Opinión
agosto 2017

¿Una revolución «Macroneconómica»?

Si la «Macroneconomía» – el intento de combinar las políticas estructurales conservadoras con la macroeconomía progresista – logra reemplazar al fundamentalismo de mercado, la década perdida del estancamiento económico podría pronto llegar a su fin.

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Hace tan solo unos días se cumplió el décimo aniversario de la crisis financiera mundial, que se inició el 9 de agosto de 2007, cuando el Banque Nationale de Paris anunció que se había evaporado el valor de varios de sus fondos, mismos que contenían bonos hipotecarios estadounidenses, los que supuestamente eran los más seguros en existencia. Desde ese fatídico día, el mundo capitalista avanzado atravesó por su período más largo de estancamiento económico desde aquella década que se inició con el desplome de Wall Street en año 1929 y que terminó con el estallido de la Segunda Guerra Mundial diez años después.

Hace unas semanas, en la conferencia Rencontres Économiques en Aix-en-Provence, me preguntaron si se podría haber hecho algo para evitar la «década perdida» de bajo desempeño económico desde aquel inicio de la crisis. En una sesión titulada «¿Nos hemos quedado sin políticas económicas?» mis compañeros de equipo mostraron que no nos habíamos quedamos sin políticas económicas. Proporcionaron muchos ejemplos de políticas que podrían haber mejorado el crecimiento del producto, el empleo, la estabilidad financiera y la distribución del ingreso.

Eso me permitió abordar una pregunta que me pareció más interesante: ¿dada la abundancia de ideas útiles, por qué desde la crisis se han implementado tan pocas de las políticas que podrían haber mejorado las condiciones económicas y aliviado el resentimiento público?

El primer obstáculo ha sido la ideología del fundamentalismo de mercado. Desde principios de los años ochenta, la política ha estado dominada por el dogma de que los mercados siempre tienen la razón y la intervención económica del gobierno casi siempre es errónea. Esta doctrina se apoderó de la contrarrevolución monetarista contra la economía keynesiana que condujo hacia las crisis inflacionarias de los años setenta. Ello inspiró la revolución política Thatcher-Reagan, misma que a su vez ayudó a impulsar un auge económico de 25 años de duración que se inició en el año 1982.

Pero el fundamentalismo de mercado también inspiró peligrosas falacias intelectuales, como ser: que los mercados financieros son siempre racionales y eficientes; que los bancos centrales sólo deben centrarse en la inflación y no preocuparse por la estabilidad financiera y el desempleo; que el único papel legítimo de la política fiscal es equilibrar los presupuestos y no estabilizar el crecimiento económico. A pesar de que estas falacias hicieron la economía fundamentalista de mercado truene después del año 2007, las políticas fundamentalistas de mercado sobrevivieron, impidiendo una respuesta adecuada a la crisis en la forma de políticas.

Eso no debería causar sorpresa. El fundamentalismo de mercado no sólo fue una moda intelectual. Poderosos intereses políticos motivaron la revolución en el pensamiento económico de los años setenta. La supuesta evidencia científica sobre que la intervención económica del gobierno es casi siempre contraproducente legitimó un enorme desplazamiento en la distribución de la riqueza, que paso de manos de los trabajadores industriales hacia las manos de los propietarios y administradores del capital financiero, así como también un desplazamiento del poder, de manos de los sindicatos de trabajadores hacia las manos de quienes detentaban intereses empresariales. El economista polaco Michal Kalecki, co-inventor de la economía keynesiana (y, pariente lejano mío), predijo esta inversión ideológica políticamente motivada con extraña precisión en el año 1943:

«Es falaz el supuesto de que un gobierno mantendrá el pleno empleo en una economía capitalista si sabe cómo hacerlo. Bajo un régimen de pleno empleo permanente, «el despido» dejaría de desempeñar su papel de medida disciplinaria, lo que daría lugar a auges preelectorales inducidos por el gobierno. Los trabajadores se tornarían en no manejables y los capitanes de las industrias estarían ansiosos de «darles una lección». Es probable que se forme un poderoso bloque entre las grandes empresas y los intereses rentistas, y ellos probablemente encuentren a más de un economista dispuesto a declarar que la situación estaba manifiestamente equivocada».

