que un «drenaje de cuidado», como lo ha sostenido predominantemente la literatura sobre las cadenas globales de cuidado, el care drain induce una serie de nuevos arreglos y estrategias, emprendidos con el soporte de otros familiares y con una casi nula presencia institucional, sea esta pública o privada.
Las historias sobre transferencias de cuidados desde los contextos de salida muestran que estas cadenas transnacionales se tejen en una red social y cultural construida sobre jerarquías de género, sociales y generacionales, que moldean la forma en que ocurren los arreglos de cuidado dentro de las familias y que se vinculan a prácticas muy arraigadas en las historias familiares. En consecuencia, a las desigualdades presentes dentro de las cadenas transnacionales de cuidado se suman las historias de dominación anteriores a la experiencia migratoria. Por tanto, la migración no es el único evento que activa riesgos frente al cuidado, sino que viene acompañada o antecedida por otras condiciones, tales como embarazos tempranos, separaciones de pareja, enfermedades crónicas o pobreza estructural y, derivada de estos factores, la incapacidad de los sectores populares de mercantilizar los cuidados, a los que se suma la falta de servicios brindados por el Estado o la desconfianza frente a estos por parte de los usuarios.
Pero además, los arreglos de cuidado están atravesados por jerarquías de género y generacionales vinculadas a construcciones culturales sobre las familias y a las distintas formas en que las personas las experimentan según su posición en ellas. La experiencia migratoria devela que la posición dentro de la familia, sumada a la posición desde donde se cuida, puede también transformarse en un eje de desigualdad.
Por otra parte, las prácticas de cuidado entre las familias migrantes son muy dinámicas, tanto en el plano espacial como en el temporal. La movilidad que adquiere el cuidado es transnacional, pero además la propia gestión del cuidado en el lugar de origen se dispersa entre varios hogares. Asimismo, es muy dinámica en el tiempo: las redes de cuidado se modifican constantemente, lo que vuelve a las familias en origen espacios en permanente construcción.
En tercer lugar, las prácticas transnacionales de cuidado coexisten con discursos culpabilizadores hacia las migrantes por parte de sus mismas familias. En consecuencia, se produce una relación contradictoria entre el mantenimiento de prácticas y vínculos transnacionales por parte de las familias migrantes y una representación de la experiencia migratoria de separación como un problema de desintegración familiar. Estas contradicciones entre discursos y prácticas dificultan el reconocimiento de los arreglos y desarreglos en torno del cuidado como un asunto que debe ser atendido por las políticas públicas.
Por último, la experiencia de estas familias transnacionales mostró que se diluyen las representaciones dominantes de la división sexual del trabajo que oponen cuidados a producción y asignan lo primero predominantemente a las mujeres. El rol de cuidadora y el rol de proveedora se superponen. Más aún, las madres migrantes legitiman su maternidad mediante la provisión de recursos a sus familias en el lugar de origen además del cuidado transnacional, a diferencia de lo que sucede en las familias fijas, en las que la maternidad y el rol público de las mujeres pasan por su papel como cuidadoras de sus hijos, de su familia y de su comunidad. Esto podría significar una ruptura importante con el orden de género prevaleciente y legitimado por el Estado y las políticas. Los relatos de las entrevistadas muestran otra construcción de la maternidad, en la cual cuidados y provisión de recursos se entremezclan para legitimar la transnacionalidad de esa función.
¿Qué nos dice esta situación sobre el nexo entre cuidados y desarrollo? ¿Cómo pensar la relación entre globalización y desigualdad social a partir de estos fenómenos de transnacionalización de los cuidados? A continuación, algunas reflexiones al respecto.
El lugar de los cuidados en la discusión sobre género y desarrollo
La reflexión sobre los cuidados como procesos sociales y no solo emocionales, morales o afectivos, tiene sus raíces en los planteamientos de las feministas marxistas sobre el reconocimiento del trabajo doméstico como trabajo productivo. Estas colocaron el trabajo doméstico como un eje básico de redefinición de las relaciones de género y de clase, y las economistas feministas se basaron en esta reflexión para reivindicar el carácter interdependiente de la persona humana. Es decir, más allá del concepto de individuo que de manera aislada entra en el mercado laboral capitalista, el reconocimiento de las actividades reproductivas implica tomar en cuenta los procesos económicos en que estos seres han sido socializados, alimentados y curados cuando lo han necesitado, procesos que han contribuido a la realización de estas actividades en su entorno social directo; es decir, es preciso considerar que han recibido cuidados para sobrevivir en su infancia, que los siguen recibiendo y que los recibirán en su vejez15. Además, estas mismas personas, sobre todo las mujeres, han sido cuidadoras en muchas ocasiones.
El reconocimiento de la centralidad de estas actividades cotidianas para el sustento de la vida, no siempre atravesadas por el mercado, modifica nuestra comprensión del desarrollo en dos sentidos: por un lado, integra dimensiones vitales no necesariamente vinculadas a aspectos económicos o solo materiales, puesto que el cuidado implica relaciones sociales y afectivas intensas; por otro lado, considera estas actividades como una base material importante en la reproducción de la vida de las personas. Por eso, su reconocimiento como parte de la ecuación del desarrollo de los individuos y de las sociedades implica fundamentalmente resaltar el carácter social, económico e histórico de estas actividades y por tanto desnaturalizarlas, para así volver visibles la división sexual del trabajo, los procesos de desvalorización del trabajo doméstico en manos de las mujeres, su racialización y su carácter clasista. Estos elementos van a adquirir un carácter específico en espacios globales.
