Coyuntura
NUSO Nº 255 / Enero - Febrero 2015

Cuba: las desigualdades se tornan visibles. Consecuencias de la economía de escasez y reformas

Después de que en 2006 Raúl Castro reemplazara a su hermano e iniciara su política de reformas, al menos una cosa es clara: la transición ordenada cubana produce ganadores y perdedores. La vieja narrativa del pacto revolucionario entre el Estado y el pueblo, que suponía el intercambio de la lealtad política por la independencia nacional, la protección social y la erradicación de la pobreza, se ha agotado. La generación joven está alienada de la política. La etnicidad ha vuelto a marcar líneas de desigualdades. ¿Quiénes se benefician con las reformas? ¿Hay una propuesta del gobierno para establecer un nuevo pacto social con la población? La clave del éxito se encuentra exclusivamente en Cuba. No obstante, los cambios en las relaciones con Estados Unidos abren nuevos escenarios.

Cuba: las desigualdades se tornan visibles. Consecuencias de la economía de escasez y reformas

Contrariamente a lo que muchos esperaban, el socialismo tropical no se derrumbó tras la caída de la Unión Soviética. Y el bloqueo estadounidense de 50 años tampoco ha logrado poner a Cuba de rodillas, lo que explica el cambio de política de Washington y los anuncios de1 17 de diciembre sobre la normalización de las relaciones bilaterales. No cabe duda de que la isla viene de atravesar tiempos difíciles, pero ha logrado conservar la soberanía nacional y sigue teniendo la chance de dirigir su propio proceso de transición. En la actualidad, ese es el mayor imperativo político en La Habana.

En la Cuba de hoy, es posible crear una pequeña empresa con empleados o arrendar tierras a largo plazo para la producción agrícola, y los individuos están autorizados a comprar o vender vehículos y también inmuebles. Los productores pueden vender al Estado o al sector del turismo de manera directa (es decir, sin que intervenga el organismo estatal de comercialización, que hasta ahora ejercía un monopolio). Durante mucho tiempo, todo esto era impensable.

Sin embargo, la liberalización impulsada por los exponentes del pragmatismo pertenecientes al entorno del presidente Raúl Castro genera profundas contradicciones sociales. Por ejemplo, desde hace aproximadamente dos años el gobierno otorga a sus ciudadanos el permiso para viajar, pero solo unas pocas personas tienen el dinero necesario para obtener el pasaporte y comprar un pasaje al extranjero. Tras la liberalización del mercado de automóviles, cualquier individuo puede adquirir un vehículo nuevo importado. No obstante, de acuerdo con datos de la prensa cubana, un Peugeot de gama media cuesta entre 100.000 y un cuarto de millón de dólares estadounidenses. Dado que el salario promedio de un trabajador ronda los 20 dólares por mes, resulta difícil imaginar quiénes pueden ser los compradores. El tan alabado sistema cubano de educación –eje central de los logros del socialismo– también se abre a los agentes privados: con servicio propio de recolección y diferentes menúes para los niños, hoy florecen en La Habana los jardines de infantes privados. Su costo mensual es cercano a los 100 dólares y equivale así a cinco sueldos promedio en Cuba.

La lista de estas contradicciones podría ampliarse a voluntad. El problema cada vez mayor es que la dirigencia comunista cubana sigue aferrándose a sus «viejas» prácticas y finge que apunta a una mera «actualización» del modelo socialista. Se promete que «nadie quedará abandonado a su suerte» y que el proceso de modernización continuará «sin prisa, pero sin pausa». Mientras los medios occidentales alaban las reformas económicas y señalan que eran necesarias desde hacía tiempo, las medidas introducidas han generado desequilibrios sociales considerables. Bajo la superficie de la estabilidad política, la otrora igualitaria sociedad cubana ha cambiado radicalmente en los últimos 25 años. Sin embargo, el discurso oficial ignora ampliamente estas consecuencias de las reformas.

