Tema central
NUSO Nº 261 / Enero - Febrero 2016

​La tentación autoritaria La nueva izquierda europea: entre el resurgimiento y el populismo

El descontento ciudadano ha hecho emerger algunas fuerzas políticas de izquierda especialmente en el sur de Europa (como Syriza y Podemos) y ha provocado realineamientos en algunas de las fuerzas tradicionales, como el Partido Laborista británico. No obstante, pese a hacer frente a un problema existente –la creciente desigualdad y las políticas promercado–, los nuevos movimientos tergiversan las soluciones al plantear un clivaje entre «la gente» y «la casta», en una clave populista que habilita derivas no siempre deseables. Al mismo tiempo, nuevos tipos de soberanismo debilitan una mirada sobre los cambios a escala de Europa.

​La tentación autoritaria  La nueva izquierda europea: entre  el resurgimiento y el populismo

En numerosos países europeos, el panorama político está experimentando cambios históricos. En apenas tres años, la coalición griega Syriza del primer ministro Alexis Tsipras dejó de ser un partido marginal para convertirse en la fuerza dominante del espectro de la izquierda; tras la última victoria electoral de septiembre, todo indica que no será posible quitarle ese estatus. En España, más allá del reciente descenso en los sondeos, no cabe duda de que Podemos ha quebrado el sistema bipartidista tradicional. Actualmente ya son varias las listas alternativas que, organizadas en torno del joven partido de izquierda, gobiernan grandes ciudades como Madrid, Barcelona y Zaragoza. Pese a todos los vaivenes, hay una izquierda nueva o con nuevos bríos que cosecha éxitos especialmente en el sur de Europa, como mostraron también los comicios de octubre en Portugal, en los que el Bloco de Esquerda se transformó de manera sorprendente en la tercera fuerza.

Sin embargo, al observar en detalle, surge un cuadro irritante. Por un lado, presenciamos el tardío alejamiento de la tendencia neoliberal vigente en las últimas décadas. Es en parte por ello que los nuevos exponentes generan ahora expectativas tan enormes. Por otro lado, los desarrollos subyacentes son mucho más ambiguos que lo que sugiere la imagen simplista del giro a la izquierda. Especialmente, porque entre los portadores de estas nuevas esperanzas hay una evidente tendencia populista, que amenaza con dañar severamente el anhelado resurgimiento.

Sea cual fuere su color, el populismo genera un amplio recelo entre las fuerzas políticas tradicionales, las instituciones estatales y los grandes medios. En los diferentes países de Europa, todos estos actores han venido sufriendo desde la década de 1980 una pérdida gradual de credibilidad, lo que culminó en los años de crisis a partir de 2008. Las sociedades caracterizadas durante largo tiempo como apolíticas son propensas a recibir una crítica general, dirigida a las «elites» por su engaño al «pueblo». Por cierto, el éxito creciente de los populistas se basa esencialmente en las desigualdades e incertidumbres creadas a lo largo de décadas por la política económica neoliberal. Las fuerzas populistas reaccionan entonces frente a un problema que efectivamente existe, pero lo tergiversan. En su crítica al populismo de izquierda, Albrecht von Lucke alude circunstancialmente a este trasfondo socioeconómico1. Al analizar el aumento de la polarización social, no hay que subestimar la responsabilidad de los políticos neoliberales. Los partidos tradicionales no son siempre el centro moderado que pregonan; durante largo tiempo, ellos mismos han radicalizado la política económica y social de sus países. Hace poco, The New Yorker publicó un agudo comentario al respecto con el eje puesto en Gran Bretaña: «Los conservadores son los extremistas. (...) Desde una motivación ideológica, apuntan a reducir el Estado británico, especialmente el Estado social»2. La posición de Angela Merkel en torno de la cotización del euro tiene un efecto similar a escala continental. Desde 2010, con la ayuda de los mercados –y en defensa de sus intereses–, los gobiernos liderados por la canciller alemana imponen un drástico plan de ajuste, sobre todo a las economías del sur de Europa. En nombre de la competitividad, invocada como un mantra por Merkel, se hace necesario bajar los costos salariales para poder enfrentarse a países emergentes como China. Esto agudiza la división de las sociedades europeas y de todo el continente. Pero la desconfianza en las fuerzas políticas dominantes también crece porque en muchos lugares no existe ninguna alternativa en la esfera partidaria. Demasiado a menudo, los socialdemócratas –incluso, por largo tiempo, los griegos y los españoles– apoyan el proyecto de la «Europa competitiva de Merkel en favor de los dueños del capital»3. Así se alimenta la impresión de una elite cerrada, que desdeña las preocupaciones de la población.

