¿Quién le teme a Greta Thunberg?
septiembre 2019
La figura de Greta Thunberg es parte de una polarizada confrontación global y, al mismo tiempo, su discurso contribuyó a la movilización y a la toma de conciencia sobre la crisis climática y el futuro del planeta.
Unos están fascinados con ella: la ven como una heroína, como una Juana de Arco de los tiempos modernos o como una Mafalda, una niña política que defiende la preservación del planeta Tierra y que parece más inteligente que sus padres. Otros están enojados: ven en ella un títere ingenuo de opacos intereses adultos. Se burlan de ella. La joven ecologista Greta Thunberg se convirtió en una nueva figura global. Dependiendo del punto de vista político de quien la observa, es defendida u odiada. El 20 de septiembre de 2019, el movimiento #FridaysforFuture, inspirado y animado por la adolescente sueca, celebró su mayor movilización de masas hasta la fecha. En casi todos los países del mundo, jóvenes y adultos salieron a la calle. Se estima que se habrían movilizado unas cuatro millones de personas alrededor del globo.
Greta Thunberg, una estudiante de 16 años, es conocida en Europa desde hace un año. En Estados Unidos saltó a la fama el mes pasado. Muchos estadounidenses la vieron por primera vez cuando apareció en el Daily Show de Trevor Noah. Allí, explicó con su conocida seriedad que al mundo le quedaba muy poco tiempo, más precisamente ocho años y medio, porque al 1º de enero de 2018 solo restaba quemar 420 gigatoneladas de dióxido de carbono. Ahora solo quedan 360 gigatoneladas, y en ocho años y medio el presupuesto se agotaría si se mantiene el nivel actual de emisiones.
Además de por su juventud, Greta Thunberg se ha vuelto popular por su conocimiento de la situación climática y ambiental, por la firmeza de sus convicciones y por las acciones que lleva a cabo. Los comentaristas aseguran que es allí donde reside su poder para convertirse en un ícono.
La activista climática no se relaciona bien con la ironía de los programas de televisión estadounidenses. Cuando le preguntaron cuál había sido su impresión de Nueva York al llegar en el barco Malizia, respondió que olía mal. Su falta de ironía y su seriedad seguramente tienen que ver con el síndrome de Asperger (condición de la cual ella habla abiertamente) y con cierta dosis de franqueza nórdica. Todas estas cualidades han influido en el nuevo movimiento ecologista. Se trata de un colectivo que habla de modo realmente serio y que sostiene sus argumentos y objetivos en los resultados de las investigaciones de las ciencias. Está, de hecho, en las antípodas del lenguaje irónico de la Generación X o de los millennials.
Greta Thunberg es la gran cara global de este movimiento. Y su presencia no deja de producir impacto. En agosto de 2019, al emprender su viaje de Europa a Nueva York en un barco que no produce emisiones de dióxido de carbono, provocó furor en los medios de comunicación y en el mundo político. Además, sus intervenciones en la Conferencia Mundial sobre el Clima en Katowice (Polonia) en diciembre de 2018 y en el Foro Económico Mundial de Davos pusieron a los poderosos del mundo en una situación incómoda. La joven de trenzas lanzó sus consignas («actúen» o «tengan pánico») y atrajo la atención de todos. En especial, la de los medios europeos. Pero su presencia en las manifestaciones de Nueva York y Washington, el encuentro con Barack Obama, la aparición en el Daily Show y el discurso ante la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas el 23 de septiembre la convirtieron también en una figura popular en Estados Unidos.
El movimiento masivo liderado por Greta Thunberg se remonta a la «huelga escolar» del 20 de agosto de 2018. Ese día, en lugar de concurrir a la escuela, se sentó frente al Parlamento sueco con el fin de llamar la atención sobre el peligro que el cambio climático representaba para las generaciones futuras. Su intervención produjo un efecto de avalancha. En pocos meses surgió un movimiento de masas conocido como #FridaysforFuture, que alcanzó su primer pico en marzo de 2019 con 1,5 millones de adolescentes y jóvenes que se lanzaron a la calle a protestar y demandar un cambio de actitud en torno de la situación climática. El movimiento es global, pero su centro está en el Norte. Y aunque en muchos países el movimiento es liderado por mujeres adolescentes, en ningún otro país del mundo la simbiosis entre el movimiento y una persona es tan clara como en el caso de Greta Thunberg.
