Coyuntura
NUSO Nº 264 / Julio - Agosto 2016

La larga marcha de Hillary Clinton

El ciclo de primarias de este año en Estados Unidos ha concluido, y Hillary Clinton ha sido nominada por el Partido Demócrata para competir por la sucesión de Barack Obama en la Casa Blanca. Esta victoria de la ex-secretaria de Estado, conseguida luego de enfrentar una inesperada insurgencia desde la izquierda liderada por el senador por Vermont Bernie Sanders, puede encontrar sus motivos en su condición de favorita, su posición en el centro ideológico del partido y la ausencia de rivales competitivos en la primaria. Ahora, tras vencer a Sanders, viene la batalla contra el excéntrico Donald Trump, quien se enfrenta a no pocas dificultades.

La larga marcha de Hillary Clinton

Luego de concluir su periodo de primarias, el Partido Demócrata ha hecho historia y nominado por primera vez a una mujer como su candidata presidencial. La persona elegida para encabezar esta innovación electoral de género es Hillary Clinton, quien estuvo muy cerca de lograr ese mismo objetivo en la primaria demócrata de 2008 y ha oficiado como secretaria de Estado, senadora por Nueva York y primera dama durante distintos momentos de su carrera política.Sin embargo, la victoria de Clinton en las urnas fue cuestionada por múltiples actores, debido a que ocurrió en el marco de una inesperada y relativamente exitosa insurgencia dentro del Partido Demócrata. La rebelión contra Clinton, personificada en la figura de su rival Bernie Sanders, demostró cierta fortaleza organizativa y obtuvo considerables triunfos electorales. Algunas de las voces más críticas hacia la ex-secretaria de Estado llegaron incluso a afirmar que la robustez del desafío planteado por Sanders ameritaba su desplazamiento como candidata presidencial y su reemplazo por el senador por Vermont.

El propósito de este artículo es distinguir los hechos de los relatos en el proceso que condujo al triunfo de Clinton, considerar el riesgo real que Sanders planteó para la virtual nominada y revisar la batalla que se avecina contra Donald Trump y el significado que estas confrontaciones tienen para el porvenir del Partido Demócrata como fuerza de centroizquierda en Estados Unidos.

El partido decide

Desde mucho antes de las primarias de este año, buena parte de la atención del liderazgo demócrata se centró en la selección de un sucesor o sucesora que continuara la labor del partido y fuera capaz de recibir la herencia política de una administración relativamente exitosa. No obstante, esta tarea se vio frustrada por los graves problemas sufridos por los demócratas en las elecciones de medio término y en los comicios regionales durante la era Obama, los cuales redujeron notablemente el número de gobernadores y legisladores con proyección nacional. Este fue el obstáculo principal para el surgimiento de muchas nuevas figuras e inclusive envió a algunas ya consagradas de regreso al llano, lo que disminuyó el plantel de posibles candidatos presidenciales demócratas y debilitó la posición del partido. Como consecuencia de esta ausencia de figuras renovadoras, el foco de la sucesión se posó desde el principio en los integrantes más prominentes del gobierno de Barack Obama: el vicepresidente Joe Biden y la ex-secretaria de Estado Hillary Clinton. A excepción de la senadora por Massachusetts Elizabeth Warren y tal vez del gobernador de Nueva York Andrew Cuomo, el interés partidario en proteger y extender el legado del gobierno mantenido desde 2008 no incluyó la consideración seria de ninguna otra alternativa por fuera del gabinete.

En el marco de esta competencia de participación limitada, Clinton siempre contó con grandes ventajas. Además de ser universalmente conocida por el electorado, su campaña de 2008 dejó en pie una infraestructura de asesores y activistas listos para emprender un segundo intento y la certeza de ser, incluso en el peor de los escenarios, una candidata competitiva. Estos factores fueron esenciales para el buen desempeño inicial de la candidata en los sondeos y posiblemente contribuyeron a disuadir de la participación a dos o tres competidores de peso.

El resultado fue que Clinton obtuvo, desde muy temprano, el estatus de favorita en la competencia, y el rechazo a lanzarse de Warren y Biden cimentó la relación entre prácticamente toda la organización partidaria (la Casa Blanca, los líderes de ambas cámaras, los grupos de interés más importantes) y su ambición presidencial.

