Amor y sexualidad en las utopías anarquistas
Nueva Sociedad 309 / Enero - Febrero 2024
El rastreo de cinco utopías escritas por anarquistas en Europa y América entre mediados del siglo XIX y primeras décadas del XX, dentro de un vasto territorio utópico, permite abordar cuestiones vinculadas a la sexualidad, la vida cotidiana y la relación entre los sexos. Las utopías libertarias enfrentaron un desafío particular, comprometidas como estaban con las ideas de emancipación de la mujer y de libertad sexual.
En la más simple de las definiciones, la utopía es el impulso de imaginar y escribir un mundo mejor. Uno más justo, más racional o más sencillo. Una ciudad tecnificada, una aldea bucólica o un pequeño paraíso perdido en el pasado (o en el futuro). Para mostrar que es posible, hay que enfrentar lo injusto, lo irracional, lo complejo y jugar a la creación organizando lo ingobernable. Nada de eso amedrenta a la voluntad utópica que, por esa tensión tan maravillosamente irresuelta, viene acompañando los sesudos análisis políticos occidentales desde hace siglos1.
Esos hombres y algunas mujeres, en pleno enojo con su presente o desde una idea iluminada, pergeñaron sistemas políticos, andamiajes legales, economías y comercios, arquitecturas, maquinarias y, también, costumbres, humores, afectos, lazos, enseñanzas, hablas, formas de amar… como si cada nuevo mundo exigiera una humanidad nueva. Como si fuera posible inventarla –tal es la crítica de Karl Marx y Friedrich Engels al utopismo– desde el pedestal de una razón individual a salvo de las violencias de la historia y la política. Como si las variables finísimas que sostienen el entramado social se nos ofrecieran transparentes y maleables. Como si las palabras para decirlas no tuvieran más ecos de los previstos. En ese juego de equilibrio resulta fundamental conceder la misma importancia a todas las dimensiones del orden soñado, porque serán imprescindibles tanto el diseño del gobierno –rey, filósofo, asamblea– como la distribución de comida, la educación de la niñez o el escenario del acto amoroso. De ahí el detallismo delicioso y, a veces hilarante, de algunas narraciones.
En el vastísimo territorio utópico2, encontramos un tipo particular de ensayos: aquellos que tienen como premisa la supresión del Estado y que proliferaron mientras las revoluciones filosóficas, políticas, económicas y sociales se desperdigaban por el globo. Las llamadas utopías antiautoritarias o libertarias desplegaron –en los textos y en la práctica– ciudades autogestionadas, reinos de la espontaneidad y aldeas animadas por la bondad humana3. Creadas en la misma fragua que los socialismos, anarquismos, feminismos y comunismos, estas narraciones ensayaron alguna variación de las ideas de emancipación de la mujer y de libertad sexual que compartían, no sin fuertes disparidades, aquellos agitados movimientos políticos.
Si, como se afirma, las cuestiones relacionadas con la sexualidad, la reproducción, la vida cotidiana y la relación entre los sexos son elementos centrales para el género utópico en casi todas sus vertientes4, las utopías libertarias suben la apuesta. ¿Cómo conjugar la libertad amorosa y el orden laboral? ¿Qué configuraciones reemplazarán a la familia tradicional? ¿Cuál es el mejor vestido para el acto sexual por afinidad? ¿Qué depara el instinto cuando no es asediado por la hipocresía? ¿Cómo hace el amor una mujer libre?
Respuestas para esas preguntas hay en tantos relatos utópicos en clave libertaria que sería imposible agotarlos. Vamos por cinco de ellos, todos escritos por hombres del anarquismo en Europa y América entre la segunda mitad del siglo xix y la primera mitad del xx, a pesar de las resistencias del movimiento a definir de antemano la sociedad futura o a sugerir que la Anarquía era una más entre tantas quimeras5.
