Entrevista

«La izquierda chilena vive una crisis. No hemos sido capaces de disciplinar el mercado y transitamos un fracaso político cultural»

Entrevista a Carlos Ominami


abril 2017

Si la izquierda chilena quiere recuperarse deberá apostar por una coalición progresista amplia que revitalice la democracia.

<p>«La izquierda chilena vive una crisis. No hemos sido capaces de disciplinar el mercado y transitamos un fracaso político cultural»</p>  Entrevista a Carlos Ominami

En una carta abierta publicada hace alrededor de un mes, Manuel Garretón y usted hicieron un llamamiento por una «convergencia de la izquierda para una coalición progresista» en Chile. El análisis de la coyuntura actual es, en ese documento, duro y sincero. ¿Qué es lo que ha pasado con la izquierda chilena? ¿Se trata de una crisis de tipo nacional o la misma se inscribe en un proceso más general, que ha puesto en duda las bases programáticas y los modos de construcción de la izquierda clásica y socialdemócrata?

La izquierda chilena enfrenta momentos muy difíciles. Es una izquierda fragmentada, dividida. Los partidos tradicionales, como el Socialista y el Comunista y el Partido por la Democracia, han sufrido un desgaste importante y su convocatoria ciudadana es sustancialmente más baja que en periodos anteriores. Están surgiendo nuevas fuerzas cuyo propósito, más que una recomposición general de la izquierda, es un intento de desplazar a las izquierdas tradicionales.

Sin duda, la crisis de la izquierda chilena es parte de la crisis mundial: la dificultad de subordinar el mercado a la política y la problemática de dotar a la globalización de reglas racionales. Este es el meollo de las crisis de las izquierdas y de la socialdemocracia. No hemos sido capaces de disciplinar el mercado y evitar que éste avance mucho más allá de los límites de la economía incorporando otras áreas que tradicionalmente eran un espacio privativo de las políticas públicas. De la economía de mercado hemos ido transitando a una sociedad de mercado y esto es la expresión de un gran fracaso político cultural.

Si bien la crisis es general, en Chile tiene una gravedad especial, puesto que se trata de una democracia joven. La transición empezó en 1990, llevamos 27 años de este proceso que ha enfrentado muchas dificultades, habiendo partido con grandes promesas. En Chile hay una cierta frustración con la democracia.

El gobierno de Michelle Bachelet asumió la presidencia con un ambicioso programa de reformas. Sin embargo, muchas de las mismas no pudieron desarrollarse de la manera esperada. ¿A qué lo atribuye? ¿Cómo ha repercutido esa incapacidad de desarrollo de una parte del programa político en las opiniones y aspiraciones de la ciudadanía?

Michelle Bachelet asumió su segundo gobierno con un ambicioso programa de reformas. Reforma tributaria, educacional, nueva Constitución y, a poco andar y por la presión de los trabajadores, se agregó también la reforma laboral.

La discusión legislativa y la puesta en práctica de las reformas, se ha encontrado con enormes dificultades que tienen que ver con muchos factores. Uno muy importante es la improvisación. Era relativamente fácil coincidir en un enunciado general sobre reforma tributaria. Era mucho más complejo definir exactamente qué es lo que se podía hacer en ese campo.

Se podría decir que el gobierno de Bachelet tenía intuiciones, tenía definiciones generales pero adoleció de una gran ausencia de ingeniería de detalles. A esto se agregan diferencias muy profundas al interior de la coalición. La Nueva Mayoría como sucedánea de la Concertación no cambió sustancialmente la naturaleza de la alianza, aunque efectivamente incorporó al Partido Comunista con lo cual se corrigió una exclusión vergonzosa que se mantuvo durante las dos primeras décadas de la transición. Sin embargo, no hubo un proceso que buscara profundizar los acuerdos y tampoco se definió un buen método para resolver las discrepancias, resultado de lo cual la discusión de las reformas ha sido extremadamente compleja, generando muchas veces situaciones confusas. Un problema especialmente importante tiene que ver con las secuencias en que las reformas fueron puestas en debate. La Nueva Constitución no era la tercera reforma, era por el contrario, la madre de todas las reformas y desgraciadamente ha quedado completamente postergada. Si bien se ha ido generando un cierto consenso respecto a la necesidad de cambiar la Constitución, los avances que dejará este gobierno en este plano, serán más bien modestos.

