Hacer
un balance de la década de gobiernos progresistas de la región, es
una tarea que excede lo individual y depende de las posibilidades de
un debate crítico que permita ver luces y sombras, a
la vez que
analice las raíces mas profundas de los déficit epistémicos,
culturales y políticos de las izquierdas latinoamericanas. Se
trata de un proceso
incipiente, que
tiene el desafío, como propone Arturo
Escobar, de
«ampliar
el espacio epistémico y social de lo que tradicionalmente se ha
considerado pensamiento crítico latinoamericano»1.
Escobar propone incluir
junto al pensamiento de izquierda al menos dos grandes vertientes que
surgen de las luchas y el pensamiento «desde abajo»: el
pensamiento autonómico y el pensamiento de la tierra. Desde la
perspectiva feminista, es necesario incorporar «el
pensamiento desde el cuerpo».
Es
decir, las
relaciones de poder que lo atraviesan, la articulación de la
autonomía individual y la colectiva, las relaciones con el
territorio y con la naturaleza.
En
el «giro a la izquierda» se identifican un conjunto heterogéneo
de procesos y culturas políticas disímiles.
Sin embargo, a pesar de su heterogeneidad, todos se han identificado
mutuamente como partidos de izquierda y han constituido campos de
alianza (Foro de San Pablo y
ALBA) que nunca se
han puesto
en debate.
El
Frente Sandinista de Liberación Nacional liderado por Daniel Ortega
pertenece a ambos espacios, sin que se hayan cuestionado sus
estrategias de perpetuación en el poder, sus políticas restrictivas
en materia de derechos sexuales y reproductivos o las alianzas
conservadoras que sustentan al gobierno. Por el contrario, en
junio del 2016 la declaración del XXII Encuentro del Foro de San
Pablo saluda el respaldo popular «al
FSLN y a su líder, el Comandante Daniel Ortega, candidato
presidencial para las elecciones de noviembre en ese país, en las
cuales el pueblo nicaragüense, seguro de su triunfo, ha dado una
lección de soberanía al no permitir la tradicional intervención de
las potencias imperialistas en los procesos democráticos de nuestros
países bajo el disfraz de la observación electoral».Esta
postura es compartida por una parte significativa de movimientos
sociales, profundizando lo que Boaventura de Sousa Santos llama «una
relación fantasmal entre la teoría y la práctica»2.
Alejandro
Bendaña afirma
que
«a
diferencia de algunos países en América del Sur, lamentablemente no
es posible enumerar significativas iniciativas progresistas sino mas
bien enormes retrocesos»
como la prohibición del aborto terapéutico, la profundización de
las desigualdades sociales, las concesiones a emprendimientos
multinacionales o la indefensión de las comunidades indígenas ante
el tráfico de tierras y madera amparados por el gran capital y
autoridades políticas. En el mismo sentido se pronuncia el
Movimiento Feminista de Nicaragua sobre la nueva coyuntura electoral.
En
uno de sus últimos documentos afirma que «rechaza
la utilización del cuerpo de las mujeres para negociar cuotas de
poder entre los poderes político, económico y religioso, por ello
continuaremos luchando con nuestros propios medios y haciendo
alianzas únicamente con aquellos actores sociales dispuestos a
colocar en el centro de las propuestas de cambio, la justicia y la
igualdad para hombres y mujeres en todos los planos de la vida»3.
Cuando
la práctica política queda anclada en conceptualizaciones
de la Guerra
Fría,
solo se puede estar «con» o «contra» y toda reflexión
cuestionadora es colocada automáticamente en el campo de la derecha.
Según Boaventura de Sousa Santos «la
pérdida de los sustantivos críticos, combinada con la relación
fantasmal entre la teoría crítica eurocéntrica y las luchas
transformadoras en la región, no sólo recomiendan tomar alguna
distancia en relación al pensamiento crítico pensado anteriormente
dentro y fuera del Continente; mucho más que eso, exigen pensar lo
impensado, o sea, asumir la sorpresa como acto constitutivo de la
labor teórica».
