Opinión
febrero 2023

Irán: donde el cine se hace resistencia

El cine independiente iraní ofrece una puerta de entrada fundamental a la lucha contra el régimen teocrático. Sus películas capturan el pulso de la vida bajo la traumática coerción de la dictadura, por eso la represión ha caído sobre varios cineastas.

<p>Irán: donde el cine se hace resistencia</p>

Cuando ha transcurrido la mitad de Taxi (2015), el film de Jafar Panahi, el cineasta iraní va a buscar a la escuela a su pequeña sobrina, Hana. A Hana le acaban de dar como tarea filmar una película para la clase y está ansiosa por pedir la orientación de su tío. ¿Qué podría ser mejor que preguntarle a un guionista y director reconocido internacionalmente? Hana le cuenta a Panahi que su escuela, que está bajo la jurisdicción de lo que se conoce como «policía de la moral» del régimen islámico, ha prohibido lo que el gobierno llama un «realismo sórdido» en cualquiera de las producciones de los estudiantes. El témino legal para esta forma censurada de arte cinematográfico se traduce del persa سیاهنمایی (transliterado fonéticamente como Siahnamayi), que literalmente significa «representar algo de manera oscura».

Hana le cuenta a Panahi que el maestro les indicó que «muestren lo que es real, pero no lo que es real real. Entonces dijo [el maestro] que si la realidad es oscura y desagradable, no la muestren… No tienen que mostrarla, pero lo deciden ellos mismos». Hana hace una pausa, sin conciencia aparente de la verdad desgarradora que acaba de exponer, y luego agrega: «Como sea. No lo entiendo». El impactante diálogo de esa escena utiliza el recurso neorrealista de enfocar preguntas sociales o políticas a través de los ojos inocentes y curiosos de un niño.

Panahi –disidente, preso político, artista– ha dedicado su vida a una forma de arte ilícita. Como es el caso de muchos de los realizadores disidentes de su país, buena parte de su obra gira en torno de historias de mujeres. Tomemos el film que inició su batalla que perdura hasta hoy contra el régimen autoritario iraní: El círculo (2000), innovador en su retrato desolador y crudo de la asfixiante opresión de las mujeres por parte del gobierno. Como lo expresó Roger Ebert en una reseña, «[e]l film es profundamente peligroso para el statu quo en Irán porque nos insta a identificarnos con el infortunio de mujeres que no han hecho nada malo, salvo ser mujeres». Como Taxi, El círculo habla sobre la poética de lo cotidiano. Es un acto de develamiento, que revela cómo procuran las mujeres iraníes su propia seguridad y supervivencia.

Tras su participación en el Movimiento Verde de 2009, Panahi fue arrestado y acusado de crear «propaganda antigubernamental». Durante una permanencia de tres meses en la prisión de Evin –conocida popularmente como Universidad de Evin por la cantidad de intelectuales, periodistas, estudiantes y artistas que han sido detenidos allí–, Panahi inició una huelga de hambre que logró la atención de realizadores, artistas y activistas de todo el mundo. Luego de su liberación, el gobierno le prohibió dirigir o exhibir películas por 20 años. El documental de Panahi de 2011 que ofrece una crónica de su vida durante el arresto domiciliario, con el acertado título Esto no es una película, viajó de contrabando al festival de cine de Cannes en un pendrive escondido dentro de una torta de cumpleaños.