La primera respuesta progresista frente a esta situación se produjo en los años posteriores a 2008, con numerosos movimientos de protesta que exigían más democracia y el fin de la política de austeridad. Allí jugaron un papel importante muchos ex-activistas del movimiento alterglobalización, como Pablo Iglesias (actual líder de Podemos), Ada Colau (nueva alcaldesa de Barcelona) y Rena Dourou (gobernadora por Syriza de la región del Ática). En la década de 2000, los sectores europeos críticos de la globalización aún se mostraban, en gran medida, lejos del poder, pero las nuevas corrientes pronto comprendieron que era necesario luchar por cambios en las instituciones, ya que la protesta callejera se desarrolla de manera espontánea. Muchos activistas se unieron a partidos pequeños ya existentes o fundaron uno propio.

El independentista Partido Nacional Escocés (snp, por sus siglas en inglés) logró convertirse en el vehículo de este resurgimiento con un programa socialdemócrata con elementos verdes, pacifistas y proinmigración. En la vecina Irlanda, Sinn Féin (antiguo brazo político del Ejército Republicano Irlandés –ira, por sus siglas en inglés–) busca posicionarse como alternativa para los comicios de 2016. Más afirmada está la opción en Inglaterra, donde el nuevo líder del Partido Laborista, Jeremy Corbyn, despierta similares expectativas4. Su elección como jefe del partido se debe en gran medida al apoyo de aquellos sectores que habían organizado protestas masivas en 2010 y 2011: los jóvenes y los sindicalistas. Tanto el laborismo de Corbyn como el snp constituyen una rareza, dado que se trata de partidos con una rica tradición y mucha experiencia acumulada, incluso en el quehacer gubernamental. En cambio, varias agrupaciones más jóvenes están aún en pleno proceso de aprendizaje en la actividad política. Es el caso, por ejemplo, de la alianza Združena levica de Eslovenia, con una orientación afín a Syriza. Con su victoria electoral de 2014, por primera vez un nuevo partido socialista consiguió afirmarse dentro de un país perteneciente al antiguo bloque del Este.

Siempre que mantengan su estabilidad en el ámbito interno, estos partidos tienen buenas chances de adquirir influencia en el terreno político con el transcurso de los años, porque la desconfianza en los poderes establecidos es muy profunda y se generó a lo largo de un periodo demasiado extenso, lo que no hace suponer una pronta rehabilitación. Además, no siempre hay un outsider al estilo de Corbyn, dispuesto a intervenir en un partido denostado para insuflarle nueva credibilidad. Ni siquiera la recuperación económica garantiza el repunte de los partidos tradicionales, como muestra el ejemplo de Islandia; tras la dura caída de 2008, el país retomó hace ya tiempo la senda del crecimiento, pero aun así, desde hace medio año el Partido Pirata se mantiene al frente de las preferencias según las encuestas electorales.

En el mejor de los casos, surgen partidos izquierdistas que quieren reconfigurar la sociedad y formulan visiones positivas. Esto marcaría una diferencia con la socialdemocracia del Nuevo Laborismo, que abandonó sus pretensiones de intervenir en la política económica y deja que prevalezcan las fuerzas del mercado, pero también con respecto al fundamentalismo opositor de la izquierda tradicional. No obstante, el mayor riesgo radica en que terminen como corrientes populistas, sin perspectivas efectivas pero con la posibilidad de ocupar el espacio a la izquierda de la socialdemocracia y obstaculizar de ese modo las políticas progresistas. La nueva izquierda se encuentra frente a una pregunta crucial y debe decidir qué dirección adopta, lo que puede observarse con especial claridad en tres partidos: Syriza ya dio una respuesta y se presenta como una fuerza reformista con perspectiva europea; Podemos oscila, en cambio, entre la renovación y el populismo; mientras tanto, el Movimiento 5 Estrellas de Italia, considerado a veces como una alternativa de izquierda, se ha encapsulado en una modalidad autoritaria.

