Opinión
marzo 2022

¿Qué papel cumple Bielorrusia en la invasión de Ucrania?

El presidente de Bielorrusia, Aleksander Lukashenko, puede estar fingiendo tercamente que su país no tiene ningún papel en la invasión rusa de Ucrania, pero ha sido suya la decisión de bailar al ritmo de Moscú.

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Fue a fines de noviembre del año pasado cuando Aleksander Lukashenko anunció públicamente por primera vez que se pondría del lado de Rusia si hubiese una guerra con Ucrania. Durante varios meses, su régimen ha intensificado sin pausa su retórica sobre la situación en las fronteras del sur de Bielorrusia, dando rienda suelta a la histeria y reiterando su apoyo a la invasión de Vladímir Putin.

Si bien el gobierno bielorruso ha tenido durante años una relación cercana, en realidad de subordinación, a Moscú, ha buscado un equilibrio con Occidente para obtener beneficios financieros y políticos de ambos lados. Pero las elecciones presidenciales de 2020 en Bielorrusia y sus represión brutal que las sucedió han sacudido la legitimidad del régimen de Lukashenko y lo han dejado aislado de las instituciones occidentales por sus fraudes electorales y represiones policiales, con lo que Lukashenko se vio obligado a recurrir cada vez más a Putin en busca de apoyo.

Apenas 18 meses atrás, Bielorrusia buscaba el diálogo sobre el este de Ucrania, e incluso llegar a actuar como país mediadora. Sin embargo, desde finales del año pasado, la amenaza de guerra en Ucrania se ha convertido en una excelente distracción para las dificultades del régimen, lo que le permite apuntalar su imagen pública. Pero, ahora, a medida que los acontecimientos se descontrolan, la guerra podría ser un telón de fondo en el que la soberanía de Bielorrusia finalmente termine en manos de Rusia.

En la mañana del 24 de febrero, las tropas rusas comenzaron a invadir Ucrania atravesando también Bielorrusia. Lukashenko rompió una de sus promesas más difundidas: durante años había asegurado que Ucrania nunca sufriría un ataque desde su país.

El mapa de las hostilidades actuales demuestra que Rusia tiene la ventaja de poder atacar a Ucrania desde la frontera con Bielorrusia. Gracias a Lukashenko, las tropas rusas están amenazando directamente a Kiev en un momento en que las fuerzas que ingresaron al país directamente desde Rusia o Crimea con el fin de llegar a la capital han quedado varadas. Bielorrusia se ha convertido en un conducto tanto para la invasión terrestre de Ucrania como para los ataques aéreos y con cohetes, mientras que los soldados rusos heridos son enviados a hospitales en la región bielorrusa de Gomel para ser atendidos. Este tipo de papel tiene una interpretación bastante inequívoca: según la Resolución 3314 de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) de diciembre de 1974, las acciones de un Estado que proporciona su territorio para ser utilizado para un acto de agresión contra un tercer país también son calificadas como agresión militar.

El teatro de Lukashenko

Si bien en un principio expresó abiertamente su apoyo a la invasión, el tono de Lukashenko en los últimos días ha sido inusualmente menos enérgico.

En el mes previo a la invasión, el presidente bielorruso habló sobre la guerra en prácticamente todos los discursos que pronunció. A veces, su retórica era mucho más dura y agresiva que la de los propios líderes rusos. Inspeccionó instalaciones militares, abogó por lanzar ataques con misiles contra Ucrania e incluso insinuó el uso de tropas. También prometió que la guerra duraría «tres a cuatro días como máximo», amenazando con que las tropas llegarían al Canal de la Mancha.

Pero con la invasión en marcha, Lukashenko ha pasado su tiempo visitando hospitales y yendo a esquiar, mientras pide el fin del conflicto. También se ofreció como anfitrión para conversaciones de paz.

Por supuesto, sigue culpando a los líderes ucranianos de haber comenzado la guerra. Lanzó insultos al presidente ucraniano Volodímir Zelensky, apoyó las acciones del Kremlin e instó a Ucrania a aceptar todas las condiciones rusas para la paz. Al mismo tiempo, sin embargo, ha intentado presentarse como una paloma que quiere evitar la matanza. «Lo principal es que no muera gente», dijo a los periodistas después de haber ido a esquiar el 26 de febrero, el tercer día de la invasión.

El presidente bielorruso camina por la cuerda floja. No puede simplemente permanecer en silencio, pero parece reacio a involucrarse en el conflicto y dice que no hay tropas bielorrusas en Ucrania. Aunque inmediatamente acota que si Bielorrusia y Rusia lo necesitan, las tropas ingresarán en Ucrania. También se contradijo al afirmar que desde el territorio de Bielorrusia no se habían lanzado operaciones militares contra Ucrania, mientras que en el mismo discurso admitió que desde se habían efectuado ataques con misiles desde su territorio.

En declaraciones a la prensa, Lukashenko fingió sorpresa por el hecho de que Bielorrusia sea considerada partícipe de la invasión, al tiempo que atribuyó esa afirmación a la comunidad internacional. Sin embargo, durante una reunión con los jefes de seguridad bielorrusos a la que convocó en las primeras horas de la guerra, Lukashenko usó una frase que explica totalmente estas contradicciones: «De ninguna manera debemos involucrarnos en la mierda, ni convertirnos en traidores».