En tiempos recientes, la represión contra los artistas ha empeorado. En mayo de 2022, más de una docena de documentalistas fueron arrestados o sufrieron incursiones en sus casas cuando el gobierno ultraconservador del presidente Ebrahim Raisi lanzó las medidas más duras contra la libertad de expresión artística que Irán haya visto en muchos años. Dos meses después, Panahi fue arrestado luego de concurrir a una fiscalía en Teherán para indagar sobre el encarcelamiento de su amigo el cineasta Mohammad Rasoulof, quien fuera arrestado en julio luego de publicar en redes sociales una declaración que instaba a las fuerzas de seguridad del régimen a deponer las armas frente a quienes manifestaban contra el gobierno en la provincia iraní de Juzestán. Al igual que Taxi, la película de Rasoulof La vida de los demás, de 2020, que narra cuatro historias entrelazadas de iraníes cuyas vidas han sido afectadas por la corrupción sistemática y la injusticia de las leyes de pena de muerte en el país, ganó el prestigioso Oso de Oro en el Festival Internacional de Cine de Berlín. También como a Pahani, a Rasoulof se le prohibió abandonar el país y no pudo asistir al festival y recibir su premio. El 19 de julio también Panahi fue sentenciado a seis años de cárcel en la prisión de Evin.

Desde septiembre, miles de iraníes han sido recluidos en Evin por participar en el levantamiento que ha agitado a Irán y buena parte de la región de Kurdistán desde que Mahsa (Jina) Amini, una mujer kurdo-iraní de 22 años, fuera asesinada por la policía de la moral tras ser arrestada por llevar de modo «inapropiado» el hijab obligatorio. Estas protestas, marcadas por el fervor, la escala y una represalia por parte del gobierno que no se había visto hace décadas, adoptaron el eslógan «Mujer, vida, libertad», un grito de guerra traducido al persa (Zan, Zendegi, Azadi) a partir de un cántico revolucionario kurdo (Jin, Jiyan, Azadî).

El sábado 15 de octubre comenzó a circular una imagen pesadillesca en Instagram y Twitter: la prisión de Evin estaba en llamas, rodeada de enormes nubes de humo negro que oscurecían el horizonte de Teherán. Las cuentas iraníes que venían publicando en redes sociales información desde el terreno sobre las protestas comenzaron a señalar que podían escucharse ecos de disparos desde el interior de los muros de Evin. Creció el temor de que el gobierno hubiera iniciado un ataque concertado contra los manifestantes encerrados en la prisión.

Los jueces del régimen declararon que ocho personas murieron y 61 resultaron heridas en el incendio, que según las fuerzas de seguridad fue iniciado por «matones» en la unidad de delitos financieros de Evin y no tuvo relación alguna con las protestas. Organizaciones como Human Rights Watch llaman a realizar una investigación independiente de lo que pasó, argumentando la violencia indiscriminada del gobierno y la historia de torturas y detenciones injustas en Evin. La noche del incendio, se informó que Panahi y Rasoulof habían sido atacados con gas lacrimógeno. Todavía no se sabe cuántas personas resultaron muertas; la esposa de Panahi dijo que él describía la experiencia como «las peores horas de su vida».

Una semana antes del incendio fue el estreno del film más reciente de Panahi, Sin osos, que recibió el aplauso apasionado de la crítica en el Festival de Cine de Nueva York. Imposibilitado de asistir en persona, Panahi compartió una declaración de solidaridad con los manifestantes, que fue leída al público del Lincoln Center por la actriz principal de la película, Mina Kavani. Vale la pena citarla completa: «Somos cineastas. Somos parte del cine iraní. Para nosotros, vivir es crear. Las obras que creamos no son encargos. En consecuencia, quienes están en el poder nos consideran delincuentes. El cine independiente refleja su tiempo. Se inspira en la sociedad. Y no puede ser indiferente a ella. La historia del cine iraní atestigua la presencia constante y activa de directores independientes que han luchado contra la censura y para asegurar que este arte sobreviva. En ese camino, a algunos se les prohibió hacer películas, a otros se los forzó al exilio y se los redujo al aislamiento. Y aun así, la esperanza de crear es de nuevo una razón para la existencia. Somos cineastas, y cineastas independientes».

Panahi es una figura destacada en el linaje de la Nueva Ola iraní, un movimiento que se extiende desde la década de 1960. Las películas de la Nueva Ola iraní, descendientes del cine neorrealista que se afianzó en la Italia de posguerra, fueron moldeadas por la represión y la agitación política. El género surgió inicialmente bajo el sha, pero desarrolló su forma actual tras la Revolución Islámica de 1979. Los directores de la Nueva Ola son cronistas de la vida cotidiana en Irán. No necesariamente representan el fervor revolucionario o hacen referencia directa a la violencia estatal; en cambio, siguen las vidas de iraníes corrientes, sumando capas de comentario político en conversaciones cotidianas, escenarios visuales y técnicas narrativas.