Estos ejes de desigualdad pueden ser examinados a partir de la organización social de los cuidados. Es decir, en relación con las actividades que se cumplen en el terreno de la reproducción social, muchas veces anteriores al ingreso de las personas al mercado laboral, pero también posteriores, y que permiten que las personas trabajen, produzcan bienes y servicios, emprendan procesos de creación, contribuyan al desarrollo de otros y construyan relaciones sociales16. Sin embargo, lo paradójico es que las políticas muchas veces obvian este sustento, tanto las políticas de desarrollo como las políticas públicas en general. En el caso de la región andina, nos atrevemos a decir que tanto las políticas migratorias como las políticas sociales desconocen el carácter integral de los cuidados y su función de cimiento de la organización social.
Pero las actividades de cuidado no siempre se reparten de manera igualitaria entre las personas, entre las familias, entre hombres y mujeres, entre mujeres de diferentes clases sociales y, con la globalización, entre países. Es decir, la organización social del cuidado deja en evidencia profundas desigualdades entre hombres y mujeres, pero también, enormes brechas entre mujeres. En el caso de América Latina y de la región andina en particular, el trabajo doméstico ha sido un marcador de desigualdades heredado desde la Colonia, que ha estado muy presente también en la experiencia de la migración interna17. Con la globalización del trabajo doméstico, estas jerarquías y desvalorizaciones experimentan rupturas y continuidades.
En definitiva, si el capitalismo siempre ha descansado en una división sexual en la cual las mujeres con su trabajo reproductivo subsidian la economía, el crecimiento del trabajo doméstico en manos de mujeres migrantes en la globalización estaría expresando este proceso a escala transnacional. Así, las decisiones individuales sobre dónde migrar pueden estar moldeadas por arreglos (o ausencias) institucionales. En el caso que nos atañe, el de las migraciones andinas, estrategias neoliberales tales como la restricción del gasto social y la focalización de determinadas políticas han contribuido a la crisis global de cuidados. En lugar de que los Estados se responsabilicen de estas crisis de cuidado, lo que se puede observar es una división internacional que coloca su carga en las más débiles: las mujeres migrantes. En otras palabras, desde este análisis de las políticas económicas y las políticas sociales se puede sostener que las familias de clase media que mercantilizan el cuidado, y sobre todo las migrantes que venden su fuerza de trabajo, están subsidiando al Estado y el crecimiento económico.
Si bien la migración femenina no es un fenómeno nuevo, las desigualdades globales la han intensificado, incrementando drásticamente el número de mujeres migrantes en el trabajo de cuidado y trayendo consecuencias no esperadas a las sociedades de origen. Pero además de su articulación con la economía global, este incremento está íntimamente relacionado con la reconfiguración de los Estados en la globalización y con factores de orden sociodemográfico y económico relativos al envejecimiento de la población en los países del Norte –y en parte también del Sur–, a cambios en las estructuras familiares, a la feminización de la fuerza de trabajo precarizada y a la ausencia de servicios de cuidado que han dificultado el trabajo reproductivo de las mujeres. Estas características generales adquieren particularidades según el lugar estructural de los Estados en el orden global y van a afectar la particular organización social de los cuidados que se produce tanto en los países de origen como en los de destino.
Conclusiones
En la región andina, si bien la feminización de la última ola migratoria es muy visible para las comunidades de origen y está ampliamente documentada en las estadísticas y los estudios nacionales, no aparece sino de manera muy marginal en el discurso de los Estados. Tampoco tiene fuerza en el discurso de la sociedad civil organizada, nacional e internacional, que trabaja en torno de los derechos de los migrantes, y es poco relevante en la agenda de políticas públicas que produce la institucionalidad de género en la región. Es decir, no ha formado parte de la agenda sobre migración y desarrollo. Lamentablemente, las políticas han estado de espaldas a estas dinámicas. Las pocas iniciativas que se ha logrado consensuar y los cambios que se están produciendo en algunos países latinoamericanos respecto a la problemática migratoria todavía no incorporan la existencia de las familias transnacionales. Si bien en algunos casos la migración femenina ha sido reconocida, no se toma en cuenta toda la cadena que viene atrás ni las consecuencias que tiene sobre las familias y las comunidades de origen. Por eso, estos clivajes de desigualdad necesitan ser abordados más allá de la familia, más allá de los individuos, en la relación entre familia, Estado y mercado.
¿Cómo pensar entonces, después de esta reflexión, el lugar de los cuidados en la agenda de migración y desarrollo? Por lo pronto, es necesario evaluar tanto los costos como las contribuciones de los cuidadores y las cuidadoras en origen y en destino. La relación entre migración y desarrollo se fundamenta principalmente en el impacto de las remesas, se ha avanzado también en examinar la incidencia de la migración en el empleo y hasta se resalta la importante contribución de la población migrante a las pensiones y el seguro social de las poblaciones en destino, sobre todo en el marco de los procesos estructurales de envejecimiento. Sin embargo, se ha avanzado muy poco en la evaluación de la contribución económica del trabajo de cuidado de las migrantes al crecimiento y el bienestar de las familias. Cuando podamos valorar social y económicamente este aporte, tanto en las sociedades de origen como en las de destino, estaremos dando un paso importante hacia la construcción de un régimen local, nacional, regional y global de cuidados más justo, que garantice los derechos de unos y otros al sustento de la vida.
Por ello, no solo es importante demandar derechos laborales para las trabajadoras del cuidado sino también cuestionar, incidir en y hacer seguimiento de las políticas de los Estados hacia las familias migrantes. No se trata únicamente de influir en las políticas migratorias, sino también de demandar políticas de protección social que contemplen a las familias migrantes y de evaluar cómo las políticas migratorias y las políticas de vínculos en nuestros países están o no tomando en cuenta a estas familias y las problemáticas del cuidado.
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