Syriza frente a una prueba de fuego

Tras la derrota de julio en Bruselas, Syriza ha encontrado un nuevo gran tema. Ahora se presenta como el partido de la modernización social, el que logrará el mayor equilibrio social que permitan las circunstancias, el que defiende los derechos de las minorías y, sobre todo, el que impulsa un Estado eficiente y sin corrupción. Esto significó una rápida reacción frente al cambio en la situación política interna: hasta hace pocos meses, la principal confrontación en Grecia estaba dada entre quienes se oponían a la austeridad y quienes la reivindicaban. Tras el sometimiento de Tsipras en Bruselas, el sistema partidario pasó a dividirse entre los herederos del clientelismo y el aire fresco de los renovadores. Syriza basó su campaña electoral en ese esquema.

Esto implica una diferencia con respecto a la Unidad Popular del ex-ministro de Energía Panagiotis Lafazanis, que poco antes de las elecciones se separó de la coalición y hoy sigue exigiendo un cese incondicional de la política de recortes. Pero el partido de Tsipras también ha demostrado tener una mejor comprensión política que las demás fuerzas de su propio sector. Más allá de cualquier divergencia, a todas las corrientes situadas a la izquierda de Syriza las une la apelación visceral a la soberanía nacional. Según su criterio, solo una ruptura con el euro o incluso con la Unión Europea permitirá a Grecia adoptar una política económica que defienda los intereses de la mayoría de la población. Los votantes no han querido seguirlos en ese camino: la suma de los votos de la Unidad Popular, el Partido Comunista (kke, por sus siglas en griego) y el frente ultraizquierdista de Antarsya apenas superó el 9%. Estas fuerzas van en una dirección equivocada porque no perciben la propia pérdida de soberanía: en un país dependiente de las importaciones, sin una industria significativa ni la posibilidad de obtener créditos en los mercados financieros, el gobierno queda siempre sometido a fuertes restricciones. El regreso al dracma, la redistribución y las nacionalizaciones no serían suficientes para poner fin a la austeridad; aun con esas medidas, Atenas estaría obligada a administrar su economía en el marco de un escenario de escasez. Solo mediante créditos externos sería posible terminar con la política de recortes. Aunque parecen vanas las esperanzas que algunos defensores izquierdistas del dracma depositan en Rusia o China, y quedaría únicamente el Fondo Monetario Internacional (fmi), cuyas preferencias económicas son conocidas.

Dada esta situación, no caben dudas, como lo ha reconocido Tsipras, de que la mejor opción es renunciar a la soberanía frente a la ue. El problema es que durante largo tiempo su propio partido no prestó demasiada atención a Europa y subestimó el significado de las instituciones y las relaciones de poder en el plano continental. Giorgos Chondros, miembro del Comité Central de Syriza, muestra una dura autocrítica y apunta a «la inutilidad de nuestra posición voluntarista, de creer que era posible terminar con la política de austeridad en un único país de la ue»5.

Hoy Syriza debe hacer efectiva su misión autoimpuesta como partido de la modernización y se encuentra así frente a una tarea gigantesca debido a la larga tradición clientelista del país. Si se redujeran ostensiblemente la desigualdad y la pobreza, el gobierno obtendría la legitimidad necesaria en la lucha contra la corrupción y la evasión fiscal, pero resulta difícil concretar esa meta bajo las condiciones del programa europeo de créditos.

La tarea de renovación no encaja, no obstante, con la incorporación de Griegos Independientes a la coalición. Aunque dicho partido no pertenece al antiguo establishment, está lejos de representar la liberalización social: apenas un día después del juramento del nuevo gabinete, un viceministro de la agrupación se vio forzado a renunciar al cargo tras el escándalo provocado por sus numerosos tuits de corte antisemita y conspiracionista. Estas fricciones políticas podrían seguir alejando a la base partidaria. Una parte significativa de sus miembros ya se distanció después del frustrante resultado de las negociaciones llevadas a cabo en julio; Tsipras ha quedado entonces cada vez más como la figura dominante. Varias pruebas de fuego esperan a Syriza en el futuro.

Podemos y la antipolítica

La izquierda alternativa de España, a la cual pertenece Podemos, podría promover importante medidas, como ya lo ha hecho en las ciudades que gobierna. En ellas, por ejemplo, se suspendieron los desalojos forzosos de propietarios de viviendas altamente endeudados y comenzaron a adoptarse iniciativas de bienvenida a los refugiados.