Las declaraciones oficiales de apoyo a su campaña fueron abundantes desde el mismo día de su lanzamiento en junio de 2015 y eventualmente incluyeron a una vasta proporción de los miembros del partido en las cámaras alta y baja, así como a varios gobernadores y la dirigencia del Comité Demócrata Nacional. En declaraciones privadas a mediados de marzo pasado, el propio Obama dejó atrás la neutralidad tradicional de los presidentes salientes y deslizó que era hora de que Sanders desistiera de competir, en pos de unificar al electorado detrás de Clinton. El partido optó por ella casi de forma unánime. Por otro lado, las fuentes de financiamiento de las campañas de 2008 y 2012 también vieron en Clinton la única opción realista como heredera política de Obama y fueron considerablemente generosas durante todo el periodo de primarias, lo que convirtió su campaña en la mejor financiada de todas las del ciclo 2015-2016. Esto último probablemente fue clave para facilitar los triunfos en las jornadas que incluyeron un alto número de estados, tales como las del 1o o el 15 de marzo, al proveer a la campaña de los recursos para bregar por múltiples objetivos de manera simultánea.

Sin embargo, tal situación de comodidad entre la elite partidaria y la candidata fue fuente de críticas, y muchas de ellas continuaron hasta el final entre sus detractores, lo que oscureció parcialmente el triunfo de Clinton. Las críticas iniciales se centraron en la paradoja de que muchas de las figuras políticas que anunciaron su apoyo a la candidata tuvieran menor distancia ideológica con su competidor Sanders que con ella. El electorado más deseoso de una alternativa de izquierda en la contienda vio esto no tanto como un reflejo del progresismo pragmático anunciado por Clinton, sino como una maniobra cínica e indolente por parte de quienes habían sido sus líderes hasta entonces.

Otro ángulo de crítica apuntó contra el financiamiento. La mayor parte del electorado demócrata se opone a la decisión de la Corte en el caso «Ciudadanos Unidos contra Comisión de Elecciones Federales» –que permitió el financiamiento privado de campañas electorales– y considera que el rol del dinero en la política debería reducirse drásticamente o limitarse al financiamiento público e individual de las campañas. Sanders fue el principal opositor a los nuevos grados de libertad otorgados a corporaciones e individuos para donar cantidades ilimitadas de dinero a sus candidatos preferidos; optó en cambio por el financiamiento individual por parte de millones de donantes pequeños e hizo saber que el uso de Clinton de algunos de estos recursos constituía una forma de corrupción del sistema. Por otra parte, una tercera objeción, que se enfocó en las reglas de competencia interna del Partido Demócrata, acusó de favoritismo a los candidatos preferidos por la dirigencia partidaria. El elemento contencioso en particular fue en este caso la figura de los superdelegados, miembros del partido indirectamente elegidos como delegados con poder de voto en la Convención.

Es tal vez el primer grupo de críticas el más atendible. Líderes progresistas del partido como Barney Frank, Sherrod Brown o Elizabeth Warren se declararon en favor de Clinton o se mantuvieron neutrales aun cuando Sanders demostró sus credenciales de izquierda y su competitividad en algunos distritos. Es probable que un factor del triunfo de la ex-secretaria de Estado hayan sido estos apoyos o –desde el punto de vista de Sanders– «deserciones» progresistas, aunque también puede argumentarse que parte del problema recae en el limitado trabajo legislativo de Sanders durante sus años en el Congreso y sus dificultades para establecer relaciones constructivas con estas figuras durante todo ese periodo.

Con respecto al financiamiento, puede decirse que la acusación fue correcta en lo fáctico en la mayor parte de los casos, puesto que casi un tercio de los fondos de Clinton efectivamente fueron recibidos por grupos privados con menores limitaciones que la campaña oficial, pero, a su vez, el argumento careció de un juicio razonable sobre el contexto en el que el financiamiento fue otorgado. Que la candidata haya decidido no llevar a cabo un desarme unilateral en cuanto a financiamiento refleja muy probablemente su comprensión de las condiciones reales de juego, y no un deseo de impedir la competencia mediante una dominación total de los medios; aunque, por supuesto, nada de ello hace atractivo un sistema en el que el dinero es tan fundamental para la competencia política.