La barricada, la utopía, el Humanisferio
Anarquista antes de que el término se estableciera, Joseph Déjacque (París, 1821-París, 1865) escribía poemas incendiarios en las jornadas revolucionarias de 1848 y frecuentaba los clubes de esas mujeres que publicaban periódicos y denunciaban que la libertad, la igualdad y la fraternidad no llegaban hasta ellas. Que no alcanzaban tampoco a los hombres no blancos lo confirmó Déjacque cuando emigró a Estados Unidos. Entonces publicó un periódico, Le Libertaire. Journal du Mouvement Social, y entre apuntes doctrinarios y notas de coyuntura, fue editando su relato de anticipación, El Humanisferio (1857)6. Atento a una voz que personifica la idea misma de la libertad, el narrador llega a 2858, año en que el Hombre habrá conquistado la Anarquía. Como los textos contemporáneos que abren con una aclaración acerca de la generalización del masculino, Déjacque advierte que por «Hombre» quiere decir «Humanidad», y que ese conjunto incluye a ambos sexos y todas las razas7. La suya es una prosa urgente y explosiva –«tenemos la barricada y la utopía, el sarcasmo y la bomba»– que va defenestrando la civilización bajo un epígrafe de Charles Fourier, autor que asomará en cada uno de los casos con sus pasiones combinadas, el trabajo «atrayente» y la audacia amorosa de sus falansterios8.
A poco de atravesar un paraíso en el que la naturaleza convive con tecnologías respetuosas de las necesidades humanas, un aparato volador deja al protagonista en las puertas de un falansterio donde «es libre el trabajo y libre es el amor» y reina la igualdad. En el Humanisferio no se exigen pactos civiles ni religiosos, se hace el amor cuando place, por atracción y con quien se desea. Pero no hay alarde. Miradas furtivas se cruzan en público, para luego arder en el secreto de los aposentos. Hombres y mujeres pueden elegir múltiples amantes en razón de la variación del gusto y la diversidad de temperamentos. Otra vez, Fourier9, y con una inusual reivindicación del instinto, atendido sin mediación porque «el amor libre es como el fuego, lo purifica todo». Luego de estas afirmaciones libérrimas, el narrador explica que, sin embargo, más que la volatilidad de las relaciones, impera el amor constante. Las parejas se eligen, se sostienen en el tiempo y celebran una verdadera evolución sexual. En cuanto a la crianza, se da de manera mancomunada, como en muchas de las utopías, con personas voluntarias y por fuera de todo núcleo familiar. A pesar de que no hay obligación, «ninguna mujer querrá privarse de las dulces atribuciones de la maternidad» y de ningún modo evitará el amamantamiento. Su ser mujer se completa con su rol de madre, al que dedica su tiempo (librado de las tareas domésticas gracias a la tecnología) con particular emoción femenina.
Aniquiladas las instituciones aberrantes, es decir, el matrimonio y la prostitución, surge en el Humanisferio la dulce y natural poesía del amor lejos del «libertinaje genital o cerebral». De esta manera, se establece una jerarquía entre el amor «carnívoro», instintivo, bajo, pasional, carnal y más propio de la civilización pasada, y el pináculo evolutivo del mundo anárquico, amor puro, cerebral, bello, sano… y, deberíamos agregar: heterosexual. El narrador explica que el poder de la libertad devolvió su lado humano a la voluptuosidad, y la «masturbación» y la «sodomía» del cuerpo y del espíritu fueron desterradas del nuevo «orden natural». Esta afirmación es la impronta más fuerte de la herencia de Fourier, no la supresión del autoerotismo o el gusto por el mismo sexo (en el falansterio solo habría que combinar esas pasiones con otras), sino la idea de que la potencia del nuevo orden social transformará la naturaleza con una fuerza que va desde el cosmos hasta el clima del planeta, alcanzando al carácter de los animales y al más renuente de los instintos humanos. Todo muy bien, se dirá a sí mismo un ávido lector italiano del inventor de falansterios amorosos, pero ¿cómo funcionará en la práctica?