En busca de un modelo de desarrollo sostenible

La diferenciación social no se inició con las reformas de Raúl Castro, sino bajo la conducción de su hermano Fidel ya a comienzos de los años 90, cuando de la noche a la mañana, una vez desaparecidas las subvenciones soviéticas, Cuba debió afrontar la situación por sí sola. Desde entonces quedaron en evidencia las flaquezas de la economía centralmente planificada. No obstante, Fidel pospuso una y otra vez las reformas estructurales necesarias e incluso, desde finales de los años 90 –con las nuevas subvenciones provenientes de la Venezuela de Hugo Chávez– revirtió en parte los cambios realizados. Mientras Fidel atribuía la crisis iniciada en esa década a la disolución del bloque socialista y, por ende, a factores externos, la prolongada agonía de la economía cubana es vista hoy por Raúl como una consecuencia de la ineficiencia del propio modelo. Nadie expresa esto de manera más drástica que el mismo presidente; por ejemplo, cuando en diciembre de 2010 advirtió ante la Asamblea Nacional cubana: «O rectificamos o nos hundimos». Se admiten errores propios y se busca subsanarlos.

En el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC), celebrado en abril de 2011, la dirigencia obtuvo la legitimación política para reestructurar la economía. Tras un largo debate público en las líneas internas del Partido, en las empresas y entre la población, se elaboraron los «Lineamientos de la política económica y social». Este documento representa una suerte de «hoja de ruta» en la búsqueda de un modelo de desarrollo más sostenible. El debate se centra en un nuevo equilibrio entre el Estado, las cooperativas y el sector privado. Cuba se encamina hacia una economía mixta. En este marco, no quedan dudas de que las reformas van dirigidas a salvar el socialismo, no a debilitarlo ni suprimirlo. Los cambios están vinculados a una privatización, por un lado, en el sector artesanal y las pequeñas empresas y, por el otro, en la producción y comercialización de alimentos (en tierras entregadas en usufructo a largo plazo por el Estado). Paralelamente, el debate propone descentralizar las decisiones y los componentes presupuestarios hacia las provincias y los municipios. De acuerdo con estos lineamientos, las grandes empresas estatales obtendrían una mayor autonomía en todos los aspectos de la gestión.

La distribución de las tierras ya está en marcha desde hace algunos años. El proceso se ve acompañado por el fortalecimiento del sector cooperativo y la reducción de las amplias subvenciones sociales (libreta de abastecimiento, comedores en empresas estatales, etc.). La mayor parte de la estructura seguirá organizada en el futuro como una economía planificada: los principales medios de producción permanecerán en manos del Estado. El eje central de las reformas consiste en abandonar las concepciones paternalistas. El plan del programa es el siguiente: la «liberación» de fuerza de trabajo en el sector estatal disminuirá los costos salariales; la bajísima productividad de las empresas estatales aumentará; el nuevo sector privado y las cooperativas absorberán la fuerza de trabajo y mejorarán la oferta de bienes y servicios; mediante el pago de impuestos, los nuevos trabajadores autónomos ayudarán a mejorar las finanzas del Estado; las medidas llevarán a incrementar rápidamente la producción agrícola para sustituir con igual velocidad las importaciones en ese rubro (la proporción de importación de Cuba ronda el 80%) y dar así al Estado un cierto margen financiero.

La «hoja de ruta» aprobada en el Congreso del PCC comenzó a aplicarse en el mercado laboral, caracterizado por un subempleo generalizado y la baja productividad del trabajo. Para abril de 2011 debían quedar «liberados» 500.000 empleados del Estado, y la cifra prevista hasta 2015 asciende a 1,3 millones. Si se tiene en cuenta que hay una población activa de 4,9 millones, puede decirse que los objetivos son muy ambiciosos. Los propios expertos cubanos no tienen claro cuál será el destino de este ejército de personas en busca de empleo. La lista de actividades orientadas a los cuentapropistas remite más al siglo XIX que al XXI. Lentamente, se irá ampliando para incluir las profesiones modernas. La redistribución de la fuerza de trabajo sigue su curso, aunque con un ritmo mucho más lento al previsto. Hasta ahora no se dispone de datos confiables al respecto. Según la información proporcionada por los sindicatos, en 2011 unos 800.000 empleados se vieron afectados por los procesos de reestructuración.