Por último, las críticas al favoritismo organizativo y al papel de los superdelegados son las más difíciles de sostener. Las normas de la primaria demócrata no han variado de forma significativa desde 2008 y no hubo modificación alguna durante el periodo de primarias, por lo que todos los participantes accedieron a la competencia con total conocimiento de reglas que no sufrieron cambios. Estas mismas reglas fueron incluso parcialmente responsables de la derrota de Clinton contra Obama en la anterior primaria demócrata, cuando la candidata recibió más votos totales que el actual presidente, pero finalmente no fue nominada. Asimismo, el rol de los superdelegados fue planteado como una ventaja estructural para Clinton a contramano de la voluntad de los votantes, lo cual carece de sentido. Aunque es verdad que los superdelegados no son directamente elegidos por los votantes, todos ellos son miembros del partido atados a la fortuna de la institución y completamente conscientes del desafío de retener la Casa Blanca. Con excepción de los miembros del Comité Demócrata Nacional, la mayoría de los superdelegados son también de hecho políticos elegidos para diferentes cargos nacionales, con intereses variados y muy poca dependencia de candidatos particulares.

El apoyo de este grupo a Clinton no fue en absoluto conducido por un rechazo ideológico a Sanders ni fruto de presiones clandestinas, sino un reflejo de su convicción de que Clinton es la mejor figura para proteger los intereses del partido en general, y los suyos en particular, de cara a un año electoral con múltiples premios en juego. Clinton comprende este punto mejor que nadie, puesto que estos mismos superdelegados la abandonaron por Obama en 2008 cuando ella contaba con más poder e influencia sobre el partido que lo que tiene ahora.

Una para todos, (casi) todos para una

Los datos ofrecidos este año por encuestas de intención de voto y de boca de urna muestran que el Partido Demócrata atrajo a una porción de jóvenes muy interesada en un modelo progresista para eeuu. Este fragmento del electorado desea activamente implementar un programa de gobierno que incluya grandes reformas del sistema financiero, la provisión de servicios de salud pública, el acceso a la educación superior y las políticas comerciales del país, entre muchas otras cosas; en términos generales, desean otorgarle un rol más importante al Estado que a fuerzas del mercado percibidas como hegemónicas.

En estas primarias, Sanders fue el gran beneficiario de su apoyo principalmente porque estructuró buena parte de esta plataforma como el corazón de su mensaje, a veces incluyendo elementos hasta entonces relativamente ignorados en el debate político nacional. Como fruto de ello, Sanders llegó a encabezar un movimiento de alcance nacional dispuesto a hacer campaña por él y a movilizarse multitudinariamente para asistir a sus actos de una forma no vista desde la campaña de Obama en 2008 y poniendo a miles de jóvenes a su favor durante la primaria.

Por desgracia para Sanders, la composición del Partido Demócrata es bastante diferente de la de su coalición de votantes. Desde la era de Bill Clinton, el partido comenzó a estructurarse como una fuerza centrípeta de negociación entre las elites «liberales» –en el sentido estadounidense– y una variedad de grupos minoritarios (de base étnica, sexual o sindical, además de ambientalistas, etc.) en favor de una plataforma que sea percibida como satisfactoria por todos los integrantes. Gran parte de la eficiencia de esta estrategia encuentra su raíz en que las articulaciones ideológicas entre los diferentes grupos integrantes son deliberadamente vagas y genéricas, lo que transforma al partido en una fuerza de centroizquierda (al menos para los parámetros de la política de eeuu) sin por ello contar con una doctrina generalizada entre sus miembros.

