Opinión

Un mundo acelerado
¿Bipolaridad o nueva Guerra Fría?


junio 2020

Más que cambiar el mundo, la pandemia de covid-19 acelerará tendencias preexistentes en el plano global. Puede que estemos asistiendo a los inicios de un «bipolarismo entrópico» entre Estados Unidos y China. De esta relación depende parte del futuro global. Y América Latina no es la excepción en ese proceso.

Un mundo acelerado  ¿Bipolaridad o nueva Guerra Fría?

Los principales expertos en relaciones internacionales parecen haber llegado a un consenso: más que cambiar el mundo, la pandemia de covid-19 acelerará tendencias preexistentes en el plano global. Los desacuerdos están en la intensidad, la velocidad y el alcance que puedan adquirir esas tendencias, así como también en la posibilidad de controlarlas en mayor o menor medida.

Para dar respuesta a estos interrogantes es preciso comprender dos características centrales del orden internacional actual, cuya configuración es previa a la pandemia, pero que con la emergencia del covid-19 quedaron evidencia e incluso tomaron mayor fuerza. Estas dos características están íntimamente vinculadas con dos procesos simultáneos de transformación en el poder global que tienen lugar en el siglo XXI y fueron oportunamente identificados por el académico estadounidense Joseph Nye en su libro The future of power publicado en 2011. La primera de las características se vincula con el carácter entrópico (desordenado) del mundo actual, naturalmente asociado al proceso de «difusión del poder», en tanto que la segunda se refiere a la bipolaridad emergente entre Estados Unidos y China, vinculada con el proceso de «transición del poder».

A la hora de describir la agenda y la distribución del poder en la política internacional, Nye recurre a una analogía muy gráfica y sugiere pensar en un ajedrez tridimensional, en el que es posible jugar tanto horizontal como verticalmente, con un tablero militar, otro económico y, por último, uno transnacional. Es justamente en el tablero transnacional donde el poder se vuelve difuso, la agenda se torna difícil de aprehender para cualquier actor y los Estados tienen poco o casi nulo control sobre las dinámicas que se generan. En este tablero se incluyen aquellas amenazas que trascienden la lógica estatal tradicional, tales como el crimen organizado, el terrorismo y los desafíos a la seguridad cibernética, entre otras. Al mismo tiempo se agregan nuevas amenazas como el cambio climático y las pandemias. La ampliación de este tablero y sus dinámicas puso claramente de manifiesto el carácter entrópico del mundo actual y mostró su peor rostro en 2020 mediante la rápida propagación por todo el globo del covid-19.

El Banco de Pagos Internacionales (BIS, por sus siglas en inglés) con sede en Basilea, advirtió a inicios de este año que los gobiernos, empresas, bancos, fondos de inversión y aseguradoras debían prepararse para afrontar la emergencia de los denominados «cisnes verdes», entendiendo a estos como eventos disruptivos vinculados a desequilibrios medioambientales, sociodemográficos y de salud ambiental, entre otros aspectos. En estos días, el BIS incluyó al covid-19 en la categoría de «cisne verde». El avistamiento de esta nueva especie promete ser más frecuente e impone nuevos desafíos para el mundo.

Tal como se destacó, el carácter entrópico resultante del proceso de difusión del poder no es la única característica relevante a considerar en el orden internacional actual: también es necesario prestar atención a la bipolaridad emergente. El vertiginoso ascenso de China en el escenario internacional y la identificación en el interior de Estados Unidos de que tal fenómeno representa una clara amenaza a su primacía global, colocan la co-evolución del vínculo entre Washington y Beijing en el centro de la escena de la política internacional. Esto fue así antes del covid-19, lo está siendo durante y lo será también en la pospandemia.

Además de su poderío económico y militar, ambos países son los únicos en el planeta que comparten simultáneamente la disputa por el liderazgo de la denominada Cuarta Revolución Industrial, también llamada «industria 4.0» (5G, inteligencia artificial, internet cuántica, automatización, etc). Asimismo, son los únicos actores en todo el globo que cuentan con recursos suficientes y capacidad para ofrecer bienes públicos globales e impulsar proyectos de alcance planetario (atlantismo versus Ruta de la Seda).