La reforma del sector artesanal, pequeñas empresas y servicios transcurre de manera relativamente exitosa. Según datos oficiales, la cantidad de cuentapropistas aumentó de unas 145.000 personas en 2008 a aproximadamente 470.000 en julio de 2014. Pero esta tendencia mostró una clara desaceleración. Hoy parece haberse alcanzado un punto de saturación o depuración del mercado. Esto torna poco realista la expectativa del gobierno, cuyo objetivo era que hacia 2015 el sector sumara alrededor de 35% del empleo y una porción similar en lo que respecta al valor agregado del país.

Lo que obstaculiza el éxito de la reforma sectorial es la implementación de los pasos complementarios, que resultan indispensables para permitir el funcionamiento de las nuevas pequeñas empresas y microempresas. Esto incluye la creación de líneas de crédito, la normativa sobre impuestos y cargas sociales, las disposiciones en materia de importación/exportación, la implantación de mercados mayoristas, la capacitación para la puesta en marcha de empresas, la reforma estructural del sistema bancario, etc. Este proceso ha demostrado ser extremadamente complicado y muchos de los nuevos emprendedores se quejan por la presencia de controles previos a la liberalización.

Más allá del rotundo éxito alcanzado por las reformas en este sector, los efectos sobre el mercado interno y el mercado laboral todavía son bastante limitados. Si se logra una real mejora en la situación de abastecimiento y se crea un espacio duradero para la iniciativa y la responsabilidad privadas, Cuba dará un gran paso adelante. Sin embargo, aun cuando el objetivo sea una economía mixta, sujeta solo parcialmente a los mecanismos del mercado, sigue habiendo una larga lista de reformas estructurales dentro de la agenda. Es necesario, entre otras cosas, crear una nueva política en relación con el comercio exterior y la inversión extranjera directa; diseñar una política innovadora en el ámbito empresarial y macroeconómico; adaptar la legislación laboral a una economía mixta, en la que vuelve a haber trabajo asalariado capitalista; reestructurar los sindicatos estatales, que no representan los intereses de los trabajadores empleados en el sector privado; crear un sistema impositivo eficiente; unificar las dos monedas y, finalmente, adoptar una estrategia general de crecimiento, que otorgue un cierto margen de maniobra financiera al Estado.

Algunas de estas tareas ya se han abordado. Hay una nueva Ley de Cooperativas, que amplía y liberaliza la capacidad de acción de esta modalidad empresarial. Ahora es posible formar cooperativas en la industria y en el sector de servicios; antes su existencia estaba restringida al ámbito de la agricultura.

Desde junio de 2014 hay un nuevo Código de Trabajo que sienta la base jurídica tan necesaria para legalizar las relaciones laborales en el incipiente sector privado. Las principales novedades son que, en el futuro, los contratos de trabajo podrán ser concertados directamente por el trabajador y el empleador y que el Estado establecerá de manera oficial el salario mínimo y los derechos básicos garantizados. Más allá de esto, se trata de un documento sumamente contradictorio, que intenta hacer frente a la fragmentación de las relaciones de trabajo. Queda por ver cómo procederán en Cuba los interlocutores sociales en caso de un conflicto laboral.

A fines de 2013 se anunció la eliminación de la doble moneda. El sector empresarial está dando ahora los primeros pasos experimentales en esa dirección. Algunas firmas seleccionadas pueden operar con un tipo de cambio distinto al oficial (1 peso cubano = 1 peso convertible/CUC). La idea es obtener indicadores de los precios reales y de la competitividad de las empresas cubanas. El regreso a una moneda única representaría un hito dentro del camino de la reforma y la integración a la economía global. Por supuesto, esto también entraña el riesgo de que la inflación aumente y traiga consigo una mayor discriminación y diferenciación en materia social.

Si se evalúan las «actualizaciones» realizadas hasta el momento, lo primero que llama la atención es que parecen ajustarse más a un modelo de «ensayo y error» que a un plan general. Otra característica es la lentitud, que sugiere el predominio del control político sobre la liberación de la iniciativa. La realidad demostrará si es posible darse el lujo de impulsar las reformas «sin prisa, pero sin pausa». Las medidas implementadas hasta 2014 todavía no se reflejaron en un aumento significativo del crecimiento macroeconómico. Las tasas en cuestión oscilaron en los últimos años entre 2,0% y 3,5%, lo que mantuvo a Cuba –incluso con reformas– claramente por debajo del nivel promedio en la región, cercano a 4%. Estas tasas de crecimiento no permiten crear la base para una expansión sostenible. Con los propios recursos, sin una inversión extranjera directa de cierta envergadura, difícilmente sea posible llevar a cabo la reforma. Aún se está muy lejos de la dinámica alcanzada por las sociedades asiáticas (entre 7% y 12%) en sus buenos años de transformación.