En el fondo del proceso político chileno lo que se juega es un intento de las fuerzas conservadoras de propinar una derrota cultural e ideológica, haciendo ver que las reformas estructurales son finalmente inconducentes o son factores de estancamiento en el plano económico. No es solo un triunfo o derrota electoral lo que se está jugando en Chile, sino que se está librando una batalla en torno a la sustentabilidad misma de la idea de reformas estructurales.


El paso de la Concertación a la Nueva Mayoría (con la incorporación del Partido Comunista) fue percibida, en su día, como un giro a la izquierda. ¿Ha sido realmente así o no ha habido diferencias sustanciales entre lo que representa la Nueva Mayoría y lo que antes expresaba la Concertación?

Efectivamente el segundo gobierno de Michelle Bachelet aparece como un gobierno que ha producido un giro a la izquierda. Esto es así si uno se atiene a los grandes titulares de las políticas propuestas, concretamente a las tres reformas que ya mencionábamos. Es sin embargo, bastante menos evidente si uno entra en el detalle de las reformas, por ejemplo: una muy importante en materia de educación superior tiene que ver con un tremendo esfuerzo financiero para garantizar gratuidad al acceso para la educación superior a los sectores más vulnerables. El problema que se plantea es que se trata de una política que no discrimina entre las universidades públicas y las privadas, y lo que finalmente se produce es la consolidación de un modelo en donde la educación superior termina siendo subordinada a lógicas de mercado.

En materia constitucional Chile tiene una falla geológica. Nunca, a lo largo de su historia, ha sido capaz de generar una Constitución como producto de una deliberación amplia e informada del pueblo. Las tres constituciones que han regido por periodos largos en la historia del país han sido producto de imposiciones militares, partiendo por la última, la de 1980, impuesta a sangre y fuego por Pinochet. Fue una gran anormalidad de la transición chilena el haber mantenido esa Constitución. Se supuso que a través de un conjunto de reformas se podía cambiar su naturaleza. Ese fue el esfuerzo que en particular hizo el Presidente Lagos con un conjunto de reformas que fueron aprobadas en el 2005. Desgraciadamente a poco andar quedó en evidencia que eso no era así y que la Constitución, en sus rasgos más fundamentales, permanecía inalterada. Seguía siendo autoritaria, centralista y en algunos casos, también racista en cuanto a negar la existencia de minorías indígenas relevantes.

La cuestión clave que Chile tiene por delante es la de dotarse de un sistema de reglas que sean legítimas. Eso supone la apertura de un proceso constituyente en donde la ciudadanía pueda tener una participación directa. El trasfondo de la crisis política chilena tiene que ver con la ruptura entre la política y la sociedad y la única manera de comenzar a resolver esta ruptura pasa por una incorporación de la ciudadanía a esta deliberación sobre el sistema de reglas.

En cuanto a los contenidos, una nueva Constitución debiera sancionar la existencia de un estado con mayores capacidades, rompiendo con la subsidiaridad que es un rasgo típico de la Constitución actual. Debiera dejar claramente establecidos que recursos como el agua son bienes públicos que no pueden ser objeto de una privatización. Debiéramos avanzar también hacia la descentralización y hacia un régimen político que supere el presidencialismo excesivo. El presidencialismo exacerbado que vive Chile ha sido malo para la democracia y la representación política, poniendo al Congreso en una situación completamente desmedrada. Debiéramos avanzar hacia un régimen, por lo menos semipresidencial, que establezca la figura del Primer Ministro. Un régimen de este tipo puede ser mucho más eficiente y más flexible evitando que las crisis de gobierno se transformen en crisis de régimen como ocurre en los sistemas fuertemente presidenciales.

Usted ha planteado que las elecciones de 2017 suponen una oportunidad para desarrollar un nuevo pacto constitucional en Chile. ¿En qué debería consistir ese pacto? ¿Cuál debe ser el sentido y la dirección del mismo para renovar las instituciones del país?

Efectivamente en Chile está surgiendo una nueva izquierda cuyas perspectivas son todavía inciertas. Hay que tener presente que esto no es primera vez que ocurre en Chile. Hacia los años 60 se asistió también al surgimiento de nuevas expresiones de una izquierda radical fuertemente crítica de las izquierdas tradicionales. El intento de ocupar el espacio de las izquierdas tradicionales, finalmente no fructificó y esas izquierdas expresadas fundamentalmente en el MAPU y en el MIR, hoy día no existen.