Por el momento, sin embargo, la cúpula de Podemos apuesta expresamente por el populismo6. Así intenta canalizar un estado de ánimo que se encuentra muy difundido no solo en España: esta posición antipolítica rechaza en bloque a toda la dirigencia, a la que acusa de no representar la voluntad popular. Se trata de un reflejo que no hace más que limitar el horizonte político. Ya en los movimientos europeos de protesta de los últimos años, en medio de la grave crisis económica, la crítica al capitalismo pasó extrañamente a un segundo plano. El blanco de los ataques masivos fueron los partidos tradicionales, que no habían proporcionado ninguna protección contra las turbulencias del mercado7. Los indignados de España concluyeron entonces que la diferenciación entre la izquierda y la derecha era obsoleta. Podemos retoma esa idea y explica que el verdadero antagonismo está entre el «arriba» y el «abajo». En esencia, recurre a un concepto premoderno, que marca «el regreso a esa peligrosa división entre el príncipe y el pueblo»8. Esto amenaza con perder de vista tanto los diversos intereses de la población como las diferencias políticas entre los partidos tradicionales.

Bajo la conducción de su secretario general Pablo Iglesias, la cúpula de Podemos asume deliberadamente esta posición. Su objetivo era aprovechar el gran apoyo generado en la sociedad por el movimiento de los indignados y transformarlo en una unión multisectorial que aglutine a la gente endeudada y empobrecida. Con este intento aparentemente sensato de convertirse en un partido de alcance nacional, sigue el ejemplo de Syriza. Cabe destacar que la coalición griega liderada por Tsipras logró instalarse como la principal fuerza no solo dentro de su ámbito académico urbano, sino también en barrios populares y en áreas rurales.

Sin embargo, en el caso de Iglesias, el límite entre la necesaria popularidad y el peligroso populismo aparece desdibujado. Por ejemplo, el líder de Podemos recurre a dos conceptos de la izquierda española que se habían convertido en tabú a partir de la Guerra Civil: invoca la «soberanía nacional» y alude a la «patria». No se trata de una reintroducción inocua del vocabulario patriótico, sino de una política identitaria deliberada. Podemos habla de la «gente» y no del «pueblo», no visualiza un sujeto étnicamente definido, aunque busca forjar un pueblo unido. Tal como sostienen los estrategas partidarios bajo el marco teórico de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, los intereses comunes no crean necesariamente un sentimiento de pertenencia. Por lo tanto, hay que construir ese sentimiento y «establecer una nueva ‘voluntad popular’», como Errejón señala con toda franqueza9. Por lo tanto, el pueblo unido debe ser generado desde arriba. Esto recuerda a una concepción algo más antigua, según la cual el proletariado era producido como sujeto político por el partido de vanguardia10.

Podemos presenta como antagonista a «la casta», en la que incluye a todos los sectores privilegiados de la política, la economía y los medios. De este modo, el partido juega deliberadamente a la antipolítica. Y lo hace con éxito: ahora el concepto ha pasado a formar parte del lenguaje cotidiano en España y es utilizado no solo en el círculo de Podemos; el proceso se vio favorecido, además, por los numerosos escándalos de corrupción en los partidos tradicionales. Esto se corresponde con una comprensión problemática de la política, que el joven partido tomó prestada una vez más de Laclau. Según ella, toda política genuina es populista, mientras que lo demás cae dentro de la categoría de tecnocracia. Bajo esta definición arrogante, que establece que el accionar político queda reducido a los populistas, se ve afectada también la posibilidad de alianzas con otros partidos. Por ejemplo, allí están las dificultades para alcanzar un acuerdo electoral con Izquierda Unida.

Para no poner en riesgo la unidad de los descontentos en la lucha contra la casta, Podemos no se define ni siquiera como izquierda. Por el mismo motivo, evita cuestiones controvertidas: no cuestiona el sistema monárquico ni se expresa claramente sobre el tema del aborto. Las propias alternativas programáticas del partido quedan relegadas. La organización cuenta con un plan económico neokeynesiano y, al igual que el Partido Socialista Obrero Español (psoe), con el asesoramiento del economista estrella Thomas Piketty.

El cálculo dirigido a aparecer como la fuerza general de la renovación no ha dado el resultado esperado: la mayoría de los partidarios de Podemos pertenecen a la izquierda y provienen principalmente de las capas medias, sobre todo del sector académico. Además, la estrategia se entrecruza con la del partido Ciudadanos, de tendencia liberal-conservadora. Se trata de una agrupación que también es relativamente joven y que critica con dureza a los partidos tradicionales, aunque apuesta a la continuidad económica. De este modo, Podemos ha perdido su aura de única fuerza representante de lo nuevo. Dado que ahora la contraposición incluye a dos partidos viejos y dos de formación reciente, la dicotomía izquierda-derecha vuelve a adquirir importancia.