La activista desencadenó no solo un movimiento político, sino también un poderoso furor mediático. Los medios de comunicación y los comentaristas se obsesionan con ella. Según algunos observadores, la veneración hacia Greta Thunberg guarda similitud con fenómenos asociados al despertar religioso. Pero este no es un problema de ella. Es, por el contrario, un problema de la gente y de los medios de comunicación que reaccionan frente a su acción y sus palabras. Mientras que en el espectro político del ecologismo, en gran parte de la izquierda y en el mundo académico se le profesa simpatía, la derecha y no pocos liberales les niegan a Greta Thunberg y a sus compañeros el derecho a formular sus propias ideas y metas políticas, tratándolos de inmaduros y malcriados. Para la periodista argentina Sandra Russo, se trata del primer caso de «bullying global», una caracterización hecha mucho antes del tuit de Donald Trump del 23 de septiembre, en el cual el presidente de Estados Unidos se burlaba de una adolescente de 16 años de otro país.
Para la periodista argentina Sandra Russo, se trata del primer caso de «bullying global»
La crítica según la cual las ideas de Greta Thunberg sobre el clima serían potencialmente «antidemocráticas» ya que no dan lugar al compromiso político real se basan en la idea de que la política funciona «solo paso a paso, siempre en el camino del compromiso». Sin embargo, esta posición puede verse como una forma de paternalismo blando. Las denuncias punzantes de Greta Thunberg no caen en el vacío, son intervenciones políticas descarnadas con el objetivo de polarizar a la opinión pública. Su declaración de que «la pobreza de muchos paga el lujo de unos pocos» es, según algunos comentaristas de la extrema derecha, «el producto de una socialización y un sistema educativo» como el sueco, es decir, «de izquierda», que contendría una gran cantidad de críticas estúpidas al capitalismo.
Otros críticos denuncian que detrás de la joven sueca se esconden padres (y madres) ecologistas fanáticos o los lobbies del «capitalismo verde». Más concretamente, We Don't Have Time AB, una empresa sueca para proyectos ambientales fundada en 2017 por el especialista en relaciones públicas Ingmar Rentzhog, que dio amplia cobertura a las huelgas escolares que Greta Thunberg realizó en 2018. El 27 de noviembre de ese año, We Don't Have Time AB anunció una emisión de títulos en la bolsa y en el folleto publicitario la empresa mencionó a Greta Thunberg 11 veces. A comienzos de este año, ella y su familia aseguraron que ya no mantienen contacto con la firma. Otros apuntan al infaltable George Soros, el fantasma de la derecha alternativa global.
Todo parece indicar que cuanto más popular y disruptivo se vuelve el movimiento climático, más virulento es el rechazo de los que consideran el cambio climático como una conspiración de fanáticos y la protección del clima como pura tontería. La severidad de las reacciones hacia una adolescente de 16 años nos debe hacer reflexionar. Algunos psicólogos tratan de explicar que es bastante improbable «el ‘viejo’ hombre blanco cambie su actitud hacia la protección del medio ambiente», por lo que tiene que atacar a Greta por su enfermedad, por su edad o por la aparente manipulación de su activismo. Pero detrás de las críticas hay mucho más que la intransigencia de toda una cohorte generacional masculina. Los ataques pueden ser la señal de que ella y los jóvenes del movimiento han logrado golpear un punto sensible del núcleo de poder. ¿Acaso Greta Thunberg cuestiona el sistema?
En la conferencia sobre el clima celebrada en Katowice en diciembre de 2018, la joven sueca subrayó que la política todavía no había entendido la gravedad de la crisis climática. Dado que la clase política actúa de forma irresponsable, le corresponde a la generación más joven tomar las riendas de su futuro y hacer lo que la política de los adultos debería haber hecho hace mucho tiempo. Es tarea de los jóvenes comprender lo que las generaciones precedentes han hecho con el cambio climático y dar una respuesta al caos que han heredado. Los jóvenes deben asegurarse de que sus voces sean escuchadas.
En todos sus discursos, Greta Thunberg deja claro que, si no toman medidas reales y concretas para enfrentar la actual situación, los políticos estarán actuando de forma irresponsable. Sostiene que las naciones ricas tienen una obligación mayor de reducir las emisiones más rápidamente. Exige que países como Suecia reduzcan sus emisiones de combustibles fósiles en un 15% anual. Y que los países ricos reduzcan sus emisiones a cero en un plazo de seis a doce años. Esto permitiría a economías emergentes como las de India y Nigeria un margen de tiempo suficiente para adecuar su infraestructura.
La principal preocupación del movimiento #FridaysforFuture es, por lo tanto, que las medidas de protección climática se adopten de la forma más amplia, rápida y eficaz posible, a fin de alcanzar el objetivo de limitar el aumento de la temperatura a 1,5 ºC, límite establecido en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático que se celebró en París en 2015 (COP 21) y adoptado por la ONU. Estas posiciones no parecen cuestionar el sistema en sí; son simplemente un llamado a la razón y al cumplimiento de objetivos ya establecidos.