El caso del MIR es particularmente trágico puesto que su desaparición se debió fundamentalmente al exterminio del cual fueron objeto centenares de dirigentes.

Los partidos de izquierda tradicionales en Chile representan subculturas fuertemente enraizadas. Son subculturas muchas veces pequeñas pero suficientemente poderosas como para que independientemente de la construcción orgánica y de las definiciones políticas, esas subculturas puedan mantenerse. El caso del socialismo es particularmente evidente. En cualquier localidad de Chile, incluso en la más remota, siempre habrá alguien que por razones básicamente históricas, se declare socialista.

Son partidos que en todo caso presentan hoy día grandes síntomas de cansancio. Son partidos que están agotados. En el caso del Partido Socialista, se ha transformado más en una pequeña maquina electoral más que en una fuerza propulsora de grandes cambios. Muchos intentamos que el Partido Socialista fuera la casa común de la izquierda y desgraciadamente ese proyecto no llegó a buen puerto y la construcción de la casa común de la izquierda democrática sigue siendo una tarea pendiente.

El caso de Chile muestra además de manera muy directa como las divisiones de la izquierda conducen a grandes dramas. Fueron estas divisiones las que jugaron un papel importante en el desplome de la democracia y la caída del Presidente Allende. Su conducción no fue respaldada y estuvo permanentemente en confrontación, en particular con su partido, el Partido Socialista.

En la lucha contra la dictadura tampoco fue posible hacer converger a todas las fuerzas de izquierda para golpear de manera directa al dictador y estuvimos siempre divididos en torno a diferentes opciones. Por un lado, una opción por la vía armada que tuvo trágicos resultados en la pérdida de vidas de muchos dirigentes valientes. Por otro lado, un esfuerzo orientado por la lógica y la desobediencia civil y finalmente la vía política que surgió del convencimiento de que las otras dos vías no eran conducentes y que había que entrar en la lógica de la Constitución del propio Pinochet para derrotarlo en el plebiscito que él mismo había definido.

El nacimiento de una nueva izquierda, vinculada a los movimientos sociales y crítica de lo que consideran la «clase política» y del excesivo burocratismo de las instituciones, supone un nuevo desafío para las fuerzas que componen la Nueva Mayoría. ¿Creé que existen verdaderas posibilidades de realizar acuerdos entre las fuerzas de la izquierda institucional y los movimientos emergenes? ¿Cuáles podrían ser los puntos de convergencia y cómo podría llevarse a cabo un diálogo entre los diversos actores?

Me parece especialmente preocupante el hecho de que esta nueva izquierda, que podría ser un factor de revitalización de las fuerzas progresistas en Chile, termine obnubilada por la posibilidad de desplazar a la vieja izquierda. Lo que se requiere es una renovación del conjunto de la izquierda y me preocupa que podamos terminar protagonizando una nueva lucha fratricida. Este es uno de los nuevos riesgos que enfrenta Chile.

¿Cuáles son, según su perspectiva, las posibilidades de la izquierda en las próximas elecciones? ¿Será posible ganarle a la derecha con las candidaturas actuales?

Justamente estas gestiones son las que hacen delicados y pesimistas los pronósticos respecto de la elección presidencial que tendrá lugar el 19 de noviembre. Son elecciones que se anuncian particularmente difíciles porque tenemos una izquierda fragmentada y confusa. El partido Demócrata Cristiano, el gran partido de centro en Chile, es también un partido que está atravesado por múltiples contradicciones y no logra exponer una posición coherente. Existe objetivamente el riesgo de una nueva derrota.

Faltan todavía algunos meses para las elecciones. En los tiempos de incertidumbre actual pueden pasar muchas cosas, pero nadie que analice con una mínima lucidez lo que está ocurriendo en el cuadro político nacional, podría tener una visión especialmente optimista. Lo lamento pero es así. Lo importante en todo caso es tener la disposición de continuar luchando.


Carlos Octavio Ominami es un economista y político chileno, ex parlamentario y ex ministro de Estado del presidente Patricio Aylwin. Actualmente, se desempeña como presidente ejecutivo de la fundación Chile 21.


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