Opinión
diciembre 2016

Corrupción, electores y política

La corrupción ha afectado a la izquierda. Muchos de los partidos salpicados podrán ganar elecciones pero la adhesión será menos profunda.

<p>Corrupción, electores y política</p>

Es difícil afirmar cual de los sistemas políticos latinoamericanos es el más corrupto. Es probable que en cualquier recuento, Venezuela, Brasil, Argentina y México figuren entre las primeras opciones. Un detalle llamativo de la corrupción generalizada es que provoca entre los electores una curiosa paradoja. Al tiempo que demandan una nueva y renovada ética, que valoran la honradez como la principal cualidad del «líder ideal», muchos electores repiten su voto por candidatos que acumulan escándalo tras escándalo. Partidos como el PMDB brasileño, el PRI mexicano, el peronismo argentino, o, para el caso, el PP español, conservan su influencia electoral y política caminando sin despeinarse entre los escombros de la moral pública. ¿Por qué la gente vota por ellos a pesar de la evidencia clamorosa que contradice los valores que proclama? La razón es simple. Los electores no encuentran alternativas. Votan por los corruptos porque en su percepción de las cosas, las otras opciones disponibles también son corruptas, han sido corruptas o serán corruptas. La honradez, aunque sea una cualidad muy valorada, no es algo que distingue a un político de otro.

Sin embargo, la aspiración de algo diferente pervive, como un deseo reprimido, oculto bajo montañas de cinismo obligado. Por eso prosperan los candidatos «anti-políticos», sea bajo la forma de partidos como PODEMOS, sea bajo el ropaje más frecuente en sistemas de partidos débiles, de figuras aisladas que concentran las esperanzas postergadas. Esa es la razón de otra paradoja: mientras los escándalos revelados parecen no hacer mella alguna en los partidos o las figuras políticas tradicionales, destruyen la confianza entre quienes pretendieron presentarse como una alternativa.

Algunas veces, en casos que llevan las paradojas al extremo, las figuras anti-políticas ni siquiera se presentan como aquellas manos limpias que despejarán los establos de Augias. Basta que, como Donald Trump, simbolicen una protesta abierta y desembozada aunque se hayan enriquecido obscenamente gracias a la corrupción del sistema, o que hayan ejercido repetidamente funciones públicas en medio de escándalos, juicios y prisión, como Abdalá Bucaram en Ecuador o la dinastía Fujimori en el Perú.

La relación entre evidencias de corrupción y preferencias electorales es perfectamente impredecible. La ciénaga de podredumbre en la que se enredó el PT brasileño y que amenaza todavía desovillar nuevos hilos de responsabilidad con las prometidas revelaciones de Odebrecht, parece haber sepultado a un partido que enarboló la reivindicación de una nueva ética política. Pero todo esto pudiera ser un acantilado electoral pasajero. Si así resultara, si el PT lograra renacer electoralmente, ya no sería el PT de la edad de la inocencia: se parecería mucho más al PMDB que gana elecciones sin despertar la menor expectativa de cambio.

En Ecuador también ganó un movimiento que enarbolaba la bandera de la ética contra una clase política corrupta. Se trata de un movimiento claramente anti-político con una figura carismática nueva y alejada de los negocios tradicionales del poder. ¿Qué efectos pueden tener las revelaciones de corrupción en su base social y en su éxito electoral? Las novedades de los llamados «papeles de Panamá» sobre empresas fantasma y cuentas secretas permitieron descubrir –y el gobierno las ha admitido–, una amplia red de corrupción en varios contratos de la estatal petrolera Petroecuador. El mayor de los escándalos, que incluye contratos para la repotenciación de la refinería de petróleo en la provincia costera de Esmeraldas, ha llevado a dictar órdenes de prisión contra dos ex – gerentes de la compañía petrolera estatal, uno de los cuales, Carlos Pareja Yanuzzeli, era hombre de confianza de Rafael Correa desde sus tiempos de ministro de economía en 2005, y ocupó cargos ministeriales en la actual administración. El desvío de fondos públicos podría implicar hasta 200 millones de dólares y sus ramificaciones podrían alcanzar al actual vicepresidente Jorge Glas, candidato a la reelección y responsable político de la repotenciación de la refinería. Las encuestas de noviembre de 2016 han señalado una nueva caída en la preferencia electoral del binomio oficialista (Lenin Moreno y Jorge Glas), probablemente afectados por el impacto del escándalo que ocupa la atención de los medios. Por supuesto, puede tratarse de una caída puramente circunstancial.

El caso del PT es el que ofrece la analogía más pertinente para medir las probables repercusiones de la corrupción. Un solo escándalo, por más importante que sea, mientras aparezca relativamente aislado, como fue el caso del «Mensalão» en 2004, o el de los petrodólares ecuatorianos, difícilmente representará por sí solo una herida de muerte a las posibilidades electorales inmediatas del oficialismo. El PT ganó la reelección en 2006. Solo si los casos se multiplican y se vuelven legión, es más probable que afecten seriamente la base electoral del partido de gobierno. Ahora bien, la base electoral es una cosa y la posibilidad de seguir presentándose como el partido del cambio, es otra. Los electores pueden seguir votando por un movimiento manchado de corrupción, pero es mucho menos probable que lo hagan con fe. Quizás no se pierdan adherentes, pero la adhesión será menos profunda. Quizás gane otra elección pero se erosionará la frágil convicción de un electorado tantas veces defraudado.


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