Amar como las plantas fanerógamas
Giovanni Rossi (Pisa, 1856-Toscana, 1943) era médico, veterinario, agrónomo, melómano y fecundo escritor. En una vida muy intensa, editó el periódico Lo Sperimentale, organizó una colonia agrícola y, en 1890, lideró la experiencia que comentaremos, la Colonia Cecilia, en el estado brasileño de Paraná. Pocos casos han recibido tanta atención: podríamos citar decenas de memorias, libros, artículos académicos, novelas y películas producidos en varios países10. La razón de tanta notoriedad proviene de su faceta aventurera y su costado atrevido: un grupo de varones italianos y unas poquísimas mujeres que viajan para construir una pequeña aldea con el fin de probar la efectividad de la economía, el orden social y el amor libertarios. Y no cualquier versión de libertad amorosa, sino una de las más osadas entre las distintas variables de unión propuestas por el anarquismo: el «amor múltiplo y contemporáneo» y el consiguiente finis familias. Las penurias económicas, el hambre por el fracaso de los cultivos y los conflictos internos no impidieron probar una de las principales apuestas: para confirmar la superioridad de esta fórmula, Rossi publicó un folleto explicativo en 1893. La colonia acababa de claudicar, pero su mentor celebraba el experimento y el impacto en la propaganda con un epígrafe que daba cuenta de su consciente radicalidad: «Si la verdad te espanta, no leas; porque este librito está, para ti, lleno de espantos»11. Firmado con el seudónimo Cardias, el folleto fue traducido al castellano y publicado en Buenos Aires, apenas tres años después, en una serie del grupo anarquista La Questione Sociale dedicada a fomentar la emancipación de la mujer. El relato, mezcla de tratado científico y novela del corazón, expone la vida en común de una mujer, Eléda, y dos hombres, Aníbal y el propio Cardias. Compuesto por personas reales que habitaron la colonia, entre ellos el mismo Rossi, el trío lleva adelante una relación amorosa y sexual muy documentada en la que se pretende demostrar –a través de cuestionarios psicológicos– que esta práctica no produce consecuencias nocivas ni atiza el erotismo («no se crea que es una mujer de fáciles amores»). Tampoco sería un problema que la paternidad se desdibuje, al contrario, colaboraría en el desmantelamiento de la familia y su núcleo de egoísmo individualista («la ipertrofia del io»). ¿Y qué mejor criterio de demostración que la propia naturaleza?
Entre las plantas fanerógamas, (…), la promiscuidad es la ley, la monogamia es la excepción. El casto lirio encierra en su nívea corola cinco estambres alrededor de un solo pistilo, y la misma reina de las flores acoge alrededor del único genulario un regimiento de machos, que representan muchas veces el número de cinco. (…) Son nubes de polvo provenientes de millares de machos que el viento lleva lejos en sus torbellinos a besar las flores hembras que esperan. Los gránulos de polen de una misma antera ¿quién sabe sobre cuántos pistilos se posan? ¿Quién puede decir por cuántas anteras queda fecundado un genulario?12
Años de teoría y de práctica sobre la naturaleza le dictaban a Rossi estas ideas revolucionarias sobre los lazos humanos («amemos al mayor número posible de personas») y, en una mixtura muy creativa con sus diatribas contra la familia («el mayor estercolero de inmoralidad»), se anima a vaticinar la desaparición del «instinto de maternidad», factor que supone transitorio en la historia humana. Sin embargo, la escalada tiene un límite inapelable: la inveterada y primitiva práctica de la «sodomía», considerada por el autor como «la más abyecta de las infamias humanas». Una sentencia demasiado taxativa en una colonia aislada y habitada casi en su totalidad por hombres, donde con toda probabilidad se desatara el homoerotismo, y hasta podría haber sido una excelente solución a los males de la abstinencia sexual y el onanismo que tanto preocupaban a su líder.