Clinton, a diferencia de Sanders, entendió esto a la perfección. Su campaña no buscó atar las preocupaciones de diferentes sectores del electorado demócrata a una temática común, tal como la desigualdad económica o la corrupción política, sino que hizo uso de la gran cantidad de experiencia acumulada por la candidata y sus asesores para refinar un mensaje ante cada grupo y fortalecer la coalición partidaria. La ex-secretaria de Estado logró incluso obtener una porción importante de los votos de los autodenominados «progresistas» mediante esta estrategia particularista y detallada, algo que la campaña de Sanders no consiguió en muchos casos por el tono dogmático de su mensaje. Al mismo tiempo, Clinton hizo todo lo posible para adaptarse al nuevo electorado partidario dejando atrás elementos netamente nocivos de su discurso. De esta forma, la candidata se distanció de su antiguo apoyo al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (tpp, por sus siglas en inglés), endureció su postura frente al control de armas y abandonó el respaldo a la perforación petrolera en las costas. Sanders, en cambio, no buscó superar sus limitaciones discursivas más allá del caso puntual del control de armas (asunto en el que estaba inicialmente a la derecha de Clinton); así ganó en autenticidad al costo de una pérdida de flexibilidad y reforzó los miedos de los electores preocupados por sus (supuestamente escasas) posibilidades en la elección general.

Como consecuencia, la campaña de Clinton fue competitiva de cara a todos los grupos de la coalición demócrata, a excepción de los jóvenes. Su coalición incluyó una mayoría abrumadora entre las minorías étnicas, los ancianos y los votantes registrados como demócratas, así como mayorías más modestas entre todas las categorías de género, ingreso y educación, los votantes autodenominados «moderados» o liberales y la franja etaria intermedia de 30 a 44 años. Su fracaso en seducir al electorado joven, que incluyó ideas relativamente torpes y desesperadas como la inclusión mediática de la cantante Katy Perry en parte de la campaña, demostró un punto débil que, de todas maneras, no fue letal, principalmente debido a la ineficacia de la campaña rival que intentó aprovechar ese fracaso.

Crónica de una victoria anunciada

En términos electorales, Clinton dominó la competencia desde el inicio, aunque al mismo tiempo enfrentó uno de los más frustrantes desafíos que pueden presentarse durante las primarias de eeuu: competir contra un único rival carente de triunfos significativos, pero al que mantienen con vida triunfos simbólicos ocasionales.

De esta forma, Clinton comenzó las primarias dejando en claro la falta de competitividad de Sanders entre las minorías raciales al derrotarlo severamente en Carolina del Sur, pero la victoria de Sanders en New Hampshire una semana antes le permitió al socialista fomentar la idea de una primaria competitiva y paliar los daños del golpe posterior. Días después, Clinton logró reforzar la evidencia del desinterés de la minoría afroamericana por Sanders, poner una distancia considerable entre ella y su competidor en las contiendas del 1o de marzo (denominadas colectivamente Super Tuesday) y triunfar incluso en un distrito tan liberal como Massachusetts, pero un fracaso general de las encuestas en Michigan una semana más tarde le permitió a su rival una victoria sorpresiva allí y mostrarse nuevamente competitivo.

Clinton no pudo romper con esta dinámica de triunfos reales ocultados por triunfos simbólicos de su adversario, la cual se repitió en varias ocasiones. La mayoría de los analistas coinciden en que su nominación quedó prácticamente asegurada luego de su aplastante victoria en las competencias del 15 de marzo en Florida y Ohio, pero la campaña de Clinton no encontró forma de traducir sus logros en un golpe a la moral del adversario, y los simpatizantes de Sanders se negaron a prestar atención a los pronósticos, en gran medida debido al fiasco de las encuestas en Michigan. De hecho, el enfrentamiento entre ambos candidatos asumió el tono negativo típico de las contiendas competitivas en los días previos a las primarias de Nueva York y California, a pesar de que todos los sondeos serios indicaban una fácil victoria de Clinton en ambas regiones.

Puede afirmarse que uno de los principales motivos por los que esta campaña careció de sorpresas genuinas y obedeció muy linealmente a la composición demográfica del electorado de cada distrito es la ausencia de candidatos realmente competitivos como adversarios de Clinton. Sanders y su coalición de votantes jóvenes y mayormente blancos nunca estuvieron posicionados para competir por ningún distrito del sur ni ningún distrito grande y heterogéneo, lo que le concedió a Clinton toda una zona del país y los premios más grandes. Su amenaza, aunque tensionó la pronosticada primaria testimonial para Clinton, nunca causó problemas serios, más allá de la posibilidad de perder a sus simpatizantes en la elección general. Debido a ello, es posible que el principal triunfo de la candidata haya sido el trabajo previo al lanzamiento de su campaña, su búsqueda de asesores profesionales, el establecimiento de relaciones con líderes de diferentes grupos y organizaciones e incluso sus reflexiones sobre la derrota en la primaria de 2008. Esos elementos le otorgaron a Clinton el beneficio vital de despejar el camino de rivales peligrosos como Warren o Biden, aun cuando el costo fue el de elevar las expectativas a un nivel tal que cualquier derrota en las urnas pareciera catastrófica.

