Opinión

Bolivia: ¿la transición democrática con la Agenda 21F?


octubre 2017

Una plataforma propone pensar la transición política en Bolivia. Con la firma de numerosos intelectuales, impulsa un nuevo modelo de país. ¿Se trata de un giro a la izquierda o de un viraje a la derecha?

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En un contexto de repudio generalizado ante el nuevo intento gubernamental de mantenerse en el poder en forma indefinida, a mediados del mes de septiembre se presentó la denominada Agenda 21F. Se trata de una plataforma que cuenta con el respaldo de 180 personalidades del ámbito ciudadano, algunos de los cuales ya ejercieron cargos públicos, y con la ausencia notoria de representantes de sectores populares. La presentación se realizó en la ciudad de La Paz y concitó una importante atención mediática.

A diferencia de lo que sucede en ocasiones similares donde prevalece la presentación de candidatos o alianzas políticas para terciar en elecciones, la iniciativa estuvo marcada por la presentación de una propuesta programática que encare la transición democrática que se avecina en Bolivia. El contenido destaca que su principal propósito es lograr «la transición del actual Estado autoritario corporativo, hacia un Estado democrático que garantice los derechos de las personas, los pueblos y la naturaleza». El planteamiento busca catalizar la indignación nacional que rechaza el intento inconstitucional que quiere prorrogar en el poder al actual gobierno de Bolivia.

Para ello se propone un cambio de régimen cuyo resultado sería «la vigencia plena del Estado social y democrático de derecho» que Bolivia tuvo en el pasado solo de una manera embrionaria. Dicho tipo de Estado estaría basado en la independencia de poderes, una institucionalidad que garantice el cumplimiento de derechos y «en el principio republicano de la igualdad de todos frente a la ley y la limitación de los poderes públicos al derecho».

La caracterización realizada en la Agenda se corresponde con los elementos más salientes del modelo liberal y republicano. Él mismo etaría asociado, sin más, a las estructuras capitalistas y a la llamada «democracia burguesa» y, por tanto, se trataría de un tipo de Estado y una forma de democracia que supondría un retorno al pasado para cumplir un ansiado y conservador proyecto burgués que siempre quiso desarrollar plenamente el ciclo capitalista en Bolivia. Además, y como añadido no menor, supondría la imposibilidad total de cumplir con el loable propósito de «respetar los derechos de la naturaleza, así como los límites biofísicos y la capacidad de regeneración de los ecosistemas». El capitalismo como instrumento de explotación, y como herramienta para el extractivismo y la depredación de los recursos naturales harían imposible esa tarea.

Lo que subyace al documento es que, con tal de no repetir el actual Estado corporativo y clientelar en el que prevalecen «el despilfarro prebendal, la corrupción, el patriarcalismo, la profundización del extractivismo, la ineptitud, el autoritarismo y la impostura», importa más aferrarse a un ideal democrático y un tipo de Estado que al margen de corresponder al pasado, también responde a los intereses, la visión y el propósito trunco de una burguesía nacional que no pudo efectivizarlos hasta ahora. Este proyecto se manifiesta a contramano de la acumulación histórica nacional, y descarta la experiencia y las luchas ciudadanas y populares que ya marcaron una tónica y una forma de ejercicio democrático.

La idea de tener una democracia asentada en un verdadero Estado de derecho, con institucionalidad, respeto de las minorías, contrapesos y equilibrios de fuerzas, es verdaderamente atrayente. Más aún cuando se hacen cada vez más evidentes la desinstitucionalización, la corporativización y las imposiciones autoritarias. Desconocer o ignorar procesos puestos en marcha por el pueblo (y no por quiénes después se adueñaron y lo expropiaron en su favor), implica desentenderse y hacer caso omiso de procesos históricos de mayor envergadura, o sencillamente volver a reeditar un impulso que quiere imponer visiones e intereses que no responden a la memoria, ni a la experiencia de la lucha popular.

Quizás por todo ello, es razonable concluir que existe el empeño por constituir un tipo de Estado de derecho (con el argumento de que nunca se concretó en el país, o se lo hizo de manera embrionaria), con la esperanza de que el mismo pueda resultar aglutinante para una ciudadanía nacional que quiere cambiar. Una propuesta de este tipo, que se encuentra cargada de ideales vinculados a la burguesía, resulta muy atractiva y puede calzar perfectamente a los intereses políticos y electorales de una derecha ansiosa por arrimarse o por encontrar un modo para capitalizar y atraer el gran descontento, la bronca y el rechazo popular contra el régimen actual.

Sin embargo, esta propuesta no contempla que una buena porción de los bolivianos quieren modificar la situación actual, pero no a costa de reeditar las viejas formas de gobierno, la democracia pactada y los acuerdos que se dieron en el pasado durante los tiempos del llamado neoliberalismo.

Por tanto, si lo que verdaderamente se busca es un «cambio de proceso para la transición política, económica, social y ambiental», no basta con entenderla únicamente como un cambio en el régimen democrático y la vigencia plena de un nuevo Estado de derecho.