El mito se desvanece

La ineficiencia ha generado un distanciamiento entre el gobierno y el pueblo. Las penurias económicas socavan el factor que mantuvo cohesionada a Cuba y la fortaleció políticamente durante décadas: el pacto posrevolucionario entre la elite y el pueblo, que supuso el intercambio de la lealtad política por la independencia nacional, la protección social y la erradicación de la pobreza. Esto puede observarse claramente en un antiguo símbolo de la Revolución: las prestaciones sociales. Desde hace años la calidad de los sistemas de salud y educación viene empeorando. Dentro de este contexto, el gobierno de Raúl Castro se aferra a una ambiciosa política social. Así, en los últimos años siguió aumentando el porcentaje del PIB destinado a educación, salud y seguridad social. No obstante, como consecuencia del bajo rendimiento económico en general, esta fijación de prioridades no es suficiente para mantener los niveles de antaño.

A esto se agrega una creciente exclusión social. Desde la perspectiva de los empleados y jubilados, la reestructuración de la economía cubana tras el colapso del bloque socialista desembocó en una drástica pérdida del poder adquisitivo, que hasta hoy no pudo recuperarse. El instrumento económico utilizado fue la emisión de moneda. Entre 1990 y 1993 (llamado «Periodo Especial en Tiempos de Paz»), la inflación llegó a 183%, y durante ese mismo periodo los salarios y jubilaciones se mantuvieron invariables, lo que equivale a decir que hubo una expropiación individual para conservar las empresas estatales y las prestaciones sociales colectivas. La simultánea dolarización de la economía derivó en 2004 en el sistema monetario dual, que se transformó en un punto de partida esencial de la diferenciación social y sigue existiendo hasta hoy. Dado que los sueldos se pagan en pesos cubanos (de menor poder adquisitivo), pero una gran parte de los bienes de consumo diario se negocian en CUC (la moneda convertible), los cubanos con acceso a divisas tienen una situación mucho mejor que aquellos que no pueden obtenerlas. Además, el peso cubano ha sufrido una importante pérdida de su valor. En 2010, el salario real equivalía a apenas 27% de lo que había sido en 1989. El acceso a la divisa fuerte se produce gracias a las remesas enviadas por compatriotas desde el extranjero o a través de determinados sectores económicos (turismo, comercio exterior o mercado negro). En general, los ingresos adicionales provenientes de remesas o de la actividad informal o privada superan hoy largamente a la remuneración formal. De este modo, el trabajo asalariado es cada vez menos importante y el sistema termina creando falsos incentivos. La pirámide social cubana se invierte porque un camarero, un taxista o la trabajadora del servicio de limpieza de un hotel ganan mucho más que un médico o un docente. Por lo tanto, cada vez son más los profesionales altamente calificados que cambian de rubro en busca de mejores ingresos.

Bajo el manto de la estabilidad política, desde 1990 se ha producido una diferenciación dentro de estructuras sociales que antes eran homogéneas. El propio Fidel Castro recurría como guía a la célebre frase formulada por Karl Marx en la Crítica del Programa de Gotha: «De cada cual según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades». Para la generación de la Revolución, este principio era prácticamente un rasgo de identidad, aunque ahora ha perdido sentido. El origen individual adquiere mayor importancia para el éxito educativo, y los que no tienen acceso al CUC corren el riesgo de caer en la pobreza. Dentro de esta categoría se ve afectado, sobre todo, un grupo creciente compuesto por personas de edad avanzada que viven solas, madres solteras y afrocubanos. Así se desvanece el mito del socialismo tropical: la construcción de una sociedad inclusiva, relativamente homogénea e igualitaria, que se caracterizaba por superar injusticias sociales, barreras étnicas y otras discriminaciones.

