Opinión
marzo 2018

América Latina frente al TPP-11

Estados Unidos se retiró del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica. Pero eso no ha significado el hundimiento definitivo de aquel proyecto. Por el contrario, los once países restantes han venido insistiendo en mantenerlo con vida. Ha nacido el TPP-11. ¿Cómo afectará a nuestra región?

<p>América Latina frente al TPP-11</p>

El gobierno de Donald Trump ha venido intentando modificar las reglas del orden liberal y atacando, desde diferentes ángulos, aquel multilateralismo comercial que administraciones anteriores habían promovido y recetado. La retirada del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica1 (TPP, por sus siglas en inglés) luego de apenas haber asumido la presidencia es uno de los ejemplos más elocuentes, sobre todo si se toma en cuenta que representó el pivot asiático de la gestión de Barack Obama.

La novedad en este punto es que la salida de Estados Unidos no ha significado el hundimiento definitivo de aquel proyecto. Por el contrario, los restantes once países han venido insistiendo en mantenerlo con vida. ¿Cómo piensan hacerlo? ¿Sigue siendo relevante ese tratado para América Latina? ¿En qué ha cambiado la postura de los países de la región a lo largo del tiempo? y ¿Qué puede esperarse de aquí en adelante?

El TPP menos uno

La salida de Washington del TPP en enero de 2017 marcó una interrupción en el centro de la agenda de negociaciones comerciales multilaterales. Sin embargo, contra todo pronóstico, un año más tarde los once países restantes confirmaron la renegociación del acuerdo, consolidada en el Tratado Integral y Progresista de Asociación Transpacífico (CPTPP, por sus siglas en inglés), conocido como «TPP-11». Así, en un contexto caracterizado por pulsaciones proteccionistas y bilateralizadoras (agudizado por el reciente anuncio del incremento de los aranceles a las importaciones de acero y aluminio en Estados Unidos) y por el estancamiento de la OMC, el nuevo acuerdo puede leerse como un guiño de compromiso al llamado libre comercio y al orden económico liberal por parte de algunas de las economías más dinámicas del mundo. Esto, en el marco de una profunda heterogeneidad tanto en términos de regímenes políticos y de matrices sociales, así como en materia de peso comercial, de compromiso con el libre comercio y de estructuras comerciales.

Más allá de la suspensión de las veinte cláusulas más controversiales del acuerdo original (entre las que se encuentran los aspectos más ambiciosos vinculados a las inversiones, patentes y propiedad intelectual), la versión actual retoma ejes importantes de su antecesor. Según argumentan algunos trabajos, éstos pueden resumirse en: la inserción global y el acceso integral a mercados por parte de sus miembros; la profundización de las cadenas productivas de valor (de las cuales América Latina se encuentra por momentos disociada) a través de un enfoque regional; y la reconfiguración de las relaciones económicas para sortear los desafíos de las nuevas tecnologías y comercio digital.

Pero lo cierto es que, en el marco de un asunto complejo y repleto de tecnicismos, la retirada de Estados Unidos modifica en buena medida su alcance. El porcentaje acumulado del PIB mundial de los países miembro se vio reducido del 40 al 13 por ciento. En este sentido, el análisis de la capacidad de influencia de este tratado ha despertado una amplia gama de interpretaciones.

¿Más o menos tentador?

Ahora bien, ¿qué impacto tiene la retirada de Estados Unidos del acuerdo en los países de la región? Existen diferentes visiones. Las estimaciones del Banco Mundial (BM) y la CEPAL sostienen que la ratificación del TPP original podría haber acarreado importantes beneficios económicos para los signatarios latinoamericanos, fundamentalmente en lo que se refiere a la ampliación y profundización de vínculos comerciales y la inversión en nuevos mercados de Asia-Pacífico. Según el BM, Perú se presentaba como el mayor beneficiario del acuerdo, con un potencial incremento del 10 por ciento de las exportaciones hacia 2030, mientras que Chile y México contarían con un aumento estimado del 5 por ciento. Otra discusión es, por supuesto, qué sectores habrían de percibir esos beneficios y cuáles habrían de ser los efectos sobre los problemas estructurales existentes en tales países. Cuestiones como las inversiones mineras han generado movimiento económico, al mismo tiempo que han provocado impactos negativos en términos sociales y ambientales. De hecho, debe tenerse en cuenta que los «derrames» nunca parecen ser suficientes para disminuir las brechas entre pequeñas minorías de la sociedad que participan activamente en algunos sectores de las cadenas productivas y grandes mayorías excluidas de las mismas.

Existen otros puntos sensibles. La salida norteamericana del tratado tiene el potencial de profundizar el acercamiento de América Latina hacia China, en detrimento de los mercados estadounidenses. Mientras la administración de Trump impulsa medidas proteccionistas hacia los países latinoamericanos, las empresas chinas se embarcan en nuevos proyectos en Sudamérica. Esto no representa una cuestión menor, sobre todo si se toma en cuenta que el TPP original fue pensado como un mecanismo para reducir la influencia de China, sobre todo en el Pacífico. Ante la llegada de Trump al poder, Japón es quien ha llenado ese lugar. En ese marco, para Tokio este proyecto constituye una herramienta capaz de aumentar su influencia comercial en Asia, y hacer frente al avance de Beijing.