Independientemente de esto, Podemos continúa reivindicándose como el auténtico representante de la voluntad mayoritaria. Su popular líder aparece como el garante de la propia estabilidad. Antes de su etapa como político, Iglesias era un conocido presentador de televisión y profesor universitario, y actualmente también conduce dos programas de debates. Hasta hoy, Podemos es manejado por un pequeño grupo que gira en torno del famoso secretario general y justifica su «centralismo de tintes leninistas»11 por la proximidad de las elecciones y la necesidad de tener solidez organizativa para esa instancia.

La demostración de la voluntad de poder por parte de la cúpula de Podemos pone de manifiesto que ha aprendido el significado de las instituciones y crea la esperanza de estar frente a una fuerza que efectivamente quiere y puede cambiar algo. Sin embargo, el estilo de liderazgo autoritario desbarata tanto el propio discurso (que pregona la democracia de base) como las aspiraciones de los seguidores de Podemos. Porque el partido vive de la mayor necesidad de participación que existe en la sociedad española. El movimiento de los indignados promovió la autoorganización y la responsabilidad propia, y Podemos retomó ese impulso: a lo largo del país hay unos 900 círculos en donde los miembros del partido y las personas interesadas pueden discutir acerca de distintos contenidos y estrategias. No obstante, el resultado de los debates prácticamente no llega a las altas esferas. Cada vez más, la cúpula maneja el partido como una empresa política, que «intenta posicionarse en el mercado de las opiniones a través de estrategias inteligentes de comunicación»12.

Sin perspectivas con Beppe Grillo

Hay alguien más que ya hecho exactamente lo mismo a la perfección: Beppe Grillo, el jefe del Movimiento 5 Estrellas de Italia, demuestra cómo se puede inmovilizar a una base activa. Cuando en 2013 su partido obtuvo sorpresivamente más de 25% de los votos, aún era considerado por muchos como una fuerza de la izquierda en su sentido más amplio. En verdad, el movimiento 5 Estrellas se dirigía a sectores ecologistas y críticos de la globalización. Sin embargo, así como el ex-cómico televisivo subraya el carácter informal de su agrupación, su autoridad en el seno interno es absoluta. Grillo maneja el Movimiento como una empresa y se reserva el derecho de despedir regularmente a los miembros mal vistos. Esto incluye a aquellos representantes parlamentarios que no se atienen estrictamente al fundamentalismo opositor de su jefe.

Allí donde Iglesias hasta ahora fracasa, Grillo lo ha logrado: sirve con éxito a una posición antipolítica contra aquellos que, según su denominación, también forman parte de la casta. Y lleva la postura posideológica a tal extremo que ni siquiera establece una separación clara con respecto al neofascismo13. En este terreno, Grillo saca provecho del trabajo previo de Silvio Berlusconi, quien asentó el populismo dentro de la cultura política italiana y lo hizo de tal manera que hasta el propio primer ministro Matteo Renzi, del Partido Democrático (pd), recurre a este tipo de retórica.

Grillo canaliza así la frustración por la falta de perspectivas y la política de austeridad: la debilidad de los partidos situados a la izquierda del pd puede atribuirse esencialmente a la política del líder de 5 estrellas. Sus respuestas, empero, no son de izquierda bajo ningún punto de vista, sino que distorsionan los conflictos: Grillo responsabiliza a los ancianos por la alta desocupación juvenil y vincula el euro con la política económica neoliberal del continente. Dentro de esta tesitura, llama a abandonar la moneda común y acuerda en el Parlamento Europeo con el derechista Partido de la Independencia británico (ukip, por sus siglas en inglés).

Europa: soberanía compartida, bien común

Cuando la nueva izquierda reclama soberanía, parte de una pregunta correcta, aunque a veces da una respuesta falsa. Iglesias, por ejemplo, llegó incluso a afirmar recientemente que el presidente François Hollande no se había comportado como un «buen patriota francés» al someterse frente a Merkel en materia de política europea14. Pero Hollande no falló solamente porque rompió la promesa que había hecho a los votantes de su país de poner fin a la austeridad; lo más grave es que perdió una oportunidad de cambiar el rumbo de Europa, lo que habría beneficiado a los sectores precarizados que Iglesias representa, cuyos intereses son los mismos en todo el continente.