Afrocubanos: el regreso de las desigualdades raciales

Uno de los grupos poblacionales muy beneficiados por la Revolución fue el de los afrocubanos. Pero desde comienzos de la década de 1990 volvieron a verse sucesivamente marginalizados de la sociedad. En otras palabras, el proceso de diferenciación socioeconómica también se desarrolla a lo largo de las líneas étnicas y la clase. De este modo, dos cuestiones dominantes de la política prerrevolucionaria vuelven a convertirse en controversias superpuestas en la Cuba de hoy.La situación actual solo puede entenderse si se tiene en cuenta la estructura de la emigración cubana desde 1959. La primera ola de exiliados estaba compuesta, en su inmensa mayoría, por representantes de la elite blanca y la burguesía, que habían apoyado la dictadura de Fulgencio Batista o luchado contra la Revolución. Aunque las olas migratorias posteriores fueron menos homogéneas desde el punto de vista étnico, también mostraron un predominio blanco. Como consecuencia de este fenómeno, prolongado a lo largo del tiempo, la diáspora cubana hoy es mucho «más blanca» que la población de la isla.

En virtud de la vía de reformas propuesta por Raúl Castro, este hecho esconde una explosividad adicional porque, hasta ahora, los principales beneficiarios de los cambios económicos han sido los grupos sociales privilegiados: personas con acceso al capital, que pueden recurrir a él para crear una pequeña empresa por cuenta propia, comprar una vivienda, un vehículo o un viaje al exterior. Por lo general, se trata de quienes tienen ahorros y/o reciben remesas de familiares desde el extranjero. Los cubanos que son pobres, que no cuentan con remesas familiares y que no disponen de capital social o político quedan automáticamente excluidos de los «beneficios» de las reformas.

Debido a la composición de la diáspora, la inmensa mayoría de las personas que hoy envían remesas a Cuba son blancas. Por lo tanto, estas transferencias de dinero benefician sobre todo a los hogares blancos de la isla. Desde el punto de vista del volumen, se trata de una magnitud que resulta clave para la supervivencia y el futuro de la economía cubana. Si bien no hay cifras exactas, los datos oscilan entre las estimaciones conservadoras de 1.000 millones de dólares por año hasta los cálculos optimistas de 2.600 millones. En cualquier caso, el aporte a la economía sería superior al que ofrecen los clásicos productos cubanos (ron, tabaco y azúcar) y al menos equiparable al de la principal materia prima de exportación (níquel, 1.400 millones). Paradójicamente, el régimen de La Habana depende entonces en una medida considerable de la benevolencia de aquellos que hasta hace poco eran tratados como traidores a la patria por haber emigrado. Además, dentro de la actual coyuntura, las transferencias enviadas desde el exterior resultan estratégicas para sostener un pilar de las reformas económicas. Dado que el Estado cubano aún no ha logrado establecer instituciones eficaces, capaces de asegurar el otorgamiento de créditos a los nuevos cuentapropistas del sector privado, las remesas suelen ser la fuente de financiación de las incipientes empresas.

Como consecuencia de la dinámica histórica y actual, los privilegiados de hoy, «los que tienen», pertenecen en su mayoría a un fenotipo blanco. Por el contrario, «los que no tienen» suelen ser cubanos de origen africano. Además, como no existe hasta ahora ninguna política gubernamental orientada a proteger a los grupos sociales especialmente vulnerables, muchos afrocubanos vuelven a convertirse poco a poco en ciudadanos de segunda clase.

La Cuba de hoy: una sociedad transnacional

En lo que respecta a los cambios operados en las bases sociales del socialismo cubano, la diáspora representa un factor importante no solo por las remesas de dinero. Desde hace tiempo, su presencia no se limita a Miami, sino que también se extiende desde México y Madrid hasta Santo Domingo, Quito, Toronto, etc. En otras palabras, es una diáspora globalizada.

Desde 1959, más de un millón de cubanos emigró a Estados Unidos. La mayoría de ellos vive en el sur de la Florida, especialmente en Miami. Gracias a la generosa ayuda para la integración proporcionada por el gobierno federal en Washington y a su marcado sentido empresarial, los exiliados cubanos transformaron rápidamente una localidad costera adormecida en una moderna metrópoli comercial. Paralelamente, montaron una de las más poderosas maquinarias de lobby en la historia estadounidense, cuyo objetivo era poner de rodillas al régimen comunista mediante un bloqueo económico.