A diferencia de las películas occidentales tradicionales, que derivan sus estructuras de novelas y otras formas de narración, el cine neorrealista iraní es más afín a la poesía –un estilo que el crítico iraní-estadounidense Hamid Dabashi ha descripto como «lírico, político y metafórico» (las voces literarias fundacionales de Irán –Rumi, Omar Jayam y Hafiz– son poetas, y la obra maestra del poeta persa Ferdousí, el Shāhnāmé  o Libro de los reyes, es uno de los poemas épicos más largos y lingüísticamente complejos de todos los tiempos). De curso lento, cerebrales y llenos de simbolismo, estos films mantienen un tempo que evoca lo que Dabashi llama un «adormecimiento melodioso». Sus tramas son en buena medida abiertas, pero la trama no es justamente el punto. En cambio, el cine iraní presta especial atención a las vidas vividas en la pantalla y sirve como meditación sobre la realidad y sus muchas sombras.

En La casa es negra (1963), un corto documental que contribuyó a abrir la senda para la Nueva Ola iraní, la poeta feminista Forugh Farrokhzad investiga la vida en un leprosario de su país. El film de Farrokhzad es un entramado de su poesía, recitados de textos religiosos y exploración estética, una amalgama que señala hacia los orígenes poéticos del género. Pero el autor más reconocido del movimiento es Abbas Kiarostami, un maestro del minimalismo y de la metaficción mejor conocido por Close-up (1990) y El sabor de las cerezas (1997), film ganador de la Palma de Oro. La obra de Kiarostami condensa la política sutil del cine de la Nueva Ola. Su documental postrevolución Conciudadanos (1983), en palabras de Dabashi, muestra los «sentimientos ocultos y las acciones sociales en un embotellamiento de tránsito» en un paralelo con la «psicología social de las multitudes revolucionarias que comienzan a reunirse bajo el estandarte de Jomeini». 

Su drama experimental Shirin (2008) integra la poesía a la concepción del film de manera más literal. Se compone íntegramente de austeras tomas en primer plano de los rostros de 113 actrices (112 de ellas son iraníes y la otra es la musa de Kiarostami, Juliette Binoche) mientras miran un film basado en el poema persa Cosroes y Shirin, una historia de amor trágica que se origina en el Shāhnāmé. Nuestra comprensión visual del poema se configura únicamente a través de los semblantes de esas mujeres; las vemos inquietas con sus velos y observamos cómo se alteran sutilmente sus expresiones ante ciertos giros. Quizá esta descripción hace que Shirin suene como un producto rebuscado de cine de arte, pero el efecto es hipnótico. Kiarostami nos pide que observemos a cada actriz íntimamente y le da al público el tiempo para captar la vida interior que baila en los rostros de estas mujeres. En un país donde «Mujer, vida, libertad» se transformó en un eslógan revolucionario, Shirin es una declaración subversiva.

Otras películas de la Nueva Ola abordan más abiertamente la política y los derechos humanos. En Nadie sabe nada sobre gatos persas (2009), el destacado director kurdo Bahman Ghobadi se enfoca en la escena musical prohibida del pop y el rock en Teherán. Filmada de manera clandestina, la película sigue a dos jóvenes músicos tras su salida de la cárcel; han sido arrestados y procesados por tocar rock, y por hacerlo con una mujer como vocalista principal de la banda. En uno de sus films de ficción anteriores, Las tortugas también vuelan (2004), Ghobadi documenta el desgarrador calvario de los refugiados kurdos días antes de la invasión estadounidense de Iraq y la caída de Saddam Hussein, visto a través de los ojos de niños que han quedado huérfanos. Como Kiarostami y Panahi, Ghobadi se inserta en la tradición neorrealista. Sus películas no apresuran el ritmo de la vida en aras de la emoción o el entretenimiento. Exigen que miremos, hasta que ya no podamos ignorar la realidad que está frente a nosotros.

