En muchas democracias occidentales, este es un año
de revuelta contra las elites. El éxito de la campaña del Brexit en
Gran Bretaña, la inesperada captura por parte de Donald Trump del
Partido Republicano en Estados Unidos y el éxito de los partidos
populistas en Alemania y otras partes presagia para muchos el fin de
una era. Como señaló el columnista del Financial Times
Philip Stephens, «el presente orden global –el sistema liberal
basado en reglas establecido en 1945 y que se expandió después del
fin de la Guerra Fría– está bajo una presión sin precedentes. La
globalización está en retirada».
En verdad, tal vez sea prematuro extraer esas
conclusiones generales.
Algunos economistas atribuyen el auge actual del
populismo a la «hiper-globalización» de los años 1990,
cuando la liberalización de los flujos financieros internacionales y
la creación de la Organización Mundial de Comercio (OMC) –y
particularmente el acceso de China a la Organización en 2001– recibían la
mayor atención. Según un estudio, las importaciones chinas
eliminaron casi un millón de empleos industriales en Estados Unidos
entre 1999 y 2011; si se incluyen los proveedores y las industrias
relacionadas, las pérdidas llegan a 2,4 millones.
Como sostiene el economista y Premio Nobel Angus
Deaton, «lo que es delirante es que algunos de los que se oponen
a la globalización se olvidan de que 1.000 millones de personas han
salido de la pobreza en gran medida gracias a la globalización».
Aun así, agrega que los economistas tienen la responsabilidad moral
de dejar de ignorar a los que están rezagados. El crecimiento lento
y la mayor desigualdad le echan combustible al fuego político.
Pero deberíamos ser cautelosos a la hora de
atribuir el populismo exclusivamente a la aflicción económica. Los
votantes polacos eligieron un gobierno populista a pesar de haberse
beneficiado con una de las tasas más altas de crecimiento económico
de Europa, mientras que Canadá parece haber estado inmune en 2016 al
espíritu anti-establishment que sacude a su vecino.
En un estudio minucioso del creciente respaldo a los
partidos populistas en Europa, los politólogos Ronald Inglehart de
la Universidad de Michigan y Pippa Norris de Harvard determinaron que
la inseguridad económica frente a los cambios de la fuerza laboral
en las sociedades posindustriales no incidía tanto como el
contragolpe cultural. En otras palabras, el respaldo al populismo es
una reacción de sectores alguna vez predominantes de la población
ante cambios en los valores que amenazan su estatus. «La
revolución silenciosa de los años 1970 parece haber engendrado hoy
una reacción contrarrevolucionaria rabiosa y resentida»,
concluyen Inglehart y Norris.
En Estados Unidos, las encuestas demuestran que la
base de seguidores de Trump se inclina hacia hombres blancos de más
edad y menos educados. Los jóvenes, las mujeres y las minorías
están subrepresentados en su coalición. Más de 40% del
electorado respalda a Trump, pero con un desempleo bajo a escala nacional, solo una pequeña parte de ese respaldo responde
principalmente al apoyo que recibe en zonas pobres.
Por el contrario, en Estados Unidos también hay
otras cosas más allá de la economía que explican el resurgimiento del populismo. Una encuesta de YouGov encargada por The Economist
descubrió un fuerte resentimiento racial entre los seguidores de
Trump, cuya apelación a la teoría conspirativa que cuestiona la
validez del certificado de nacimiento de Barack Obama, el primer
presidente negro de Estados Unidos, sirvió para colocarlo en el
camino hacia su campaña actual. Y la oposición a la inmigración,
incluida la idea de construir un muro y hacer que México lo pague,
fue un argumento temprano en su plataforma nativista.
Y, sin embargo, un sondeo reciente de Pew muestra un
creciente sentimiento proinmigración en Estados Unidos: 51% de los adultos dice que los recién llegados fortalecen al país,
mientras que 41% cree que son una carga, comparado con 50% a
mediados de 2010, cuando los efectos de la Gran Recesión todavía se
sentían con crudeza. En Europa, en cambio, las repentinas llegadas
en masa de refugiados políticos y económicos de Oriente Medio y
África han tenido efectos políticos más fuertes. Muchos expertos
especulan con que el Brexit tuvo más que ver con la migración a
Gran Bretaña que con la burocracia en Bruselas.
La antipatía hacia las elites puede estar causada
por resentimientos económicos y culturales. El New York Times
identificó un indicador importante de los distritos que se inclinan
por Trump: una población de clase trabajadora mayoritariamente
blanca cuya vida se ha visto afectada negativamente en las décadas
en que la economía estadounidense perdió capacidad industrial.
Pero aunque no hubiera habido una globalización económica, el
cambio cultural y demográfico habría creado cierto grado de
populismo.
Ahora bien, es una exageración decir que la
elección de 2016 subraya una tendencia aislacionista que pondrá fin
a la era de la globalización. Por el contrario, las elites políticas
que respaldan la globalización y una economía abierta tendrán que
tomar medidas para resolver la desigualdad económica y mejorar la
asistencia para aquellos afectados por el cambio. Las políticas que
estimulan el crecimiento, como la inversión en infraestructura,
también serán importantes.
Europa puede ser un caso diferente debido a la mayor
resistencia a la inmigración, pero sería un error atribuirles
demasiada importancia a las tendencias de largo plazo en la opinión
pública norteamericana a partir de la retórica encendida de la
campaña electoral de este año. Si bien las perspectivas de nuevos
acuerdos comerciales elaborados se han visto afectadas, la revolución
de la información ha fortalecido las cadenas de suministro globales
y, a diferencia de los años 1930 (o inclusive de los años 1980), no
ha habido un regreso al proteccionismo.
Por cierto, la economía estadounidense ha
incrementado su dependencia del comercio internacional. Según datos
del Banco Mundial, de 1995 a 2015, el comercio de mercancías como
porcentaje del PIB total ha aumentado 4,8 puntos porcentuales. Es
más, en la era de internet, el aporte de la economía digital
transnacional al PIB está creciendo a pasos acelerados.
En 2014, Estados Unidos exportó 400.000 millones de
dólares en servicios habilitados por tecnologías de la información
y la comunicación (TIC) –casi la mitad de todas las exportaciones de
servicios de el país–. Y una encuesta dada a conocer el mes
pasado por el Consejo sobre Relaciones Extranjeras de Chicago
determinó que 65% de los norteamericanos coincide en que la
globalización es esencialmente buena para Estados Unidos, mientras
que 59% dice que el comercio internacional es bueno para el país.
El respaldo entre los jóvenes es aún mayor.
De manera que, si bien 2016 puede ser el año del
populismo en la política, no significa que el «aislacionismo»
sea una descripción precisa de las actitudes actuales de Estados
Unidos hacia el mundo. En verdad, en cuestiones cruciales –como las
referidas a la inmigración y al comercio–, la retórica de Trump
parece estar alejada de los sentimientos de la mayoría de los
votantes.
Fuente: Project Syndicate