Más allá de sus límites, apreciemos que este folleto ardiente circuló profusamente a fines del siglo xix en varios idiomas, y las vicisitudes de la colonia fueron comentadas en periódicos anarquistas de todo el mundo13. Rossi no detuvo su empeño publicitario: apenas dos años después, analizaba los resultados en Il Paraná nel xx secolo (1895), un relato utópico dedicado a sopesar los lastres ideológicos y anticipar sugerentes reflexiones sobre la subjetividad, la microfísica del poder y la fuerza de las emociones porque, tal como ya afirmaba en su episodio de amor: «así como las relaciones económicas fueron la cuestión del siglo xix, del mismo modo, las relaciones afectivas serán tal vez la cuestión palpitante del siglo xx». Debemos, entonces, avanzar en el tiempo y probar con un trastoque geográfico, una utopía escrita, esta vez, en el «Nuevo Mundo».
Las mujeres tienen home propio
Aunque nació en Francia, Joaquín Alejo Falconnet (Lyon, 1867-Buenos Aires, 1938) vivió desde niño en Argentina y se convirtió en protagonista del anarquismo local. Con su seudónimo Pierre Quiroule, fue autor de varios relatos utópicos de talante científico y espíritu nietzscheano: Sobre la ruta de la anarquía (1912), La ciudad anarquista americana (1914) y En la soñada tierra del ideal (1924). El más difundido es el segundo, con 24 capítulos dedicados a describir una pequeña ciudad aldea, «obra de construcción revolucionaria», y diagramarla en un plano perfecto atravesado por las calles «Abundancia», «Actividad», «Humanidad», sobre las que se despliegan casitas con jardín, natatorios y pródigos almacenes14.
En la ciudad de los Hijos del sol, el Estado no existe y, en su lugar, reinan la buena voluntad, la espontaneidad y el espíritu de colaboración mutua para cumplir con las tareas necesarias decididas en asambleas nocturnas. La familia nuclear ha sido reemplazada por encuentros para las comidas comunitarias (en su mayoría vegetarianas) y una eficiente pouponnière atendida por quienes sienten amor por la niñez. En este «edificio social completamente nuevo», donde impera el amor libre en su versión más acotada –parejas heterosexuales en monogamias sucesivas–, cada quien decide convivir o habitar una casa individual de estudiado estilo «etrusco y japonés».
Si la arquitectura es un elemento cardinal en las utopías, la libertad de las mujeres representa un particular reto. El experimento de amor italiano en Brasil había demostrado que la falta de habitación privada para Eléda complicaba la concreción de los encuentros. Quiroule lo resuelve con soltura: las mujeres tienen home propio. Su emancipación ya no es una idea abstracta, tiene la forma de una casa en la que son dueñas de sí mismas aunque, no por eso (aclara el narrador), deban «renunciar a los tiernos afectos del corazón». Al contrario, luego de las livianas jornadas de trabajo en el campo o en los talleres, ellas se quitan «la vestidura semi masculina poniéndose otra más en armonía con la estética natural de la mujer» y, ataviadas con amplias túnicas, prodigan sonrisas y atenciones. Esas agradables causeries al aire libre, favorecidas por el clima cálido, son la antesala para los «torneos del amor», momentos de cruces de miradas y pudorosos acuerdos en los que priman «la soledad y el misterio», tanto si tienen por escenario la casa de la compañera o la «plena naturaleza, con la muda complicidad de la vegetación lujuriante y el embriagador perfume de las flores». ¿Las mujeres –ya «sustraídas de la dominación egoísta del macho»– eligen a los hombres más bellos? No, su «alma de mujer superior» se siente atraída por las grandes calidades morales e intelectuales y se entrega con discreción extrema. Mezcla de jardín del Edén y plaza de la Antigüedad clásica, los nuevos escenarios para el amor se construyen en fuerte contraste con las imágenes de un pasado civilizatorio calificado con mucha dureza. Pero para descubrir los adjetivos más fulminantes debemos volver a Europa.