Dicho esto, es de estimarse un progresivo aumento de la presencia de China en América Latina, pero por factores que preceden y trascienden la salida de Washington del TPP y la llegada de Trump al poder. Por otro lado, esto tampoco implica aislacionismo por parte de la Casa Blanca. La incidencia de aquel país en la definición de prioridades, metas y medios en la agenda de seguridad y defensa latinoamericana continúa siendo alta. Y, seguramente, lo seguirá en el mediano plazo, aunque no puede desestimarse el acercamiento de países europeos, Israel, Rusia y la propia China a la región en materia de venta de armas. Esa disonancia entre una fuerte incidencia de Estados Unidos en la definición de las prioridades de la agenda militar y policial y una dura política de restricción comercial genera una situación incómoda, sobre todo para los países aliados en Trump en la región, situación que por momentos parecería dar muestras de lo que Juan Tokatlian categorizó como unilateralismo periférico concesivo.

América Latina, antes y después

El TPP tiene como antecedente el Acuerdo Estratégico de Asociación Económica, ratificado en enero de 2006 por Brunei Darussalam, Chile, Nueva Zelanda y Singapur. En ese marco, Chile no solo fue el primer país de la región en apostar a un acuerdo de esas características, sino que, incluso, fue quien coordinó la primera reunión para «rescatar» el pacto tras la decisión estadounidense. El entrante presidente, Sebastián Piñera había manifestado que Trump le había dado una gran oportunidad a China «una extraordinaria oportunidad de influir en Latinoamérica». En línea con el gobierno chileno, Perú destacó la importancia del nuevo acuerdo para la inserción internacional del país. Las autoridades de México consideran que el tratado representa una enorme oportunidad para los emprendedores y una herramienta para reducir la dependencia de su comercio exterior con Estados Unidos. López Obrador, uno de los principales candidatos presidenciales, se ha manifestado a favor de la firma del TTP-11. Anaya, su principal rival, no se ha pronunciado en esta materia, aunque el análisis de sus objetivos programáticos sugiere que se orienta en el mismo sentido. El nivel de integración con (o dependencia del) el mercado estadounidense le quita credibilidad a tal discurso.

Colombia es el único país de la Alianza del Pacífico que no formó parte de las negociaciones del TPP original, ni del nuevo tratado por encontrarse aún en proceso de integración a la Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC). La salida de Estados Unidos del TPP reduce en buena medida los costos de la no participación. El plan económico del principal candidato presidencial colombiano, Gustavo Petro, sugiere una agenda orientada al fortalecimiento del mercado interno y latinoamericano, pero omite la inserción internacional del país en un ámbito más amplio.

Por su parte, los países del Mercosur enfrentan una situación distinta. La renegociación del acuerdo coincide con un cambio de ciclo electoral e institucional en varios de los países del bloque y un replanteo de sus estrategias de inserción internacional. Durante la administración de Trump, el actual presidente argentino, Mauricio Macri, dio claras señales de promover la inserción del país en «el Pacífico», algo formalizado con su incorporación como observador de la Alianza del Pacífico. No obstante, tras la decisión de Washington, el gobierno no se ha pronunciado, lo que da cuenta de una notable pérdida de interés en el acercamiento al proyecto, mientras se incrementa la tendencia hacia la bilateralización de los vínculos con la administración Trump. Por su parte, Brasil no tuvo intención de participar en las conversaciones. Esto se debe, en parte, a los proyectos de inserción internacional de Brasil, país que durante la última década priorizó su proyección internacional vía instancias regionales e interregionales como el Mercosur, la Unasur o los BRICS. El anuncio de Trump, coincidió con el impeachment de Dilma Rousseff y la asunción de Michel Temer, motivó a que las autoridades brasileñas afirmaran que el fracaso del TPP sería beneficioso, dándole prioridad a la agilización de su agenda con la Unión Europea y el Mercosur, también repleta de escollos y divergencias. Finalmente, tanto Venezuela como Bolivia, quienes se habían mantenido al margen de las negociaciones, mantuvieron su posición tras la retirada de Estados Unidos. De hecho, el presidente boliviano celebró el fracaso del TPP apenas se confirmó la decisión de Trump.

De límites y oportunidades

La firma del TPP-11 abre un nuevo período en las relaciones económicas internacionales, principalmente por el significado político de continuar las negociaciones, incluso sin la presencia de Estados Unidos. Todo ello en un contexto incierto, vertiginoso y fragmentado, tanto a nivel global como local. En este sentido, ha reactivado las discusiones internas de los signatarios latinoamericanos, evidentes en la manifestación del 8 de marzo en Santiago de Chile y donde los principales argumentos giraron en torno al secretismo de las negociaciones, la pérdida de soberanía nacional y el poder depositado en empresas transnacionales a expensas de las locales.

Este nuevo escenario demuestra la relevancia de la coordinación político-institucional en América Latina. Nada sencillo en un contexto caracterizado por gobierno frágiles, polarizados y fragmentados, algunos acorralados por las causas de corrupción, otros inmersos en complejos recambios electorales. No abundan lluvias de dólares, y surgen los unilateralismos y la lucha por la supervivencia. Habrá que continuar con el profundo debate sobre qué significa hoy el libre comercio, si contribuye a diversificar las matrices productivas, a fortalecer las democracias e incrementar los niveles de autonomía de los Estados y, sobre todo, si sirve para resolver los problemas de pobreza, violencia e inequidad que aquejan a las naciones latinoamericanas.

Por ahora, lo que el TPP-11 muestra es que existe vida más allá de la Casa Blanca. Habrá que ver si esa vida es o no la que necesita la región, aunque sí queda claro que el llamado libre comercio no podrá resolver todo aquello que alguna vez prometió el Consenso de Washington. En países como Corea del Sur y China la apertura comercial ha sido un motor de crecimiento y reducción de la pobreza, pero eso se debe a que ha ido acompañada de políticas complementarias, entre ellas grandes inversiones en educación e infraestructura. Pocos ricos, cada vez más millonarios; mucho pobres, cada vez más desamparados. Una ecuación que se agudiza en los esquemas neoliberales que plantean estos acuerdos.



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