Progresismo
y populismo
Eduardo
Gudynas sostiene
que «los
progresismos expresan regímenes políticos heterodoxos, donde
coexisten novedades que podrían identificarse como de izquierda,
junto a otras más conservadoras; se hicieron algunas innovaciones
pero a la vez permanecieron componentes que se arrastran desde las
décadas neoliberales»4.
Pero lo que en un principio podía ser calificado
de «giro a la izquierda» –caracterizado
por un nuevo rol del Estado
y la inclusión de voces y demandas de los movimientos sociales con
expectativas de cambio emancipatorio–
enfrentó los límites de sus propuestas neodesarrollistas y dejó a
la luz, como dice Maristella Svampa, que
«los
populismos realmente existentes nos insertan en un escenario mas
pesimista, que advierten acerca de conflictivas relaciones sobre
modelos de democracia, sobre confrontación entre gobiernos
progresistas y movimientos sociales y las crecientes limitaciones de
los proyectos neoextractivistas»5
Las
tensiones y contradicciones de esa heterodoxia, junto a la corrupción
de algunos procesos han generado rupturas de diferentes
movimientos de
base.
Dirigentes del PT brasileño,
afirman haberse separado de los
movimientos
sociales, sin reflexionar que ello sucedió precisamente debido a sus
opciones y concesiones al capitalismo depredador, al
agronegocio y a
las finanzas.
No fueron actos inocentes, y sus repercusiones son gravísimas desde
el punto de vista político, ecológico y social.
Recurrir
exclusivamente a la crítica del imperialismo y de
los grandes
medios de comunicación, amputa el desarrollo de un pensamiento
crítico de izquierda capaz de alimentarse de la práctica para
analizar las políticas económicas de los gobiernos, sus opciones y
alianzas.
Las
luchas de los feminismos se confrontan con una cultura de izquierda,
pero también de otras vertientes del pensamiento crítico,que
continúa marginando campos del activismo políticofeministaa un
lugar secundario, reproduciendo una obsoleta división teórica y
prácticamente entre «lo político» como gestión del Estado,
y las relaciones sociales
cotidianas en las que la exclusión social, el racismo, el sexismo y
la heteronormatividad, se articulan en las personas de carne y hueso,
en los cuerpos de las mujeres que padecen violencia y de las niñas y
los niños abusados sexualmente.
¿Cuál
es el campo de las alianzas que los partidos de izquierdahan
privilegiado? Las relaciones con feministas, ecologistas, activistas de
derechos humanos son una y otra vez estigmatizadas y ridiculizadas por
mirar «el árbol y no ver el bosque», sin comprender que es
precisamente el bosque lo que no nos gusta.
Los
movimientos que pretenden un cambio social deberían identificarse
por la radicalidad imaginativa de sus propuestas para crear nuevos
formas de producción de la política y de organización de la
sociedad. ¿Como
pensamos nuestro futuro como sociedad?
Construir
nuevos rumbos emancipadores requiere un cambio de la perspectiva de
análisis. Ese sigue siendo el principal campo de disputa política.
Deberíamos comenzar por colocar en el centro del debate la
contradicción capital-vida,
tal como la define la economía feminista, para pensar la calidad
misma de la vida o «la vida que merece ser vivida».
El diálogo plural es una
herramienta política pero es también una propuesta emancipadora en
sí misma, ya que abre la posibilidad de hacer política feminista
desde la diversidad y con una pluralidad de miradas. En el escenario
político de América Latina y en este feminismo de mil rostros
diferentes, poner en diálogo imaginarios construidos en las luchas
por constituirse en protagonistas de su historia, y hacer de ese
diálogo un espacio fértil para la acción política, permite
desmantelar imaginarios colonizados y fortalece nuevas alianzas e
interacciones.