Contra el amor carnívoro
Si además de injusto, el orden a superar se considera enfermo, la utopía naturista se alzará implacable contra el pasado insalubre. El catalán Albano Rosell i Llongueras (Sabadell, 1888-Montevideo, 1964), anarquista de pensamiento y acción en varios países –luchó en España, vivió en París, Buenos Aires y Montevideo–, fue un prolífico escritor comprometido con la corriente naturista15. Si describe el territorio idealizado de Macrobia es tanto para demostrar las bondades de una vida regenerada como para denostar el edificio completo de una sociedad moderna que convierte al individuo en «juguete de pasiones malsanas, vicios denigrantes y concupiscencias innaturales»16. Niños y niñas, altísimos y criados a puro sol, reciben el amor de sus madres, quienes «por instinto y por afecto» (y los padres, por elección) cuidan a la prole hasta la edad de un año, para sumarlos luego a una comunidad que funciona como una familia extendida. Cultivar los propios alimentos, desarrollar una compleja actividad científica, dedicar tiempo al teatro, la pintura, la música y la lectura no impide a los macrobiatas celebrar múltiples encuentros sexuales basados en la afinidad mutua. Evitando el beso, hombres y mujeres prefieren prodigarse delicadas caricias sin ningún dejo de «lascivia, erotismo, pasión malsana o inclinación torcida y morbosa»17. Al contrario, a pesar de la costumbre del desnudo, un refinamiento extremo de la inteligencia contrarresta cualquier exceso y lleva el deseo sexual a su mínima expresión: «No hay peligros del sexo, ni esos absurdos onánicos, masturbicios o invertidos que son el azote de la juventud y el caos fisio-biológico que padecemos en todos los actos de nuestra vida ordinaria de chuterío, flamenquismo, degradación soez y de burdel. ¡Allí es todo afección, cariño, movimiento natural y sano, ingenuo y viril, racional y digno!»18.
La transformación va más allá del plano físico, opera sobre la subjetividad, esa dimensión tan resistente. Con Rosell, la «ipertrofia del io» que desvelaba a Rossi es combatida desde otro frente: la alimentación. Una dieta frugívora que no incluye «alimentos sangrantes» es la que favorece un verdadero (moderado) disfrute sexual, del mismo modo que en el Humanisferio el «amor carnívoro» provenía del «puro instinto» y se purificaba con el fuego libertario. Por enésima vez, el eco del falansterio, donde las artes amatorias y culinarias se disfrutaban en conjunto sin temor a lujurias o glotonerías. Ya lo sabemos, donde otros coartan, Fourier combina.
Satisfaré tus deseos de placer fisiológico
Como sucedió con Cardias, el alter ego de Rossi, no pocos visitantes de las utopías se han enamorado de una habitante de esa sociedad. En la tecnificada sociedad futura de El amor dentro de 200 años (1932)19, escrita por el ingeniero y destacado intelectual anarquista Alfonso Martínez Rizo (Cartagena, 1877-Barcelona, 1951), el militar Fulgencio Chapitel descubre, al mismo tiempo, máquinas increíbles y el amor profundo en una sociedad evolucionada. ¡Y todo en la más completa desnudez! Difícil será encontrar un personaje más exigido en toda la historia de las utopías. De la mano de su anhelada Dasnay Paratanasia, aprende que todas las mujeres estudian «erología, erotomía y erotecnia» y que, según una «nueva moral sexual», llevan consigo una jeringa de esterilización temporal y se prestan encantadas a «relaciones intersexuales circunstanciales». Esta utopía que, a diferencia de la mayoría, resguarda el placer sexual y lo distingue de la procreación, dispone tibios, musicales y arbolados «jardines del amor» donde las parejas se entregan al placer físico en público. Tratando de contener su evidente excitación, Chapitel comienza a sentir repugnancia cuando comprueba que hay otros senderos en los que retozan dos hombres, pero se le explica que «sobre gustos no hay nada escrito», y hasta se percibe cierta comprensión al amor de un hombre mayor por un adolescente. Tampoco es un obstáculo la monogamia, cada quien se regocija en la variedad de