Tal como lo hemos señalado en otras oportunidades, estamos presenciando una nueva bipolaridad pero no una nueva Guerra Fría. La disputa entre Estados Unidos y la Unión Soviética fue una manifestación de un particular orden bipolar, más no el único posible. Son múltiples las diferencias entre aquel período y el actual, siendo una de las más importantes el alto grado interdependencia alcanzada. La relación entre Estados Unidos y China es probablemente hoy el vínculo bilateral más imbricado del mundo. Intentar hacer una cirugía allí -como pretende Trump- es algo sumamente difícil y complejo, además de altamente riesgoso. En 1945, lo único que unía a Estados Unidos y la Unión Soviética era el espanto del nazismo. Desaparecida esta amenaza, la Cortina de Hierro no fue inicialmente traumática ni costosa.

Otra gran diferencia radica en el hecho de que el mundo bipolar propio de la Guerra Fría estaba signado por un alto grado de certidumbre y, en consecuencia, por una menor complejidad, tanto en lo que refiere a las agendas como a los actores y sus dinámicas. Ya en las décadas de 1950 y 1960 las dos potencias tenían un control relativo sobre las dimensiones externas, en tanto que las esferas de influencia de cada actor estaban perfectamente delimitadas. Poco quedaba fuera de ellas.

Bipolarismo entrópico

El mundo de hoy es diferente. La crisis del covid-19 deja en evidencia un mundo desordenado y caótico, en el que la yuxtaposición de actores, agendas y dinámicas reflejan un inaudito grado de incertidumbre. Por otro lado, es posible identificar dos polos de poder estatal bien definidos, de cuya dinámica de cooperación o conflicto dependerá el manejo y el nivel de control de las tendencias globales disruptivas que emergen con cada vez mayor frecuencia. La combinación de ambas características nos permite advertir la configuración de un orden internacional signado por un «bipolarismo entrópico». A diferencia de la Guerra Fría, muchos aspectos de la compleja dinámica internacional actual desbordan a las potencias. Están lejos de tener el control sobre todo su entorno. Pero incluso en un mundo entrópico, existen dos actores estatales que tienen cada vez mayor influencia para cambiar resultados, modificar acciones y moldear las preferencias de otros actores.

Richard Haass advierte correctamente que buena parte de los mayores desafíos y amenazas que enfrenta el mundo en general y Estados Unidos en particular, son de carácter transnacional y van más allá de China y de la lógica estatal. Ahora bien, también es cierto que ninguna de las nuevas amenazas de un mundo entrópico pueden ser manejadas y controladas de manera efectiva sin el concurso de ambos poderes.

La cuestión del cambio climático constituye un claro ejemplo en este sentido. La falta de acuerdo entre las dos grandes potencias ha impedido el logro de cualquier avance sustantivo. En el futuro inmediato parece utópico pensar en un verdadero acuerdo político global sin el entendimiento de los dos grandes emisores de CO2. El tablero estatal está profundamente entrelazado con el transnacional. En otro plano, pero con la misma lógica, es posible apreciar la forma en la que esto se ha vuelto muy claro para las empresas multinacionales, que han comenzado a moverse cada vez más al ritmo de la geopolítica global. La relocalización productiva y la reorganización de las nuevas cadenas globales de valor ya no se enfocan solo en el tradicional análisis de costos laborales, logísticos y transaccionales, sino que también incluyen en la ecuación a los costos y riesgos derivados del entorno político. Los deseos de Washington y Beijing, así como los niveles de tensión bilateral, están en cualquier plan de negocios de toda firma multinacional.

En otras palabras, el proceso de difusión del poder y el desorden remiten a la mayor complejidad de las agendas, mientras que el proceso de transición del poder y la configuración de una dinámica bipolar remiten a los desafíos para gestionar las diferentes agendas. Es aquí en donde la relación bilateral entre Estados Unidos y China se torna clave y central para la evolución del orden internacional en un ambiente claramente entrópico.

Probablemente, uno de los principales desafíos inmediatos que enfrentará el mundo en la pospandemia sea el de evitar caer en la «trampa de Kindleberger». Charles Kindleberger, uno de los arquitectos intelectuales del Plan Marshall, sostuvo que la década desastrosa de 1930 se originó cuando Estados Unidos sustituyó al Reino Unido como la mayor potencia global pero no pudo asumir el rol del Reino Unido como proveedor de bienes públicos globales (liderazgo). Hoy, en un contexto global en crisis, no alcanza con que una potencia cumpla ese rol. Eso no es suficiente.

En los tiempos que corren, la relación sino-estadounidense es indispensable para gestionar y controlar la intensidad, la velocidad y el alcance del proceso de aceleración de los riesgos y desequilibrios globales. Estos desequilibrios pueden, de hecho, afectar seriamente a América Latina. La actual pandemia parece ser un primer gran test para un orden internacional impregnado por un «bipolarismo entrópico». Todavía no está claro que sucederá.

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