La capacidad de persuasión del movimiento no surge de posiciones teóricas (como en 1968), sino simplemente de «decir lo que sucede». Es decir, de insistir sobre el hecho de que, como señalan los informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), la crisis climática se ha agravado en los últimos 20 años y, pese a ello, la política está haciendo muy poco para cambiar de rumbo. La activista alemana del movimiento climático Luisa Neubauer comenta que «el campo de batalla está entre los que más se benefician del statu quo y los que más pierden». Y agrega: «Nosotros, los jóvenes, nos preguntamos: ¿por qué las cosas son como son cuando simplemente podrían ser diferentes? Y tenemos que hacerlo a todo volumen porque no tenemos absolutamente nada que perder, excepto nuestro futuro».
«El campo de batalla está entre los que más se benefician del statu quo y los que más pierden»
En el movimiento que simboliza Greta hay potencial suficiente para un conflicto generacional: votantes del futuro se están movilizando contra los intereses del presente. Y no están solos. Muchos adultos están dispuestos a cambiar su comportamiento y también exigen una política diferente. Ello quedó demostrado en la nutrida participación de adultos en las manifestaciones del pasado 20 de septiembre.
La joven sueca logró crear una movilización de masas a través de sus declaraciones, acciones en la vía pública e intervención en los medios de comunicación. Su objetivo no es ni puede ser resolver la crisis climática. Pero ha obtenido un resonante éxito político más inmediato: una toma de conciencia generalizada y global sobre la urgencia del cambio climático. Lo que dice y hace influye ya en los debates políticos de diferentes países y pueden verse los primeros pasos, todavía tentativos, en la dirección correcta. Sin ella, esto difícilmente estaría ocurriendo.
El Partido Verde Europeo es uno de los principales beneficiarios de la publicidad, las huelgas y las manifestaciones del movimiento climático. En Alemania, los Verdes obtuvieron 20,5% de los votos en las elecciones europeas de 2019 y 33% de los votos de los menores de 30 años. El comportamiento electoral de los jóvenes no es solo una expresión de su simpatía por la causa ecologista; es también el reflejo de la profunda crisis que atraviesa la socialdemocracia alemana. Muchos ciudadanos ven en las preocupaciones del movimiento #FridaysforFuture las mismas causas que los Verdes, a pesar de que en la actualidad este partido está bastante alejado de la radicalidad que manifestaban sus fundadores.
El hecho de que en los congresos del partido los políticos verdes aplaudan las posturas críticas de la generación más joven –que expresan un fuerte rechazo a las decisiones de la generación adulta– podría verse como una forma de subestimación pedante o aduladora que, esperemos, no subvierta aún más la democracia representativa.
Greta Thunberg y el nuevo movimiento climático crearon un nuevo sujeto político. Necesitarán mucha paciencia para continuar su campaña. La fascinación con lo novedoso del fenómeno y el magnetismo personal irán perdiendo fuerza y también se debilitarán el interés y la ola de simpatía de los inicios. Los medios tradicionales y las redes sociales de hoy no se caracterizan por su perseverancia. Greta Thunberg volverá a la escuela. Su generación tiene toda una vida por delante. Si algo muestra este movimiento es el compromiso democrático. Esperemos que la mayoría de los jóvenes digan no al fatalismo y la resignación. Cabe esperar, también, que llegue el momento en que se tome conciencia de que la cuestión ambiental no puede ser resuelta escindiéndola de la cuestión económica y social. Una y otra están indisolublemente unidas y forman parte de un mismo problema.
Greta empieza a ser conocida en América Latina. La urgencia de las crisis sociales y económicas en muchos países de la región hace que las cuestiones ambientales pasen a un segundo plano. La adolescente sueca anunció que en diciembre de 2019 viajará de Estados Unidos a Chile para la COP 25. Todavía no sabemos cómo realizará ese viaje sin producir emisiones contaminantes. Esa distancia es mayor que la que separa Europa de Nueva York y no existen líneas de ferrocarril que permitan recorrer ese largo trayecto. Esto es por ahora un enigma. Independientemente de ello, cabe suponer que este nuevo desafío acercará a Greta a los enormes problemas sociales de América Latina. El viaje a Chile le abrirá los ojos a otra realidad muy diferente de la que ella conoce, una realidad que ojalá contribuya a que vea con más claridad hasta qué punto la cuestión ambiental y la cuestión económica son dos caras de una misma moneda. En Nueva York, en la sede de las Naciones Unidas, ya ha dado un paso en esta dirección cuando exclamó con voz temblorosa a los jefes y las jefas de Estado del mundo:
«¡Cómo se atreven! Estamos al principio de una extinción masiva y de lo único que ustedes pueden hablar es de dinero y de los cuentos de hadas del crecimiento económico eterno. ¡Cómo se atreven!».