propuestas porque el disfrute casual responde a una simple satisfacción fisiológica. En esta sociedad del futuro lo determinante será el lazo espiritual y el deseo conjunto de generar descendencia. A partir de esa revelación, comienza una trama que hace de esta utopía una de las más interesantes y de este recorte, uno de los más injustos. En un juego irónico entre utopía y distopía, el autor pone en discusión principios muy extendidos en el anarquismo. Uno de ellos es la eugenesia, dado que, en el relato, es obligatorio realizar estudios médicos en la municipalidad de la pequeña comuna agraria y esperar un resultado positivo, de lo contrario, la unión será prohibida y, en el extremo, se procederá a la «fulminación». Este procedimiento de supresión de la vida, decidido por el voto del colectivo a través de las máquinas, es rápido e inapelable. La aparente tolerancia hacia el deseo diverso se matiza al leer que a la pareja se le prohíbe engendrar porque su tipo de sangre provocará «exaltados y violentos y probablemente homosexuales». Así, vamos descubriendo que la aparente anarquía es, en realidad, el gobierno autoritario de las máquinas y el verdadero anarquismo, el agente liberador. Su aliado es el amor depurado porque la sexualidad, con sus demandas insaciables, ya fue al fin sometida por la educación, la alimentación, la esterilización… y la mismísima libertad.
El amor en libertad y otros espantos
Occidente no hacía más que hablar de sexo20. En esa verbalización fogosa participaron con entusiasmo los movimientos emancipatorios y, entre mediados del siglo xix y las primeras décadas del siglo xx, forjaron un consenso que pensaba lo sexual como un instinto «biológico» que había sido desviado de su cauce heterosexual, «saludable» o «normal» por las condiciones económicas y sociales capitalistas, con la consiguiente lista de calamidades: «vicio», «histeria», «aberración», «inversión», «males venéreos», «degeneración», etc. Aunque hombres y mujeres sufrirían los efectos de una misma doble moral, las mujeres («esclavas entre los esclavos») debían liberarse de manera urgente a fin de lograr cierto disfrute sexual en pareja y una maternidad consciente, regulada por métodos anticonceptivos, educación y criterios eugenésicos. Para el anarquismo, siempre más radical, el matrimonio y la prostitución eran instituciones complementarias y degradantes sostenidas por el culto a la virginidad, la hipocresía y la amenaza del «qué dirán». En la intimidad, la masturbación, sin ser una práctica recomendada, podía significar un mal menor contra el consumo de prostitución o la enfermedad física o nerviosa.
El tedio que hoy provocan sus moralinas y la risa condescendiente que suscitan los más pacatos se contienen apenas recordamos que, mientras luchaban por una revolución social, estos movimientos disputaron con los discursos religiosos más conservadores el derecho al goce por fuera de la procreación y propulsaron el divorcio, la educación sexual, la sexología crítica, la independencia económica y civil de las mujeres, las uniones libres, la patria potestad compartida, el derecho de los hijos «ilegítimos», la despenalización de la homosexualidad, la igualdad de los géneros (cuando no existía el término), etc. Lo contaron al mundo en una producción febril de artículos, folletos, conferencias, revistas y libros. Muchos de esos elementos tomaron forma de ley en el avanzado «Código integral del matrimonio, la familia y la tutela» sancionado en Rusia tras la flamante revolución. El mundo observaba atónito ese gran laboratorio de transformaciones económicas y sociales, pero también de una portentosa renovación sexual que impactó en otras latitudes. En los contornos de esos movimientos y procesos políticos, muchas personas practicaron experiencias homosexuales y lesbianas (mientras se inventaban las nomenclaturas), disputaron desde sus propias experiencias con el saber médico y la psicopatología, enfrentaron los límites de los amores libres y sumaron desafiantes espantos a ese extendido consenso de izquierdas.