Durante las primeras tres décadas posteriores a la Revolución, la relación entre ambos gobiernos reflejó la mentalidad de la Guerra Fría, y lo propio ocurrió entre los cubanos situados a un lado y al otro del estrecho de la Florida. Pese a las diferencias políticas, al bloqueo económico y a las profundas heridas emocionales entre ambos países y comunidades, los últimos años permitieron establecer relaciones más estrechas entre EEUU y la isla. Este cambio se explica, por un lado, por la persistente crisis económica de Cuba. En muchos casos, las aterradoras historias ocurridas desde comienzos de los años 90 durante el Periodo Especial no solo llegaron a los corazones y las mentes, sino que también aflojaron los bolsillos en la diáspora y motivaron una ayuda a los compatriotas en la isla.Muchos exiliados habían jurado que no se involucrarían más en los asuntos de Cuba mientras vivieran Fidel y Raúl Castro. Pero ahora han comenzado a enviar periódicamente dinero y paquetes de atención a parientes, amigos y viejos vecinos, con quienes a veces no habían tenido ningún contacto durante décadas. Algunos incluso volvieron a visitar la isla. Para muchos cubanos de ambas orillas, esto es el comienzo de una experiencia curativa.

Hay una segunda causa que explica el cambio en las relaciones: desde el Periodo Especial, más de 400.000 cubanos abandonaron la isla. No todos fueron a EEUU, sino que también se distribuyeron a lo largo de otras geografías. La gran mayoría de este grupo dejó el país en calidad de emigrante económico, no como exiliado político, y sigue manteniendo un contacto muy estrecho con sus parientes y amigos en la isla. Como consecuencia surgió un amplio abanico de relaciones transnacionales, que incluyen las visitas a familiares y el envío periódico de remesas, así como numerosos vínculos sociales, culturales y religiosos, que se establecieron en los últimos 25 años y aportan una cierta distensión. Este proceso se ve respaldado por una reforma migratoria, que permite que todos los cubanos viajen al extranjero sin tener que pedir un permiso de salida. Cada vez son más las personas que aprovechan esta oportunidad. A veces trabajan unos meses en otro país, generan un ahorro en divisas y regresan a la isla. Para ver el fuerte flujo transnacional hace falta solamente ir a los aeropuertos de Miami o La Habana, donde semanalmente salen más de 100 vuelos chárter entre ambas ciudades.

Ahora estos cambios en la isla y su diáspora comienzan a tener eco en la «gran política» en Washington. Entretanto, muchos otros países –además de EEUU– buscan normalizar o intensificar sus vínculos con La Habana. Entre ellos hay unos cuantos de la Unión Europea que en los últimos años firmaron acuerdos bilaterales de cooperación con Cuba. Además, después de haber quedado excluida durante décadas de la Organización de Estados Americanos (OEA) debido a la presión estadounidense, hoy Cuba está bien integrada a las estructuras regionales latinoamericanas: no solo tiene una relación muy estrecha con Venezuela y los países de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), sino que también ha generado un nexo intenso y económicamente importante con Argentina y con Brasil, la nueva potencia hegemónica en la región.

La decisión de Obama no germinó en el vacío. Hoy varias organizaciones cubano-americanas –incluso en el mundo de los negocios y en el ámbito universitario– fomentan el diálogo con la isla y critican tanto al gobierno de La Habana como la política de aislamiento contra Cuba. Cabe destacar, también, los editoriales de The New York Times pidiendo el fin del embargo a la isla. Por otra parte, la situación de estancamiento se topó con una solución natural. La vieja guardia de La Habana y de Miami ya abandona la escena, y el destino queda en manos de actores pragmáticos, más jóvenes y menos resentidos. Esto se afirma a través de un nuevo aspecto que tiende a favorecer el acercamiento: las reformas en la isla abren espacios económicos que podrían ser interesantes para los grupos de la diáspora dotados de un importante capital.