Dicho de manera sencilla, Lukashenko no quiere verse envuelto en una guerra a gran escala, pero tampoco puede convertirse en un traidor a los ojos de Putin. Ambas opciones serían desastrosas para él.

La amenaza de división

El comportamiento de Lukashenko en los primeros días de la guerra es explicable: todavía está al tanto del estado de ánimo de la sociedad bielorrusa.

La máquina de propaganda del régimen bielorruso ha pregonado durante mucho tiempo el eslogan «Que nunca más haya una guerra». De hecho, lo ha pregonado hasta el absurdo, hasta el punto de que se convirtió en una piedra angular de la ideología estatal. Las personas que apoyaban a Lukashenko, o que al menos eran indiferentes a su régimen, justificaban todo lo que sucedía refiriéndose a esta idea. «Sí», dirían los partidarios de Lukashenko, «vivimos en la pobreza y no se respetan nuestros derechos. Pero nuestros soldados no mueren en las guerras de otros pueblos».

Aquí, debe entenderse que la actitud de los bielorrusos difiere notoriamente de la de los rusos. Según varias encuestas, entre la mitad y dos tercios de los encuestados rusos apoyan, de una forma u otra, la guerra con Ucrania.

Mientras tanto, una encuesta realizada por Chatham House entre la población bielorrusa encontró que 11%-12 % de los encuestados apoyaba la participación del país en la guerra y solo 5% apoyaba el envío de tropas bielorrusas a Ucrania. Y eso en un contexto de frágil respaldo: esa misma encuesta sugiere que 27% de los encuestados apoya al régimen actual.

Así pues, la gran mayoría de los bielorrusos considera absolutamente inaceptable la idea de involucrar a Bielorrusia en la guerra; la participación del país, por lo tanto, no solo dividiría al electorado que apoya a la dictadura, sino que, en última instancia, podría provocar una división en el propio régimen. Lukashenko es muy consciente de este riesgo. Le es imposible aparecer como agresor o participar en un conflicto armado.

Pareciera que el presidente esperaba que la escalada rusa se limitara a extorsionar a Ucrania y que no se transformara en un conflicto armado. Y que, si la situación derivaba en una guerra, se la consideraría meramente una «operación especial» (como la llaman los rusos) y Ucrania caería rápidamente y sin mayor derramamiento de sangre.

Lukashenko habría estado bastante satisfecho con un permanente equilibrio al borde de la guerra. Esta sería quizás una forma ideal de existencia para el régimen bielorruso en su estado actual, lo que explica por qué las autoridades fomentaron con tanto entusiasmo la histeria militar a finales de enero y principios de febrero a pesar de que una guerra real no estaba aparentemente dentro de los planes de Lukashenko.

El intento de Macron

Después de la invasión de Rusia a Ucrania desde territorio bielorruso, algunos analistas preguntaron: ¿puede Bielorrusia ser ahora considerada acaso una potencia soberana? ¿Es Lukashenko capaz de tomar decisiones de manera independiente o está bajo el control total de Putin? El mismo Lukashenko da motivos en repetidas ocasiones para estas preocupaciones, cuando hace referencia a la opinión del Kremlin cada vez que hace comentarios públicos sobre algún tema fundamental, ya sea el despliegue de tropas rusas en Bielorrusia o la participación en la guerra. Durante la visita a Moscú del 18 de febrero prometió incluso consultar con su «hermano mayor» (Rusia) sobre su futuro político.

Mientras tanto, el 26 de febrero, el presidente francés, Emmanuel Macron, mantuvo una conversación telefónica con Lukashenko para exigir la retirada de las tropas rusas de Bielorrusia e instar a Minsk a abandonar la subordinación a Moscú y dejar de ayudarlo en la guerra contra Ucrania. En otra situación, Lukashenko habría sacado partido de la atención que ha concitado en Occidente para aprovecharse de su confrontación con Rusia y lograr concesiones en el tema de las sanciones contra su país. Eso es exactamente lo que sucedió en 2014-2015, cuando se distanció hábilmente de las acciones del Kremlin en Crimea y Donbas, y luego se reconcilió con Europa.

Pero ahora Lukashenko depende completamente del apoyo del Kremlin y no puede escapar de este conflicto de manera unilateral. Cualquier intento de desviarse del rumbo de Moscú sería percibido por Putin como una traición, y la existencia del régimen de Lukashenko dejaría de tener sentido para el presidente ruso. La misión de Macron estaba destinada al fracaso desde el principio.

El destino de Lukashenko ahora está indisolublemente ligado al de Putin. Junto con Putin, también es objeto de sanciones occidentales sin precedentes. Sin embargo, las sanciones y el aislamiento no son las peores amenazas que enfrenta el presidente bielorruso.