Las utopías libertarias fueron el espacio ideal para explorar esos quiebres. Si reverenciaban la condición natural del sexo, al mismo tiempo se permitían sopesar la potencia de la construcción social. Si todavía eran temerosas de la proliferación del deseo, fueron muy creativas en la escenografía de otras formas de amor. Si fueron racionales hasta la exageración, evidenciaron los malabares argumentativos para domeñar los desbordes de la pasión y de los cuerpos. Si resultaban pedagógicas y hasta doctrinarias, colaron entre ensayos políticos y tratados sexológicos subjetividades en transición permanente hacia la libertad. Dónde si no encontrar hombres retozando sin castigo, mujeres que eligen no ser madres, adolescentes libres de represión sexual, cuerpos que saben de su salud más que los médicos de familia, conductoras de máquinas voladoras que se autoadministran anticonceptivos… Difícil es que lleguemos a tener pruebas fehacientes, aunque no dudemos de cuánto alimentaron estas lecturas el fuego de la segunda parte del siglo xx. De cómo participaron en ese entramado de cambios estructurales, teorías deconstructivas y subjetividades orgullosas que, en primera persona, resquebrajaron la trampa del instinto natural y el orden dicotómico de los sexos para seguir escribiendo nuevas utopías por venir.
Nota: este artículo fue escrito en el marco del proyecto de investigación «Utopías trasatlánticas: imaginarios alternativos entre España y América (siglos XIX-XX)», PID2021-123465NB-I00, del Plan Estatal de Investigación Científica, Técnica y de Innovación del Gobierno de España, financiado por MCIU/AEI/10.13039/501100011033/ y Fondo Europeo de Desarrollo Regional FEDER «Una manera de hacer Europa».
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1.
Para una conceptualización siempre abierta, v. Raymond Trousson: Historia de la literatura utópica [1979], Península, Barcelona, 1995; Ruth Levitas: The Concept of Utopia [1990], Peter Lang, Oxford, 2011.
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2.
Juan Pro (ed.): Diccionario de lugares utópicos, Sílex, Madrid, 2022.
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3.
Max Nettlau: Esbozo de historia de las utopías, Imán, Buenos Aires, 1934.
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4.
Agnès Fine y Sylvie Chaperon: «Utopies sexuelles» en Clio. Histoire, Femmes et Sociétés No 22, 2005; Lyman Tower Sargent y Lucy Sargisson: «Sex in Utopia: Eutopian and Dystopian Sexual Relations» en Utopian Studies vol. 25 No 2, 2014.
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5.
Dejamos para otra oportunidad el análisis de algunas utopías escritas por mujeres y cómo abordan la sexualidad heterosexual, a veces suprimiéndola.
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6.
Disponible en francés en la Biblioteca Nacional de Francia, gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k101911z/f105.image.r=chastete. La editorial del periódico La Protesta de Buenos Aires lo eligió para iniciar su colección Los Utopistas de la década de 1920.
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7.
En una carta pública a Pierre-Joseph Proudhon, conocido por sus posturas misóginas y en discusión con las feministas de entonces, Déjacque afirma que un «masculinista» no es un verdadero libertario. Ver L. Fernández Cordero: Feminismos para la revolución. Antología de 14 mujeres que desafiaron los límites de las izquierdas, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2021.
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8.
La obra de Fourier (1772-1837) excede el género utópico. Muy crítico de la economía y la sociedad de su época, propuso una nueva organización social basada en edificios de vivienda y trabajo colectivos y autosuficientes denominados falansterios. V., entre otros, Roland Barthes: Sade, Fourier, Loyola, Cátedra, Madrid, 1997.
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9.
Perdidos o estratégicamente reservados por sus discípulos, los escritos más innovadores fueron editados recién en la década de 1960. Ver C. Fourier: El nuevo mundo amoroso. Manuscrito inédito, paleografía, notas e introducción de Simone Debout-Oleszkiewicz, Siglo XXI Editores, Ciudad de México, 1972.
