Opinión

La lógica política del Brexit duro


octubre 2016

En el Reino Unido se discute la forma de salida de la Unión Europea. Todo parece indicar que las posturas de salida suave llevan las de perder

La lógica política del Brexit duro

Pasados poco más de tres meses de la decisión del Reino Unido de abandonar la Unión Europea, el rumbo político del Brexit se está descarrilando. Se ha afianzado una dinámica casi revolucionaria (y muy poco británica) y, como indicara la primera ministra Theresa May en su discurso de tipo «Little Englander» («pequeño inglés») en la conferencia del Partido Conservador el mes pasado, el Reino Unido se encamina a un «Brexit duro».

Se trata de un resultado contrario a la inclinación de la opinión pública del país, que sigue siendo moderada con respecto a romper de lleno con la Unión Europea (UE). Según una encuesta de julio de BB/ComRes, 66% de los encuestados manifestaban que «mantener el acceso al mercado único» era más importante que restringir la libre circulación de las personas. En una encuesta de ICM del mismo mes, solo 10% señaló que priorizaría poner fin a la libre circulación por sobre mantener acceso al mercado único, mientras que 30% veía ambos temas como igualmente importantes y 38% consideraba que la prioridad era mantener el acceso pleno al libre mercado.

Son resultados que solo sorprenden a quienes creen el relato que afirma que Occidente se enfrenta a una revuelta xenofóbica a gran escala contra las elites. Si bien no hay duda de que en el campo de los partidarios de abandonar la UE (los brexiteers) había gente para la cual lo más importante era poner fin a la libre circulación de las personas, también había otros que creían en las promesas de Boris Johnson, el ex-alcalde de Londres y actual ministro de Relaciones Exteriores, cuando prometía (como sigue haciéndolo) que el Reino Unido podía quedarse con el pastel y comérselo.

De hecho, a pesar de la importante facción de airados votantes blancos de clase trabajadora, los brexiteers de clase media y favorables al comercio, junto con quienes eran partidarios de permanecer en la Unión, constituyen una clara mayoría del total de quienes votaron en el referendo. En circunstancias normales, cabría esperar que la política del gobierno reflejara la preferencia de la mayoría y apuntara a un «Brexit suave». En lugar de ello, ha surgido un patrón revolucionario clásico.

Según los partidarios de la salida, el pueblo se ha pronunciado y ahora corresponde al gobierno cumplir con un Brexit «de verdad». Pero para ello debe superar a los aguafiestas, como los altos funcionarios y la mayor parte de los parlamentarios de la Cámara de los Comunes (favorables a la permanencia), que dicen querer un Brexit meramente nominal, es decir, una versión «falsa» de la salida que nunca alcanzaría a dar los beneficios de la verdadera.

En esta narrativa revolucionaria, los peores elementos de la tradición política de Europa han dañado el pragmatismo británico. Es irrelevante lo que piense la mayoría de los votantes británicos. Con un Brexit duro, los partidarios de abandonar la UE pueden dejar de ser vistos como un suplicante en las negociaciones con Europa, algo que será inevitable, aunque May lo niegue una y otra vez.

La UE llevará las de ganar en las negociaciones por dos sencillas razones. Primero, el Reino Unido tiene mucho más que perder en términos económicos. Mientras las exportaciones totales de otros países de la UE al Reino Unido son el doble de las de este hacia el resto del bloque, sus exportaciones a la UE son más de tres veces la proporción de su PIB. A esto se le suma que el Reino Unido tiene un superávit de servicios, lo que le importa mucho menos al resto de la UE que a Gran Bretaña.

En segundo término, como el caso del Acuerdo integral de Economía y Comercio de la UE con Canadá, todo acuerdo negociado entre la UE y el Reino Unido tendrá que ser ratificado unánimemente por la totalidad de los países de la Unión, por lo que la negociación en realidad no será entre el Reino Unido y la UE, sino más bien entre los Estados miembros. Dado que estará ausente de esas conversaciones, el Reino Unido simplemente tendrá que aceptar o rechazar lo que la UE le ofrezca. Sería así incluso si el Reino Unido buscara un acuerdo preparado de antemano, como ser miembro del Área Económica Europea o de la Unión Aduanera de la UE, y mucho más si el Reino Unido pretende un acuerdo a medida, como May ha dicho que desea.

Si los votantes británicos reconocieran la debilidad de la posición negociadora de su país, los brexiteers que ganaron el referendo con la promesa de «recuperar el control», se enfrentarían a un desastre político. No tomar parte en negociaciones de peso es la manera más sencilla de evitar un desenmascaramiento embarazoso.

Por consiguiente, el Brexit duro es en realidad una opción suave para el gobierno. Sin embargo, tendrá un alto precio en términos económicos que el Reino Unido tendrá que pagar en los años venideros.

El único consuelo es que es posible que el impulso revolucionario del Brexit no sea sostenible. Poco después de que el bando partidario de la salida tachara a los burócratas de la Administración Pública de Su Majestad como «enemigos del pueblo» (típica declaración de las etapas tempranas de una revolución), Liam Fox, ministro de Comercio Exterior y partidario del Brexit se refirió a los exportadores británicos como «demasiado perezosos y gordos» como para tener éxito en su utópica Gran Bretaña campeona del libre comercio.

Ese tipo de retórica es un síntoma de desesperación. Tiene ecos de los años de declive de la Unión Soviética bajo Leonid Breznev, cuando los defensores del marxismo aseguraban que no había problema alguno con el comunismo, excepto que la humanidad todavía no estaba madura para él. Al paso que vamos, puede que el celo revolucionario que vemos en los políticos británicos se queme a sí mismo antes de que se consume el «Brexit duro».


Fuente: Project Syndicate

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