El agudo diálogo de Taxi, el film de Panahi, está guionado, aunque al principio no lo parezca. Panahi interpreta a «Jafar Panahi», el director, que ese día está interpretando el papel de un chofer de taxi de Teherán, un empleo que le permite contar la historia de su país mediante intercambios aparentemente casuales con los excéntricos personajes que recoge a lo largo de la tarde.

La presencia de cada personaje es una declaración sociopolítica, pero ninguna lo es de manera más directa que la de la abogada especialista en derechos humanos Nasrin Sotoudeh, que se suma a Panahi en un viaje hacia el final de la película. Sotoudeh, casada y madre de dos hijos, acababa de ser liberada de su reclusión en aislamiento en Evin cuando se filmó Taxi. Nombrada por Panahi solo como «la dama de las flores», sube al taxi con una sonrisa entusiasta y apretando un ramo de rosas rojas contra el pecho. Es la más amigable y relajada de los pasajeros de Panahi hasta ese momento, y ambos entablan de inmediato una charla de pares. Este retrato efervescente de Sotoudeh es en sí mismo un desafío al gobierno que intentó silenciarla.

«¿Hacia dónde se dirige?», le pregunta Panahi cuando sube al auto. «Al paraíso», responde Sotoudeh, y una nota de ironía colorea su leve sonrisa. Está en camino a Evin para visitar a Ghoncheh Ghavami —una clienta que fue arrestada en 2014 por tratar de ver un partido de vóley masculino en Teherán— e intentar persuadirla de abandonar su huelga de hambre. Panahi, quebrando por un momento su actitud sistemáticamente amable, hace una mueca poco antes de que Sotoudeh entre al vehículo. Discretamente conmovido, le confiesa a la abogada que, mientras conducía, pensó que había escuchado la voz del guardia que lo interrogó en Evin. Sotoudeh le responde con calma, en el tono tranquilizador de un profesional de las leyes con experiencia: «Muchos de mis clientes dicen lo mismo. Quieren identificar a las personas por sus voces. Esa es la ventaja de la venda en los ojos». Su entendimiento mutuo crea uno de los momentos más inquietantes del film.

Preparándose para el fin de su viaje, Sotoudeh coloca una de sus rosas sobre el tablero del auto. «Esta rosa es para la gente del cine, porque se puede confiar en ellos», dice, señalando la cámara con una carcajada. «La dejo aquí para que no piense que no sé de lo que usted es capaz». 

Al esconder su cámara, nombrar a Sotoudeh como «la dama de las flores» y restringir la totalidad de su producción al interior de un taxi, Panahi toma medidas para asegurarse de que no lo identifiquen mientras filma y de que sus actores permanezcan en el anonimato en los créditos de la película. Esta forma de filmar es en parte un homenaje a la tradición estética del cine iraní (la Nueva Ola ha dejado un prodigioso legado de tomas prolongadas filmadas dentro de automóviles, en las que el vehículo funciona como un dispositivo de aislamiento físico y psicológico) y a la vida urbana en Teherán. Pero también es una forma genuina de realización cinematográfica en la clandestinidad, que revela lo lejos que debe llegar Panahi para protegerse a sí mismo y a sus objetos cinematográficos de la represalia gubernamental.

Sotoudeh fue arrestada de nuevo en 2018, acusada de «espiar, difundir propaganda e insultar al líder supremo de Irán». En 2019, fue sentenciada a 38 años de prisión y 148 latigazos. Sotoudeh, que dedicó su vida a luchar incansablemente por la liberación de presos políticos, es en la actualidad la defensora de los derechos de las mujeres más famosa del país. En septiembre de 2022, declaró en la revista Time que las mujeres que hoy arriesgan sus vidas en las calles de Irán le dan esperanzas de que «aun si las demandas populares no son satisfechas, la realidad habrá cambiado para siempre. Ya no tolerarán el velo obligatorio».