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10.
Afonso Schmidt: Colônia Cecília. Uma aventura anarquista na América, 1889 a 1893, Anchieta, San Pablo, 1942; Isabelle Felici: «A verdadeira história da Colônia Cecília de Giovanni Rossi» en Cadernos AEL No 8/9, 1998. Para una bibliografía más completa, v. L. Fernández Cordero: Amor y anarquismo. Experiencias pioneras que pensaron y ejercieron la libertad sexual, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2017.
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11.
L. Fernández Cordero: «Una utopía amorosa en Colonia Cecilia» en Políticas de la Memoria No 5, 2004-2005.
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12.
Juan Rossi (Cardias): «Un episodio de amor en la Colonia Socialista Cecilia», trad. José Prat, serie Propaganda Emancipadora de las Mujeres, Biblioteca de La Questione Sociale, folleto No 5, 1895, reproducido en Políticas de la Memoria No 5, 2004-2005, p. 67.
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13.
Fue reeditado en 1920 por La Protesta. Ver Félix Weinberg: Dos utopías argentinas de principios de siglo, Solar / Hachette, Buenos Aires, 1976.
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14.
V. entre muchos otros, Luis Gómez Tovar, Ramón Gutiérrez y Silvia Vázquez (comps.): Utopías libertarias americanas. La ciudad anarquista americana de Pierre Quiroule, Tuero, Madrid, 1991; Adriana Petra: «¿Sueñan los anarquistas con mansiones eléctricas? Ciencia y utopía en las ciudades ideales de Pierre Quiroule» en Marisa González de Oleaga y Ernesto Bohoslavsky (comps.): El hilo rojo. Palabras y prácticas de la utopía en América Latina, Paidós, Buenos Aires, 2009; Rocío Hernández Arias: «Técnicas narrativas del utopismo hispánico: ‘El amor dentro de 200 años’ de Alfonso Martínez Rizo y ‘La ciudad anarquista americana’ de Pierre Quiroule» en AAVV: Una llama que no cesa: nuevas líneas de investigación en Filología Hispánica, Sial, Madrid, 2017.
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15.
V., entre otros, Eduard Masjuan Bracons: La ecología humana en el anarquismo ibérico. Urbanismo «orgánico» o ecológico, neomalthusianismo y naturismo social, Icaria, Barcelona, 2000; A. Petra: «La utopía del individuo integral o el mito de la Arcadia sudamericana. Anarquismo, eugenesia y naturismo en el viaje a El país de Macrobia» en Políticas de la Memoria No 5, 2004-2005.
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16.
Publicada en el año 1921 con el seudónimo de Germina Alba, años más tarde apareció firmada por el autor. Ver Sebastián Stavisky: «Introducción» en En el país de Macrobia. Una narración naturológica, Madreselva, Buenos Aires, 2023. Agradezco el acceso a la primera edición a Horacio Tarcus y al Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas (CeDInCI).
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17.
Ibíd., p. 43.
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18.
Ibíd., p. 48.
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19.
Emilio J. Gallardo Saborido, J. Pro y Hugo García Fernández (eds.): Utopías hispanas: historia y antología, Granada, Comares, 2022; Mariano Martín Rodríguez: «La ciudad libertaria del futuro en la distopía El amor dentro de 200 años (1932), de Alfonso Martínez Rizo» en Ángulo Recto No 2, 2011.
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20.
Michel Foucault: Historia de la sexualidad I: La voluntad de saber, Siglo XXI editores, Buenos Aires, 1991; Jeffrey Weeks: Sex, Politics and Society: The Regulation of Sexuality since 1800, Routledge, Londres, 2012; Gayle Rubin: En el crepúsculo del brillo. La teoría como justicia erótica, Bocavulvaria ediciones, Córdoba, 2018.