El régimen perdió el apoyo de los jóvenes

Debido a la persistente falta de perspectivas económicas y a la posibilidad de obtener ingresos muy superiores con las actividades del mercado negro, muchos jóvenes se preguntan si sigue valiendo la pena capacitarse a través de una buena educación. De los 11,2 millones de cubanos que hoy viven en la isla, más de 75% nació después de la Revolución y más de 55% no llega a los 35 años de edad. A diferencia de sus abuelos (muchos de los cuales lucharon por la Revolución) y de sus padres (que crecieron en los años dorados de las subvenciones soviéticas), la juventud actual es un producto de la década de 1990, marcada por carencias en todos los rubros: escasez de alimentos, problemas en el abastecimiento de energía, falta de medicamentos, etc.

Las experiencias vividas por los jóvenes cubanos durante esta época han sido absolutamente distintas a las de sus padres y abuelos. Hoy –25 años después–, el gobierno de la isla continúa hablando de la juventud como portadora de la esperanza revolucionaria y no deja de mostrar al Che Guevara como el modelo a seguir. Pero la realidad en la calle es radicalmente diferente. Desde Alamar (la capital cubana del hip hop, situada en las afueras de La Habana) hasta los rincones más remotos del país, los jóvenes sueñan con marcas como Nike, Adidas y iPhone. Además, quieren tener acceso a internet para abrir su propia cuenta en Facebook, algo que sigue siendo un sueño inalcanzable para 90% de la población.

La generación de 15 a 30 años parece ampliamente atravesada por el individualismo, el materialismo, el desinterés político, el cinismo, un notable retroceso de los valores sociales colectivos, una fuerte orientación hacia otros proyectos de vida, la búsqueda del libre acceso a la información y a los bienes de consumo. Esta es una de las causas que explican por qué tantos jóvenes cubanos emigran o al menos sueñan con hacerlo. La percepción extendida en esta generación se resume en la frase: «Vivo una utopía que no es la mía». El vínculo con la Revolución de sus padres se pierde y la lealtad al régimen se desvanece.

Una reforma, dos velocidades

Muchos cubanos creen que, tarde o temprano, las reformas económicas conllevarán un cambio político. Sin embargo, en ocasión de la visita del papa Benedicto XVI a la isla en marzo de 2012, altos representantes del gobierno dejaron en claro que una reforma política aún no estaba en la agenda. Una liberalización demasiado rápida y amplia supondría para el régimen el riesgo de perder el control social a la largo del proceso; pero el tema principal son las resistencias partidarias internas. No hay un solo discurso en que el presidente no haga referencia a la necesidad de un «cambio de mentalidad» (con esa terminología oficial), aunque aparentemente se busca un efecto limitado. Sobre todo, porque la mayor transparencia, la privatización parcial de determinados sectores de la economía y la descentralización del Estado hacia provincias, municipios y empresas harían perder mucho poder y muchos privilegios a los numerosos cuadros intermedios del Partido. Tampoco está claro si se tratará de una mera descentralización del control o si efectivamente se delegarán responsabilidades y competencias de decisión. En lo que respecta a la proclamada necesidad de un cambio de mentalidad, afecta al fruto de la propia obra: hoy en Cuba hay una generación entera de personas que ocupan puestos de decisión y responsabilidad, pero que en realidad no han sido educadas para tomar decisiones, sino para consentirlas. No son personas con liderazgo; son funcionarios incorporados como parte de un sistema vertical, que no deja espacio para tomar decisiones bajo la propia responsabilidad ni para actuar con creatividad.

Queda por ver si los incentivos actuales son suficientes para convencer a la población de que vuelque en un marco de legalidad sus escasos recursos y la capacidad de organización e improvisación demostrada en el mercado negro. También debería haber un cambio en la burocracia irresponsable y en la preeminencia de controles políticos, que obturan la iniciativa y la asunción de riesgos, características necesarias para alcanzar el éxito de las reformas.

Todo indica que Cuba se encamina hacia una política de dos velocidades: en materia económica, se aplican las decisiones de reformas aprobadas en el VI Congreso del PCC; en el terreno político, no obstante, hay sectores partidarios internos y cuadros intermedios que hasta ahora se niegan a adaptarse a la nueva realidad.

¿Una vía de reforma propia en Cuba?