En cuanto a otros aspectos relevantes del documento, puede mencionarse que una de las más importantes ambigüedades está incluida en el acápite titulado «Nueva Matriz Energética y Productiva». Allí se sostiene que «la transición política irá acompañada de una transición hacia una nueva matriz energética y productiva». Para ello, afirma el mismo documento «la economía boliviana debe abandonar aceleradamente el modelo extractivista y la dependencia de los combustibles fósiles».

Se trata de una afirmación indiscutiblemente clave en la perspectiva de construir una alternativa post-capitalista. Al respecto vale la pena precisar y subrayar que el modelo económico extractivista predominante no está relacionado únicamente a la matriz energética e hidrocarburo-dependiente. No debe olvidarse que también está vinculado con los demás recursos naturales (incluidos la tierra, los bosques y la biodiversidad). Asimismo, es preciso recalcar que el carácter actual de esta matriz no ha acabado con la entrega de los recursos ni con su depredación. La Agenda 21F refleja la necesidad de «abandonar aceleradamente el modelo extractivista» pero para ello no basta con hacerlo sustituyendo únicamente las fuentes energéticas que dependen de los combustibles fósiles. Es indispensable precisar claramente que de lo que se trata es de establecer un modelo alternativo al actual, que se exprese en el establecimiento de una relación armoniosa e integral con la naturaleza.

En lo que corresponde a la matriz productiva, la Agenda 21F sostiene que «se requiere apostar por la diversificación productiva en armonía con la vocación natural de las diversas ecorregiones (…) empleando las innovaciones tecnológicas que ofrece la comunidad mundial». También es un asunto clave sobre el que cabría realizar una serie de aclaraciones. ¿Qué sentido tendría apostar por la diversificación productiva —aun respetando la vocación natural de las ecoregiones—, si al mismo tiempo en vez de incorporar prácticas ecológicas y armoniosas con la naturaleza, se emplean «innovaciones tecnológicas» con el uso de transgénicos, agrotóxicos y que generalmente suponen la quema y destrucción de grandes extensiones de bosques y biodiversidad, para expandir el latifundismo y los monocultivos extensivos de exportación que no tienen nada que ver con seguridad y soberanía alimentaria?. Ello sin mencionar el riesgo de exterminio del campesinado.

La Agenda 21F cuenta con una serie de vacíos destacables, al menos en lo que respecta a visiones progresistas y vinculadas a una mirada de izquierda y popular. Es el caso del machismo y el patriarcado imperantes, asuntos tan caros y estratégicos para el conjunto de las mujeres que representan el 50% del total de la población (y especialmente para los sectores feministas); pero sobre todo para construir una agenda integral y holística de cambio. Resulta extraño que a pesar del respaldo y la adhesión expresadas por connotadas representantes de las luchas feministas al contenido de la Agenda 21F, el documento no incluya ni haga prácticamente ninguna mención sobre este asunto.

En ese mismo rango de importancia, tampoco existen referencias sobre la descolonización y la lucha contra los intereses corporativos transnacionales. Por su envergadura, el vacío no es menor, habida cuenta de su impacto y las profundas implicaciones sobre la soberanía y la independencia económica del país.

En cuanto a aquellos valores fundamentales como la libertad y la igualdad (igualmente estratégicos para la construcción de una sociedad alternativa, solidaria, socialista y no competitiva); se ha podido advertir que la mención a la igualdad solo parece ser entendida como un atributo frente a la ley y el derecho, pero no necesariamente en la sociedad, la economía y en la producción. En el acápite del Estado Autonómico propuesto, no se hace ninguna referencia (como si no existiesen, ni estuviesen reconocidas) a las autonomías indígenas (y por tanto sus gobiernos). No puede entenderse razonablemente esta ausencia –habida cuenta de que no se trata únicamente de transferencia de competencias y recursos económicos– sino de la construcción del Estado Plurinacional, la interculturalidad y el derecho a la autodeterminación de los pueblos indígenas y su autogobierno.

La expectativa despertada por la Agenda 21F ha sido alta. Lo que importa, sin embargo, es la verdadera reacción y respuesta que provocará. Por lo tanto, resultará trascendente lo que esta plataforma ciudadana pueda hacer de aquí en adelante. Pero sobre todo, será central saber si cumplirá con esa convocatoria para «enriquecer colectivamente la agenda», como se señala al final del documento. En ese campo, si lo que la Agenda 21F quiere transmitir no es una mera opción electoralista más, sino que se abre a construir una alternativa diferente de izquierda popular, será oportuno mencionar que la complementariedad de opuestos no es la mera suma de componentes que supondría únicamente una agregación mecánica y acrítica de las partes que lo componen. Tampoco es un producto híbrido resultante de la mezcla o la unión de elementos de distinta naturaleza. En realidad es una síntesis, cualitativamente superior del conjunto que se encuentra en pugna y contradicción. Este es el espíritu con el que se han planteado estas reflexiones, esperando contribuyan a encontrar ese producto nuevo que, como en la naturaleza al unir la semilla con la tierra, permite la germinación de una nueva vida.

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