El economista que declaró que las políticas gubernamentales para mantener el pleno empleo eran «manifiestamente equivocadas» fue Milton Friedman. Y, la revolución de los fundamentalistas del mercado que él ayudó a liderar en contra de la economía keynesiana duró 30 años. Pero, así como el keynesianismo fue desacreditado por las crisis inflacionarias de los años setenta, el fundamentalismo de mercado sucumbió a sus propias contradicciones internas en la crisis deflacionaria del año 2007.

Una contradicción específica del fundamentalismo de mercado sugiere otra razón para el estancamiento de los ingresos y el reciente aumento significativo del sentimiento populista. Los economistas creen que las políticas que aumentan el ingreso nacional, tales como el libre comercio y la desregulación, siempre son beneficiosas desde el punto de vista social, sin importar cómo se distribuyan estos mayores ingresos. Esta creencia se basa en un principio denominado «Óptimo de Pareto», que supone que las personas que ganan mayores ingresos siempre pueden compensar a los perdedores. Por lo tanto, cualquier política que incremente el ingreso agregado debe de ser buena para la sociedad, porque puede hacer que algunas personas sean más ricas sin dejar a nadie en peor situación.

Pero, ¿y si la compensación asumida por los economistas en teoría no ocurre en la práctica? ¿Qué sucede si las políticas del fundamentalismo de mercado prohíben específicamente la redistribución del ingreso o los subsidios regionales, industriales y educativos que podrían compensar a quienes sufren a causa del libre comercio y de la «flexibilidad» del mercado de trabajo? En ese caso, el Óptimo de Pareto no es socialmente óptimo en lo absoluto. En cambio, las políticas que intensifican la competencia, ya sea en el comercio, los mercados laborales o la producción nacional, pueden ser socialmente destructivas y políticamente explosivas.

Esto pone de relieve otra razón más para el fracaso de la política económica desde el año 2007. La ideología dominante de la no intervención gubernamental intensifica, de manera natural, la resistencia al cambio entre los perdedores a consecuencia de la globalización y la tecnología, y crea problemas abrumadores en la secuencia de las reformas económicas. Para tener éxito, las políticas monetarias, fiscales y estructurales deben aplicarse conjuntamente, en un orden lógico y de refuerzo mutuo. Pero, si el fundamentalismo de mercado bloquea las políticas macroeconómicas expansionistas y previene la distribución del impuesto o del gasto público, la resistencia populista al comercio, la desregulación del mercado laboral y la reforma de pensiones se encuentra destinada a intensificarse. Por el contrario, si la oposición populista hace imposibles las reformas estructurales, esto fomenta la resistencia conservadora a la macroeconomía expansiva.

Supongamos, por otra parte, que la economía «progresista» del pleno empleo y la redistribución podrían combinarse con la economía «conservadora» del libre comercio y la liberalización del mercado laboral. Ambas políticas, es decir las macroeconómicas y las estructurales, serían en dicho caso más fáciles de justificar políticamente – y tendrían muchas más posibilidades de éxito.

¿Podría suceder esto en Europa? El nuevo presidente de Francia, Emmanuel Macron, basó su campaña electoral en una síntesis de las reformas laborales «derechistas» y en la flexibilización «izquierdista» de las condiciones fiscales y monetarias – y sus ideas están ganando apoyo en Alemania y entre los políticos de la Unión Europea. Si la «Macroneconomía» – el intento de combinar las políticas estructurales conservadoras con la macroeconomía progresista – logra reemplazar al fundamentalismo de mercado que fracasó en el 2007, la década perdida del estancamiento económico podría pronto llegar a su fin – al menos en el caso de Europa.

Fuente: Project Syndicate

Traducción: Rocío L. Barrientos





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