En 2015 Sotoudeh afirmó que «hacer una película puede ser considerado un acto de desobediencia civil». Hoy, cuando más de 40 cineastas han sido arrestados durante el levantamiento nacional contra el régimen islámico, sus palabras resultan sumamente proféticas. La rosa roja que Sotoudeh concede a la «gente del cine» no es solo una muestra de gratitud, sino además un esfuerzo por recordarnos nuestra responsabilidad como espectadores, que «se puede confiar» en nosotros. ¿Qué vamos a hacer con las palabras y las historias de las que acabamos de ser testigos? ¿Somos capaces de cumplir nuestras obligaciones como espectadores: escuchar las voces de quienes luchan por los derechos humanos fundamentales del pueblo iraní, resistir la inclinación a la terca ignorancia, soportar el peso del reconocimiento, negarnos a permanecer callados, saber y recordar? 

 Las mujeres iraníes y kurdas están quemando los velos que la ley les obliga a usar en las calles de Teherán. Han cortado sus cabelleras en las veredas de Saqqez, la ciudad donde vivía Mahsa (Jina) Amini. La respuesta ha sido brutal. Estudiantes que participaron en las protestas y agitaron desafiantes sus velos fueron detenidas por funcionarios del gobierno y trasladadas a instituciones psiquiátricas. Nika Shahkarami, de 16 años, fue desaparecida y asesinada por fuerzas de seguridad del régimen horas después de que se la fotografiara quemando su velo en Teherán. Al momento en que este artículo entra en prensa, en diciembre de 2022, más de 18.000 personas han sido arrestadas y 475 fueron asesinadas en las manifestaciones, aunque es probable que las cifras reales sean mucho más altas. Al menos 65 de estas muertes fueron de niñas y niños. Muchos, si no la mayoría de quienes protestan, como Amini misma, son muy jóvenes.

Su grito primario de desesperación y agotamiento representa una necesidad urgente y acuciante de justicia. La trama tejida por siglos de intervención imperial, revolución, guerra y dictadura se está desarmando en las calles iraníes. «Mujer, vida, libertad» es un cántico por todos los grupos marginados que han enfrentado la persecución bajo el gobierno islámico y ha movilizado a personas de toda la sociedad iraní. La lucha por los derechos de las mujeres en el Irán de hoy también incluye la batalla histórica por los derechos de los kurdos, que creció a medida que las fuerzas armadas del régimen sitiaban Mahabad, Sanandaj y otras ciudades y baluartes kurdos a fines de noviembre, abriendo fuego contra los manifestantes, arrestando masivamente a los ciudadanos y asesinando con impunidad. «Mujer, vida, libertad» es un grito de guerra de la época, en la línea de «La injusticia en algún lugar es una amenaza para la justicia en todas partes». Significa que si las mujeres no gozan de libertad, si los kurdos no gozan de libertad, entonces nadie en Irán puede ser libre. 

A algunos les sorprendió la rapidez con que estas manifestaciones tomaron el país. Pero los iraníes han estado por algún tiempo a apenas un temblor de distancia de la lucha por la liberación de la dictadura teocrática; vienen luchando, ruidosamente o en silencio, desde hace más de cuatro décadas. El cine iraní ofrece una puerta de entrada vital a esta lucha histórica. Captura el pulso de la vida civil bajo la traumática coerción de la dictadura y revela lo cerca que está siempre la gente de la revolución. Hay una corriente subterránea de valentía y disidencia que fluye por debajo de la estructura de la sociedad iraní. La desesperanza nunca es definitiva, y la furia reprimida siempre está lista para borbotear hacia la superficie y estallar.

Publicamos este artículo como parte de un esfuerzo común entre Nueva Sociedad y Dissent para difundir el pensamiento progresista en América. Puede leerse la versión original en inglés aquí. Traducción: Silvina Cucchi


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