La nueva izquierda debería representar esos intereses europeos. En definitiva, dentro de un mundo globalizado, la soberanía se concreta cada vez menos en el Estado nacional. La tarea que queda consiste en luchar por la soberanía del demos y por el derecho de la población a determinar el futuro de la sociedad. Y para ello, precisamente en el área de la política económica, el plano europeo resulta decisivo. Tsipras ha anunciado que quiere introducir nuevos cambios. Iglesias deberá demostrar cuál es su aptitud para favorecer alianzas en Europa y probablemente deberá hacerlo pronto.

El tiempo urge porque Bruselas se dispone a presenciar una confrontación determinante. Tanto el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, como el ministro francés de Economía, Emmanuel Macron, han analizado las consecuencias de la crisis de la zona euro: ambos sostienen que sin nuevas instituciones se producirá la caída de la moneda común. Sin embargo, mientras Schäuble quiere establecer una supervisión del euro para vigilar el cumplimiento de las reglas, Macron –discutido dentro de la izquierda francesa– propone un Ministerio de Finanzas para la zona euro, que estaría subordinado a una segunda y nueva cámara del Parlamento Europeo. Las ideas de Schäuble apuntan a un control tecnocrático; las de Macron, a un debate democrático.

Si se aprobara una reforma de la zona euro como la promovida por Francia, que también prevé políticas de transferencias, aumentaría considerablemente el margen de acción de países como Grecia. Pero para que eso ocurra, será necesario que París obtenga respaldo. La nueva izquierda puede demostrar entonces que su voluntad transformadora no se limita al ámbito nacional.

  • 1.

    Ver A. von Lucke: «eu in Auflösung? Die Rückkehr der Grenzen und die populistische Gefahr» en Blätter für deutsche und internationale Politik No 10/2015.

  • 2.

    John Cassidy: «Five Things Jeremy Corbyn Has Right» en The New Yorker, 14/9/2015, disponible en www.newyorker.com.

  • 3.

    A. von Lucke: Die Schwarze Republik und das Versagen der deutschen Linken, Droemer, Múnich, 2015, p. 126.

  • 4.

    Ver Michael R. Krätke: «Corbyns Sieg: Hoffnung für Europas Linke?» en Blätter fur deutsche und internationale Politik No 10/15.

  • 5.

    G. Chondros: Die Wahrheit über Griechenland, die Eurokrise und die Zukunft Europas. Der Propagandakrieg gegen Syriza, Westend, Frankfurt, 2015, p. 184.

  • 6.

    V. el interesante debate entre Íñigo Errejón, estratega de Podemos, y Alberto Garzón, referente de Izquierda Unida el 19 de noviembre de 2014: «Ante la duda: populismo», disponible en Transform! Red europea para el pensamiento crítico y el diálogo político, www.transform-network.net.

  • 7.

    Ver S. Vogel: Europa im Aufbruch. Wann Proteste gegen die Krisenpolitik Erfolg haben, Laika, Hamburgo, 2014.

  • 8.

    Jacques de Saint Victor: Die Antipolitischen. Mit einem Kommentar von Raymond Geuss, Hamburger Edition, Hamburgo, 2015, p. 27.

  • 9.

    «Ante la duda: populismo», cit.

  • 10.

    Ver Benedetto Vecchi: «L’antisistema si fa governo» en Il Manifesto, 24/7/2015.

  • 11.

    César Rendueles y Jorge Sola: «Podemos y el ‘populismo de izquierdas’. ¿Hacia una contrahegemonía desde el sur de Europa?» en Nueva Sociedad No 257, 7-8/2015, p. 39, disponible en www.nuso.org.

  • 12.

    Raúl Zelik: Mit Podemos zur demokratischen Revolution? Krise und Aufbruch in Spanien, Bertz + Fischer, Berlín, 2015, p. 175.

  • 13.

    V. la entrevista con Giuliano Santoro en: «Grillo bietet einfache Lösungen» en Jungle World, 7/3/2013.

  • 14.

    Léa Salamé: «Pablo Iglesias: ‘François Hollande aurait dû être plus courageux devant l’Allemagne’», entrevista en France Inter, 9/9/2015.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 261, Enero - Febrero 2016, ISSN: 0251-3552


Newsletter

Suscribase al newsletter