Opinión
diciembre 2020

Brexit: rumbo al abismo, a toda velocidad

El primer ministro británico Boris Johnson finalizará las negociaciones por el Brexit con la Unión Europea con un acuerdo «limitado» o sin acuerdo. Lo más preocupante es que el gobierno no tiene una estrategia clara. Y la izquierda, entrampada en sus propios debates y con una crisis de proyectos, tampoco la tiene.

Brexit: rumbo al abismo, a toda velocidad

En unos días, el primer ministro británico Boris Johnson finalizará las negociaciones por el Brexit con la Unión Europea con un acuerdo «limitado» o sin acuerdo. No creo que le interese cuál de estas opciones. Tampoco creo que haya tomado una decisión. Los resultados no serán muy diferentes. En cualquiera de los casos, Reino Unido impone fronteras aduaneras a la mayor zona de libre comercio del mundo y da la espalda a un socio geopolítico, en un momento en que ese socio está decidido a lograr su propia autonomía estratégica. La única diferencia es si lo hace con un estallido o con un gemido.

El despido de Dominic Cummings, asesor clave de Johnson, alteró la dinámica de Downing Street: Cummings encarnó la arriesgada política de decir no a todas las solicitudes de la UE, respecto de las normas sobre competencia, de «igualdad de condiciones» y de un mecanismo para su supervisión. Pero no creo que su partida haya modificado la actitud en las negociaciones. El Tesoro ha proyectado que, en el caso de un acuerdo que solo alcance a los bienes, Reino Unido sufrirá un impacto económico equivalente a una reducción del 4,9% el PIB durante 15 años. En el caso de que no haya ningún acuerdo, esta cifra aumenta a 7,7% durante el mismo periodo. Por su parte, el covid-19 ha hecho que el PIB se desplomara 9,7% en menos de 12 meses.

Disfrutar de la crisis

Ya parece ser demasiado tarde e incluso con un acuerdo habrá perturbaciones a partir del 1º de enero. Sin acuerdo, la perturbación será mayor, pero Johnson disfruta de la crisis. Su primer acto como primer ministro fue suspender el Parlamento después del verano de 2020 hasta que lo controlara el Poder Judicial. El segundo fue anunciar elecciones anticipadas en diciembre y el tercero fue hacer caótica la estrategia del Reino Unido contra la pandemia en primavera.

Es imposible saberlo con certeza, pero todo el comportamiento del gobierno hasta la fecha sugiere que está preparado para no lograr ningún acuerdo con la esperanza de que la UE ceda en el momento final y ofrezca acceso al mercado en términos asimétricos y favorables a Reino Unido. El jefe del equipo negociador David Frost, igualmente duro, amenazó con dimitir junto con Cummings, pero finalmente no lo hizo. Pocos están al tanto de lo que se dijo en la reunión cara a cara en la que Johnson lo persuadió de quedarse, pero lógicamente debe haber sido «apegarse a la postura negociadora», es decir no preocuparse por el resultado.

Al leer los periódicos sensacionalistas británicos, que a falta de información reflejan las ilusiones de los ancianos xenófobos, queda bastante claro que a muchos de quienes votaron por el Brexit tampoco les importa. «Barnier empapado en sudor mientras las negociaciones del Brexit llegan al punto de ruptura», decía la portada del Daily Express, dando a entender que los negociadores británicos habían sido tan duros que Europa estaba a punto de «romperse» y ceder en todo.

Sin un objetivo claro

Si el gobierno conservador y el grueso de su base electoral parecen despreocupados por el desenlace de este momento crítico es porque, en verdad, ya no tienen un objetivo estratégico claro. El objetivo estaba claro en 2018: salir de la UE y convertirse en una «Gran Bretaña global» sin ataduras en una economía mundial que se recupera de la crisis financiera, en la que las oportunidades de comerciar con la «anglosfera», China y la India superarían enormemente las oportunidades perdidas en Europa. En cualquier caso, las pérdidas serían pocas: la predecesora de Johnson, Theresa May, obtuvo un acuerdo del gabinete en julio de ese año para un plan de comercio sin fricciones a cambio de igualdad de condiciones.

Al tomar el control del Partido Conservador un año después y depurar su plana mayor liberal-conservadora, Johnson alteró radicalmente la visión estratégica. Ahí estaba el «Trump de Gran Bretaña» (sic) uniéndose a un bloque comercial atlántico, aliado y avanzada militar de Estados Unidos en el sistema emergente de la política de grandes potencias, y aun así, potencia neomercantilista y bucanera por derecho propio. Esa era la visión que Johnson describía en febrero pasado en la Real Academia Naval, declarando con indiferencia que no permitiría que una reacción excesiva frente al coronavirus lo desviase del rumbo.

Seriamente desorientado

Pero el covid-19 desorientó seriamente al gobierno británico. Tambaleó en todos los aspectos operativos. Detrás del tambaleo surgía una visión alterada, encarnada en el eje Cummings-Michael Gove, este último una figura clave en la campaña por el Brexit a quien Johnson nombró este año para el estratégico cargo de ministro de la Oficina del Gabinete (Cabinet Office). En un discurso de julio, Gove avanzó bastante en la aceptación de la crítica que la izquierda hace al neoliberalismo. En resumen, dijo que no había logrado llegar a personas poco calificadas y de formación deficiente, las cuales, se habían pasado a partidos populistas de derecha y a una izquierda radicalizada como una forma de rebelión.