El proceso de reforma recuerda los comienzos de la reestructuración en China y Vietnam. Al igual que los modelos asiáticos de referencia, Cuba emprende el cambio bajo la conducción del PC. Pero las reformas de la isla se producen dentro de un contexto internacional totalmente diferente al que en su tiempo debieron afrontar los procesos de transformación en Asia o incluso en Europa oriental. Como consecuencia de las experiencias llevadas a cabo en el antiguo bloque socialista (caracterizadas por la presencia de ganadores y perdedores de la transformación) y las injusticias y desequilibrios creados por la globalización, hoy resulta mucho menos atractivo abrirse al mercado de manera rápida y generalizada. La crisis del capitalismo financiero angloestadounidense, que en 2008-2009 llevó al sistema internacional al borde del colapso, dio nuevos argumentos a la vieja guardia de la isla; y entre los propios sectores reformistas más jóvenes, pragmáticos y versados en materia internacional, generó cierto escepticismo respecto a una integración precipitada de Cuba en la economía global. Además, en La Habana no pasan desapercibidos los desagradables efectos secundarios que trajo consigo el modelo de desarrollo asiático con su capitalismo de Estado: aumento vertiginoso de la desigualdad social, corrupción y destrucción ambiental.

En comparación con China y Vietnam, y también con los países de Europa oriental a comienzos de los años 90, el ritmo de las reformas en Cuba es considerablemente más lento. Asimismo, el alcance de la apertura económica está muy lejos del proceso registrado en Asia desde mediados de la década de 1980. Dado el estado actual de la globalización, el clásico camino de la recuperación industrial sería de todos modos complicado para la isla. Las chances de integrarse con éxito a la economía mundial estriban, más bien, en implantar una modalidad de clúster capaz de abrirse a los nichos correspondientes en el mercado internacional (como ha ocurrido con bastante éxito, por ejemplo, en el sector de la biotecnología). El factor productivo esencial para alcanzar este desarrollo es el único que aún abunda en Cuba: el buen nivel de formación de sus habitantes.En La Habana se apunta a una «transición ordenada». Según el gobierno, es la única forma de salvar la Revolución. No se copia ningún modelo, sino que se busca una estrategia propia. Lo que todavía no se sabe es si la vía pragmática propuesta por Raúl Castro se aplicará consecuentemente. Aun cuando tengan éxito los pasos actuales de la reforma, quedarán pendientes muchos otros desafíos estructurales.

Debido a la ausencia de una dinámica de crecimiento capaz de lograr que nuevas franjas de la población se entusiasmen con los cambios, y como consecuencia de la progresiva disolución de la sociedad socialista, cada vez resuena con más fuerza –también en Cuba– la pregunta acerca de los ganadores y los perdedores de la transformación. ¿Quién se beneficia con las reformas introducidas hasta ahora? Si se trata de otro proyecto con amplia aceptación general y no el mero intento económico de salvar el poder del Partido, ¿cuáles serán las capas que apoyen el cambio a partir de la nueva estratificación de la sociedad cubana? Lo que está claro es que se ha agotado el viejo relato del pacto revolucionario entre el Estado y el pueblo, que suponía el intercambio de la lealtad política por la independencia nacional, la protección social y la erradicación de la pobreza. ¿Dónde está la propuesta del gobierno para establecer un nuevo pacto social con la población? Hoy, cuando ya han pasado más de 50 años desde la Revolución, la isla muestra niveles de pobreza y desigualdad que van en aumento, junto con una creciente desocupación, una caída de las prestaciones sociales, un boom del mercado negro y una corrupción generalizada. La joven generación está insatisfecha y alejada de la política. Nuevos estratos sociales se tornan visibles y vuelven a identificarse, como antes de la Revolución, a partir del origen racial.

De todos modos, si se aprovecha como base el buen nivel de educación y se mezcla la parsimonia cubana con la capacidad de improvisación adquirida durante los tiempos difíciles, las «actualizaciones» podrían ayudar a salir de la agonía económica. La clave del éxito se encuentra exclusivamente en Cuba. No obstante, es imposible emprender el cambio sin asumir ningún riesgo y queriendo tener todo bajo control. Tal vez la dirigencia necesita una mayor audacia y confianza en la propia población para que no se convierta en realidad la advertencia profética realizada por Fidel Castro en 2005, cuando dijo: «La Revolución solo puede ser derrotada desde adentro».


En este artículo
Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 255, Enero - Febrero 2015, ISSN: 0251-3552


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