Dentro de este trabajo previo, tal vez el elemento más importante fue el de asociar su figura a la del presidente Obama y transformarse en la heredera política de su gestión. Sanders –quien de hecho mencionó algún interés en impedir la reelección de Obama en 2012 y fomentar su reemplazo por una figura más a la izquierda– jamás pudo encontrar una posición satisfactoria de cara al presidente que le permitiera aprovechar su popularidad entre los miembros del partido, por lo que Clinton dispuso de completa libertad para asumir el rol de sucesora política indiscutida. Si un rival como Warren o –aún peor para ella– Biden hubiera participado, este factor probablemente se había neutralizado o incluso podría haberse vuelto en su contra.

El nuevo desafío: Donald Trump

La próxima tarea de Clinton será derrotar a uno de los competidores políticos más inusuales que ha ofrecido jamás el Partido Republicano: Donald Trump. Esta estrella de reality shows, magnate inmobiliario y ex-organizador de concursos de belleza sorprendió al mundo al triunfar sobre una multitud de antiguos o actuales senadores y gobernadores en la primaria republicana, incluyendo al heredero de la dinastía Bush y ex-gobernador de Florida Jeb Bush, quien era inicialmente considerado como favorito.

A pesar de no contar con una mayoría entre los electores del partido, Trump supo aprovechar la fragmentación y la lucha interna de sus rivales para emerger como el triunfador inesperado del ciclo 2016, haciendo uso de un discurso fundamentalmente nativista con ramificaciones extravagantes, racistas y misóginas. A su vez, Trump impulsó una plataforma sin duda representativa de un quiebre con lo que la mayoría de los analistas consideran el cuerpo ortodoxo de ideas del Partido Republicano desde la era Reagan, a pesar del carácter difuso y errático de la mayor parte de las propuestas políticas del magnate. Sin embargo, las cualidades que resultaron beneficiosas para la campaña de Trump en la primaria republicana ya han mostrado abundantes señales de ser desventajas de cara al electorado de la elección general del 8 de noviembre. Su aparente impunidad iconoclasta, su pequeña estructura de campaña y su desdén por las prácticas políticas tradicionales no le han permitido recorrer el habitual camino de los candidatos presidenciales competitivos, y hoy numerosos miembros de su propio partido cuestionan no solo sus posibilidades de triunfar, sino incluso su capacidad para mantenerse en la competencia hasta noviembre.

Fiel a su imagen pública, Trump ha descartado la mayor parte de las críticas debido a que provienen de sus adversarios y aparenta mantener su firme creencia en su capacidad de transgredir las reglas tal como hizo en las primarias. No obstante, puede afirmarse que al menos dos de ellas son suficientemente serias como para ser consideradas por fuera del debate de opiniones políticas.

En primer lugar, puede afirmarse que la estrategia discursiva de Trump en las primarias dificulta sus posibilidades en la elección general. Los sondeos de opinión, las encuestas de boca de urna y los registros fotográficos de los caucus aportan una cuantiosa cantidad de evidencia acerca del electorado de la primaria republicana y toda ella indica que sus votantes no son precisamente representativos del electorado general. Su religiosidad, su homogeneidad racial y más aún su conservadurismo son mucho mayores que los del otro grupo, lo cual hace de la satisfacción simultánea de ambos una tarea difícil en términos políticos.

Durante la primaria, Trump no se preocupó en absoluto por el electorado general. Por el contrario, el discurso que lo llevó a la victoria en la competencia interna incluyó elementos profundamente inaceptables para gran parte del universo de votantes e inclusive para subdivisiones de él identificadas por analistas republicanos como núcleos de posibles simpatizantes no aprovechados en las elecciones de 2012. De esta forma, Trump apeló mediante el nativismo y el repudio a la corrección política a una mayoría desinteresada por los análisis electorales y la construcción de mayorías plurales, lo cual si bien le permitió ganar, ahora lo posiciona de cara a un electorado general con opiniones profundamente negativas sobre él.