Movimiento antibélico

A fines de la semana pasada, surgieron rumores de que Bielorrusia pronto tomaría parte activa en la agresión rusa. En la tarde del 27 de febrero, el Centro de Estrategias de Defensa de Ucrania, un grupo de expertos, informó que Lukashenko tomaría una decisión inminente sobre el uso de tropas bielorrusas para invadir Ucrania.

La aparición de noticias tan alarmantes coincidió con las protestas antibélicas en Bielorrusia, que habían sido anunciadas anteriormente por la líder opositora Svetlana Tijanóvskaya, actualmente exiliada. La gente comenzó a reunirse en los lugares donde debía votar un referéndum constitucional que permitiría a Rusia almacenar armas nucleares en Bielorrusia, y las protestas se extendieron al centro de Minsk. Miles coreaban «No a la guerra», «Gloria a Ucrania» y pronunciaban discursos insultantes sobre Putin. Por lo menos 800 personas fueron detenidas y se abrieron causas penales contra varios manifestantes. Con todo, estas fueron las primeras protestas de magnitud en Bielorrusia desde principios de 2021. Tras un año y medio de terror político total, las protestas remarcaban la gran oposición a la guerra y al papel de Bielorrusia en ella.

Cuánta fuerza cobrará el movimiento antibélico en Bielorrusia dependerá de cuán lejos llegue Lukashenko en esta guerra. Los líderes de la oposición han pedido a los bielorrusos que vuelvan a tomar las calles y bloqueen las vías ferroviarias para evitar que las tropas rusas se muevan. Tijanóvskaya declaró que el siguiente paso sería prepararse para una huelga de los trabajadores bielorrusos contra la guerra. Pavel Latushka, otro líder de la oposición, instó al personal militar bielorruso a no cumplir «órdenes criminales» y a los reclutas bielorrusos a eludir el servicio militar obligatorio o tomar las armas para luchar contra el «dictador loco».

Último intento

En este contexto, Lukashenko hizo un intento desesperado de transformar su papel en el conflicto actuando de anfitrión de las conversaciones entre Rusia y Ucrania el 27 de febrero.

La iniciativa en sí parecía una pobre imitación de un proceso de negociación. En primer lugar, era obvio que Gomel, un lugar utilizado como base por las tropas rusas, no era el mejor sitio para las negociaciones. En segundo lugar, la parte rusa informó a Ucrania que ya habían llegado para conversar y estaban esperando, en un intento de hacer quedar a la delegación ucraniana como renuente a las negociaciones y, por lo tanto, a Ucrania como instigadora de la guerra. Los líderes ucranianos respondieron que no había habido acuerdo sobre una reunión en Gomel: no estaban satisfechos con el lugar y consideraban inaceptables las condiciones impuestas por Rusia (el requisito de deponer las armas).

Cuando quedó claro que los ucranianos no irían a Gomel y que la delegación rusa regresaría pronto a Moscú, Lukashenko llamó a Zelensky, a quien había insultado apenas un par de horas antes. Al final, acordaron que la reunión finalmente se llevaría a cabo, aunque no en Gomel, sino cerca de la frontera entre Bielorrusia y Ucrania, en la cuenca del río Prípiat. Según su servicio de prensa, Lukashenko persuadió a Putin de que no llamara a la delegación rusa y se celebrara una reunión.

Como era predecible, las conversaciones no llegaron a nada. Sin embargo, el comportamiento de Lukashenko en torno de este episodio es digno de remarcar. Aparentemente, anhela regresar a una época en la que se presentaba con éxito en el escenario internacional como un pacificador. Pero es demasiado tarde, él ya está involucrado en este conflicto. De hecho, existe una amenaza real de que el ejército bielorruso pronto se una a la invasión rusa. 

El 28 de febrero, el mismo día de las conversaciones de paz, el ejército ucraniano informó que las tropas bielorrusas habían comenzado a desplegarse en la frontera compartida por los dos países. Y varios medios ucranianos informaron que se identificaron tropas bielorrusas cerca de la ciudad de Chernigov en el norte de Ucrania.

Dicho esto, lo que sucedió durante las negociaciones es importante. En la conversación entre Zelensky y Lukashenko, la tarde del 27 de febrero, se dieron las siguientes garantías a la parte ucraniana: mientras las delegaciones viajaban a Bielorrusia y continuaban las negociaciones, todos los aviones, helicópteros y misiles rusos desplegados en territorio bielorruso permanecerían en tierra. Tanto Zelensky como el servicio de prensa de Lukashenko mencionaron estas promesas. Pero las garantías se rompieron. Esa noche se informó que nuevos ataques a las ciudades ucranianas de Yitomir yChernigov con misiles rusos Iskander salidos de territorio bielorruso.

Algunos verán las acciones de Lukashenko como una traición. Pero es más probable que estemos hablando de una situación en la que el presidente bielorruso no tiene control sobre las acciones del ejército ruso que se encuentra en territorio de su país. Este es el precio que ha pagado Lukashenko por aferrarse al poder: la pérdida de soberanía y haber sido arrastrado a una guerra.

Nota: La versión original de este artículo en inglés se publicó en Open Democracy el 2/3/2022 y está disponible aquí. Traducción: Carlos Díaz Rocca.



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