Citando la famosa tesis de Antonio Gramsci según la cual en el interregno entre un viejo orden social y uno nuevo aparecen «síntomas mórbidos» –como el fascismo que lo había hecho prisionero–, Gove dijo: «No estamos ahora en la década de 1930. Pero es una época de síntomas mórbidos. El modelo heredado por la generación actual de líderes políticos se ha desmoronado». Invocando a Franklin Delano Roosevelt, prometió que una Gran Bretaña post-Brexit beneficiaría sobre todo a los poco calificados, tendría una mucho mayor intervención estatal y «empoderaría a los reformadores». Mientras tanto, sin embargo, una camarilla de empresarios elegidos por sus contactos más que por su competencia fue «empoderada» para explotar la crisis del covid-19 en una serie de adjudicaciones directas de contratos, mientras que Cummings se quedaba con el rediseño del Ejército y la administración pública desde cero.

Visión «dirigista»

La visión de Cummings posterior al Brexit era de un conservadurismo dirigista, liberado de las normas y regulaciones que limitaban las ayudas estatales dirigidas a «elegir ganadores» entre los sectores de tecnología, investigación espacial y biotecnología de Gran Bretaña, con el fin de crear una «empresa de un billón de dólares» con sede en Reino Unido para mediados del siglo XXI. Pero nadie se molestó en comunicárselo al electorado. Y luego Cummings renunció.

Detrás de todos los choques de personalidad se esconde el problema estratégico: «Uno no llega a Mordor caminando». El gobierno británico no puede chasquear los dedos y salir del modelo económico de «libre mercado» que ha estado construyendo desde los años de Margaret Thatcher. Si no hay una gran empresa británica de tecnología es porque durante cuatro décadas los graduados en matemáticas se dedicaron a la especulación financiera y los «empresarios» abrieron cadenas de pubs baratos o vendieron lencería de fabricación vietnamita. Si no hay un fabricante británico de chips es porque ARM fue vendida. Si no hay una marca de automóviles de propiedad británica es porque todas fueron vendidas. DeepMind, que probablemente podría convertirse en una empresa de un billón de dólares en este siglo, tiene su propio piso separado en la sede de Google en Londres. Una vez más: porque fue vendida.

Y luego vino la victoria de Joe Biden en las elecciones presidenciales estadounidenses. Los círculos políticos de Gove y Cummings estaban bien conectados con los de Donald Trump. Quizás creyeron, como él, que las encuestas estaban equivocadas y que una mezcla de participación y manipulación electoral mantendría a Trump en la Casa Blanca. Si no creyeran eso, ¿por qué se mostrarían hostiles a la UE y al equipo de Biden con un proyecto de ley de mercado interno (referida a la gestión post-Brexit del «mercado único» de Reino Unido), que contiene una amenaza explícita de infringir el derecho internacional?

Un Reino Unido abandonado

El resultado es que, con acuerdo o sin acuerdo, Reino Unido está abandonado en una nueva realidad geopolítica. El mundo se está desglobalizando, tal vez no de manera catastrófica, como en la década de 1930, pero ¿quién sabe? Estados Unidos continuará declinando como potencia estratégica. China crecerá, dominando la Asociación Económica Integral Regional, el recién formado bloque comercial de 15 países. Y la UE perseguirá el doble objetivo de soberanía tecnológica y autonomía estratégica.

¿Dónde encaja el Reino Unido en este orden emergente? Es una apuesta bastante segura a largo plazo que Estados Unidos se vuelva más aislacionista y produzca otro Trump. Si los conservadores todavía pensaran, como escribió León Trotsky una vez, en términos de «siglos y continentes», podrían mantenerse al margen de la presidencia de Biden e intentar un acuerdo comercial estratégico con un gobierno republicano después de 2024. Pero por ahora solo van a la deriva.

Los conservadores no se dedican realmente a la «gran estrategia» y no la han necesitado en el pasado. Sentarse a orillas de la UE, jugar el papel de la Pérfida Albión en materia de derechos sociales pero aprovechar las ventajas financieras, era algo así como ser el crupier de un casino: la casa siempre ganaba, aunque solo fuera un poco.

Pensar en grande

A partir de ahora, es el ala progresista de la política británica la que debe pensar en grande y su estrategia debe ser clara. La UE surgirá a mediados del siglo XXI como una potencia soberana con autonomía estratégica. O se lo impides o te sumas a ella, aunque solo sea como un satélite. La izquierda –me refiero a la mayoría de votantes cuya lealtad se divide actualmente entre el liberalismo, la socialdemocracia, los verdes y el nacionalismo progresista– debe alinearse con una orientación hacia la UE. Esto significa buscar estratégicamente un acuerdo comercial diferente o, en el caso de que no haya acuerdo, un arreglo integral con la UE al estilo de Noruega.

En la actualidad, nadie en la izquierda –su naturaleza fragmentada le da a Johnson su cómoda mayoría en Westminster, beneficiado por un de un sistema mayoritario uninominal– quiere pensar en estos términos. El Partido Laborista siente terror de que los escaños que perdió en la «muralla roja» del norte de Inglaterra nunca regresen. El Partido Nacional Escocés está saboreando la posibilidad de un segundo referéndum por la independencia, ya que las encuestas muestran que el apoyo aumenta al norte de la frontera. El Sinn Féin siempre ha querido que toda Irlanda salga del Reino Unido. Y mientras los demócratas liberales se están reorientando hacia la izquierda, han perdido la confianza desde su arrogante fracaso en diciembre pasado.

Sin embargo, una gran parte del mundo de los negocios y el mundo académico, la intelectualidad y la juventud comprende que es necesario un futuro orientado a Europa. O sea, hay un estancamiento político. Nadie está pensando estratégicamente. Y el borde del abismo está cada vez más cerca.

Fuente: IPS y Social Europe

Traducción: Carlos Díaz Rocca



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