Clinton, quien posee problemas graves de imagen en lo referido a las percepciones de honestidad, conserva no obstante razonablemente intacta la coalición ganadora de Obama de 2012 y no debió recurrir a una satisfacción demasiado dañina de la base de votantes demócrata durante la primaria. Mantener «negativos» bajo control podría permitirle hacer uso de la infamia de su oponente ante el electorado tanto para movilizar a los miembros reticentes de la coalición de Sanders como para ser la preferida por indecisos y republicanos horrorizados por su propio candidato.

La otra crítica refiere al estado de la coalición republicana. El triunfo de Trump fue visto por la dirigencia partidaria como una peligrosa usurpación de la fuerza por parte de una de sus figuras más marginales y amateurs, algo que la vuelve considerablemente reacia a apoyar al magnate y dificulta su ambición presidencial. Los miembros de esta dirigencia no solamente otorgan legitimidad al candidato mediante su apoyo, sino que también son necesarios para movilizar a distintos grupos de votantes del partido y satisfacer los deseos de los donantes que financian la costosísima campaña nacional.

Aunque la mayor parte de esta elite política republicana ha hecho las paces con Trump y la amenaza de una fórmula presidencial alternativa (por fuera o por dentro del partido) ha desaparecido, la situación en este aspecto es la peor de cualquier candidato conservador desde la campaña presidencial de Barry Goldwater en 1964. La mayor parte de los candidatos para noviembre han optado por huir en la dirección contraria de Trump, notablemente mediante su ausencia en la convención partidaria, y se han enfocado en quitar carácter nacional a sus competencias. Simultáneamente, muchos de los tradicionales mecenas republicanos han preferido no participar este año u orientar sus contribuciones a candidatos al Congreso, lo que deja a Trump en una marcada desventaja financiera.

La situación de Clinton –quien cuenta con el apoyo del presidente Obama, las principales figuras del partido y casi la totalidad de los grandes donantes demócratas– no podría ser más diferente. El trabajo para ella consiste principalmente en impedir desagradar demasiado al electorado que prefirió a Sanders durante la primaria, ya que ello podría provocar la abstención de estos votantes o que sufraguen por fuerzas menores como el Partido Verde o el Libertario. No contar con un grupo poderoso de jerarcas en su contra y poseer el dinero suficiente para llevar a cabo una campaña profesional sin duda le otorgará un beneficio de cierta importancia. Por último, un posible factor que la propia campaña de Clinton afirma tener a su favor es un beneficio estructural para el Partido Demócrata en el Colegio Electoral. Esto refiere a la distribución más favorable del electorado del partido en comparación con el republicano, lo que le permite partir desde una posición estratégica más beneficiosa en las elecciones presidenciales.Brevemente, la mayor parte de los estrategas demócratas asumen que, de no mediar un evento catastrófico, pueden estar razonablemente seguros de su triunfo en un conjunto de estados que constituyen (de acuerdo con variaciones en los niveles de optimismo de cada estratega) entre 217 y 247 votos electorales sobre 538. Esto los deja a una distancia mucho menor de la obtención de una mayoría que la que perciben para los republicanos, quienes cuentan con apenas 191 votos electorales con el mismo nivel de certeza.

Esta ventaja –que solo se presenta en años de participación elevada tales como los de elecciones presidenciales– podría otorgarle a Clinton un margen mayor para cometer errores sin un costo fatal y la oportunidad de distribuir o concentrar sus recursos con mayor libertad que su contrincante republicano, que no puede dejar prácticamente ningún distrito sin disputar. Y lo que es aún más favorable para ella, Trump parece estar cumpliendo el rol de hecho catastrófico para el Partido Republicano en algunos distritos habitualmente considerados seguros para los conservadores, por lo que las posibilidades de Clinton podrían ampliarse a lugares tales como Arizona o Georgia si la campaña se desarrolla allí adecuadamente. De ser así, Clinton podría igualar o incluso mejorar la performance de Obama en el Colegio Electoral de 2008, que es considerada una de las elecciones menos competitivas de esta era política.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 264, Julio - Agosto 2016, ISSN: 0251-3552


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